Blockchain

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Introducción

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La efectividad de la Internet ubicua (que constituye, sobre todo, la victoria de los servicios que han logrado que nos olvidemos de viejos problemas como la falta de conexión o los fallos técnicos persistentes), no solo ha aportado beneficios sino, como reflexiona Byung-Chul Han, también nos sitúa frente a las consecuencias de dispositivos cada vez mejor diseñados y servicios personalizados para fomentar entre los usuarios la cultura del hilo de contenido interminable, servida en bandeja de plata: en forma de bufé libre de entretenimiento digital. Antiguos trabajadores de los principales servicios, desde Google a Facebook, han denunciado el diseño expresamente adictivo58 de muchas de estas herramientas de uso diario, y han abogado por el desarrollo de los estudios éticos aplicados a la ciencia computacional.

El experto en diseño de interfaces y extrabajador de Google Tristan Harris se encuentra entre los fundadores de la iniciativa Time Well Spent. Esta pretende asistir a usuarios y empresas en una —según Harris— transición necesaria hacia herramientas menos adictivas y con mayor valor para el usuario a largo plazo. En esta misma línea, el periodista y experto tecnológico Farhad Manjoo, quien había dedicado la última década a informar sobre el auge de Silicon Valley como epicentro tecnológico y sede de las empresas que almacenan el contenido del mundo y canalizan su distribución, anunciaba en noviembre de 2018 que dejaba su puesto de reportero tecnológico para The New York Times. En su columna de despedida59, Manjoo critica la concentración empresarial en Internet y el riesgo sistémico de una deriva que antepone los beneficios económicos de las empresas a cualquier consideración ética o social. El reportero deja un último consejo: «No consideres únicamente lo bien que funciona un producto, sino que también hay que mirar quién lo fabrica y cómo se vende. Antes de decantarte por una nueva empresa o servicio favorito, considera la ética, moral, marca y mensaje en una compañía».

MATIZANDO LA TECNOUTOPÍA: LA CARA MENOS AMABLE DE LA WEB 2.0

Se acabó la era de la tecnoutopía basada en la autocomplacencia y en un discurso posibilista que difundió con éxito la tesis de que nos encontrábamos a solo una startup de distancia de resolver todos los problemas del mundo, insistiendo en la ilusión de que la aplicación adecuada, el botón correcto o el contenido viral oportuno, solucionarían nuestros problemas como por arte de magia. En paralelo, la publicación en 2014 de la edición en inglés de El capital en el siglo XXI60 convirtió la obra del economista francés Thomas Piketty en un éxito de ventas de alcance mundial. En el que es considerado el ensayo sobre economía más influyente de las últimas décadas, Piketty explica su estudio concienzudo de todo tipo de estadísticas en varios países desarrollados para constatar que las diferencias entre ricos y pobres en las sociedades desarrolladas tiende a converger y divergir en función de distintos factores coyunturales, si bien se mantiene una constante histórica en los dos últimos siglos, que Piketty sintetiza en la siguiente ecuación: «r > g», donde «r» equivale a los réditos del capital y las inversiones, y «g» a las ganancias del trabajo.

Según esta ecuación, las rentas derivadas de herencias, inversiones y otros réditos derivados de una posición social ventajosa crecen a mayor ritmo que los salarios. Siguiendo la tesis de Piketty, en condiciones «normales» o «perfectas» del mercado, la divergencia entre ricos y pobres tendería a acrecentarse, y el siglo XXI vive un proceso de concentración de riqueza personal y empresarial —en forma de monopolios de facto como los afianzados en el mundo tecnológico— que recuerda épocas de desigualdad extrema de la «edad dorada» del capitalismo a finales del siglo XIX, cuando grandes complejos industriales y de relaciones encabezados por Andrew Carnegie, John D. Rockefeller o William K. Vanderbilt, entre otros, dominaban las principales economías.

Cuando Facebook, Google, Amazon, Twitter o Netflix iniciaban su carrera hacia la concentración de servicios y rentabilidad económica en Internet de la actualidad, el criptoanarquismo celebraba el artículo de Satoshi Nakamoto, proponiendo su dinero efectivo electrónico entre usuarios (P2P). ¿Engendraría la nueva hiperconcentración en Internet su propio servicio destructor, encarnado en sistemas de bases de datos distribuidas entre usuarios y protegidas con criptografía asimétrica? ¿Puede la Internet 3.0 servir de antídoto a los excesos de la Internet 2.0?

Figura 3.2. El economista francés Thomas Piketty explica en su ensayo El capital en el siglo XXI —considerado el libro sobre economía política más influyente del nuevo siglo— que, en situaciones de estabilidad, los rendimientos del capital y los ahorros se acumulan con mayor rapidez que los salarios, con el consiguiente incremento de la desigualdad entre rentistas y asalariados.

ACTO TERCERO: ENTRA BLOCKCHAIN

La narrativa de Internet como medio que promovería medios distribuidos en igualdad de condiciones (y nutridos de proyectos independientes, pequeñas publicaciones, blogueros y enciclopedias capaz de autoorganizarse), capaz de acabar con la concentración del mensaje y su difusión del modelo anterior de comunicación de masas, se había colapsado antes incluso de que las mayores empresas de Internet empezaran a anular a sus principales competidores potenciales61 (mediante la compra o, en su defecto, la copia). Con un puñado de gigantes controlando la auténtica audiencia y la rentabilidad económica, la Internet peer-to-peer parecía perder fuelle definitivamente.

De repente, quienes prestaban atención empezaron a observar cierta esperanza en los márgenes: los primeros entusiastas de blockchain —explica Steven Johnson— divulgaron su convicción de que la tercera gran ola de Internet, la Internet 3.0, consistiría en una serie de avances en software, criptografía y sistemas distribuidos que, una vez en manos del gran público, convertiría a los gigantescos repositorios y algoritmos de la Web 2.0 en un amasijo de servicios más abandonados y obsoletos que MySpace en 2019. El problema estriba en que, explica Johnson, «ese remedio [en forma de servicios de blockchain útiles y capaces de retar a los gigantes actuales] no es todavía visible en forma de producto inteligible para el consumidor tecnológico ordinario. La única cadena de bloques que puede considerarse hasta ahora cerca del reconocimiento del gran público es Bitcoin, la cual se encuentra en medio de una burbuja especulativa que hace que las desenfrenadas salidas a bolsa de los 90 parezcan, en comparación, una venta en el garaje de casa».

Reducir blockchain a Bitcoin en el imaginario colectivo, une la trayectoria de todo un sector a su principal servicio en la actualidad, de modo que cualquier exceso especulativo, fracaso estrepitoso o prohibición sonada de la principal criptomoneda por volumen de transacciones extendería una sombra de duda sobre el que es para los expertos el auténtico potencial: el uso de blockchain como arquitectura descentralizada, mutualista y de protocolo abierto para albergar la información del mundo, desplazando la custodia del avatar y la actividad digital de los usuarios desde los repositorios de empresas privadas hasta sus propios perfiles en blockchain. Con este nuevo esquema, el usuario lograría concentrar en su avatar digital lo que, en las democracias avanzadas, le es reconocido desde su nacimiento: la custodia de su propio porvenir (en este caso, digital), así como de sus derechos y deberes inalienables.

Blockchain podría alojar este tipo de perfiles, en los que el usuario podría albergar información censal y un perfil similar al de las redes sociales actuales, así como productos y servicios a los que podría dar acceso de manera personalizada, mediante métodos de transacción de objetos con un valor asignado (como una criptomoneda sobre una blockchain exclusiva, o un token —una moneda en el interior de una aplicación versátil, un producto, un servicio, un tipo de documento, un objeto simbólico—), similares al trueque de productos y servicios propuesto por Pierre-Joseph Proudhon en el siglo XIX62. Con la ayuda de la tecnología actual y empezando por las bases de datos distribuidas, el individualismo y el cooperativismo alcanzarían dimensiones todavía no exploradas que, quizá, hagan por primera vez compatibles modelos de sociedad justa, capaz de armonizar igualdad de derechos y oportunidades con un respeto escrupuloso por la libertad individual.

¿Demasiado bello para poder realizarse? Nos encontramos todavía en un tiempo pretérito, dominado por el desarrollo, mejoría y refutación de estándares para crear sistemas de transacciones y confianza entre usuarios que sean seguros y permitan, por primera vez, prescindir de autoridades de intermediación en servicios a gran escala. Una vez aparezcan los primeros servicios percibidos como suficientemente seguros, atractivos y útiles (gracias al aumento de participantes y al efecto de red que este fenómeno generaría), el proceso de transferencia de la información del mundo desde grandes repositorios privados a infraestructuras individuales y cooperativas habrá empezado; puede ser pacífico o no; puede tardar días, meses, años... o no acabar nunca del todo, al abrir un proceso híbrido o de convivencia entre distintos modelos de uso digital.

Figura 3.3. El pintor realista francés Gustave Courbet, cuyo estilo crítico inspiraría a impresionistas y cubistas, era admirador de las ideas mutualistas de Pierre-Joseph Proudhon (quien había alabado la obra de Courbet Los picapedreros —1949—, lienzo de realismo social que muestra el esfuerzo de dos trabajadores de la piedra a mediados del siglo XIX y adelanta la perspectiva que luego adoptará el fotoperiodismo). Gustave Courbet pintó finalmente a Proudhon con sus hijos en 1865.

¿Y SI EL USUARIO CONTROLARA SU INFORMACIÓN Y DECIDIERA A QUIÉN LA CEDE?

Gracias al uso de plataformas blockchain para construir servicios y aplicaciones —tales como Ethereum, su principal exponente hasta el momento— sería posible resolver una de las tensiones de la Internet actual: servicios hoy considerados básicos y que conectan a una porción considerable de la población mundial acaparan información e interacciones en sus propias bases de datos, lo cual aumenta la posibilidad del uso abusivo o ilegítimo. Al tratarse de servicios prestados por empresas privadas que responden al mandato de propietarios y accionistas, el interés meramente utilitario —maximizar los beneficios— se impone a otras consideraciones como la ética, la calidad de la información y su interés en función del contexto, etc. Un servicio construido sobre una plataforma de aplicaciones con arquitectura distribuida —blockchain o equivalente: el creador de la WWW, Tim Berners-Lee, propone Solid63, un esquema descentralizado similar a blockchain que pudiera integrarse como un protocolo más de Internet—, como Ethereum, permitiría crear servicios similares en los que los usuarios almacenarían su propia información, asociándolos a un acceso mediante transacciones seguras en la infraestructura compartida. El potencial de blockchain no se limita a su aplicación pecuniaria, sino que es extensible a cualquier servicio de tipo registral que valore la integridad del histórico de transacciones, respete la privacidad de los participantes y reconozca su radicalidad democrática: los participantes colaboran en la infraestructura y contribuyen a verificar las actualizaciones legítimas del registro compartido de transacciones.

A diferencia de los servicios privados, alojados en gigantescas bases de datos explotadas con algoritmos opacos y en constante evolución, el uso de servicios sobre bases de datos distribuidas con interacciones verificadas criptográficamente (a través de los denominados smart contract, instrucciones en forma de código que garantizan una coherencia en las reglas básicas establecidas en un servicio), refuerza tanto la soberanía de datos (los usuarios controlan su información y la manera de compartirla, cederla o venderla a terceros) como la propia gobernanza del ecosistema. Es, por tanto, el propio diseño de la infraestructura el que elude intermediarios y refuerza tanto una evolución como una toma de decisiones más democrática.

La gobernanza autónoma, principal ventaja de blockchain, es también el principal reto que afrontará la infraestructura al popularizarse y llegar al gran público: ¿cómo regular una arquitectura diseñada para autorregularse? La lex chryptographica64, o conjunto de normas establecidas por el código personalizado de un servicio blockchain sobre plataformas como Ethereum, se definirá a medida que los «contratos inteligentes» logren el modo de garantizar la privacidad de los usuarios y, a la vez, eviten el uso de la tecnología por organizaciones delictivas.

Figura 3.4. De vuelta a la habitación de Neo. Fotograma del inicio de The Matrix (filme dirigido por Lana y Lilly Wachowski en 1999), que evoca a los bodegones de la pintura barroca española. En 2019 se conmemora el vigésimo aniversario de un filme de ciencia ficción que adelanta metafóricamente los peores efectos del avance de la sociedad cibernética sobre nuestra vida cotidiana. Neo, protagonista de la historia, muestra al principio del filme un ensayo publicado en 1981 por el filósofo francés contemporáneo Jean Baudrillard, Simulacres et Simulation, en el cual leemos que la simulación acaba sustituyendo a la realidad que pretende simplificar o idealizar. Por ejemplo, un mapa con respecto a su territorio o un perfil idealizado en Internet con respecto a una persona de carne y hueso.

La pregunta del millón del llamado «efecto de red» consiste en saber si llega antes el huevo o la gallina: si hacen falta suficientes usuarios y suficientemente diversos para que un servicio llegue al gran público, o si su promoción exitosa atraerá al gran público, que dirimirá más tarde si concede o no una oportunidad a la aplicación. Si los servicios creados con Ethereum logran generar un efecto de red y popularizarse con rapidez, la revolución de la confianza habrá tenido lugar. Será entonces cuando la Internet concentrada de la actualidad muestre su estrategia ante los nuevos competidores: evolucionar para que sus servicios integren algunas de las buenas prácticas propuestas por blockchain... O poner todas las trabas a su alcance para evitar o ralentizar el éxito de Ethereum y posibles alternativas.

47. Kramer, Adam D. I.; Guillory, Jamie E.; Hancock, Jeffrey T.: Emotional contagion through social networks. Publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, Junio de 2014, 111 (24) 8788-8790; DOI: 10.1073/pnas.1320040111

48. Cadwalladr, Carole: The great British Brexit robbery: how our democracy was hijacked. Reportaje publicado en The Guardian, 7 de mayo de 2017. www.theguardian.com/technology/2017/may/07/the-great-british-brexit-robbery-hijacked-democracy.

49. Portada del 6-12 de mayo de 2017: Regulating the internet giants: The world’s most valuable resource is no longer oil, but data. Edición de The Economist para Estados Unidos. www.economist.com/printedition/2017-05-06.

50. Reglamento General de Protección de Datos. Reglamento (UE) 2016/679 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 27 de abril de 2016, relativo a la protección de las personas físicas en lo que respecta al tratamiento de datos personales y a la libre circulación de estos datos y por el que se deroga la Directiva 95/46/CE. eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/TXT/?uri=CELEX:32016R0679.

51. Cheng, Michelle: This Startup Wants You to Trade Your Gym Membership for a Mirror. Inc. Magazine, 6 de febrero de 2018. www.inc.com/michelle-cheng/this-startup-is-building-a-smart-mirror-that-will-make-you-break-a-sweat.html.

52. TED (siglas de Tecnología, Entretenimiento, Diseño) es una organización estadounidense fundada en 1984 y dirigida por Chris Anderson desde 2002, dedicada a la divulgación de ideas, organizadora de conferencias y charlas sobre ciencia, arte, diseño, política, educación, cultura, tecnología, y temas análogos; las charlas, que se han extendido a eventos locales en todo el mundo bajo el paraguas de la marca, se publican como vídeos con una amplia audiencia global a través Internet.

53. Johnson, Steven: Beyond the Bitcoin Bubble. Yes, it’s driven by greed — but the mania for cryptocurrency could wind up building something much more important than wealth. Reportaje publicado en The New York Times Magazine, 16 de enero de 2018. www.nytimes.com/2018/01/16/magazine/beyond-the-bitcoin-bubble.html.

54. Han, Byung-Chul: Transparenzgesellschaft. Berlín, Matthes & Seitz. Edición española (2013): La sociedad de la transparencia. Barcelona, Herder Editorial, 2012.

55. Han, Byung-Chul: Psicopolítica. Barcelona, Herder Editorial, 2014.

56. Zuboff, Shoshana: The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power. Nueva York, PublicAffairs, 2019.

57. Morozov, Evgeny: Le spectre du techno-populisme. Edición digital de Le Monde Diplomatique, 16 de noviembre de 2018. blog.mondediplo.net/le-spectre-du-techno-populisme.

58. Lewis, Paul: Our minds can be hijacked: the tech insiders who fear a smartphone dystopia. The Guardian, 6 de octubre de 2017. www.theguardian.com/technology/2017/oct/05/smartphone-addiction-silicon-valley-dystopia.

59. Manjoo, Farhad: How to Survive the Next Era of Tech (Slow Down and Be Mindful). The New York Times, 28 de noviembre de 2018.

60. Piketty, Thomas: Le Capital au XXIe siècle. París, Éditions du Seuil, 2013. Primera edición en inglés: Capital in the Twenty-First Century, Harvard University Press, 2014.

61. Constine, Josh: Facebook pays teens to install VPN that spies on them. TechCrunch, 29 de enero de 2019. techcrunch.com/2019/01/29/facebook-project-atlas/.

62. Proudhon, Pierre-Joseph: De la capacité politique des classes ouvrières, Deuxième Partie, p. 81-228 (obra póstuma). París, E. Dentu, Libraire-Éditeur, 1865.

63. Berners-Lee, Tim, 29 de septiembre de 2018. One Small Step for the Web… Publicado en Medium. medium.com/@timberners_lee/one-small-step-for-the-web-87f92217d085.

64. Black, Julia, 2001. Decentering Regulation: Understanding the Role of Regulation and Self-Regulation in a ‘Post-Regulatory’ World. Publicación Current Legal Problems 54, no. 1.

 

BLOCKCHAIN: ¿UNA PROMESA QUIJOTESCA?

LA PROMESA DEL ALBA

La promesa del alba65. Con una novela autobiográfica bajo este título, el escritor francés de origen ruso Romain Gary rinde homenaje a su madre. Gary elogia, con el tierno respeto de los hombres maduros y hechos a sí mismos, el cariño posesivo recibido de la inmigrante rusa de origen judío que recala en Francia porque —tal y como repite a su hijo—, de allí parten las ideas políticas y la cultura que han marcado la modernidad europea, desde la Revolución Francesa y los derechos del hombre hasta todos los movimientos de acción y reacción que merece la pena mencionar en la política y el arte. Esta idealización de cartón piedra marcará al niño recién llegado: por carácter y empuje, el joven personaje de La promesa del alba es un arquetipo más próximo al soñador atraído por el cielo abierto de las Américas (el joven europeo que prueba la fortuna de viajar hacia el Oeste en busca de su Eldorado particular), que a los notables franceses venerados por su madre: actriz de provincias en un Este europeo en descomposición. Esta evoca a sus Víctor Hugo particulares, al aproximarse a ellos a través de un velo de lecturas y préstamos populares del imaginario colectivo ruso. Es un imaginario rico en referencias francófilas a las hazañas napoleónicas evocadas en las grandes novelas rusas del XIX.

Romain Gary acabará haciendo sus Américas particulares, concretamente en la contracultura californiana —incluyendo una extensa visita al Instituto Esalen, centro de reunión de la intelligentsia new age—. Pero esa vida ya no será para él66: sin saberlo ni quererlo, se ha convertido en el prohombre francés, el europeo de bien que su madre había soñado para él, pilotando un avión de guerra durante la II Guerra Mundial y convertido luego en diplomático y escritor de éxito.

Sigmund Freud y Jacques Lacan, referencias del psicoanálisis, se habrían divertido analizando el subconsciente de este escritor con varias vidas, capaz de ganar el gran premio de las letras francesas, el Goncourt, en dos ocasiones: la primera vez, con la novela Las raíces del cielo67; el segundo premio llegaría cuando, desencantado y abandonado por la crítica, Gary decide crear un pseudónimo, Émile Ajar, con el que obtendrá el Goncourt en 1975. La auténtica identidad de Ajar no será desvelada hasta la muerte de Gary, un juego de avatares que el conocedor de la ética hacker apreciará en su justa medida.

Figura 4.1. «Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros...». Considerado el último de los grandes ilustradores, el alsaciano Paul Gustave Doré (1832-1883) fue celebrado por sus ilustraciones de Don Quijote de la Mancha. Esta ilustración de Doré abre el primer capítulo de Don Quijote, ese «mundo de nociones desordenadas» tomadas de los libros de caballerías que inspirarán un idealismo legendario.

Para Gary/Ajar, esa promesa del alba, eterna repetición que jamás puede equipararse por completo al pasado, es la esperanza del romántico que se inventa a sí mismo y, sin tener en cuenta que se encuentra en pleno siglo XX, se viste con ropaje de Don Quijote, de Chateaubriand68 o de Lord Byron, según la ocasión, y avanza solitario por el aire o por los caminos para desfacer entuertos. El anhelo romántico parte de las aspiraciones maternas; en palabras del propio Gary: «Mi madre siempre me vio como una combinación de Lord Byron, Garibaldi, D'Annunzio, D’Artagnan, Robin Hood y Ricardo Corazón de León»69.

¿Es blockchain una promesa quijotesca? Por un lado, la tecnología recupera una idea romántica, anacrónica e imposible: la de hacer funcionar, en pleno siglo XXI y cuando percibimos haber madurado un poco al observar el retorno de los viejos fantasmas ideológicos e identitarios del pasado, una estructura técnica mutualista que permita el intercambio seguro y anónimo de valor entre usuarios, reunidos en un mercado P2P que no requiere paraguas institucional para operar.

TRANSMITIR VALOR SIN DEPENDER DE LA COSTUMBRE

¿Es blockchain una idea romántica en la era numérica o representa de veras el inicio de la Internet 3.070, el comienzo de algo prometedor, como el alba divisado por Gary desde la cabina de su avión en los estertores de la II Guerra Mundial? Técnicamente, la promesa requiere mayor recorrido, pero es consistente con lo que describe. El paso que la hará traspasar el umbral desde promesa hasta esperanza tangible (y, de ahí, con la ayuda de desarrolladores y usuarios, pasar a realidad capaz de transformar viejos procesos administrativos y servicios caracterizados por su rigidez esclerótica), será la disociación con respecto al servicio Bitcoin.

Blockchain puede ser usado para mucho más que para intercambiar valor y especular con bitcoin (BTC), o en su defecto para crear criptomonedas que compitan con esta: se trata de una base de datos descentralizada y resistente a la manipulación por diseño, con resortes técnicos suficientemente sólidos como para constituirse en herramienta multiusos capaz de crear aplicaciones descentralizadas, seguras y capaces de poner de acuerdo a usuarios que no se conocen y que no tienen por qué fiarse los unos de los otros: un historial compartido les recordará que pueden confiar en un sistema de consenso en el que participan directamente.

Evocando a los primeros protocolos de consenso en Internet o con la propia ARPANET, las plataformas basadas en blockchain prometen cambiar la manera de funcionar de servicios electrónicos y de contabilidad. Estas plataformas quizá puedan influir también sobre la propia manera de organizarnos, al posibilitar un consenso con mecanismos similares a la democracia directa en redes a gran escala, con millones de participantes (la principal crítica recibida hasta ahora por la democracia participativa se ha centrado en su inoperatividad más allá de los pequeños grupos, salvo en excepciones matizables; entre los escasos éxitos remarcables, destaca el sistema de democracia participativa de los cantones suizos y su institucionalización del voto del vecindario a mano alzada).

Gracias a plataformas con arquitectura blockchain como Ethereum —sobre las cuales cualquiera puede construir sus propios proyectos con las peculiaridades deseadas—, empiezan a aparecer programas informáticos con un funcionamiento autónomo y personalizable, conocidos bajo dos nomenclaturas, en función de su naturaleza técnica: los smart contract, o contratos inteligentes; y las DApp (aplicaciones distribuidas).

EL MUNDO DE LOS CONTRATOS «INTELIGENTES» Y LAS APLICACIONES «DISTRIBUIDAS»

Los smart contract, contratos inteligentes, son acuerdos o funciones que se ejecutan por sí mismos siguiendo los términos de uso de una cadena de bloques específica, y con la garantía de la consistencia e igualdad de condiciones para todos los participantes. Estos autoejecutables se incluyen en el propio código fuente de la plataforma y, por tanto, están presentes como parte integrante de lo que, en la práctica, opera como una especie de «contrato social» o acuerdo de mínimos entre usuarios. Esta operativa de carácter institucional en el código abre la puerta al desarrollo de una auténtica lex cryptographica71, según los expertos.

Los contratos inteligentes permiten: diseñar métodos de participación directa; realizar pagos seguros sin comisiones de intermediación; crear instrumentos financieros para, por ejemplo, lograr fondos de participantes-inversores y crear así una cadena de bloques específica que actúe como sociedad cooperativa; organizar el intercambio de datos e información de una manera segura y a prueba de manipulaciones retroactivas; facilitar la comunicación entre usuarios de un servicio distribuido y recursos computacionales compartidos (estén estos recursos destinados a la investigación, a producir un determinado tipo de producto, a dictar leyes y normas para el conjunto de la sociedad, etc.); y mucho más.

Por otro lado, las DApp, o aplicaciones distribuidas, son programas diseñados para ejecutarse de manera distribuida, sin necesidad de tener un ejecutable en un solo servidor. De ahí el apelativo de aplicaciones serverless P2P, o distribuidas entre usuarios sin necesidad de hacer peticiones a un servicio centralizado.

Hasta ahora, las aplicaciones distribuidas usaban infraestructuras P2P sin un historial compartido, hecho que diferencia a las DApp en blockchain de cualquier otra aplicación sin servidor: el uso de un programa serverless sobre BitTorrent72, por ejemplo, conduce a inconsistencias entre los participantes, mientras las aplicaciones distribuidas en una cadena de bloques se comportan en un ecosistema al que deben rendir cuenta. Y, como ocurre en las sociedades cooperativas del mundo físico (tales como la entidad jurídica vasca Corporación Mondragón), cuando un participante desarrolla su actividad en un entorno de cuya salud global se beneficia directamente, al poder asociar su comportamiento individual con la marcha global y los beneficios derivados de esta, el principio de la responsabilidad individual sale reforzado. Los servicios blockchain deberán comprobar la validez de esta hipótesis, que convertiría a los smart contract y las DApp en agentes ejecutores de iniciativas privadas en el marco de un ecosistema mutualista.

LA DIFERENCIA ENTRE LA LETRA Y LA PALABRA

Contratos inteligentes y aplicaciones distribuidas no son entidades comparables, sino engranajes de distinto tamaño en un mismo ecosistema: los contratos inteligentes forman parte de la propia cadena de bloques, mientras que las aplicaciones distribuidas son programas que usan precisamente estos smart contract para ejecutar comandos y lograr la información deseada de la cadena de bloques. Sin esta llamada a la infraestructura a través de uno o varios contratos inteligentes, la aplicación distribuida carecería de permisos y órdenes completas para ejecutar la tarea asignada.

Metafóricamente, un smart contract sería una unidad mínima imprescindible en el ecosistema para activar órdenes personalizadas, mientras una DApp sería un servicio diseñado que solo puede ejecutarse cuando este ha recibido el permiso de la blockchain mediante la ejecución del contrato inteligente. Un contrato inteligente y una aplicación distribuida son tan diferentes como una letra y una palabra: la letra carece de significado completo en solitario, pero es el bloque esencial para construir significado (como un smart contract), mientras la palabra contiene significado, pero debe servirse de letras para constituirse (como una DApp).

Figura 4.2. En el nuevo esquema distribuido de la cadena de bloques, las aplicaciones distribuidas equivalen a sitios web con los que el usuario interactúa. Los contratos inteligentes equivalen a las API —interfaz de programación de aplicaciones— que gestionan instrucciones entre los usuarios y la base de datos. Finalmente, la base de datos distribuida entre participantes —y asociada a la cadena de bloques— sustituye a las viejas bases de datos que centralizan estructura y permisos.

Transportando la analogía al mundo de Internet y las cada vez más cuestionadas redes sociales —debido a, precisamente, su carácter centralizado y a una dudosa gobernanza que antepone el interés económico de unos pocos al beneficio a largo plazo de la totalidad—, una DApp opera como un sitio web: una aplicación de Internet requiere una serie de recursos para armar una página a partir de una serie de órdenes y peticiones escritas en HTML (elementos), CSS (estilos) y javascript (comportamiento). Estas órdenes permitirán al usuario acceder a una interfaz que no aportará información actualizada sin realizar tareas adicionales más allá del front-end, o aplicación visual. En el back-end, la parte oculta de la aplicación web, un programa mediador, o aplicación de programación de aplicaciones (API por sus siglas en inglés), recopilará nuestras órdenes y pedirá los datos que necesitamos a la base de datos. En una red social como Facebook, nuestro perfil personal usará una API para recopilar nuestra información de la base de datos, presentándola actualizada según cuáles sean nuestros parámetros personales.

Este esquema en redes sociales convencionales [front-end (HTML, CSS, Javascript) - back-end (API y base de datos)], sigue una convención que una base de datos distribuida usando arquitectura blockchain adapta para mejorar los puntos débiles del esquema actual: la estructura debe garantizar que la aplicación se comporta según lo esperado (mediante una correcta ejecución de interfaz de usuarios, API y base de datos) en el marco de un servicio P2P, así como asegurarse de que las peticiones a la base de datos distribuidas son correctas y legítimas.

PARALELISMOS ENTRE UN SITIO WEB Y UNA DAPP

Para asegurarse de que la aplicación distribuida actúa de la manera esperada, una DApp se sirve de un smart contract, o conexión adecuada entre: lo que el usuario ve de la aplicación; el recurso deseado en la cadena de bloques (que, recordemos, es un registro compartido con todas las transacciones de todos los usuarios); y, si es necesario, la llamada a la base de datos distribuida (donde reside el contenido de la aplicación, pues la cadena de bloques es un registro). El rol de un contrato inteligente en una aplicación distribuida equivale al papel de una API o interfaz de programación de aplicaciones en una aplicación web convencional (como Facebook, la mayor red social mundial —de momento—).

En Facebook, nuestra petición solo recibe un permiso y está a merced del servicio: la compañía controla la experiencia del usuario y el acceso a sus datos, almacenados en un repositorio centralizado propiedad de la compañía. El usuario no tiene más remedio que fiarse de que todo procederá de acuerdo con sus intereses (una actitud que, con Facebook, puede conducir a graves decepciones)73. Aunque, sobre el papel, el usuario sea propietario de su información, en la práctica estos datos residen en servidores de la red social y son usados a discreción por la compañía para vender a terceros la atención, la opinión y la capacidad de compra del usuario. Empezamos a conocer las consecuencias74 de confiar nuestra información a compañías que anteponen la utilidad económica de accionistas y empleados clave a cualquier ética o voluntad de reinversión en la comunidad de la que se sirven y benefician, y operan con una mentalidad próxima a la de las empresas explotadoras de la Primera Revolución Industrial. Facebook explota comercialmente la información intelectual de sus «usuarios», mientras la primera industria extraía la fuerza física de sus empleados.

Por el contrario, la interacción del usuario en una infraestructura blockchain parte de un esquema práctico, conceptual y jurídico muy distinto: el usuario salvaguarda la privacidad y decide cómo participar en el servicio, del que se siente integrante y corresponsable, pues las interacciones entre participantes ya no dependen de un servicio centralizado en una base de datos, controlada por unos pocos para amoldar el régimen de dependencia del resto. En blockchain, las relaciones se rigen en el marco de un sistema de acuerdos tácitos y «contratos», o peticiones de la interfaz del usuario particular a la cadena de bloques para mostrar la información adecuada en una aplicación concreta (la plataforma puede ser Ethereum o cualquier otro servicio análogo, como Tron).

EL JARDÍN VALLADO DE FACEBOOK Y EL ECOSISTEMA ABIERTO DE ETHEREUM

Tras exponer el funcionamiento esencial de una aplicación web como Facebook y una DApp sobre la plataforma blockchain Ethereum, la arquitectura de ambas manifiesta una concepción de la realidad y objetivo esencial del prestador de servicio distintos en cada caso: en Facebook, el objetivo es optimizar el servicio para maximizar beneficios; en la aplicación distribuida, el prestador del servicio debe invitar a los participantes no solo a participar pasivamente, sino a «conformar» la infraestructura y a «orientar» su futuro y potencial con acciones que tengan en cuenta los intereses propios (faltaría más), pero estos objetivos individuales no pueden perder vista la necesidad de supervivencia y florecimiento de la comunidad. Como ocurre en la naturaleza75, la fortaleza reside del todo en la comprensión de la interdependencia de las partes integrantes del ecosistema, así como del uso que de este realizan sus habitantes.

Con blockchain, pasamos de un esquema de evolucionismo social, o empresa-tipo de una idea de sociedad en la que solo hay premio para el más apto (la supervivencia de los más aptos, según las tesis de Herbert Spencer)76, a un esquema que puede evolucionar hacia posiciones más mutualistas, en las que la salvaguarda de los intereses individuales, que son respetados y fomentados, no puede ir en detrimento de la robustez promedio de la infraestructura. El primer modelo —conformado por servicios comerciales como Facebook o Twitter— promueve a un puñado de ganadores y muchas comparsas; el segundo modelo, la cadena de bloques, intentará fomentar la libertad individual y la responsabilidad personal. La corresponsabilidad surge cuando el participante comprende que su actitud y actividad cuentan en el cuidado y beneficio del ecosistema.

Hay que preguntarse si nos encontramos ante una propuesta idealista, incapaz de demostrar su promesa antes de que la mala prensa —asociada, por ejemplo, a la especulación en criptomoneda— desinfle una posibilidad que requiere también, tal y como recuerda el ciclo de adopción tecnológica estudiado por la académica Carlota Pérez77, la connivencia y apoyo de los poderes fácticos establecidos. Entre estos poderes necesarios para garantizar el éxito de la cadena de bloques, destacan: una inversión económica e interés sostenido de usuarios; el apoyo de empresarios con conocimientos necesarios para comprender su potencial y el tesón inversores y responsables de instituciones privadas y públicas (desde laboratorios de investigación y fundaciones a administraciones de cualquier nivel, desde el distrito a los organismos de gobernanza regional y mundial). De lo contrario, la tecnología permanecería latente, alargando el punto de inflexión del ciclo de adopción de una tecnología en que la curva debe volver a acelerarse para lograr sinergias entre construcción creativa, adopción y comprensión pública.

Figura 4.3. En filosofía y ciencia, el emergentismo designa a sistemas o procesos que no son reducibles a la mera suma de sus partes constituyentes, pues el comportamiento del sistema (el todo) concentra mayor complejidad (información o significado) que la acumulación algebraica de las partes. El fenómeno de la emergencia está presente tanto en la naturaleza como en los sistemas humanos. Las estructuras fractales del hielo, los complejos montículos de termitas africanas (termiteros conocidos como «catedrales»), el sistema circulatorio de un animal vertebrado, el tráfico en una ciudad o el funcionamiento de una plataforma blockchain como Ethereum son algunos exponentes del emergentismo.

Habrá intereses en contra del florecimiento de blockchain, empezando por los principales actores que concentran los servicios más populares y la mayoría de los ingresos en el negocio digital78. La inversión de las mayores empresas de Internet en grupos de presión próximos a los centros de poder repercutirá sobre el diseño de regulaciones que podrían limitar la expansión de la cadena de bloques.

DESDE UNA DERIVA MONOPOLÍSTICA A UN MODELO CORRESPONSABLE

De lograr un cierto apoyo entre desarrolladores, usuarios y empresarios pioneros, blockchain podrá demostrar su utilidad en ámbitos como el de la gobernanza: desde la trazabilidad de productos y servicios —o seguimiento de bienes a partir de su concepción hasta el fin de su vida útil y su desechado, para volver como «nutrientes» a la producción, como describe el paradigma de una economía circular79—; a la regulación de mercados de consumo de recursos y emisiones; o el comportamiento de una empresa: de momento, las grandes empresas se ocupan más de mantener una imagen amable que de reducir su impacto, asumir sus responsabilidades fiscales y sociales, y contribuir a hacer realidad una economía circular. En el nuevo paradigma, los desechos serían reutilizables o biodegradables; y, en el caso de materiales difícilmente reciclables, estos se procesarían de tal modo que fueran capaces de volver a la economía productiva como materia prima de futuros productos y servicios.

Colin Mayer, profesor en la Escuela de Negocios Saïd en Oxford, argumenta en su ensayo sobre prosperidad y propósito en las empresas contemporáneas80 por qué las escuelas de negocios y las empresas contemporáneas se equivocan al secundar la máxima del economista Milton Friedman según la cual la única responsabilidad social de una firma es usar sus recursos del mejor modo para aumentar sus beneficios tanto como sea posible sin abandonar los límites del juego. Al pensar únicamente en compensar a accionistas y empleados estratégicos, las empresas transnacionales se habrían convertido, argumenta Mayer, en caricaturas de un materialismo ciego, empeorando tanto sus perspectivas a largo plazo como su papel y percepción en la sociedad: en la carrera por optimizar todos los ámbitos y eliminar cualquier coste supletorio siempre que la transformación tenga sentido en la hoja de cálculo, olvidando sus consecuencias en la vida real, las grandes empresas han dejado de tener un propósito al que aspirar, un objetivo capaz de ilusionar tanto a su entorno como a los propios trabajadores, colaboradores, proveedores, clientes, etc.

Un artículo científico81 de los economistas Oliver Hart y Luigi Zingales respalda la tesis de que la rentabilidad no es el único criterio que debería contar para directivos y accionistas, pues las condiciones sociales y medioambientales de los mercados donde operan las empresas transnacionales —o sus proveedores, a menudo encubiertos—, repercutirán cada vez más sobre su futuro. Además de la necesidad de capital financiero, las empresas se sirven directamente de personas, capital intelectual y capital material, así como de recursos sociales y medioambientales.

Más que aumentar su presupuesto en campañas de relaciones públicas y actos benéficos o de patrocinio y mecenazgo, las empresas podrán servirse de aplicaciones sobre la cadena de bloques, pues su arquitectura saca partido de la interdependencia entre los participantes, los cuales salvaguardan sus intereses y florecen en función de sus deseos y aciertos, sin olvidar —eso sí— que las reglas de juego están implícitas en la propia herramienta sin intermediación: en términos filosóficos más que empresariales, podemos afirmar que una infraestructura blockchain es un fenómeno «emergentista»82, que designa a sistemas cuyas propiedades como un todo no son reducibles a la suma de las partes constituyentes, porque lo logrado con el funcionamiento global tiene una calidad más compleja, o emergente. La conciencia, por ejemplo, es un fenómeno emergente, pues no se puede reducir a la suma de impulsos químicos en el sistema nervioso y el cerebro. El comportamiento orgánico del conjunto logra propiedades muy superiores, que autores como el físico británico David Deutsch asocian con el carácter probabilístico de los componentes más diminutos que conforman la realidad: el mundo cuántico83.

LA DIALÉCTICA ENTRE LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

Los fenómenos emergentes pueden ser naturales o haber sido creados por el ser humano. Pero, en todos ellos, el resultado logrado por el todo es superior a la mera suma aritmética (y reduccionista) de las partes. No solo nuestra propia conciencia es emergente: también lo son Internet, una cadena de bloques o un hormiguero (la colonia es más «inteligente» que la mera suma del comportamiento individual de sus individuos). El físico teórico y divulgador Carlo Rovelli evoca la importancia en el universo de un concepto prácticamente desconocido para el gran público, el de «información relativa»84.

Según Rovelli, «en la naturaleza, las variables no son independientes; por ejemplo, en cualquier imán, los dos extremos tienen polaridades opuestas. Conocer la de uno implica saber la otra. Así que podemos constatar que cada extremo 'contiene información' sobre el otro. No hay nada mental en esto; es simplemente una manera de decir que existe una relación necesaria entre las polaridades de los dos extremos».

Figura 4.4. Tejer estructuras complejas implica comprender la corresponsabilidad de un sistema complejo dominado por la interdependencia de sus elementos. La tradición japonesa de la cestería con bambú sirve como metáfora de la cadena de bloques. En la imagen, «esculturas» tejidas en bambú por el maestro japonés Honda Shoryu. Exposición Fendre l'air (hendir el aire) sobre el arte japonés del bambú, instalada en el museo del muelle Branly - Jacques Chirac (museo etnológico francés) entre el 27 de noviembre de 2018 y el 7 de abril de 2019.

La naturaleza se compone, por tanto, de sistemas interrelacionados, pues sus partes integrantes cuentan con información recíproca. Por ejemplo, el color de un haz de luz acarrea información sobre el objeto en cuya superficie la luz se ha reflejado; un virus cuenta con información de la célula que pretende atacar. Si este es el modo en que la información se comporta en el universo, podemos servirnos de una especulación teórica para observar con cierta perspectiva la belleza de un esquema mutualista como el de una cadena de bloques eventualmente usada por millones (o decenas, cientos de millones de personas): el nexo común entre información relativa, la estructura de blockchain y los principios del mutualismo es la emergencia. El todo es superior a la suma de las partes.

Paradójicamente, y pese a su naturaleza algorítmica, la cadena de bloques promete facilitar una comunicación más humana (o, al menos, con valores potencialmente más «humanistas», como el principio de la colaboración y el diálogo transaccional como origen de consensos más amplios). Con el éxito de proyectos distribuidos sin intermediación y a prueba de mecanismos manipuladores, la comunicación entre personas, algoritmos y máquinas distribuiría las posibles tensiones y puntos de rotura entre un mayor número de participantes, evitando diseños que opten orgánicamente por el beneficio de unos pocos, sin coartar la libertad de decisión ni otros factores que diferenciarán a los participantes: el talento, la determinación para experimentar y prosperar rápidamente de unos; y perspectivas más ponderadas y sosegadas de otros, que preferirán buscar un equilibrio entre esfuerzo y réditos.

INTERNET 3.0 DEPENDE DE LA VOLUNTAD DE LOS USUARIOS

Desde su aparición formal en 2009 con el lanzamiento de Bitcoin, la estructura de bases de datos blockchain se ha convertido en blanco de todas las especulaciones: para unos, el proyecto es humo en forma de artículos, declaraciones de buenas prácticas y promesas; para otros, la cadena de bloques es el mal encarnado, una especie de Aleph negativo que, en vez de concentrar todos los puntos posibles del universo como el del cuento de Borges85, es el reducto de todos los males, desde la nueva factoría virtual de canjeo de dinero negro y crimen cibernético hasta el origen o fin último de todos los desatinos de la Internet actual.

Blockchain no puede ser las dos cosas a la vez. O fraude en potencia a partir de una idea descabellada debido a sus constricciones técnicas y operativas (capacidad de procesamiento y energía consumida, dependencia de nodos que actualicen la cadena de bloques y, por tanto, creen una élite dentro del sistema, etc.); o peligro para el orden establecido (por su capacidad de propagación, o en tanto que alternativa al marco jurídico y técnico de Estados y organizaciones supranacionales, etc.).

Una cadena de bloques consiste en un conjunto de registros compuestos de transacciones firmadas con clave pública y agrupadas en bloques (o conjuntos de referencias a estas transacciones). Cada bloque está asociado criptográficamente con el bloque anterior, lo cual impide la alteración de esta relación una vez el último bloque ha sido aprobado por la red de nodos P2P mediante un proceso de consenso: la actualización más replicada en la comunidad (la más popular) es la legítima. A medida que la cadena añade más bloques, los viejos bloques son más difíciles de modificar de un modo legítimo y aprobado por la comunidad, y se crea una inviolabilidad reforzada en la práctica.

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