Blockchain

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Epílogo. El contrato social de la Web 3.0

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LO QUE DEPENDE DE NOSOTROS

«Pretender la masa actuar por sí misma es, pues, rebelarse contra su propio destino, y como eso es lo que hace ahora, hablo yo de la rebelión de las masas. Porque a la postre la única cosa que sustancialmente y con verdad puede llamarse rebelión es la que consiste en no aceptar cada cual su destino, en rebelarse contra sí mismo».

—José Ortega y Gasset: La rebelión de las masas, Diario

El Sol, Madrid, 1929.

EL TROYANO DE LA SAGA

Como ocurre en todas las sagas, el desarrollo en apariencia impredecible de los acontecimientos conduce a los acertijos ocultos en el origen de la historia. Esta saga, la de blockchain y la Web 3.0, no es una excepción.

El rapto de Helena de Troya por Paris en La Ilíada es un principio en apariencia aleatorio que inspirará otros principios en apariencia aleatorios en un eterno retorno que nos lleva tanto a tiempos remotos como al futuro ante nosotros: la posibilidad humana en estado puro, sin los atavismos de la proximidad a las presiones cotidianas. El uso metafórico del término «troyano» evoca a ese rapto primigenio, pero también al mundo técnico que forma parte de nuestra civilización. Blockchain es el «troyano» descentralizador engendrado por los poderes centralizadores del Anillo Único, los grandes servicios de rastreo de datos.

El troyano P2P ha madurado al fin, y se postula como un modo de recuperar el espíritu artesanal de la Red, menos nostálgico y más alineado con las posibilidades de la infraestructura actual. Este entorno entre usuarios pretende construir y usar los servicios descentralizados de la Web 3.0. ¿Puede la cadena de bloques situarse en el epicentro de los nuevos protocolos abiertos para que los usuarios controlen su presencia, datos y actividad en Internet? ¿Podrán los usuarios decidir quién, cómo y a cambio de qué consulta esta información?

Para comprender la evolución y potencial de blockchain una vez se extienda el uso de smart contract y DApp, hay que retornar al pecado original de su creación. En el bloque génesis de Bitcoin, su creador, Satoshi Nakamoto, inscribió un despacho en apariencia cotidiano que, sin embargo, evoca el sentido primigenio inspirador de la primera cadena de bloques: iniciar una revolución de autosuficiencia descentralizada, empezando por la parte más sensible y susceptible de financiar otras revoluciones subsiguientes de espíritu mutualista. La criptomoneda es la emancipación con respecto a los bancos centrales, a los agentes intermediarios y a los mecanismos que condicionen la tenencia e intercambio de un dinero que reside en una red descentralizada a prueba de falsificaciones, capaz de detectar el doble gasto y resistente a ataques a gran escala.

Para lograr esta emancipación mutualista, los impulsores y entusiastas de blockchain confían en Internet, y se limitan a añadir los protocolos que garanticen su descentralización y vuelta al origen: la radicalidad democrática, el derecho al anonimato y la autonomía con respecto a las instituciones tradicionales. Internet compite en complejidad con blockchain, pero ambas tecnologías guardan un paralelismo esencial. Conforman una arquitectura sostenida por capas de distinta función y naturaleza, que han requerido una mejoría y mantenimiento constantes.

Internet es el ensamblaje precario de cinco capas interdependientes, pero muy distintas entre sí: infraestructura física (cables, enrutadores, etc.), conexión de datos (Ethernet, Wifi, etc.), arquitectura de red (Protocolo de Internet), transporte de paquetes de datos (TCP, UDP), y, finalmente, aplicaciones (lo que vemos como usuario: HTTP para la Web, SMTP para el correo, FTP para transferir ficheros). La cadena de bloques sigue una estructura de capas muy similar, todavía en proceso de maduración. La infraestructura física, las conexiones y la infraestructura de red equivalen a las de Internet. El transporte de datos requiere nuevos protocolos en modelos que integran blockchain, inspirados en el espíritu abierto, descentralizado e interoperativo de la Red: entre el transporte de datos, aparecen protocolos para intercambiar valor (Bitcoin), firmar contratos inteligentes entre partes y usar aplicaciones distribuidas (Ethereum). A diferencia de las aplicaciones web tradicionales, los servicios que se sirven de la cadena de bloques sustituyen los términos de servicio heredados del derecho tradicional por una serie de normas «escritas» en la propia arquitectura de la cadena de bloques. La infraestructura es de carácter descentralizado, tiene un diseño de espíritu mutualista y desoye textos jurídicos de servicio tradicionales, al sustituirlos por un diseño anónimo y sin intermediarios institucionales, sobre el que se pueden diseñar marcos jurídicos a medida y bajo demanda, a través de la función de smart contract.

Estas «leyes de facto» que se pueden construir a la carta sobre la cadena de bloques usando contratos inteligentes, aplicaciones distribuidas e incluso organizaciones autónomas descentralizadas (DAO) con un estatuto jurídico en el limbo (algo así como un barco que permanezca en aguas internacionales y declare llevar en su mástil una bandera apátrida), generarán tensiones con las leyes jurisdiccionales del mundo físico.

El papel de blockchain en el futuro de Internet se asemeja al de Neo en The Matrix. En términos de la Saga de Internet que nos ocupa, Neo creyó primero que era un simple hacker con el objetivo de combatir los corsés del mundo corporativo en su tiempo libre. Pero, a medida que su trabajo contribuye a la maduración de una red de comunicaciones descentralizada, esta alternativa al mundo corporativo pretérito se convierte en el nuevo poder establecido. Solo una tecnología capaz de subvertir el poder de los nuevos algoritmos monopolísticos puede crear un «error del sistema» que devuelva la autonomía real a los usuarios. Del mismo modo que Neo es un troyano en The Matrix, blockchain podría constituir el troyano de los servicios monopolísticos de la Web 2.0.

Todos los comienzos son arduos. Blockchain se encuentra en su momento particular de problemas técnicos, cuellos de botella y escándalos que rozan el surrealismo, lo que aumentará la frivolidad periodística en los próximos tiempos... hasta que los primeros servicios abiertamente útiles y populares transformen la opinión predominante. Quizá su propia arquitectura pueda prevenir a sus servicios de una deriva hacia la concentración empresarial y el rastreo de datos sin escrutinio público.

GIRO ORIENTALISTA

El filósofo orientalista francés François Jullien cree que la mejor manera de conocernos a nosotros mismos consiste en profundizar en lo que sabemos de otras civilizaciones. Eurasia, ese supercontinente fecundado por el sincretismo y los intercambios culturales, conserva en sus extremos la idiosincrasia de dos civilizaciones: la europea y la del Extremo Oriente352.

Asistimos al auge de China, en paralelo con la esclerosis del orden surgido en Occidente a fines de la II Guerra Mundial. Este orden, Pax Americana, muestra síntomas indudables de agotamiento y nos devuelve a un punto en la historia similar a los inicios de la Era de los descubrimientos, cuando la cerrazón del Imperio Otomano de las rutas tradicionales de comercio con Asia empujó a portugueses, españoles y al resto de Europa Occidental a buscar alternativas. En el proceso, los pequeños reinos ibéricos se toparon con un nuevo hemisferio hacia el poniente y completaron la circunnavegación del planeta. Paradójicamente, unas décadas antes, a inicios del siglo XIV, el explorador chino Zheng He había navegado con la mayor flota botada hasta la fecha desde el mar de la China Meridional hasta la costa africana, sin mostrar el mismo interés que los europeos por el derecho de conquista y explotación de tierras de ultramar.

China e India, las dos civilizaciones más ricas y pobladas a inicios de la Era de los descubrimientos, habían perfeccionado un complejo sistema de relaciones políticas y comerciales que convertían a ambas regiones en autosuficientes; Occidente, por el contrario, sembraba entonces el germen de la mundialización con el comercio cultural, humano y agrario que conocemos como intercambio colombino: ya en el siglo XVI, la plata española procedente de América atraía a comerciantes chinos a la recién fundada Manila, donde crearían su propio barrio junto a la plaza fuerte amurallada que los españoles situaron para afianzar el comercio con las Indias.

Iberia fue la avanzadilla del dominio europeo del mundo, producido con algo más que una mentalidad extractiva apuntalada con avances en la navegación, el ordenamiento jurídico originado en el derecho romano y un relato misionario del cristianismo. El ensayista Jared Diamond lo resume en una combinación letal a favor de los europeos: armas, gérmenes y acero353. Esta combinación ganadora, así la capacidad de los europeos para reconocer y aprovechar las ventajas de las culturas subyugadas, desde sus cosechas a las rutas de culto religioso, comercio y administración creadas por los nativos, transformarían el mundo para siempre. Otro ensayista, el también estadounidense Charles Mann, nos explica por qué el intercambio colombino es el inicio del proceso que culminó con la cibernética (y con blockchain)354.

Peo la Era de los descubrimientos empieza mucho antes, y parte de una cosmogonía: una manera de ver el mundo, de hablar, de pensar y de concebir la metafísica. La cultura occidental parte de la filosofía griega y la metafísica judeocristiana. Aunque nos consideremos parte de sociedades modernas y laicas, ni siquiera el batiburrillo de tendencias del postmodernismo —que nos hace pensar en ocasiones que somos protagonistas de The Matrix o de Ready Player One— anula nuestra pertenencia a una cosmogonía occidental: para bien o para mal, compartimos una manera de comprender al ser humano y lo que le rodea, una familia de lenguas, una concepción filosófica y metafísica de la existencia.

Internet profundiza en el relativismo cultural postmoderno: el filósofo anglo-ghanés Kwame Anthony Appiah355 —referencia intelectual en el África subsahariana y experto en la traumática relación entre esta parte del mundo y el eurocentrismo—, y el historiador británico Peter Frankopan356, coinciden en la idea de que lo que llamamos «civilización occidental» es una construcción esencialista de lo que en realidad es una evolución sincrética en la parte occidental del mundo conocido antes del «descubrimiento» de América, con un intercambio incesante entre pueblos y lo que hoy llamamos civilizaciones.

El filósofo François Jullien es consciente de que, cuando hablamos de «civilización occidental» y la contraponemos a «civilización oriental», estamos simplificando la historia y el acervo de los dos extremos de Eurasia. No obstante, los europeos comparten una cosmogonía y una manera de interpretar la realidad, del mismo modo que los pueblos de Extremo Oriente evolucionaron con la influencia de guerras, incursiones y una familia de religiones, la dhármica —surgida en la parte próxima al Himalaya del subcontinente indio—, que extendieron su influencia por toda la región desde antes de nuestra era (cuando hablamos de «nuestra era», nos referimos al calendario cristiano, creencia surgida en unas circunstancias y a partir de un determinado relato metafísico).

HUMANOS, DEMASIADO HUMANOS

Pese a la existencia de una inabarcable escala de grises, las comparaciones entre la manera de ver el mundo de civilizaciones distintas nos aportan pistas esenciales para comprender por qué la Revolución Industrial y la propia evolución tecnológica en el mundo tomaron una deriva que aspiraba a la cuantificación exacta de la realidad y a un carácter esencialista y estático del mundo: desde Sócrates y el idealismo de su discípulo Platón, Occidente ha dividido al propio ser humano en lo físico y lo ideal (cuerpo y alma), y esta construcción dualista se impuso también en el resto de las cosas. Los pensamientos griego y judeocristiano abusaron de la idea de «meta», o más allá.

El escritor japonés Junichiro Tanizaki, que había crecido en plena modernización de su país a raíz de la apertura comercial a Occidente (forzada por Estados Unidos con una flota de navíos cañoneros), escribió ya anciano su obra más célebre, un bello y escueto tratado estético oriental. En ella, el autor pretende recoger la belleza de una cultura fundada en el reconocimiento de la transitoriedad de la existencia y de los matices situados «entre» fenómenos, en un momento en que la tecnología occidental y la electrificación los hacen desaparecer para siempre357.

¿Cómo habría sido el mundo moderno, si la industria y la tecnología hubieran partido de la mentalidad oriental?, se pregunta el autor: «(...) si Oriente y Occidente hubieran elaborado cada uno por su lado, e independientemente, civilizaciones científicas bien diferenciadas, ¿cuáles serían las formas de nuestra sociedad y hasta qué punto serían diferentes de lo que son? Este es el tipo de preguntas que me suelo plantear habitualmente. Supongamos, por ejemplo, que hubiéramos desarrollado una física y una química completamente nuestras; las técnicas, las industrias basadas en dichas ciencias habrían seguido naturalmente caminos diferentes, las múltiples máquinas de uso cotidiano, los productos químicos, los productos industriales habrían sido más adecuados a nuestro acervo. Posiblemente sería lícito pensar que los propios principios de la física y de la química, considerados bajo un ángulo distinto al de los occidentales, habrían tenido aspectos muy diferentes a los que hoy en día se nos enseña en lo que respecta, por ejemplo, a la naturaleza y las propiedades de la luz, de la electricidad o del átomo».

Las civilizaciones orientales, influidas por las religiones dhármicas y por su atención por el flujo de las cosas, así como por la integración entre el ser humano y lo que le rodea, eludieron la idea del ego y evolucionaron ajenas al montaje dualista que arraigaba en Occidente. En Oriente, personas y entorno no yacían en compartimentos estancos, y los modelos de personas, animales y cosas no respondían a «modelos ideales»: cuerpo y alma no estaban separados. Como consecuencia, el mundo no se interpretó como una versión de andar por casa del «meta» griego o el más allá judeocristiano, sino que el interés se centró en el flujo de las cosas. En lugar del «meta», la cultura oriental celebró el «entre»: la transitoriedad de las cosas, su envejecimiento y cambio de acuerdo con el devenir del tiempo y la acción de los elementos sobre la apariencia358. Las lenguas sino-tibetanas y, en menor medida, las lenguas de la península de Corea y Japón (agrupadas de manera controvertida entre la familia altaica), no designan conceptos precisos con palabras cuya raíz se pierde en el tiempo, sino que nombran la realidad contrastando dos conceptos. Gracias al uso de dos contrarios, el significado del término construido emerge «entre» los extremos de la polaridad. Los términos «exactos» y estáticos de la familia indoeuropea derivan de raíces apegadas a una raíz primigenia: «paisaje» hace referencia a un «país». En cambio, en Oriente, el «paisaje» surge de la oposición de dos conceptos contrarios: el «paisaje» es aquello entre la «montaña» y el «agua».

Nuestra manera de ver el mundo, platónica en esencia, explicaría por qué la filosofía occidental se ha centrado en ver la realidad en un momento y estado preciso: han interesado el «hielo» (agua congelada), el «agua» y el «vapor de agua», así como la explicación científica que asocia estos tres estados de una composición química abundante en nuestro astro. Siguiendo con esta metáfora de François Jullien, la manera de ver el mundo oriental se ha interesado en el fenómeno del hielo derritiéndose (no en el absoluto atemporal, sino en el fenómeno transitorio, la melodía del flujo de las cosas).

ZEN Y EL ARTE DEL MANTENIMIENTO DE LA CADENA DE BLOQUES

La Ilustración, el positivismo, la visión analítica de la información y su deriva tecnológica —que culminaría en la informática y la cibernética—, son fruto del pensamiento occidental y, en tanto que tales, cuentan con las ventajas e inconvenientes de nuestra visión de las cosas: obsesionados con definir de manera inequívoca lo que es «veraz» y lo que es «exacto», nuestras herramientas han olvidado que todas nuestras construcciones, desde las matemáticas abstractas a los lenguajes de programación, pasando por la cadena de bloques, responden a una construcción coherente, pero sometida a la revisión constante, pues versiones mejoradas de viejos conceptos superan y sustituyen a los anteriores. Este proceso eterno de ensayo y error de conjeturas y tecnologías que se ha acelerado en el mundo desde inicios de la Ilustración, nos lleva a los retos de la actualidad, así como al campo de pruebas sobre un tipo de mutualismo que pretende distribuir valor del modo más eficaz y justo conocido hasta la fecha: la cadena de bloques.

Pero la cadena de bloques también está sujeta a este proceso de mejora constante a partir de la experimentación con el ensayo y error (técnica que el filósofo austro-británico Karl Popper denominó falsacionismo): viejos fallos son parcheados y nuevas versiones tratan de mejorar viejos problemas, generando a su vez nuevos quebraderos de cabeza en un sistema complejo en el que prevalece la interdependencia. Este «estira y afloja» entre los componentes de un sistema emergente es análogo al fenómeno en el universo que el físico Carlo Rovelli define como «información relativa», relativo a la interdependencia de las cosas. Si recordamos a Rovelli de los primeros capítulos, evocaremos su metáfora sobre la relación entre variables: el color de un haz de luz contiene información sobre el objeto en cuya superficie se ha reflejado esta luz. Del mismo modo, las trazas de actividad en un sistema complejo e interdependiente, como una base de datos distribuida de la que se sirven millones de contratos inteligentes, aplicaciones distribuidas y usuarios, contienen información sobre los objetivos, miserias y grandezas del código de la plataforma donde todo tiene lugar, así como la calidad de las instrucciones de cada contrato inteligente o la utilidad que cada usuario encuentra en cada aplicación distribuida.

De repente, nos damos cuenta de que una plataforma distribuida como Ethereum no es más que un sistema artificial de información distribuida, un organismo «emergente», pues la complejidad de la totalidad del sistema es superior a la mera suma algebraica de los componentes. Asistimos al nacimiento de versiones mutualistas y distribuidas de «conciencias», en las que cada nodo cuenta con resortes sobre los que influir y, del mismo modo, su estado dependerá también de la actividad y acciones de otros nodos. Blockchain nos recuerda la interdependencia de los sistemas emergentes, así como la belleza de fenómenos como el surgimiento de la vida en la Tierra o la iluminación de la propia conciencia humana, la cual —dice el mito griego—, perfeccionó su pensamiento crítico —la razón, el conocimiento—, gracias a la colaboración del titán Prometeo, que robó el fuego de los dioses para otorgarlo a los mortales.

Deberíamos, por una vez, estar a la altura y sostener esta antorcha como si fuera la primera vez: con esperanza y con sentido de la responsabilidad, a sabiendas de que muchas cosas irán mal... y muchas cosas también pueden ir bien. Aunque quizá debamos aspirar a que cada vez haya más cosas que vayan no solo bien, sino muy bien. En eso consistía el concepto, fraguado en la Ilustración, de «progreso». El progreso humanista afirma lo mejor de nosotros, mientras la técnica deshumanizada y sin voluntad ética ha estado detrás de algunos de los momentos más oscuros de la historia reciente. Blockchain promete facilitar la colaboración e intercambio de valor entre interlocutores que no se conocen ni necesitan fiarse mutuamente, pues el propio diseño del entorno evita vulnerabilidades presentes en sistemas de intercambio anteriores, dependientes de la autoridad y el arbitraje (cuando no arbitrariedad) de intermediarios.

TREINTA AÑOS DESPUÉS

Quizá las plataformas de contratos inteligentes y aplicaciones distribuidas, que experimentan con nuevos mecanismos para alcanzar el consenso colectivo en actualizaciones (tales como la prueba de participación, PoS, usada por Ethereum desde la actualización Constantinople, o Ethereum 2.0; o la prueba de autoridad en cadenas privadas, PoA), hagan viable un mundo en que quienes así lo decidan puedan intercambiar habilidades y productos a cambio de lo que demanden gracias a organizaciones autogestionadas por sus participantes en un contexto libre, anónimo y seguro. Estas cooperativas albergarán también organizaciones autónomas descentralizadas y quizá aporten soluciones novedosas a los principales retos de las próximas décadas, tales como la necesidad de impulsar organizaciones que fomenten la economía circular a escala suficiente, o de paliar los problemas ocasionados por la crisis climática con unos métodos e inventiva que todavía no conocemos359.

El significado que emerge oponiendo significados o comportamientos contrarios nos ayuda a reflexionar sobre el devenir de Internet. Merece la pena contrastar la actitud de dos personajes importantes en Internet y en la saga que nos ocupa: Tim Berners-Lee, creador de la World Wide Web en 1989; y Timothy C. May, autor del Manifiesto criptoanarquista. En 1988, Tim May escribía desde California que «un espectro recorre el mundo moderno». Esta cita indirecta de Marx manifestaba, ante todo, la voluntad de un grupo de pioneros en criptografía y cibernética para garantizar el carácter libre de Internet, donde espíritus socializadores y ácratas pudieran florecer sin padecer el acoso de Estados u organizaciones; su manifiesto, publicado el mismo año, ensalzaba la naturaleza libertaria y criptográfica de una cibernética que debía aspirar a crear una sociedad mejor.

Menos de un año después, Berners-Lee presentaba su protocolo para facilitar el acceso del público a documentos de hipertexto e hipermedia, sin importar el sistema operativo de los usuarios conectados. Con los años, Berners-Lee mantendría su espíritu crítico, abierto y humanista, siempre dispuesto a compartir reflexiones y protocolos que garantizaran la estabilidad, interoperabilidad y libertad de la World Wide Web. Tim May, por el contrario, se convirtió en un carácter huraño y denunció cualquier estructura o ayuda estatal a ciudadanos «parásitos». May evolucionó hacia posiciones que, en los últimos tiempos, flirtearon con el extremismo ideológico y racial: en 2003 escribió en un foro que estaba a favor de la destrucción nuclear de Washington DC, que aniquilara «a un millón de políticos criminales y a dos millones de parásitos sociales de barrios urbanos populares». Con los años, sus viejos aliados en el mundo criptográfico dieron la espalda a quien había sido un brillante ingeniero informático celoso «con llegar a la verdad de las cosas», tal y como ha declarado el activista cibernético y pionero del software libre John Gilmore, viejo amigo de May decepcionado con su deriva y con el deterioro de la salud física y mental de este. Tim May, considerado un pionero de Bitcoin y blockchain, moría el 13 de diciembre de 2018 en su casa de Corralitos, California, a los 66 años. Llegaba a su fin aislado, asustadizo y misántropo. En los años noventa, la misma persona era entrevistada por autores como Steven Levy para artículos en Wired y ensayos como Crypto360. Según Levy, quien había definido la «ética hacker» en 1984, «[May] Llevaba la iniciativa y entendió lo que ocurriría y qué iban a traer todas esas oscuras tecnologías».361

En marzo de 2019 se cumplían tres décadas desde que un investigador británico entonces destinado en el laboratorio paneuropeo de investigación nuclear con sede en Suiza, CERN, presentara un sistema de distribución de hipertexto e hipermedia compatible con cualquier equipo informático conectado a Internet: la World Wide Web, WWW.

En estas tres décadas, hemos pasado de considerar la alfabetización digital y el acceso a la Red como poco menos que un derecho fundamental, a observar el arraigo de fenómenos asociados con la expansión del nuevo medio que resultan menos positivos y cuya deriva debería preocuparnos: la facilidad para crear algoritmos que difunden desinformación cuando esta genera interés y beneficios económicos, ha propagado mensajes esencialistas, fanáticos y polarizadores. Asistimos, debido a los incentivos perversos de los algoritmos usados por los principales servicios de Internet, a bucles de información a menudo tóxica y anacrónica que utilizan un medio cibernético que solo pudo surgir en un momento de aceleración de los intercambios y la colaboración a escala planetaria.

El colmo del fenómeno está asociado a la misma Era de los descubrimientos que situó a los dos reinos ibéricos, hasta entonces potencias europeas periféricas, en la avanzadilla de la expansión europea por el mundo. El intercambio colombino pudo producirse porque los promotores de las expediciones portuguesas y españolas, desde la propia realeza hasta los empresarios navieros, pasando por la tripulación, confiaron en la hipótesis de la tierra esférica, desarrollada ya por los presocráticos y reconocida como tal por la cristiandad, desde Agustín de Hipona (siglo IV) a Isidoro de Sevilla (siglo VI). Navegar hacia el poniente debía conducir a las Indias y, todavía en vida de los expedicionarios que habían acompañado a Colón, la Corona Española financiaba la primera circunnavegación de la historia.

HACIA UN CONTRATO SOCIAL CIBERNÉTICO: LA WEB QUE QUEREMOS

Internet, esa herramienta global y descentralizada que ha requerido el desarrollo de la máquina analítica, la ciencia computacional y la cibernética para existir, difunde a través de sus servicios comerciales más exitosos en la actualidad, los cuales se comportan como monopolios de facto (contradiciendo así el supuesto carácter fragmentario y descentralizado del medio), mensajes de grupos que declaran con toda seriedad que la Tierra es en realidad plana. Estos flatearthers362, fruto postmoderno de la superstición y estupidez humanas, nos demuestran hoy que ninguna herramienta difundirá per se el conocimiento científico, el progreso humanista y la prosperidad material. Incluso las herramientas con una automatización mejor programada para respetar un uso equitativo, interdependiente, corresponsable y celoso con la autonomía y privacidad de los participantes (como blockchain), dependen del factor humano para evitar que los peores actores diluyan sus efectos potencialmente más positivos.

Es ahora, llegados al final de este libro, cuando debemos recordar que apenas nos encontramos en el principio de una saga que no es literaria, sino que sucede ante nosotros y requiere tanto nuestro sentido crítico como nuestra participación. El 12 de marzo de 2019, con motivo del trigésimo aniversario de la puesta en marcha del primer servidor de la WWW en el laboratorio CERN, Tim Berners-Lee concedía una entrevista a Alex Hern en The Guardian363. Era el momento de pasar revista a tres décadas de evolución de algo que empezó como pasatiempo de académicos y usuarios pioneros. El primer servidor, instalado por el propio Berners-Lee en el ordenador que usaba en el centro, una estación de trabajo NeXT —ordenador concebido por Steve Jobs tras ser despedido de Apple, y que constituiría el germen del vuelco hacia Unix en su retorno a la marca años después—, es hoy un objeto museístico que conserva un mundano adhesivo en el frontal de la unidad central de proceso del equipo NeXT en cuestión —color negro grafito, forma cúbica—. En el adhesivo, que Berners-Lee se vio obligado a añadir debido a los numerosos percances sucedidos en los inicios de la WWW, se puede leer (en inglés): «Esta máquina es un servidor. ¡No la apagues!». Todos recordamos viejas escenas en las que algún encargado de la oficina haya acabado algún proceso desconectando algún ordenador o —peor aún— retirando dispositivos de almacenamiento en caliente mientras el equipo sigue encendido...

Figura 16.1. Un poco de perspectiva para finalizar (que es empezar).

En la entrevista concedida a The Guardian, Tim Berners-Lee no está para monsergas y manifiesta su preocupación ante la deriva comercial, monopolística y propagandística de la WWW. No obstante, el creador del primer protocolo se niega a caer en el derrotismo y desempolva el espíritu ingenuo y altruista de los inicios de la Red, así como la voluntad de arrimar el hombro para, entre todos los participantes, lograr «el medio que todos queremos». Una herramienta inclusiva y basada en protocolos abiertos que, sin embargo, deberá establecer mecanismos de regulación que eviten el abuso, el crimen y el extremismo, tal y como sucede en el mundo físico.

La Red necesita, prosigue Berners-Lee, un «contrato social» que evite la concentración en la cúpula y la impunidad de los malos actores, y garantice a la vez los derechos de los participantes, que deberán dejar de ser «usuarios» y reivindicarse, también en el mundo virtual, como «ciudadanos». De este modo, los usuarios de la Red, en la actualidad la mitad de la población mundial, lograrían transformar el downgrade colectivo de los últimos años (cuando han sido clasificados como meros «usuarios», o comparsas de una maquinaria comercial sin intenciones humanistas ni ánimo ético), en un upgrade: en la Red, cualquiera cuenta tanto como cualquier otro y nadie debería sentirse obligado a renunciar a su derecho a la privacidad, ni a ceder sus datos y actividad a cambio de nada. «Es comprensible que mucha gente tenga sus dudas sobre si la Web es realmente una fuerza para el bien. Pero dado lo mucho que ha cambiado la Red en los últimos 30 años, sería derrotista y poco imaginativo suponer que la Red tal y como la conocemos, no se puede cambiar para mejor en los próximos 30 años. Si renunciamos a construir una Web mejor ahora, entonces la Web no nos habrá fallado. Nosotros habremos fallado a la Web».

Al fin y al cabo, «La Red es para todos», concluye Tim Berners-Lee, «y colectivamente tenemos el poder para cambiarla. No será fácil. Pero si soñamos un poco y trabajamos mucho, lograremos la Web que queramos.»

Aquí concluimos el legajo de esta saga, ¡oh, lector! Mi semejante, mi hermano364.

Ahora te toca a ti.

352. Jullien, François. Les transformations silencieuses. París, Grasset & Fasquelle, 18 de marzo de 2009.

353. Diamond, Jared: Armas, gérmenes y acero. Barcelona, Debate, 2006.

354. Mann, Charles C.: 1493: Uncovering the New World Columbus Created. Nueva York, Knopf, 9 de agosto de 2011.

355. Appiah, Kwame Anthony: There is no such thing as western civilisation. The Guardian, 9 de noviembre de 2016. www.theguardian.com/world/2016/nov/09/western-civilisation-appiah-reith-lecture?CMP=share_btn_tw.

356. Frankopan, Peter: The Silk Roads. Londres, Bloomsbury, 27 de agosto de 2015.

357. Tanizaki, Junichiro: El elogio de la sombra. Madrid, Siruela, 1994.

358. Jullien, François. Vivre de paysage ou L'impensé de la Raison: Ou l'impensé de la Raison. París, Gallimard, 13 de marzo de 2014.

359. Rovelli, Carlo. Relative information. Edge.org, 2017. www.edge.org/response-detail/27074.

360. Levy, Steven: Crypto: How the Code Rebels Beat the Government Saving Privacy in the Digital Age. Nueva York, Penguin Books, 2001.

361. Levy, Steven: Hackers: Heroes of the Computer Revolution. Nueva York, Anchor Press/Doubleday, 1984.

362. Timmer, John: Behind the Curve a fascinating study of reality-challenged beliefs. Ars Technica, 19 de marzo de 2019. arstechnica.com/gaming/2019/03/behind-the-curve-a-fascinating-study-of-reality-challenged-beliefs/.

363. Hern, Alex: Tim Berners-Lee on 30 years of the world wide web: 'We can get the web we want'. The Guardian, 12 de marzo de 2019. www.theguardian.com/technology/2019/mar/12/tim-berners-lee-on-30-years-of-the-web-if-we-dream-a-little-we-can-get-the-web-we-want.

364. Alusión a la invocación al lector de Charles Baudelaire en Les Fleurs du mal (1857).

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