Blitz

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Febrero

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FEBRERO

En Madrid saqué mis trastos del piso de Marta. Ella se mudó al piso del cantante uruguayo, pero yo no quise quedarme solo allí después de que ella se fuera. No quería encontrarme alguna pertenencia suya olvidada bajo la cama o al fondo de algún cajón y echarme a llorar como un niño. Prefería arrancar cuanto antes con la vida nueva. Me fui a casa de Carlos sin poner demasiado ahínco en encontrar piso en Madrid.

El día que vacié la casa me dibujé frente a las cajas apiladas antes de que dos rumanos las bajaran al camión mal aparcado. Ése era el mejor resumen de mis treinta años de vida. Veintidós cajas de cartón, una tabla de planchar, la bicicleta plegable y una silla de despacho en madera de nogal. Ah, y el galán de noche, única herencia de mi padre que mi madre se empeñaba en que conservara pese a que no gasto traje ni le doy utilidad al cajoncito para dejar los gemelos. Puede que a eso se reduzca la herencia de los padres, experiencias que no son de tu talla, biografías que no puedes volver a vivir.

Los padres de Helga le habían dejado en herencia aquella hermosa imagen de las parejas eternas y felices. Y su dolor oculto consistía en haber sido incapaz de imitar el modelo idealizado. Yo no tenía ese modelo en la memoria porque mi padre murió antes de estamparme la impronta. Su vacío señalaba una nada que quizá fuera mi nada al fin y al cabo; como mi madre, yo también era la parte de una pareja encadenada a una ausencia.

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