BlackJack

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—Luís —sentenció Damián como quien no cree en sus prsentenció Damián como quien no cree en sus propias palabras—. Él me visitó en sueños y me contó sobre la foto. Dijo que debería dártela.

La rubia abrió los ojos, incrédula, y clavó la mirada en el bajista.

—Entonces no fue un sueño. —Su piel se tornó blanca. ESu piel se tornó blanca. Extremadamente pálida.

—No tengo idea —respondió Damián—, capaz puedo man, capaz puedo manejar esa magia rara de invocar espíritus, no sé y tampoco quiero intequiero intentarlo. —Tenía miedo a todo lo que pudiese ser paranormal. —Si realmente pudieras manejar algo como eso, crear portSi realmente pudieras manejar algo como eso, crear portales y manejar los elementos, entonces serías un maestro dragón —A ella le agradaba la idea por más improbable que fuese.

Damián no contestó. Guillermo había mencionado algo sobre la importancia de la familia Ima en la historia de los dragones, pero el bajista no quería crearse falsas ilusiones al respecto.

—¿Te vas a llevar la foto? —preguntó.

Sorpresivamente, Diana negó con la cabeza

—Tengo miedo de perderla. La voy a dejar acá. Mis amigas me van a cuidar el departamento así que no le va a pasar nada. — Acomodó el daguerrotipo en un estante.

Pasaron varias horas ordenando las pertenencias de Damián hasta que pudieron hacer que lo más importante entrara en una mochlo más importante entrara en una mochila azul. Al terminar, se fueron a dormir. Necesitaban descansar antes del largo viaje.

Tierra

Un joven dragón condujo a la confundida multitud de magos hacia un subsuelo de la antigua construcción de piedra. Algunos pAlgunos pocos ya se habían acostumbrado al ambiente húmedo y la escasa iluminación del lugar, pero cada día llegaban más dragones en busca de un escondite donde pudiesen prepararse para una posible guerra.

Nadie sabía quién había construido aquel edificio subterráneo cuyas entradas se encontraban escondidas entre las montañas. Ni siquiera el viejo Murat conocía el origen del laberíntico espacio que había utilizado como hogar por casi mil quinientos años.

—Ya estamos llegando —anunció el joven Taro, único aprendiz del anciano Murat.

Tras atravesar un largo pasillo de piedra por cuyas paredes se filtraba lentamente el agua de un río cercano, la multitud se detuvo frente a una pesada puerta de madera que superaba los cuatro metros de altura. Taro abrió el ingreso utilizando poderosa magia, estirando ambas manos al frente para separarlas con brusquedad, en un gesto que imitaba el movimiento necesario para abrir las puertas manualmente.

Del otro lado del umbral había una antigua capilla que estaba siendo utilizada como sala de conferencias y reuniones. Las primeras

filas estaban ocupadas por casi doscientos dragones de tierra cuyas edades iban desde los veinte hasta los dos mil años aproximadamente, de todas las nacionalidades y grupos étnicos. Frente a ellos se encontraban cinco hombres.

En el centro estaba Murat, el líder. Un anciano de cabello violeta, casi negro, con largos bigotes que caían a los lados de su rostro hasta alcanzar su cuello. Vestía una túnica azul que le cubría todo el cuerpo. Su piel era oscura y tenía el rostro surcado por tantas cicatry tenía el rostro surcado por tantas cicatrices como arrugas, es decir, muchas.

A la derecha se encontraba Alsamir, su hermano menor y segundo en jerarquía de poder entre los dragones de tierra allí reunidos. El hombre era totalmente calvo, con un tatuaje uróboro que rodeaba su cabeza como si se tratase de una vincha, donde ambos extremos de la serpiente se encontraban sobre los ojos del dragón. Llevaba, al igual que Murat, una larga túnica oscura que cubría casi por completo su cuerpo, sin poder ocultar que al mago le faltaba la pierna derecha, y se encontraba sentado en una silla de ruedas.

A su lado había una mujer que aparentaba tener alrededor de cincuenta años humanos. Llevaba su largo cabello gris recogido en un modesto rodete que dejaba a la vista una cicatriz sobre el lado ina cicatriz sobre el lado izquierdo de su frente. Sus ojos tenían un grueso marco de delineador negro que recordaba a una figura gatuna. Vestía, al igual que los demás, con una túnica larga. Sus brazos y cuello estaban adornados, sin embargo, con gruesos accesorios de oro en estilo egipcio. Su nombre

era Mahji y estaba a cargo de la biblioteca mágica desde el siglo XVII.

Del lado izquierdo, junto a Murat, se encontraba Claude, quien lucía, a diferencia del resto, un traje negro de estilo victoriano con parches de cuero en los codos. Por debajo de la galera asomaba su largo cabello rubio que caía con elegancia por detrás de sus hombros. No aparentaba tener más de cuarenta años humanos y su apariencia era la de un mago de espectáculos viajeros de Inglaterra a comienzos de la revolución industrial.

Finalmente, podía verse a Dogth, el más joven del grupo. Un mago extremadamente hábil que estaba en camino a convertirse en Maestro dragón. Su especialidad era la magia espiritual, pero también manejaba perfectamente el espacio y el control. Le encantaba engañar a la gente con sus ilusiones. Su verdadero nombre era Douglas Fortier, pero no mucha gente lo sabía. Llevaba una mitad del cabello rapado y la otra, que le llegaba casi a la cintura, en color verde. Vestía siempre con su vieja campera de cuero y pantalones anchos en color negro. Tenía varios tatuajes que asomaban por su cuello y se escondían nuevamente debajo de la ropa, mientras que una docena de piercings atravesaban sus orejas, nariz, lengua y labio.

Aquellos cinco magos eran quienes lideraban a los desceellos cinco magos eran quienes lideraban a los descendientes de la tierra de todo el mundo.

—Tomen asienton—pidió Taro con amabilidad a la multitud de casi sesenta personas que, tímidamente, se acomodaron en el fondo del recinto.

Murat odiaba estar rodeado de gente, pero sabía que su raza confiaba en él. Nadie más podría organizar a un grupo tan heterogéneo. Suspiró mientras acariciaba un lado de su bigote con la mano.

—Bienvenidos. Como muchos de ustedes ya saben, mi no Bienvenidos. Como muchos de ustedes ya saben, mi nombre es Murat y esta es mi morada. Sé que hay numerosos recién llegque hay numerosos recién llegados, pero no me agrada repetir mis explicaciones, así que haré un breve resumen —se aclaró la garganta—, los dragones de aire nos están atacando. Quieren esclavizarnos como lo hicieron en el pasado, pero no vamos a permitirlo. Por eso, debemos unirnos para luchar juntos. Los más jóvenes no tienen experiencia en lucha y, los ancianos, posiblemente están algo oxidados. Todos tenemos nuestras especialidades y es en este lugar donde aprenderán como utilizarlas. Nosotros cinco somos Maestros Dragones. Cada uno enseñará magia de combate de una clase diferente —hizo un pausa—; hemos dividido este edificio en cinco grandes áreas. Cada una posee una serie de habitaciones para dormir y un espacio lo suficientemente grande ctaciones para dormir y un espacio lo suficientemente grande como para que puedan practicar sus hechizos. Los sitios comunes son la biblioteca del último subsuelo, el comedor y esta sala.

Su hermano lo interrumpió.

—Esto no es un escondite, estamos en un sitio de entren Esto no es un escondite, estamos en un sitio de entrenamiento donde nos prepararemos para luchar. Cualquiera que no tenga el valor para pelear, puede irse en este momento. —Nadie se lNadie se levantó—. Nosotros somos poderosos. Tenemos el conocimiento, la magia y, nuestra mejor arma, la comunicación. Los hijos de la tierra hablamos en muchos lenguajes y podemos comunicarnos con mayor facilidad. Eso nos ahorra tiempo y agiliza las explicaciones. Sepan aprovechar nuestro conocimiento. —Se escucharon algunos aplausos.

Murat tomó la palabra una vez más.

—Quienes sigan la senda de curación, vayan con Mahji.Quienes sigan la senda de curación, vayan con Mahji. —La mujer se puso de pie, seguida por un pequeño grupo que no superaba la docena—. Aquellos cuya especialidad sea el manejo de los cinco elementos, pónganse de pie y sigan a Claude. —La mitad de la sala se retiró—. Los hijos de la tierra que utilicen magia espacial, sigan a mi hermano. —Un portal se abrió en medio de la sala y una veintena de dragones lo atravesó—. Los que sean capaces de controlar la magia espiritual, si es que los hay, deberán marchar con Dogth. —Dos hombres y una adolescente se pusieron de pie y siguieron a su maestro—. Finalmente, ustedes aprenderán magia de control conmigo —Murat sonrió—. Me sorprende que sean tantos. —El anciano se puso de pie y comenzó a caminar, ayudándose con un bastón de madera—. Síganme, por favor.

Cuando todos se hubiesen retirado, Taro cerró la puerta del recinto. Se rascó la cabeza y suspiró. El muchacho estaba cansado de oír aquel discurso todas las semanas. Despeinó su ondulado cabello y abrió un portal. Tenía que continuar con la ardua labor de reclutar magos alrededor del mundo.

Adiós

La verdadera amistad no tiene precio. Puede perdonar, comprender y sobreponerse a todo. Por eso, Tamara y Aldana se levantaron temprano para despedir a la híbrida en su partida. Sabían que su amiga no les había contado toda la verdad y, sin embargo, allí estgo, allí estaban, en la terraza de aquel edificio de Palermo, a las seis de la mañana. Tenían sueño y bostezaban varias veces por minuto.

Dahirou también estaba presente, sentado en el piso contra el borde de la terraza. Preocupado. Por un lado, temía que los dragones no fuesen capaces de concretar la misión, por el otro, se había encendido la débil llama de la duda. Pensó que quizás, sólo quizás, aquellos jóvenes dragones fuesen culpables e intentasen huir.

Un mes. Treinta días era todo el tiempo que tenían para atrapar a Guillermo. Si luego de ese lapso no hubieran regresado, se daría una alerta de captura inmediata para Diana y Damián.

Todos tenían miedo, pero mostraban seguridad para mantener la calma.

—Nos vemos en un mes —dijo la híbrida a sus amigas,dijo la híbrida a sus amigas, forzando una sonrisa—, cuiden de Ramsés y del departamento. Cuando vuelva, las invito a comer en Puerto Madero —prometió. No sabía si sería capaz de cumplir con aquello.

Sus amigas comenzaron a llorar. La abrazaron con fuerza. Estaban preocupadas.

—Es hora de irnos —murmuró Damián—, no tenemos mucho tiempo.

Diana se alejó de sus amigas y desplegó las enormes alas. Se colocó su mochila al frente, como muchas otras mujeres solían hacerlo en el subte, para evitar robos.

—Estoy lista —aseguró.

El bajista se acercó a ella y colocó dos grilletes de metal, uno en cada muñeca de su amiga. Se trataba de un invento de Bantu, una especie de silla para que Damián pudiese viajar con mayor comodidad.—Espero no pesar mucho —se disculpó. Le avergonzaba que una chica tuviese que cargarlo, pero era la única forma de volar a través de una distancia tan grande.

—No te preocupés —afirmó Diana—, ya te dije que tengo fuerza sobrehumana, puedo llevarte como si fueras una bolsa de supermercado —bromeó. Luego, se volteó hacia donde estaban sus amigas—. ¡Nos vemos! —Gritó.

Se elevó un par de metros, dejando a la vista el formato de aquella extraña silla. De los grilletes que la híbrida llevaba en la muñeca salían unas gruesas cuerdas metálicas que sostenían una hamaca de cuero.

Damián se sentó y ajustó un sencillo arnés que lo mantendría sujeto a la silla, en caso de un movimiento brusco. Sin decir nada más, la joven alada se alejó con prisa de aquella terraza, cargando consigo a su mejor amigo. Tenían que volar hacia el oeste, atravesando La Pampa, Mendoza y el norte de Neuquén, antes de cruzar la cordillera para, finalmente, aterrizar en Chile.

Agonía

Durante la mañana, Diana avanzaba a gran velocidad. El clima era agradable y el viento los acompañaba, aligerando el esfuerzo de sus alas. Conversaban animadamente sobre sus pasatiempos y gusus alas. Conversaban animadamente sobre sus pasatiempos y gustos. Damián disfrutaba las anécdotas de Diana sobre músicos del pasado, recitales de artistas que habían muerto hacía ya mucho tiempo y la vida en Buenos Aires casi dos siglos atrás. Por su parte, a la híbrida le gustaba el poder abrirse con total sinceridad. Amaba poder hablar con alguien que creyera en sus palabras y no fuese su propia abuela.

Conforme el día avanzaba, el calor se tornó insoportable, y como se trataba de un día relativamente despejado, pocas nubes los ocultaban de los ojos humanos, obligándoles a volar más alto. Diana quería llegar a Chos Malal al anochecer para descansar antes de cruzar la cordillera. Se estaba esforzando demasiado, más de lo que su cuerpo podía soportar. Poco a poco, la temperatura alcanzó casi los cincuenta grados Celsius y el viento comenzó a moverse contra ellos. Pero, si continuaba ascendiendo, la temperatura descendería drásticamente y no podría avanzar.

Cada minuto la situación empeoraba y a la hibrida tuvo que disminuir la velocidad.

Debían aterrizar, pero el paisaje era desértico y no se veía ningún poblado cerca. Escasos vehículos transitaban la lejana ruta que parecía una delgada línea, varios metros debajo de ellos. Eran ya casi las cuatro de la tarde cuando, finalmente, pudieron descender cerca de una estación de servició en La Pampa. Diana había alcanzado su límite. Estaba agotada y hambrienta, pero no quería detenerse por mucho tiempo.

Caminaron lentamente hasta aquel pequeño establecimiento; la híbrida se sentía desfallecer. Sus piernas no le respondían y el calor le impedía respirar con naturalidad. Su rostro y espalda estaban totalmente rojos por el contacto directo con los rayos solares y sentía su ropa empapada en transpiración. Cada paso que daba aumentaba su agonía. Tenía la vista nublada y la garganta seca.

Cayó. Perdió el equilibrio antes de alcanzar su objetivo. No se desmayó, pero presentaba claros síntomas de un golpe de calor. Damián le dio una botella de agua y la tomó en brazos, con dificultad. El bajista también estaba débil, pero siguió avanzando.

Sintieron un enorme alivio al ingresar a la estación de servicio con aire acondicionado. Damián acomodó a su mejor amiga en una silla y pidió helado para ambos. Necesitaban algo frío que los ayudara a recuperar el aliento. Lentamente, ambos comenzaron a sentirse mejor. La respiración de Diana se normalizó y su rostro perdió la tonalidad rojiza. Les tomó casi tres horas el recuperarse lo suficiente como para continuar viajando. Antes de partir, se lavaron la cara y compre partir, se lavaron la cara y compra

ron más bebidas para el resto de la jornada. Finalmente, cuando el sol comenzó a esconderse, continuaron viajando.

Descanso

Llegaron a Chos Malal poco antes de la diez de la noche. El pueblo era pequeño y de casas bajas. Totalmente distinto al paisaje urbano de Buenos Aires. Todas las construcciones, sin importar su función, estaban realizadas en madera y ladrillo, coronadas con techo a dos aguas.

Los dragones lograron comprar una gaseosa y algunas empanadas, las últimas que quedaban, en una pequeña pizzería. No pudieron elegir los sabores, tampoco les importaba. Ambos estaban hambrientos luego del largo viaje.

No había demasiados establecimientos hoteleros y, dado que se encontraban en temporada de mucho turismo, les costó encontrar hospedaje. Preguntaron en varios lugares, hasta que, poco antes de la media noche, lograron alquilar una pequeña cabaña alejada del diminuto centro comercial.

Se trataba de un dúplex angosto de dos pisos. Cada nivel poseía un solo ambiente principal, subdividido y seccionado con mobiliario. La mitad de la planta baja se utilizaba como living, con un amplio sillón frente a un televisor de pantalla plana. El resto del piso lo ocupaba una sencilla cocina y la mesa de madera para cuatro personas donde los dragones se sentaron para cenar. Devoraron las empanadas con velocidad, sin siquiera fijarse en los rellenos.

—Me duele todo —comentó Diana, reprimiend comentó Diana, reprimiendo un bostezo—. Me voy a duchar y después a dormir ¿Te molesta si me baño primero?

Damián negó con un movimiento de cabeza. Aún tenía la boca llena de comida.

—Ya vengo. —La híbrida tomó su mochila e ingresó al baño. Se duchó con rapidez, utilizando el shampoo promocional que habían dejado allí los dueños de la cabaña. Enjuagó también su ropa sucia que colgó en un tender plástico atornillado en una esquina del baño. Finalmente, se colocó su camisón largo, rosa, con la leyenda “Mother Fucking Princess” que le había regalado Tamara para su cumpleaños y salió del baño.

—Listo —le avisó a Damián mientras buscaba el secador de pelo en el placard debajo de la escalera.

—Ahí voy. —El bajista también tomó su mochila e ingresó al baño, pero comenzó a llenar la bañadera. Quería quedarse en el agua un rato, pensando y reflexionando sobre el viaje que estaban emprendiendo.

Se quedó allí por casi dos horas, hasta que el sueño le obligó a salir. No quería dormirse en el agua. Se secó velozmente y, al igual que su amiga, enjuagó la ropa sucia para poder llevársela en la mochnjuagó la ropa sucia para poder llevársela en la mochila al día siguiente. Se puso el pijama e hizo un gesto de desaprobación. Le molestaba dormir vestido, pero no podía acostarse en ropa interior si compartía la habitación con su mejor amiga. Suspiró resignado y subió las escaleras para acostarse.

No le sorprendió encontrar una sola habitación, sin embargo, se ruborizó al notar que la cabaña contaba únicamente con una cama matrimonial. Se acercó lentamente y, como sospechaba. Diana ya estaba dormida.

Damián siempre había pensado que, cuando viera a la chica que le gustaba durmiendo, se encontraría frente a una adorable escena de película; de esas en las que la muchacha descansaba con una delicada sonrisa en el rostro, acurrucada entre sábanas rosadas. Pero le costó no reírse. La híbrida se había acostado boca abajo, en diagonal, ocupando todo el ancho y largo de la cama matrimonial, con sus brazos y piernas extendidos en forma de estrella. Tenía una almohada cubriéndole la cabeza y su pierna derecha sobresalía por debajo de las sábanas, entre las cuales se había enredado por tanto moverse. Un adorable desastre, sin duda. Era ridícula incluso al dormir.

El bajista se cubrió la boca con una mano, conteniendo la risa y se retiró. Bajó las escaleras nuevamente y se recostó en el sillón. No estaba realmente cómodo pero, sabía que Diana merecía un buen descanso luego de tan arduo día. Él también estaba cansado y se quedó dormido en pocos minutos.

El clima

—¡Buenos días! —Diana bajó las escaleras corriendo Diana bajó las escaleras corriendo, había recuperado su energía y buen humor aunque su cabello estaba hecho un desastre por haberse acostado cuando aún lo tenía húmedo.

Damián se volteó, sonriendo ante la ridícula apariencia de su amiga.

—Buenos días, parecés una bruja o algo así —señalóseñaló el cabello de la híbrida—. Iba a despertarte en unos minutos con el desayuno listo.

Cuando el bajista había abierto los ojos, aún no había amanecido, pero se sentía contracturado debido al sillón en el que había dormido. Luego de buscar por toda la casa, había encontrado una plancha con la cual preparó la ropa limpia, que ya estaba seca. Al finalizar, había salido en busca del desayuno. Afortunadamente, encontró una panadería de barrio, no muy lejos de la cabaña. Allí había conseguido algo de té y una docena de medialunas con jamón y quna de medialunas con jamón y queso.

—Si vamos a hablar de brujos, acá vos sos el experto en mSi vamos a hablar de brujos, acá vos sos el experto en magia —se defendió, sentándose a la mesa—. ¿Qué vamos a desayunar? Tengo hambre.

—Siempre tenés hambre —bromeó Damián —, espero que te guste lo que compré.

Colocó un plato sobre la mesa con las medialunas calientes, recién sacadas del horno. El queso derretido chorreaba sobre el plato, desprendiendo un aroma tentador. El bajista se sentó frente a su mejor amiga.

—Ah, casi olvido las tazas —extendió un brazo y sus iextendió un brazo y sus infusiones volaron hasta aterrizar sobre la mesa.

—Que buen servicio —comentó la híbrida, sonriendocomentó la híbrida, sonriendo—, muchas gracias por todo.

Tardaron casi una hora en terminar su desayuno, lavar las tazas y arreglarse para salir. Querían continuar viajando antes del mediodía para llegar a Santiago de Chile antes que cayera el sol.

Con sus mochilas ya cargadas, salieron al patio trasero de la cabaña. Diana desplegó sus alas y se elevaron con rapidez. Era un día soleado, pero el cielo estaba manchado con varias nubes que ocultarían su presencia y los protegerían del calor.

No notaron el error que habían cometido hasta que fue demasiado tarde. No habían mirado el pronóstico del clima. Al principio, creyeron que la presión que Diana sentía sobre sus alas era culpa de la gran altura a la que debían volar, pero luego notaron que el cielo se estaba oscureciendo, preludiando una tormenta.

La híbrida maldijo varias veces, entre nerviosa y asustada

—Agarrate fuerte —pidió a Damián. Antes que el bajista p pidió a Damián. Antes que el bajista pudiera contestar, Diana aceleró con brusquedad. Tenían que llegar a destino antes que comenzara a llover.

No lo lograron. El cielo comenzó a rugir estruendosamente, acompañado por intermitentes flashes. Aun no caía agua, pero eso era lo que menos les preocupaba. Las manos de Diana temblaban mientras su rostro palidecía ante el miedo causado por una traumática experiencia de su infancia.

—–No puedo seguir —su voz rozaba el llanto— — no sé qué hacer.

Asustado, Damián intentó animarla.

—Subí por encima de las nubes. Sé que podemos lograrlo.

—Lo… lo intentaré —contestó ella.

Estaban ya atravesando las nubes cuando un fuerte viento los arrastró hacia un lado, con tal fuerza y brusquedad que el arnés se soltó y Damián comenzó a caer.

Diana estaba paralizada por el miedo. Intentó bajar para salvarlo, se lanzó en picada por él. Estaba a punto de alcanzarlo cuando el viento les jugó otra mala pasada. Una fuerte ráfaga arremetió contra Diana, sus alas atraparon el aire como una bolsa y, cual velero, fue arrastrada. Chocó con una roca que sobresalía de entre las montañas y perdió el conocimiento.

Damián, por su parte, pudo controlar el miedo y logró manejar el viento con su magia para suavizar el aterrizaje.

.Perdido

Damián abrió los ojos pocos minutos luego de la caída. El sitio donde se encontraba era oscuro, pero aun no había anochecido. Levantó la vista, notándose rodeado de gigantescos árboles con gruesos troncos que bloqueaban, casi por completo, la luz del sol. Tenía frío y le dolía la cabeza. El chico tenía algunos pequeños cortes y moretones, pero sus huesos estaban enteros. Intentó ponerse en pie y sintió un agudo y punzante dolor en su tobillo derecho. Se palpó cuidadosamente con ambas manos para comprobar que se trataba, simplemente, de un esguince que no tardaría demasiado en sanar y no le impediría avanzar. Todavía se estaba algo aturdido. Suspiró, recordando lo ocurrido. La tormenta, el viento, la caída y los gritos de la híbrida. Diana. Cierto, ellos estaban viajando juntos. Como si se tratase de una película rebobinada, los recuerdos pasaron por su mente.

Llamó a Diana hasta que comenzó a dolerle la garganta. Sus gritos resonaban con eco entre los tétricos árboles pero, su amiga no contestaba.

Desorientado, avanzó lentamente en un desesperado intento por salir de aquel pequeño bosque que parecía el escenario de una película de terror. No se veía vegetación, salvo por aquellos altos árboles. Nada crecía en esa zona debido a la falta de luz. Cada tanto, oía algún ruido proveniente de las cercanías. Damián era un cobarde

que se asustaba con facilidad. Volteaba ante cualquier sonido, preguntándose si se trataba de un ave, un roedor, reptil o incluso algún perseguidor. Dejó volar su imaginación, visualizando todo tipo de situaciones peligrosas donde zombis, monstruos, osos, cazadores, asesinos o cualquier otro grupo de criaturas, lo seguían de cerca esperando el momento justo para acabar con él.

Luego de un par de horas, logró alejarse de ese sitio. Divisó un alambrado de escasa estatura tras el cual se cernía una hilera de pequeños arbustos. Saltó por encima de ambos para encontrarse, finalmente, en un claro.

Miró el bosque por última vez, sorprendido. No podía creer que un sitio tan grande y tenebroso perteneciera a alguien. Damián no sabía dónde se encontraba. Podría seguir en Argentina o, quizás, se encontraba ya en Chile. Consideró seguir avanzando pero, el tobillo le dolía demasiado y tenía hambre. Además, confiaba en que Diana estuviese cerca. No podía haber muerto. Ella seguía por ahí, en algún lugar, esperándolo.

El bajista maldijo el haber perdido su celular durante la caída. Se sentó contra una piedra y optó por dormir un poco para recuperar la energía suficiente como para utilizar su magia y así hallar a la híbrida.

Atrapada

Diana despertó asustada. Sus alas seguían extendidas sobre ella, protegiéndola. Tenía el cuerpo cubierto de una asquerosa mezcla de sangre, barro y transpiración. Intentó replegar sus alas, sin éxito. Carecía de la fuerza necesaria. Le dolía todo el cuerpo, cada músculo y hueso.

Sentía un desagradable, pero familiar sabor. Se llevó una mano al labio inferior para descubrir que estaba partido, creando un imparable manantial de sangre. Sintió náuseas y escupió el rojo líquido que emanaba de su boca hasta que la hemorragia se detuvo.

Su mente comenzaba a aclararse, recordando lo sucedido. La tormenta, el miedo, las ráfagas de viento y Damián cayendo a gran velocidad. Ella había tratado de ayudarlo pero, algo salió mal. El bajista gritaba, ella también. Después, todo se volvió negro.

—Damián —murmuró. Temía que su amigo hubiese muerto a causa de la caída— Damián —repitió en un susurro. Su garganta estrepitió en un susurro. Su garganta estaba tan seca que le costaba hablar.

Quiso abrir los ojos, pero debió mantener el izquierdo cerr antener el izquierdo cerrado. Era incapaz de abrirlo. Con la vista nublada, utilizó el derecho para analizar el entorno. Ya era de noche y la tormenta se había dispersado, aunque era incapaz de reconocer el sitio donde se encontraba.

Juntó la poca fuerza que quedaba y se arrodilló con cierta d que quedaba y se arrodilló con cierta dificultad. Comenzó a arrastrarse por el suelo, raspando sus rodillas y manos. Había caído en la cima de una montaña rocosa y no tenía forma de bajar.

Varias lágrimas se deslizaron por las mejillas de la híbrida y un recuerdo se reavivó con fuerza en su interior. Un deseo que no sentía desde que era pequeña: la necesidad de un abrazo materno. Anhelaba revivir aquellas tardes cuando regresaba a su hogar con algún moretón y su madre la rodeaba con cálidos brazos. Diana recordaba el olor a mar que la invadía cuando enterraba su rostro en el cabello de su amorosa progenitora. ¿Cuándo había sido la última vez que pensó en ella? Posiblemente luego de la muerte de Luis.

Poco a poco, la chica sintió su corazón estrujarse por el dolor, por la idea de haber perdido a Damián. Le aterraba creer que, una vez más, una persona especialmente importante en su vida desaparecería para siempre.

En su cabeza resonaba el grito del asustado bajista mientras se precipitaba velozmente hacia el suelo. Diana sentía como si una mano invisible estrujara su corazón con fuerza, intentando destrozarlo. La única vez que había percibido un dolor de aquella magnitud había sido al enterarse de la muerte de Luís. La híbrida no podía tolerar le idea de perder a la persona más importante en su vida. Aunque odiara

reconocerlo, en ese momento de desesperación Diana notó el inmenso cariño que sentía por Damián. Quizás, el fantasma de Luís tenía razón y, aunque ella quisiera bloquear el sentimiento, ya era demasiado tarde: se había enamorado.

Sabía que no era el momento indicado para preguntarse sobre algo como eso, especialmente cuando era posible que el bajista estuviera muerto. Intentó llamar a Damián una vez más, pero se desmayó antes de pronunciar su nombre, con los brazos colgando del borde de la piedra.

Blackjack

Ya era mediodía cuando el anciano Kisho terminó de leer los cinco informes presentados por sus enviados. Estaba disconforme con los resultados que no mostraban señal alguna del perpetrador de ambos asesinatos. Nada. No hubo avances.

Sus arrugadas y pálidas manos temblaban levemente mientras repasaba una y otra vez las recomendaciones de cada uno de los delegados en Sudamérica. Lan-Fen y Svetlana recomendaban continuar con la investigación en otros continentes. Sus informes habían resuos continentes. Sus informes habían resultado los más prolijos y detallados. Ambas cumplieron su misión a la perfección, presentando datos de cada sospechoso con una transcripción de las entrevistas realizadas. Las mujeres del grupo consideraban que los híbridos de sus respectivos países eran totalmente inocentes.

Rashid, en cambio, había actuado como siempre lo hacía. Su informe no servía para nada. La investigación en Brasil había concluido. El informe de Velkan era confuso. Al parecer, había tenido problemas con el idioma y no se sentía capaz de determinar por cueemas con el idioma y no se sentía capaz de determinar por cuenta propia la inocencia o culpabilidad de los sospechosos. Solicitaba permiso para trasladar al líder de los híbridos para un segundo interrogatorio en presencia de un comité que pudiera juzgarlo adecuadamente. Kisho concedería aquel pedido, aunque no esperaba lograr ningún avance. Finalmente, el mensaje de Dahirou llamó su atención. Al parecer, la híbrida de Buenos Aires había aportado información sobre un nuevo sospechoso que habría sido desterrado de aquel contado de aquel continente. El nombre del acusado le sonaba familiar.

Kisho se puso de pie y salió de su despacho. Caminó por un largo pasillo hasta el pequeño ascensor que conducía a la biblioteca de la organización. Se trataba del sector superior del edificio al que podía accederse únicamente a través de un ascensor escondido entre los despachos de los miembros más importantes de la OPS. La biblioteca ocupada cuatro niveles de la construcción. En la parte superior se ocultaban aquellos libros prohibidos. Los manuales de magia peligrs manuales de magia peligrosa, investigaciones inconclusas y archivos a los que solo podría accederse en caso de una emergencia. Por debajo, estaban los volúmenes de magia e historia a los que cualquier descendiente podría acceder si tenía un motivo válido. Finalmente, los niveles inferiores estaban reservados para el archivo. Allí se guardaban fichas sobre misiones pasadas, listados de dragones, sentencias dictadas y casos sin resolver. El anciano se detuvo en el primer piso de la biblioteca y buscó la lista de miembros del grupo disidente “Por la igualdad”. No le costó demasiado hallarlo. Aquel archivo contaba brevemente la historia de la sociedad anarquista que había intentado destruir a la Organización Para la Supervivencia en el pasado y cuyos miembros habrían sido ejecutados públicamente. El listado de criminales estaba anexado al final de la sentencia.

Allí estaba aquel nombre. Guillermo Hernández. Si las palabras de la híbrida eran ciertas, el anarquista español

aún seguía con vida. Las posibilidades eran mínimas, pero no existía otra explicación posible. Al finalizar la ejecución del grupo, faltaba un cuerpo, pero los delegados aseguraron que el cadáver se había destruido accidentalmente.

Si Hernández seguía con vida, todos los hechos de los pasados meses tendrían sentido. El motivo era el rencor de un híbrido que no abandonaba la lucha y buscaba vengarse de quienes habrían asesinado a sus compañeros.

Tenía que encontrarlo rápidamente. Antes que lograra conformar un nuevo grupo anarquista, antes que comenzara la guerra.

El anciano dragón regresó a su despacho y dictó un mensaje a su secretaria.

Enviados:

Su misión no ha terminado. Ha surgido nueva evidencia sobre la localización del asesino. Deberán encontrarlo y, de ser posible, capturarlo con vida. Tienen permitido eliminar a cualquier ser humano o descendiente que intente impedirles completar la misión.

El culpable encaja con la siguiente descripción:

Piel morena, cabello oscuro ondulado, estatura alrededor de un metro ochenta, delgado y de rostro demacrado. Edad aparente, veinticinco años. Responde al nombre de Guillermo Hernández.

Lan-Fen, Svetlana, Velkan y Rashid estarán a cargo de la búsqueda. Los sitios a investigar son: La Antártida, Alaska y Rusia. Tienen veinte días a partir de mañana.

Pido a Dahirou que continúe vigilando a la híbrida de Buenos Aires hasta nuevo aviso.

 

Kisho

Al finalizar, guardó una copia de este y todos los mensajes anteriores. Luego, tomó los informes que le habían enviado y colocó todo en una nueva carpeta para el archivo de misiones en curso. Rcarpeta para el archivo de misiones en curso. Rotuló la carpeta como “Blackjack”.

Buscando

Damián despertó al compás de los rugidos que su estómago emitía, exigiendo comida. Moría de hambre y no tenía siquiera un caramelo. Recordó que los arbustos que rodeaban el tétrico bosque tenían algún tipo de fruto color rojizo, pero prefirió no regresar. El bajista no conocía la flora local y temía comer algún elemento venenoso. Recordó varias películas con escenas de supervivencia y consideró cazar un ave. Sabía que no necesitaba utilizar gran cantidad de magia para hacer caer a un animal de escaso tamaño. Sin embargo, él no se parecía en nada a los héroes de aquellas filmaciones. No. Le daría asco cocinar un animal recién muerto y comer carne que no viniera del supermercado. Suspiró y siguió caminando.

El sol del verano quemaba su cuero cabelludo mientras que el hambre le drenaba la energía. Si continuaba en esa situación, jamás lograría crear un portal hacia Diana.

Diana, su mejor amiga. La chica de la que se había enamor e la que se había enamorado sin querer. La muchacha alocada de pelo rosado que lo volvía loco. La joven más alegre y divertida que él hubiera conocido; quien le había mostrado aquel mágico y maravilloso mundo al que ambos pertenecían. Diana, su Diana. Necesitaba encontrarla, salvarla.

Damián sintió como algunas lágrimas se deslizaban por sus mejillas. No importaba cuanto sufriera, tenía que continuar buscándola.

Se quitó la remera totalmente transpirada y rogó que el sol no quemara demasiado su piel, pero luego de casi tres horas caminando bajo los rayos de luz se vio forzado a detenerse a la sombra de una alameda.

Observó el imponente y maravilloso paisaje que se extendía frente a él. La tormenta había causado que muchos álamos perdieran aquellas hojas que empezaban a teñirse de rojo, anticipando el otoño. A sus pies, una alfombra anaranjada cubría el pasto. El sol que se colaba entre los árboles jugueteaba con los tonos de aquel manto natural. No demasiado lejos de allí, varias montañas se elevaban amenazantes como altos gigantes verdes y grises a punto de despertar. La escena la completaba el sonido de agua fluyendo a través de un río que Damián no podía divisar desde su ubicación.

A lo lejos, creyó ver un gran pájaro posado en la cima de una cumbre rocosa. Se asustó, suponiendo que podría tratarse de un d. Se asustó, suponiendo que podría tratarse de un depredador. En esos momentos le hubiera gustado tener un manual de flora y fauna andina.

Esperó que la temperatura bajara y continuó caminando. Deseaba llegar al río o arroyo que podía oír. Confiaba en que un buen baño y algo de agua en su estómago le ayudarían a recuperar la energía requerida para llegar a la híbrida.

Creyente

“ Ya llegarán.” Se repetía a sí mismo con frecuencia. “En cualquier momento.” decía para auto convencerse aunque ya muchos días habían pasado desde que un pequeño rayo de esperanza hubiese iluminado su destino.

Guillermo creía estar en la costa de algún océano y que vería, prontamente, un barco, velero o cualquier otro medio de transporte humano acercarse. Sabía que si dejaba morir aquella idea, no tendría nada. Había perdido sus metas, sus ambiciones, los rencores y algunos recuerdos. Todo era borroso. No podía pensar con claridad. La identidad del español se diluía lentamente dejando un cascaron vacío incapaz de continuar; un vegetal que, aunque vivo, no podía hacer nada.

Caminaba en círculos, alrededor de un inmenso lago al borde del congelamiento. No lo notaba. El híbrido creía estar avanzando en línea recta. Su magia lo mantenía vivo. Vivo, pero en un estado deplorable que se parecía mucho a la muerte.

Sabía que no podría mantenerse con vida por mucho más tiempo. Le quedaban apenas algunas semanas para encontrar un refugio y alimentos. Por las mañanas, el español rezaba en silencio a un Dios en el que no creía. Le pedía comida, salvación y perdón. No recordaba cuales eran sus crímenes pero, de igual forma, aseguraba estar arrepentido.

Guillermo oraba, comenzaba a creer en los milagros. Algún tiempo atrás había implorado a Alá, Buda, Zeus o quien fuese que lo estuviera escuchando que por favor le enviara cobijo. Y lo había recque por favor le enviara cobijo. Y lo había recibido. Una mañana, se había topado con un desafortunado animal muerto que no conocía, pero se asimilaba a un ciervo. Con cuidado el español tomó la piel del cadáver y la convirtió en su abrigo.

Estaba cansado. Sus adoloridas piernas apenas podían sost cansado. Sus adoloridas piernas apenas podían sostener el peso sobre ellas. Y cayó. Se fue de cara a la nieve y lloró lágrimas congeladas.

No quería morir. Sabía que tenía algo que completar, aunque no recordara cual era esa misión.

—¡Quiero vivir! —Gritó con todas sus fuerzas.

Silueta

30 de diciembre Cuando recuperó la conciencia ya era de día. Abrió los ojos con dificultad debido a los cegadores rayos de sol. Se llevó una mano a la frente, consiguiendo un mínimo de sombra que le permitió observar el entorno. Se maravilló ante el esplendor del paisntorno. Se maravilló ante el esplendor del paisaje frente al cual se encontraba. Desde aquella cima rocosa podía ver un amplio valle lleno de arbustos con hojas de diversos colores, por medio del cual pasaba un arroyo de escaso caudal al que deseaba llegar con desesperación. A lo lejos, un bosque se alzaba imponente, frente a las montañas más lejanas, dividiendo la luz de la sombra, la claridad de la oscuridad.

Miró con especial atención sus brazos que poseían incontables heridas de pequeño tamaño.

—Parezco un pitufo —se dijo, en voz baja, haciendo referese dijo, en voz baja, haciendo referencia a los moretones azules y violáceos que adornaban su piel.

Diana tenía hambre. Su estómago rugía con desesperación y no se veía nada comestible en la cercanía. Se puso de pie y comenzó a caminar por la formación rocosa, teniendo extremado cuidado de no caer. Arrastraba sus alas a cada paso, le dolían. Intentó replegarlas vez más, sin lograrlo. Era la primera vez que algo así ocurría con su cuerpo. Tenía miedo.

Recorrió todo el perímetro que no superaba los cien metros cuadrados; decepcionada, al no encontrar su mochila llena de galletitas. Le sería casi imposible bajar de allí estando tan débil y sin sus alas. Suspiró. Temía por Damián, deseaba encontrarlo, esa era su prioridad. No importaba si perdía las alas o no completaba la misión. Abrió la boca para gritar el nombre del bajista y empezó a toser, incapaz de emitir sonido alguno. Su garganta estaba totalmente seca.

A lo lejos, notó que algo se movía. Aguzó la vista en dirección al bosque y advirtió que había alguien allí. Una persona se puso de pie. La híbrida era incapaz de definir si se trataba del bajista o no, pero al menos sintió la esperanza renacer en su corazón.

Se sentó a la sombra de una piedra y pensó. Pensó por horas hasta hallar una solución que no incluyera su muerte y, cuando el sol comenzó a ocultarse, creyó haber encontrado la respuesta. Durante el día, las rocas estaban calientes por su constante exposición a los rayos solares directos, especialmente estando a gran altura. Tenía que esperar a la noche, casi madrugada, y deslizarse por la pendiente de menor inclinación. Por lo que había observado anteriormente, si era lo suficientemente cuidadosa, podría descender apoyándose en las entradas y salientes de la roca, hasta llegar a la zona de pasto. Allí, intede pasto. Allí, intentaría mantener el equilibro, bajando como si surfeara. Era lo único que podía hacer para salir de allí.

Clavó su mirada en la borrosa figura del horizonte. Lo observó por horas hasta que sus ojos se cerraron.

Entrenamiento

Ya había pasado el mediodía y la sala de conferencias estaba llena de sujetos con las más variadas apariencias y edades. Las butacas no eran suficientes y muchos hombres descansaban con la espalda apoyada contra las paredes del lugar. Se oía allí un constante murmullo que, en líneas generales, denotaba la emoción de los más jóvenes que verían, por primera vez, a su líder.

Muchos de los presentes llevaban ropa verde o caqui de estampado militar, otros tantos, utilizaban vestimenta tradicional de sus respectivos países.

El horario pactado para el inicio de la junta había pasado hacía ya casi una hora cuando, finalmente, Douglas Griffman ingresó por una puerta lateral y se acomodó en el escenario. Un joven ayudante le alcanzó el micrófono y encendió un proyector.

—Buenos días, hijos del aire —saludó amablemente saludó amablemente—. Creo que no es necesario que yo me presente y, sinceramente, tengo poco tiempo para hablar. —Caminó hasta el centro del escenarioCaminó hasta el centro del escenario–. Yo estoy aquí porque me he enterado que nuestra raza está siendo diezmada por su propia incompetencia. Según la lista que me han presentado, en estos momentos contamos únicamente con cuatrocientos dieciocho enrolados. Casi la mitad de los dragones han muerto en manos de sus

propias armas —suspiró—, asumo que, si ustedes están aquí , asumo que, si ustedes están aquí el día de hoy, es porque comprenden, medianamente, el funcionamiento de la maquinaria que yo les he entregado caritativamente —sonriósonrió—. Sin embargo, eso no es suficiente. Mañana por la mañana serán transportados en camiones hacia el norte del país, hasta una zona desértica donde yo he montado un campo de entrenamiento y prueba de armamentos en desarrollo. Allí los esperaran cuatro generales humanos con gran conocimiento bélico. Aprendan de ellos. —En el proyector apEn el proyector aparecieron cuatro fotografías. Las dos primeras mostraban rostros occeras mostraban rostros occidentales, mientras que las restantes causaron cierto temor y revuelo entre los presentes. Ilustraban a un par de hombres de edad incierta con el rostro lleno de cicatrices.

—Sus lecciones serán cortas y pronto regresarán para cum Sus lecciones serán cortas y pronto regresarán para cumplir con las distintas misiones que nos esperan. —Hizo una pausa, espHizo una pausa, esperando que el murmullo cesara—. Tengan cuidado. No todos volverán con vida del entrenamiento. —Caminó hacia la puerta—. Eso es todo. Descansen hasta mañana. —Se fue.

Griffman tenía que dirigirse al piso superior, donde se reuniría con los otros líderes y representantes de la raza para determinar el curso de acción.

Año viejo

El último día del año había llegado. Los exámenes parecían malos recuerdos de semanas anteriores. Estudiantes y trabajadores podrían gozar de la primera quincena de vacaciones que comenzaría la mañana siguiente.

En Buenos Aires, al igual que todos los años, las personas parecían enloquecer cuando se aproximaba esta fecha. Se perpetraban mayor cantidad de crímenes, suicidios y accidentes. Las calles estaban plagadas de transportes, públicos y privados, que avanzaban con lentitud casi estática hacia sus destinos, entonando sonoros coros de bocinas desde muy temprano por mañana hasta que el sol hubiese caído. Los escaparates porteños se llenaban de luces y carteles indicando precios rebajados en la mayoría de los rubros. Caos. No existe otra palabra que pueda describir el comportamiento de los habitantes de esta ecléctica ciudad. Cortes de calles, protestas, reclamos y manifestaciones, tanto de estudiantes como de gremios y asociaciones, dificultaban el movimiento de transeúntes y vehículos.

Por las noches, constantes fiestas y bailes culminaban con acuchillados, drogadictos, ebrios y violaciones que, debido a su abundancia, pasaban desapercibidos y eran ignorados por diarios y noticiancia, pasaban desapercibidos y eran ignorados por diarios y noticieros. Mucho que hacer, demasiadas cosas que celebrar, compras de

último momento y las vacaciones. Parecía que el mundo fuese a acabar en cualquier instante.

Algunos pocos preferían esconderse como ermitaños en las profundidades de sus departamentos y casas, esperando que la situación se normalizara. Se entretenían con películas, series y libros. Inventaban pasatiempos y realizaban manualidades.

Tamara y Aldana llevaban ya tres noches en el hogar de su extraña amiga, Diana. Le habían prometido a la híbrida cuidar del lugar y de su mascota, Ramsés. Ninguna de las muchachas se llevaba bien con sus padres y preferían aprovechar la oportunidad para pasar tiempo juntas, divertirse un poco e intentar conocer mejor a la chica dragón.

Aquella tarde del último día de diciembre, ambas humanas estaban sentadas en el sillón, llorando. Lloraban sin parar, alfombrando el piso con pañuelos usados. Tenían los ojos rojos y les costaba hablar. Se abrazaban con fuerza, observando la computadora portátil de Aldana que aún tenía abierto el archivo del libro que Diana había comenzado a escribir.

—Esto no puede haber terminado así —murmuraba Tamara, releyendo los últimos capítulos, esperando que mágicamente el final fuese distinto.

Luego de un rato, las chicas se pusieron de pie y comenzaron a barrer el manto de pañuelos descartables. —Pobre DianaPobre Diana —comentó Aldana—, nunca imaginé que le podría haber pasado algo tan feo. O sea, siempre se la ve feliz. —Le costaba concentrarse. No podía dejar de pensar en la historia de amor de la híbrida.

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