Billie

Billie


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Volví a casa, evité una vez más la mirada de Franck, que estudiaba en nuestra habitación, y me cambié de ropa.

Estaba viendo una chorrada de programa en la tele cuando el cretino de Aymeric, el del apellido súper pijo, volvió de su prestigiosa universidad privada con su raqueta de tenis a la espalda.

Y, en plan para hacerse el simpático, preguntó en voz muy alta nada más entrar:

—Bueno, ¿qué? ¿Qué hay de bueno para cenar esta noche?

—Nada —contesté yo, y seguí pintándome las uñas, esta vez de un color menos vulgar—, esta noche invito a cenar fuera a mi amigo Franck.

—¿Aaahhh, síiiii? —preguntó, dándole vueltas a la patata caliente que tiene siempre en la boca y que explica su manera de hablar—. ¿Y a qué se debe el honoooor?

—Tenemos algo que celebrar.

—¿En seeeeerio? ¿Y se puede saber el quéeee, si no es indiscreción?

—La perspectiva de no tener que ver nunca más tu careto, hipócrita de mierda.

—¡Oooooh! ¡Qué sueeeerte!

(Pues sí, porque no tuve cojones para soltarle eso y en su lugar dije: «Es una sorpresa»).

Mierda…, el cielo está cada vez más claro… Tengo que darme prisa y dejar de hacerte reír con el idiota del primo pijo.

Venga, abróchate el cinturón, estrellita with diamonds in the sky, porque voy a poner el turbo.

No me da tiempo a entretenerme, así que te cuento el final de la temporada 3 dándole a la tecla fffffffiuuuu de avance rápido fffffffiuuuuu.

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