Billie

Billie


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Lloré durante horas y horas.

Era como si dentro de mí me hubieran quitado un tapón. Era como una purga. O un vaciado. Por primera vez desde que nací, ya no estaba a la defensiva.

Por primera vez…

Por primera vez sentía que, por fin, estaba a salvo. Y salió todo de golpe. Todo… El abandono, el hambre, el frío, la suciedad, los piojos, mi mal olor, las colillas, la mugre, las botellas vacías, los gritos, las bofetadas, las señales en el cuerpo, esa fealdad que me rodeaba por todas partes, las malas notas, las mentiras, la violencia, el miedo, los robos, los padres de Jason Gibaud, que no me dejaban ni cagar en su casa, la escudilla con las sobras, mi coño, mis tetas y mi boca, que tanto me habían servido de moneda de cambio esos últimos tiempos, todos esos tíos que se habían aprovechado tanto y tan mal de mi situación, todos esos curros de mierda, y Manu, que me había hecho creer que me quería un poco de verdad y que por fin iba a poder tener mi propia casa y…

Y lo vomité todo en forma de lágrimas.

Y cuanto más me vaciaba, más parecía llenarse Franck. No sabría explicarlo bien, pero ésa era la impresión que me daba. Cuanto más lloraba yo, más se relajaba él. Su rostro se volvía cada vez más tranquilo, me remetía un mechón de pelo detrás de la oreja, se burlaba sin maldad de mí, me llamaba

Calamity Jane, o Camille

la Loca, o Billie

el Niño, y sonreía.

Me narraba mi rostro irreconocible, me narraba la manera en que le había machacado la nuca a ese pobre desgraciado con el cañón de la escopeta mientras conducía, me describía su lóbulo despedazado, temblequeando en cada curva, imitaba el tono de mi voz cuando le había ordenado que se trajera a un poli y cómo le había tirado a la cara la escopeta a Manu diciéndole «Tu regalo», y se reía casi en algunos momentos. Sí, se reía casi.

No comprendí hasta mucho más tarde, hasta muchas confidencias más tarde, cuando empezó él también a contarme un poco cómo había sido su guerra en solitario antes de mí, antes de nosotros, que, esa noche, si se había alegrado tanto de verme tan triste era porque mientras yo sollozaba sin parar entre sus brazos, al borde de un ataque de nervios, él estaba encontrando una primera razón válida para no morir.

Mis lágrimas eran su carburante para seguir vivo, y sus burlas eran sólo para tranquilizarme. Para demostrarme que se podía reír uno de todo y que, de hecho, a partir de ese momento nos íbamos a reír de todo, ya que, mira, Billie… Mira… Nuestras vidas, por mierda que fueran, las hemos recuperado por fin en esta cama cutre… Eh… Deja de llorar, bonita… Deja de llorar… Gracias a ti, acabamos de superar lo más difícil. Gracias a ti, estamos salvados. Oh, bueno, no me hagas caso, venga, sí, llora… Llora… Así te entrará sueño… Llora, pero no olvides esto nunca: por supuesto, lo difícil no ha hecho más que empezar, para los dos, por supuesto, pero cuando tengamos los dos un pie en la tumba podremos volver la vista atrás y decirnos: «Todo esto lo viví yo y no un ser falso creado por el miedo y por ese sentimiento de terror que me han inspirado todos los gilipollas cerriles y carcas que he conocido en mi vida…».

En realidad no decía más que «shhh», pero esos «shhh» querían decir todo eso.

Sin la amabilidad de Franck cuando ensayamos juntos nuestra escena, sin la infancia de Billie Holiday que me contó mirando para otro lado, mucho más allá de mi reposacabezas en aquel autocar, y sin las minúsculas postales que me mandó a casa de Claudine durante mis años de convento, nunca habría tenido el reflejo de volverme loca. Y, sin mi locura, él tampoco habría sobrevivido.

Así que, hala, ya está, estrellita… Y, ahora, déjame que te lo pregunte: ¿Es necesario que siga? ¿No te ha parecido muy elegante la frase que te acabo de soltar, no crees que nos serviría de pase para lo que queda?

¿No?

¿Por qué no?

¿También quieres que cuente que fui yo quien nos metió en este agujero para sopesarlo todo bien antes de darme tu veredicto?

Vale, vale. Pues entonces sigo…

Cuando me quedé tan agotada que ya no tenía fuerzas ni para llorar, me dormí y, justo antes de cerrar los ojos, le hice prometer que nunca más me abandonaría. Porque yo sin él hacía demasiadas tonterías… Sí, demasiadas tonterías…

Él volvió a reírse de una forma un poco rara, para ocultarse detrás de esa risa, y añadió así, con esa risita tonta:

—¡Huy! ¡Yo te prometo todo lo que quieras! ¡Valoro mucho mi pellejo!

Y, muy bajito, con la boca en el pliegue del codo, dijo:

—Oh… Billie… Había olvidado cuánto…

Eh, estrellitita… No está mal la segunda temporada, ¿verdad?

Hay sexo, acción, amor, ¡de todo y por su orden!

Después verás que será un poquito menos

funky.

Después la historia trata de dos jóvenes que se buscan la vida. Nada muy original. Sobre todo es que no me voy a poder eternizar, porque allá a lo lejos veo que el cielo ya se va poniendo más clarito. Allá a lo lejos debe de ser el Este, me imagino…

Sí, tengo que darme prisa en contarte el final de la película antes de que se vuelvan a encender las luces.

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