Bikini

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SEGUNDA PARTE - Vuelo nocturno » 43

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Horst saboreó el Domaine de la Romanée-Conti; en 2001 Sotheby's lo vendía a 24.000 dólares la botella. Le dijo a Jan que acercara la copa. Era una broma. Jan estaba a muchos kilómetros de distancia, pero la conexión por cámara web creaba la impresión de que estaban en el mismo cuarto.

El motivo de la reunión: Henri Benoit le había escrito a Horst diciendo que esperase la descarga de un archivo a las nueve de la noche, y Horst invitó a Jan, su amigo de muchos años, a ver el estreno del flamante vídeo antes de enviarlo al resto de la Alianza.

El ordenador emitió un pitido y Horst se dirigió al escritorio. Le dijo a su amigo que se estaba efectuando la descarga y reenvió el e-mail a la oficina de Jan en Ámsterdam.

Las imágenes aparecieron simultáneamente en ambas pantallas.

El trasfondo era una playa iluminada por la luna. Una bonita muchacha yacía desnuda de espaldas sobre una toalla grande. Tenía caderas delgadas, pechos pequeños y pelo corto estilo varón. Los contornos y sombras en blanco y negro daban a la película un aire melancólico, como si la hubieran filmado en los años cuarenta.

—Hermosa composición —dijo Jan—. El hombre tiene criterio.

Cuando Henri entró en el cuadro, su rostro estaba digitalmente pixelado para parecer un borrón, y la voz también estaba alterada electrónicamente. Henri le habló a la muchacha con voz traviesa, llamándola «monita» y a veces diciendo su nombre.

—Interesante, ¿no? —Comentó Horst a Jan—. La chica no siente el menor temor. Ni siquiera parece drogada.

Julia le sonreía a Henri, extendiendo los brazos y abriendo las piernas. Él se quitó el bañador, mostrando un miembro robusto y erecto, y la muchacha se tapó la boca y alzó la vista. «Dios mío, Charlie», exclamó.

Henri le dijo juguetonamente que era una golosa. Le vieron arrodillarse entre los muslos de la muchacha, alzarle las nalgas y bajar la cara para lamerla hasta que la muchacha se retorció, meneando las caderas, hundiendo los dedos de los pies en la arena, gritando «¡Charlie, por favor, no aguanto más!».

—Creo que Henri la está enamorando —dijo Jan a Horst—. Tal vez él también se está enamorando. Eso sería digno de verse.

—¿Crees que Henri puede sentir amor?

Mientras los dos hombres observaban, Henri acariciaba a la muchacha, la estimulaba y la penetraba, diciéndole que era hermosa y que se entregara a él, hasta que los gritos se convirtieron en sollozos. Ella le echó los brazos al cuello, y Henri la estrechó y le besó los ojos, las mejillas y la boca. Luego su mano se acercó a la cámara, bloqueando un poco la imagen de la muchacha, y se retiró empuñando un cuchillo de caza. Puso el cuchillo junto a la muchacha en la toalla.

Horst se inclinó para observar la escena, pensando: «Sí, primero la ceremonia, y ahora el sacrificio supremo». Entonces Henri volvió su cara borrosa hacia la cámara.

«¿Todos satisfechos?», preguntó.

«Totalmente satisfechos», respondió la muchacha, y la imagen se ennegreció.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jan, despertando de lo que era casi un estado de trance.

Horst rebobinó el vídeo, volvió a ver los últimos momentos y comprendió que había terminado. Al menos para ellos.

—Jan, nuestro chico nos excita también a nosotros. Nos hace esperar el producto terminado. Un chico listo. Muy listo.

Jan suspiró.

—Qué gran vida lleva a nuestras expensas.

—¿Hacemos una apuesta sólo entre tú y yo?

—¿Sobre qué?

—Sobre cuánto falta para que pillen a Henri.

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