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TERCERA PARTE - Recuento de victimas » 81

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Yo revisaba continuamente la grabadora, veía que las ruedecillas giraban despacio.

Una brisa seca barría la arena y una lagartija pasó sobre mi zapato. Henri se mesó el pelo con las dos manos; parecía nervioso, agitado. Nunca le había visto esa crispación, y me transmitía su nerviosismo.

—Por favor, descríbeme la escena, Henri. ¿Era la feria del condado?

—Podrías llamarla así. A un lado del camino principal había productos agrícolas y ganado. Al otro lado estaban los juegos mecánicos y la comida. Ningún rastro, Ben. Esto podría haber ocurrido en las afueras de Wengen, Chipping Camden o Cowpat, Arkansas.

»No importa dónde fue. Sólo imagínate las luces brillantes de la feria, la gente feliz y las competencias entre animales. Allí estaban en juego los negocios, las granjas de la gente y su futuro.

»Yo tenía catorce años. Mis padres mostraban pollos exóticos en la tienda de aves de corral. Se hacía tarde y mi padre me dijo que sacara el camión del terreno reservado para los vehículos de los exhibidores, a cierta distancia de la feria.

»En el camino, tomé por uno de los pabellones de comida y vi a Lorna vendiendo productos horneados. Lorna tenía mi edad y éramos compañeros en la escuela. Era rubia, un poco tímida. Llevaba sus libros contra el pecho para que no le viéramos el busto. Pero lo veíamos de todos modos. Todo me apetecía en Lorna.

Asentí y Henri continuó con su historia.

—Recuerdo que aquel día llevaba ropa azul. Su pelo parecía aún más rubio y cuando la saludé pareció alegrarse de verme. Me preguntó si quería comer algo en la feria. Yo sabía que mi padre me mataría si no regresaba con el camión, pero me dispuse a aguantar la tunda, pues estaba loco por aquella hermosa chica.

Contó que le había comprado una pasta a Lorna y habían ido juntos a una de las atracciones, y que ella le apretó la mano cuando la montaña rusa hizo su vertiginoso descenso.

—Sentía una especie de ternura dulce y desbocada por ella. Después de la montaña rusa, se acercó otro chico, Craig. Era un par de años mayor. A mí no me dio ni la hora, y le dijo a Lorna que tenía billetes para la rueda de la fortuna, que era sensacional ver la feria al despuntar las estrellas, con todas las luces debajo. Lorna dijo que le encantaría ir, y se volvió hacia mí para preguntarme si me molestaba y luego se fue con aquel tipo.

»Bien, Ben, la verdad es que me molestó. Y mucho.

»Los seguí con la vista, y luego fui a buscar el camión, resignado a recibir el castigo. El terreno estaba oscuro, pero encontré el camión de mi padre junto a un remolque de ganado. Junto a éste había otra chica que conocía de la escuela, Molly, y tenía un par de terneros con cintas en los arreos. Trataba de subirlos al remolque, pero no le obedecían. Me ofrecí para ayudarla. Molly dijo que no hacía falta, que ya los tenía dominados, y trató de empujar los terneros rampa arriba.

»No me gustó su modo de contestarme, Ben. Entendí que se había extralimitado. Así que empuñé una pala que había apoyada en el remolque. Y cuando Molly me dio la espalda, la descargué contra su nuca. Hubo un ruido húmedo, un sonido que me estremeció, y cayó al suelo.

Henri hizo una pausa. El momento se prolongó, y yo esperé.

—La arrastré al remolque —dijo al fin—, y cerré la puerta. Se había puesto a gemir. Le dije que nadie la oiría, pero no se callaba. Así que le puse las manos en el cuello y la estrangulé con tanta naturalidad como si repitiera algo que había hecho antes. Quizá lo había hecho en sueños.

Giró la pulsera del reloj y contempló el desierto. Cuando volvió a mirarme, sus ojos no tenían expresión.

—Mientras la estrangulaba, oí que pasaban dos hombres hablando y riendo. Le estrujaba la garganta con tanta fuerza que me dolían las manos, así que apreté más y seguí apretando hasta que Molly dejó de respirar.

»Le solté la garganta y ella trató de inspirar, pero ya no gemía. La abofeteé con fuerza. Le quité la ropa, la volví y la follé, siempre apretándole el cuello, y cuando terminé, la estrangulé definitivamente.

—¿Qué te pasaba por la cabeza mientras hacías eso?

—Sólo quería seguir haciéndolo. No quería que cesara esa sensación. Imagínate, Ben, tener un orgasmo con el poder de vida y muerte en tus manos. Sentía que me había ganado el derecho a hacerlo. ¿Quieres saber cómo me sentía? Me sentía como Dios.

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