Bikini

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SEGUNDA PARTE - Vuelo nocturno » 30

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Una agente corpulenta irrumpió bruscamente mientras yo me quedaba allí petrificado, tratando de asimilar que Levon había atacado, empujado, tumbado e insultado a un policía en su propio despacho, y para colmo aseguraba que eso le hacía sentirse bien.

Jackson se levantó. Levon aún jadeaba.

—¿Qué ocurre aquí? —exclamó la mujer policía.

—No pasa nada, Millie —dijo Jackson—. Sólo he trastabillado. Necesitaré una nueva silla. —La despidió con un gesto y se volvió hacia Levon.

—¿Es que no lo entiende? —dijo éste—. Se lo dije anoche. Recibimos una llamada en Michigan. Un hombre dijo que tenía secuestrada a mi hija, y usted me insinúa que Kim es una cualquiera.

Jackson se ajustó la americana y la corbata y enderezó la silla. Tenía la cara enrojecida y el ceño fruncido. Movió la silla espasmódicamente.

—Usted está chiflado, McDaniels —le espetó—. ¿Se da cuenta de lo que acaba de hacer, imbécil? ¿Quiere que lo encierre? ¿Eso quiere? Se cree muy recio, ¿eh? ¿Quiere averiguar cuán recio soy yo? Podría arrestarlo y ponerlo entre rejas, por si no lo sabe.

—Sí, métame en la cárcel, maldición. Hágalo, porque quiero contarle al mundo cómo nos ha tratado. Usted es un energúmeno.

—Levon, cálmate —le rogó Barbara, tironeándole del brazo—. Basta, Levon. Contrólate. Pide disculpas al teniente, por favor.

Jackson se sentó y acercó la silla al escritorio.

—McDaniels, no vuelva a ponerme la mano encima —le advirtió—. Teniendo en cuenta que usted está como un cencerro, en mi informe minimizaré lo que acaba de ocurrir. Y ahora siéntese antes de que cambie de parecer.

Levon aún resollaba, pero Jackson señaló las sillas, y ambos esposos se sentaron.

El teniente se masajeó la nuca y se frotó el hombro.

—Casi siempre que desaparece un hijo —dijo al fin—, uno de los padres sabe lo que sucedió. A veces ambos. Yo necesitaba saber cuál era el caso de ustedes.

Levon y Barbara lo miraron boquiabiertos. Y todos entendimos. Jackson los había provocado para ver cómo reaccionaban.

Había sido un examen. Y habían aprobado. En cierto modo.

—Estamos investigando este caso desde ayer por la mañana. Como le dije cuando usted llamó —dijo Jackson, fulminando a Levon con la mirada—. Nos hemos reunido con la gente de Sporting Life, y también con el personal de la recepción y el bar del Princess. De momento no hemos descubierto nada.

Jackson abrió un cajón, cogió un móvil, uno de esos artilugios delgados y medio humanos que toman fotos, envían e-mails y avisan si le falta aceite al motor.

—Éste es el teléfono de Kim —dijo—. Lo encontramos en la playa detrás del Princess. Encontramos varias llamadas a Kim de un hombre llamado Doug Cahill.

—¿Cahill? —Dijo Levon—. Doug Cahill salía con Kim. Vive en Chicago.

Jackson sacudió la cabeza.

—Llamaba a Kim desde Maui. Insistió una hora tras otra hasta que el buzón de ella se llenó y dejó de aceptar mensajes de voz. Localizamos a Cahill en Makena, y anoche lo interrogamos dos horas antes de que pidiera un abogado. Dijo que no había visto a Kim. Que ella se negaba a hablarle. Y no pudimos retenerlo porque no podíamos acusarlo de nada —añadió Jackson, guardando el móvil de Kim en el cajón—. McDaniels, resumamos la situación. Usted tiene una llamada de alguien que le dice que Kim cayó en malas manos. Y nosotros tenemos el móvil de Kim. Ni siquiera sabemos si se ha cometido un delito. Si Cahill aborda un avión, no podemos impedir que se vaya.

Vi que Barbara se sobresaltaba, asustada.

—Doug no lo hizo —dijo Levon.

Jackson enarcó las cejas.

—¿Y cómo lo sabe?

—Conozco la voz de Doug. El hombre que llamó no era Doug.

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