Bikini

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SEGUNDA PARTE - Vuelo nocturno » 44

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Eran casi las cuatro de la mañana y no lograba conciliar el sueño. En mi mente aún ardían las imágenes del cuerpo torturado de Rosa Castro, y todavía pensaba en lo que le habían hecho antes de que su vida terminara bajo una roca en el mar.

Pensé en sus padres y los McDaniels, buena gente que pasaba por un infierno que El Bosco no podría haber imaginado ni siquiera en sus momentos de mayor inspiración. Quería llamar a Amanda, pero me contuve. Temía cometer un desliz y decirle lo que pensaba: «Gracias a Dios que no tenemos hijos».

Me levanté y encendí las luces. Saqué de la nevera una lata de POG, un refresco de piña, naranja y guayaba, y encendí el ordenador. Mi correo se había llenado de spam desde mi última revisión, y la CNN me había enviado un alerta noticioso sobre Rosa Castro. Eché un rápido vistazo a la nota y comprobé que mencionaban a Kim en el último párrafo.

Escribí el nombre de Kim en la casilla de búsqueda para ver si la CNN había introducido alguna noticia en su sitio web. Nada.

Abrí una lata de patatas fritas, comí una, preparé café en la cafetera y seguí trabajando en Internet.

Encontré imágenes de Doug Cahill en YouTube: vídeos del club universitario, travesuras en el vestuario, un vídeo de Kim sentada en las gradas durante un partido de fútbol, aplaudiendo y meneándose. La cámara iba y venía entre ella y tomas de Doug Cahill jugando brutalmente contra los Giants de Nueva York. Traté de imaginarme a Cahill matando a Kim y hube de admitir que un tío que podía arremeter contra jugadores de ciento diez kilos era alguien que podía abofetear a una muchacha que se resistiera y, por accidente o adrede, desnucarla. Pero en el fondo creía que las lágrimas de Cahill eran genuinas, que amaba a Kim. Además, si él la hubiera matado, contaba con recursos para perderse en cualquier parte del mundo.

Busqué el nombre que me había soplado aquella mujer por teléfono, el sospechoso de tráfico de armas, Nils Bjorn, cuyo primer apellido era Ostertag. La búsqueda arrojó los mismos resultados del día anterior, pero esta vez abrí los artículos redactados en sueco.

Usando un diccionario on line mientras leía, traduje las palabras suecas que significaban «municiones» y «blindaje protector» y luego encontré otra foto de Bjorn fechada tres años antes. Era una foto directa del hombre, con sus rasgos regulares y olvidables, saliendo de un Ferrari en Ginebra. Vestía un elegante traje de rayas blancas bajo un sobretodo de buena confección, y empuñaba un maletín Gucci. En esa foto Bjorn no se veía igual que en la cena de gala, porque ahora tenía el pelo rubio. Casi blanco.

Pinché el último artículo sobre Nils Ostertag Bjorn y otra foto llenó mi pantalla, esta vez un joven de uniforme militar. Aparentaba unos veinte años, tenía los ojos muy separados y la barbilla cuadrada. Pese al mismo nombre no se parecía a las otras fotos de Nils Bjorn.

Leí el pie de foto y distinguí las palabras suecas que significaban «Golfo Pérsico» y «fuego enemigo», y entonces comprendí.

Estaba leyendo una necrológica.

Aquel Nils Ostertag Bjorn había muerto quince años atrás.

Fui a ducharme y dejé que el agua caliente me masajeara la cabeza mientras trataba de unir las piezas. ¿Se trataba sólo de dos hombres con el mismo nombre, un nombre poco habitual? ¿O alguien que usaba la identidad del muerto se había registrado en el Wailea Princess?

En tal caso, ¿había secuestrado y asesinado a Kim McDaniels?

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