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CUARTA PARTE - Caza mayor » 109

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Dejé el periódico y los seguí con la mirada mientras salían a la calle por la puerta giratoria, uno a uno.

Me dirigí hacia la puerta principal para ver adónde se encaminaba Henri. Pero antes de llegar a la puerta giratoria, un rebaño de turistas se agolpó frente a mí, tambaleándose, riendo, apiñándose dentro de la puerta mientras yo aguardaba, queriendo gritarles: «¡Imbéciles, no estorbéis!».

Cuando logré salir, Henri y las dos mujeres ya estaban lejos, caminando por la galería que bordea el lado oeste de la calle. Cogieron por la Rue de Castiglione, hacia la de Rivoli. Atiné a ver que giraban a la izquierda cuando llegué a la esquina. Luego vi que las dos mujeres miraban el escaparate de una zapatería exclusiva y vislumbré el cabello rubio de Henri más allá. Procuré no perderlo de vista, pero él desapareció en la estación de metro Tuilleries, al final de la calle.

Corrí en medio del tráfico, bajé al andén por la escalera, pero es una de las estaciones más concurridas y no logré localizar a Henri. Traté de mirar a todas partes al mismo tiempo, escudriñando los grupos de viajeros que circulaban por la estación.

Allá estaba, en el extremo del andén. De pronto se volvió hacia mí y me quedé helado. Por un minuto eterno, me sentí totalmente vulnerable, como si me hubieran iluminado con un foco en un escenario negro.

Forzosamente tenía que verme.

Estaba en su línea de visión.

Pero no reaccionó y yo seguí mirándolo mientras mis pies parecían pegados al suelo.

Entonces su imagen pareció oscilar y aclararse. Mientras lo miraba directamente, percibí la forma de la nariz, la altura de la frente, la barbilla con papada.

¿Me había vuelto loco?

Antes estaba seguro, pero ahora estaba igualmente seguro de que me había equivocado en todo, de que era un necio, un inepto, un fracaso como detective. El hombre al que había seguido desde el Ritz no era Henri, ni por asomo.

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