Bikini

Bikini


CUARTA PARTE - Caza mayor » 113

Página 120 de 133

113

Las sirenas eran cada vez más estridentes, los hombros y el cuello se me pusieron rígidos, pero el gemido ululante pasó de largo y continuó hacia las Tullerías. Cuando tuve la certeza de que había terminado, subí la escalera como un viejo. Llamé a la puerta de nuestra habitación.

—Amanda, soy yo. Estoy solo. Puedes abrir.

Abrió segundos después. Tenía la cara surcada de lágrimas, y la mordaza le había dejado magulladuras en las comisuras de la boca. La acuné entre mis brazos y ella se apoyó en mí, sollozando como una niña inconsolable.

La mecí largo rato. Luego la desvestí, me quité la ropa y la ayudé a acostarse. Apagué la luz del techo, dejando sólo una pequeña lámpara sobre la mesilla. Me deslicé bajo las mantas y abracé a Amanda. Ella apretó la cara contra mi pecho, se pegó a mi cuerpo con brazos y piernas.

—Háblame, cariño —le dije—. Cuéntame todo.

—Él ha llamado a la puerta. Ha dicho que traía flores. ¿Te imaginas un truco más simple? Pero le he creído, Ben.

—¿Ha dicho que yo las enviaba?

—Eso creo. Sí, eso dijo.

—No sé cómo ha averiguado que estábamos aquí. ¿Cómo ha obtenido esa pista? No lo entiendo.

—Cuando he abierto la puerta, le ha dado una patada y me ha agarrado.

—Ojalá lo hubiera matado, Amanda.

—Yo no sabía quién era. Un hombre negro. Me ha inmovilizado los brazos a la espalda. Me ha dicho… Oh, esto me da náuseas —dijo, sollozando.

—¿Qué ha dicho?

—«Te amo, Amanda».

La escuchaba y oía ecos al mismo tiempo. Henri me había contado que amaba a Kim, que amaba a Julia. ¿Cuánto habría esperado Henri para demostrarle su amor a Amanda, violándola y estrangulándola con las manos enfundadas en aquellos guantes azules?

—Lo lamento —susurré—. Lo lamento mucho.

—Yo soy una idiota por haber venido aquí, Ben. Oh, Dios. ¿Cuánto tiempo ha estado aquí? ¿Tres horas? Soy yo quien lo lamenta. Hasta ahora no había entendido lo que habrás sufrido en esos tres días con él.

Rompió a llorar de nuevo y la calmé, le repetí que todo saldría bien.

—No lo sé, cariño —me dijo con voz tensa y ahogada—. ¿Por qué estás tan seguro?

Me levanté de la cama, abrí el ordenador portátil y reservé dos vuelos de regreso a Estados Unidos por la mañana.

Ir a la siguiente página

Report Page