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SEGUNDA PARTE - Vuelo nocturno » 28

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A las siete y cuarto de la mañana del lunes, Levon vio que un sedán negro se detenía en la entrada del Wailea Princess. Levon subió al asiento delantero mientras Hawkins y Barbara ocupaban el trasero. Cuando todas las puertas estuvieron cerradas, le dijo a Marco que los llevara a la comisaría de Kihei.

Durante el trayecto, Levon escuchó los consejos que le susurró Hawkins acerca de cómo manejarse con la policía, diciéndole que fuera servicial, que tratara de amigarse con los agentes, que no fuera hostil si no quería ponerlos en su contra.

Levon asintió con gruñidos, pero estaba enfrascado en sus pensamientos y no habría podido describir el trayecto entre el hotel y la comisaría, pues iba concentrado en la inminente reunión con el teniente James Jackson.

Volvió al presente cuando Marco aparcó el coche en una pequeña galería comercial. Se apeó de un brinco antes de que el vehículo se hubiera detenido del todo. Se dirigió hacia la pequeña comisaría, flanqueada por un estudio de tatuajes y una pizzería.

La puerta de vidrio estaba cerrada, así que apretó el botón del interfono y dijo su nombre, anunciándole a la voz femenina que a las ocho tenía una cita con el teniente Jackson. Se oyó un zumbido, la puerta se abrió y entraron.

A Levon la comisaría le pareció la oficina de vehículos automotores de un pueblo. Las paredes estaban pintadas de verde burocrático, el suelo era de linóleo marrón, y la larga habitación estaba bordeada por hileras de sillas de plástico.

Al final de la angosta oficina había una ventanilla, con la persiana bajada, y al lado una puerta cerrada. Levon se sentó junto a Barbara, y Hawkins se sentó frente a ellos. Esperaron.

Poco después de las ocho, la ventanilla se abrió y entró gente que se dirigía a la ventanilla para pagar multas de aparcamiento y otros trámites. Tipos con peinado rasta, chicas con tatuajes complicados, jóvenes madres con críos chillones.

Levon sintió una punzada y pensó en Kim, ansiando saber si estaba bien, si padecía algún sufrimiento, y por qué había sucedido aquello.

Al rato se levantó y se paseó por la galería de fotos de personas buscadas, miró los ojos penetrantes de asesinos y delincuentes, y luego los retratos de niños desaparecidos, algunos de ellos alterados digitalmente para que aparentaran la edad que tendrían ahora, pues habían pasado años desde su desaparición.

—Qué barbaridad —le dijo Barbara a Hawkins—. ¿Cuánto hace que nos tienen esperando? Dan ganas de gritar.

Levon quería gritar, en efecto. ¿Dónde estaba su hija? Se inclinó para hablarle a la agente que atendía la ventanilla.

—¿El teniente Jackson sabe que estamos aquí?

—Sí, señor, claro que sí.

Levon se sentó junto a su esposa y se pellizcó entre los ojos, preguntándose por qué Jackson tardaba tanto. Y pensó en Hawkins, que había entablado una relación muy amigable con Barbara. Levon confiaba en el juicio de su esposa pese a que, como muchas mujeres, hacía amigos con facilidad. A veces con demasiada facilidad.

Observó cómo Hawkins escribía en su libreta y luego a unas adolescentes que se sumaron a la fila del escritorio del frente, cuchicheando con unas voces agudas que le pusieron los nervios de punta.

A las diez menos diez, la agitación de Levon era como el rugido de los volcanes que habían levantado aquella isla del mar prehistórico. Estaba a punto de estallar.

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