Beth

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CAPÍTULO 22

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CAPÍTULO 22

En los días sucesivos, Beth evitó cruzarse con el doctor MacGregor siempre que tuvo ocasión. No le fue demasiado difícil. Este se ausentaba prácticamente durante todo el día, y por las noches, visitaba Manor Hall, para disgusto de la señora Wallace.

Mientras tanto, según supo Beth en su última visita a casa de Anne y Angus, Ben seguía viéndose a escondidas con lady Catherine, hecho que estaba generando un tremendo malestar en el hogar de los Burns. Sin embargo, pronto cambiarían las cosas.

Llegó a Manor Hall un nuevo visitante. Se trataba de lord Francis Worthfield, hijo y heredero de lord Worthfield, y según los rumores, el futuro esposo de lady Catherine Cardigan.

El joven, de dieciocho años, había estado de viaje por Europa durante unos meses, y pronto ingresaría en la academia militar de Sandhurst, donde pasaría un año.

Lord Francis Worthfield era un apuesto joven, con un carácter altivo y arrogante. A pesar de tener a cuanta mujer deseara, se había encaprichado de la hermosa y esquiva lady Catherine Cardigan.

Las familias de ambos estaban encantadas con el futuro enlace, que sería muy beneficioso para todas las partes implicadas.

Después de confirmar que los rumores eran ciertos, el doctor MacGregor decidió hablar seriamente con Ben, exponiéndole los hechos y verdades.

Ambos salieron al jardín trasero de la casa de los Burns para poder hablar tranquilamente, mientras Anne y Angus permanecían sentados en el salón, expectantes.

—Está prometida, Ben, y se casará con lord Francis. Lo mejor que puedes hacer es apartarte de ella, antes de que te metas en problemas.

Ben no se resignaba, y respondió, indignado:

—No pienso apartarme. Pienso luchar por ella hasta el final. Ella me quiere y yo la quiero a ella, y nada ni nadie puede cambiar eso.

El doctor suspiró.

—Ben, escúchame. Sé de lo que estoy hablando. Conozco a esa gente. A tu edad, yo fui igual de iluso que tú.

Al escuchar eso, Ben lo miró, desafiante.

—Entonces, dígame, si tan importante es la clase social, ¿por qué se está viendo con lady Horsham?

El doctor MacGregor se puso tenso.

—Nuestra historia es distinta. Además, ella ahora es una respetable viuda—contestó el doctor, intentando justificarse.

—¡Ja! ¿Y cree que se casará con usted? Permítame que lo dude—respondió Ben con sorna.

El doctor estaba empezando a perder la paciencia.

—Oye, yo solo quiero advertirte del peligro. Esto no es un juego, Ben. ¿Quieres meterte en problemas por una niña caprichosa? ¡Adelante! No te detendré. Pero piensa en tus padres, y en el disgusto que les vas a dar.

Ben ni se inmutó ante este último comentario.

—Le agradezco las molestias, pero creo que ya he escuchado suficiente. Si me disculpa—y dicho esto, se fue de allí, dejando al doctor solo.

<< ¡Maldito muchacho testarudo y egoísta!>>, pensó el doctor, enfadado.

Regresó a Taigh Abhainn, después de explicarle a Anne y Angus que su charla con Ben había sido inútil.

Entró en el vestíbulo, y se encontró con Beth, que se sobresaltó al verlo. Esta hizo una reverencia, y salió huyendo escaleras arriba. El doctor puso una mueca de enfado. Desde aquella velada en Manor Hall, la señorita Arundel se comportaba con él de forma extraña.

Cada vez que lo veía, lo evitaba como si tuviera una enfermedad contagiosa. Si Beth estaba con la señora Wallace conversando en el salón y entraba él, su gesto se tornaba serio, y siempre le surgía alguna tarea que hacer, que le daba una excusa perfecta para ausentarse.

Bueno, en parte entendía que tal vez se habían distanciado desde que él volvió a ver a Evelyn, porque apenas pasaba tiempo en Taigh Abhainn. Aun así, esa actitud le molestaba y le dolía. Echaba de menos su compañía y sus animadas conversaciones.

Entró en el salón, y saludó a su tía, que le miró con gesto malhumorado. La mujer, que en ese momento estaba bordando, se mostraba así con él desde que se había enterado de sus encuentros con Evelyn Horsham.

El doctor se sentó en uno de los sillones, junto a la chimenea. Estuvieron un buen rato en silencio, hasta que el doctor se hartó y decidió iniciar una conversación.

—He hablado con Ben Burns sobre lady Catherine.

Su tía no alzó la vista y siguió bordando.

—¿Ya sabe que está prometida?

—Así es, pero se niega a aceptarlo. Dice que luchará con uñas y dientes hasta el final. Y me temo lo peor.

Su tía asintió, pensativa.

—Me resulta terriblemente familiar esta situación, Cameron. Hace muchos años, tu tío tuvo una charla parecida contigo, y tú te comportaste igual que Ben. No hace falta que te diga cómo acabó todo, por supuesto. —El doctor agachó la mirada ante la verdad que contenían aquellas palabras. En ese momento, la señora Wallace dejó lo que estaba haciendo, y lo miró, desafiante—. Lo que no puedo entender es que hayas caído en el mismo error.

El doctor MacGregor se puso tensó.

—¿Qué quieres decir?

—Lo sabes muy bien. Esa sassenach[5] está jugando contigo de nuevo—contestó, enfadada.

—¿De qué estás hablando? La situación es totalmente diferente ahora.

—¡Ja! Eso crees tú. Esa mujer siempre consigue hipnotizarte. Tía y sobrina son iguales. ¿Cómo es posible que después de dejarte tirado como un perro en medio de la noche, aún confíes en ella? ¡No lo puedo comprender! —respondió la señora Wallace, exaltada.

El doctor MacGregor se levantó y empezó a pasearse por la estancia.

—Tú no lo entiendes. Ella tuvo que dejarme, aunque me amaba. Debía cumplir con su obligación—explicó, intentando convencer a su tía de que estaba equivocada.

—¡Claro que sí! Ya me dijeron que estaba llorando por las esquinas durante su matrimonio con lord Horsham, rodeada de riqueza y lujo. Y, por cierto, con una buena colección de amantes.

El doctor MacGregor miró a su tía, perplejo.

—Mientes.

La señora Wallace negó con la cabeza.

—Ojalá fuera mentira, Cameron, pero es la verdad. Nunca le has importado. Esa mujer y toda su familia solo piensan en sí mismos. Y ahora acabarán arruinando la vida del pobre Ben, como casi hacen contigo.

De repente, Beth entró en la sala, y se quedó de pie delante de la puerta, sin moverse, al darse cuenta de la tensión que reinaba en el lugar.

A pesar de que había acudido a una llamada de su señora, enseguida supo que había llegado en un momento inoportuno, y en ese instante, deseó que la tierra se abriera y se la tragara.

Entonces, la señora Wallace se levantó y se dirigió hacia donde ella estaba.

—Voy a acostarme, tengo una terrible jaqueca. Beth, pide que esta noche me sirvan la cena en la habitación, por favor—dicho esto, salió del salón.

Justo cuando Beth iba a acompañarla, el doctor MacGregor habló:

—Señorita Arundel, ¿puedo hablar con usted un momento?

A pesar de que prefería marcharse, decidió quedarse donde estaba, y escuchar lo que tenía que decir.

—Sé que últimamente no hemos hablado mucho, y seguramente esto que voy a pedirle sea algo que esté fuera de sus obligaciones. Sin embargo, no sé a quién recurrir.

El doctor la miró fijamente, y esto hizo que su corazón latiera desbocado.

—Usted dirá—respondió Beth con toda la calma que pudo.

El doctor MacGregor respiró hondo.

—¿Podría hablar con mi tía e intentar convencerla de que ceda un poco en la cuestión de mi relación con lady Horsham? Su férrea oposición y su mala opinión de ella es totalmente injusta. Mi tía tiene muchos prejuicios hacia ella, y me gustaría que usted, que siempre consigue que la escuche, me ayude a suavizar las cosas.

Beth se mordió el labio inferior, nerviosa. No estaba por la labor de hacer tal cosa.

—No creo que pueda, doctor. La señora Wallace es muy testaruda. Además, no debo meterme en sus asuntos familiares. No estaría bien.

El doctor MacGregor se sintió un poco desilusionado con su respuesta. Sin embargo, no desistió en su intento de conseguir su ayuda.

—Señorita Arundel, para mí, usted es una buena amiga. Es alguien a quien aprecio y a quien tengo en alta estima. Confío en usted más que en mí mismo. Por favor, ayúdeme en esto—le pidió él en tono suplicante.

Beth lo miró, dubitativa. Deseaba con todas sus fuerzas decirle lo que pensaba: Que se equivocaba, que esa mujer le haría daño, que ella le quería con toda su alma, y que nunca le abandonaría. Frenó sus impulsos. No debía hacerlo.

No obstante, decidió ayudarlo. No fue capaz de rechazar su petición. Y se maldijo a sí misma por ello. Porque su amor por él era más fuerte que su razón. Asintió, y el doctor MacGregor dibujó una sonrisa de alivio.

—Está bien, hablaré con ella, pero no le prometo nada—le advirtió.

El doctor MacGregor no dejó de sonreír.

—Gracias, señorita Arundel. Es usted un ángel. La mejor amiga que nadie pueda tener—afirmó, entusiasmado y feliz.

Entonces, Beth sintió una punzada de dolor en su corazón, o en lo poco que quedaba de él. Era un ángel, una amiga, pero nada más. Sonrió con dolor y respondió:

—Si me disculpa, doctor.

Se dio media vuelta y se apresuró a salir del salón, dejando al doctor MacGregor intrigado.

No esperaba esa reacción. Beth Arundel parecía dolida. Algo le ocurría, eso estaba claro. Se quedó allí, mirando al vacío, pensativo y preocupado.

Ya en la habitación de la señora Wallace, esta protestó enérgicamente por la estúpida idea de su sobrino de usar a Beth para intentar convencerla de lo que ella tenía claro.

—¡Este sobrino mío se cree que nací ayer! Una ya tiene una edad, y muchos años de experiencia para saber lo que dice y piensa. Es un tonto por creer que tú, pobre mía, vas a convencerme de que acepte semejante disparate.

Beth suspiró, algo cansada.

—Señora Wallace, ¿no cree que será peor si se opone? Lo mejor es que acepte esa relación, porque cuanto más se oponga, más se complicarán las cosas. Y al final, acabará perdiendo el afecto de su sobrino.

—Y lo peor de todo es que tú le estés defendiendo. ¿Y qué hay de lo que te ha hecho? ¿Es que no te duele? —inquirió la señora Wallace, ignorando lo que Beth había dicho.

—Lo que yo sienta no importa. Nunca hubo nada entre nosotros. El doctor no me debe explicaciones—respondió, agachando la mirada.

—¡Pues yo no opino igual! Es un necio. Tiene la evidencia delante de sus narices, y no es capaz de verla. Desde luego, no te merece, Beth. No te preocupes. Yo haré que te desposes con un buen mozo escocés. Anne me ayudará a evitar que te conviertas en una solterona—aseveró la señora Wallace.

Beth dibujo una tímida sonrisa. La señora Wallace era una persona maravillosa, y se sentía tremendamente afortunada de estar a su servicio. Lo que le dijo su madre era verdad. Había encontrado a muy buenas personas a lo largo de su vida.

Llevada por el afecto que sentía por la señora Wallace, Beth se acercó a ella y le dio un abrazo. No supo por qué, pero deseaba agradecerle sus desvelos y su preocupación por ella.

La señora Wallace, que al principio se quedó un poco sorprendida, respondió al gesto con efusividad. Ya quería a Beth como si fuera una más de la familia.

Un par de horas después, cuando ya estaban todos durmiendo, el doctor MacGregor esperó a Beth en el salón. Quería saber cómo había ido la charla entre su tía y ella.

Beth se presentó ante él, y le explicó, con toda la delicadeza que pudo, lo que había sucedido.

—No he podido convencerla, ha sido una tarea imposible, doctor.

El doctor MacGregor puso gesto de decepción.

—Bueno, qué se le va a hacer. Siempre ha sido testaruda. Espero que recapacite en algún momento.

—Eso espero, doctor. Bueno, si me disculpa, debo irme a dormir. Buenas noches—dijo Beth, dispuesta a marcharse.

Sin embargo, no pudo moverse de donde estaba, porque el doctor se acercó rápidamente a ella, y la agarró del brazo. Beth se quedó mirándole, algo desconcertada, mientras él observaba su rostro atentamente.

—¿Se encuentra usted bien? —inquirió él, intrigado.

Beth se puso tensa, y contestó:

—Sí, doctor, solo estoy cansada.

Él la agarró por el mentón, y observó que Beth tenía los ojos humedecidos. Parecía que estaba a punto de llorar, y esto hizo que la mirara con suspicacia.

—No es solo eso. ¿Duerme bien por las noches?

Beth tragó saliva.

—Sí, doctor, duermo bien—mintió. Llevaba días durmiendo y comiendo poco.

—¿Hay algo que la inquiete? ¿Algún problema? —insistió él. Notaba que le estaba ocultando algo, y quería saber qué era.

Beth ya no pudo aguantar más su cercanía, pues estaba provocando que su ánimo se alterara, y se zafó de su agarre, apartándose de él. El doctor se quedó perplejo ante aquella reacción.

—No me ocurre nada, doctor. Ahora si me disculpa, me voy a dormir—contestó Beth, nerviosa.

A continuación, salió del salón a toda prisa, mientras el doctor intentaba entender lo que acababa de suceder.

Esa noche, el doctor volvió a disfrutar de la compañía de Evelyn, que yacía desnuda a su lado. Sin embargo, en esos momentos no dejaba de pensar en Beth.

Había observado que estaba pálida y que tenía mal aspecto. Parecía triste. Se preguntaba qué le estaba pasando a la siempre diligente y amable Beth. Había notado que solo se mostraba esquiva con él, mientras que con los demás no era así.

—¿En qué piensas? Alégrame y dime que solo piensas en mí—dijo Evelyn, mirándole de forma seductora.

Él sonrió. Gracias al tiempo que habían pasado juntos esos últimos días, había descubierto ciertos defectos de Evelyn que no le agradaban demasiado. Era un tanto superficial y egocéntrica. Aun así, la amaba.

—Sí, estoy pensando en ti—mintió.

Ella se rio, satisfecha.

—Por cierto, el otro día hablamos de esa mujer. ¿Cómo se llama? La señorita Arundel. —El doctor la miró, extrañado—. Bueno, yo no saqué el tema. Fue Langley. Parece ser que la conoce.

El doctor frunció el ceño.

—¿Ah sí? ¿De qué?

Odiaba con todas sus fuerzas a ese hombre, que siempre hablaba con desprecio de todo el mundo. Evelyn se encogió de hombros mientras acariciaba el pecho del doctor.

—No lo sé. No quiso dar más detalles. Un misterio. —Entonces ella se puso encima de él y con una mirada lasciva dijo—: Ahora, dejemos de hablar.

A pesar del apasionado beso que Evelyn le estaba dando, el doctor MacGregor no se quitó de la cabeza lo que había dicho. ¿Qué relación podían tener lord Langley y la señorita Arundel? ¿Viejos amigos? ¿O tal vez viejos amantes? La idea de ver a Beth al lado de Langley le molestaba. De hecho, le asqueaba y le enfurecía. Seguramente, era una de las muchas mentiras que contaba ese hombre, pensó.

◆◆◆

Unos días más tarde, Beth estaba de visita en casa de Anne. Ambas estaban arreglando un par de vestidos que esta última quería retocar. Angus y Ben estaban fuera, así que pudieron conversar tranquilamente a solas.

—Beth ¿estás comiendo bien? Últimamente te noto más delgada—comentó Anne, mirándola con preocupación.

—Estoy bien. Es que no tengo mucho apetito— respondió Beth, intentando quitarle importancia.

—Pues necesitas comer para poder trabajar en condiciones. — Anne entonces la observó con más detenimiento—. No, aquí hay algo más—afirmó dejando a un lado su labor—. A ti te ocurre algo.

—No me pasa nada, Anne. Ya te he dicho que estoy bien.

—A mí no me engañas. Hace unas semanas, venías sonriendo, y canturreabas como un pajarillo. Sin embargo, desde hace unos días pareces un alma en pena.

Beth forzó una sonrisa.

—Son imaginaciones tuyas.

Anne no pareció satisfecha con la respuesta. Sin embargo, la conversación se vio interrumpida por el alboroto que se escuchaba afuera.

Las dos dejaron lo que estaban haciendo, y salieron de la casa. Entonces, vieron a Ben y a lord Francis discutiendo, rodeados por un grupo de muchachos. Anne se quedó sin saber qué hacer. Beth iba a acercarse hasta allí, pero se detuvo cuando vio al doctor MacGregor.

Cuando este llegó hasta el grupo para saber lo que estaba sucediendo, lord Francis sacó un guante, y abofeteó a Ben en la cara con él. Las caras de los allí presentes mostraron espanto y asombro.

En ese momento, a Beth le invadió una sensación de terror indescriptible. Anne la miró, y muy alterada preguntó:

—Beth, ¿qué ocurre?

Beth la miró, aterrorizada.

—Le ha desafiado a un duelo.

En ese instante, Anne se desmayó, y Beth la sujetó como pudo. Unos vecinos acudieron en su ayuda y la llevaron al interior de la casa.

Mientras, el doctor MacGregor, junto a otros hombres, intentaba que lord Francis retirara su desafío, pero no sirvió de nada. De hecho, el joven se reafirmó, y puso fecha y hora para el encuentro. Sería al día siguiente al amanecer.

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