Belinda

Belinda


Segunda parte

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De modo que cuando empecé a decirle algunas cosas, o sea, a contestar sus preguntas y a explicarle cómo había yo envidiado siempre a los niños que iban a la escuela en Europa y en América, cómo deseaba formar parte de alguna cosa y todo eso, él me escuchó. Me escuchó de verdad.

Tenía aquel brillo en los ojos, y me hizo una serie de simples preguntas que demostraban que él se hacía cargo de lo que yo le estaba contando.

Al mismo tiempo, yo me estaba formando también mi imagen de Marty. No es un hombre de Los Ángeles tan atípico. Él no cree que la televisión sea terrible. Lo normal para él es desplazarse por distintos grados de mediocridad. Defiende la televisión diciendo que es de la gente, por la gente y para la gente, igual que lo fue Charles Dickens. Sin embargo, jamás ha leído una página de sus libros. La cima para Marty es lo que él llama «candente». En «candente» todas las cosas están incluidas: como el dinero, el talento, el arte y la popularidad.

He de decir que lo que le proporciona a Marty su fortaleza es esa desesperación de haber vivido la calle en Nueva York y un cierto estilo de gángster. Cuando no está relajado, sólo se expresa con amenazas, ultimátums y pronunciamientos. Por ejemplo:

—Y entonces les dije: «Escuchadme bien, malditos bastardos, o me dais el espacio de las ocho de la tarde o yo me largo», y diez minutos después suena el teléfono y ellos me dicen: «Marty, ya lo tienes», y yo contesto: «Como había de ser».

Y siempre es igual.

Al mismo tiempo tiene un enorme candor. A lo que me refiero es a que él puede ser encantadoramente crudo porque en realidad es muy sincero. Y tiene mucho éxito por ser así. Sin embargo, sólo puedes actuar de ese modo cuando lo que tienes es miedo, y eso también es una característica de Marty.

Nunca olvidará sus orígenes y, como él dice, no es lo mismo ser pobre en la costa del Pacífico, donde las camareras de Sunset Boulevard hablan un inglés perfecto, y donde conduces por vecindades limpias de clase media, a los que por cierto se las llama gueto, como en San Francisco. No; ser pobre en Nueva York significa ser pobre de verdad.

Creo que lo que trato de decirte, o lo que quiero que comprendas, es que esta conversación fue el principio de una relación amorosa. Que estuvimos charlando así durante dos horas antes de acostarnos juntos, y que ir a la cama no era lo único que él deseaba. Y si he de decirte la verdad, me estaba odiando un poco a mí misma, por el hecho de que ir a la cama era casi la única cosa que yo deseaba.

De cualquier manera fue bastante excitante. Nunca tuvo el misterio que hubo entre tú y yo, pero estuvo muy bien. Tampoco tenía la misma sensación que contigo, de que aquello era un bello romance que sólo-se-tiene-una-vez-en-la-vida. No era tan bonito.

Pero él me gustaba, me gustaba mucho. Después, tras una hora de charla como la que te he descrito, sucedió una cosa que fue definitiva para inclinar la balanza.

Marty había asistido a la proyección de

Jugada decisiva.

Aquello era algo que yo no había esperado. Es decir, yo tenía la convicción de que la gente de Hollywood no necesitaba ver una película para cargársela. Pueden comprar los derechos de un libro para hacer una película sin haberlo leído.

Sin embargo Marty había estado en el pase de

Jugada decisiva.

Así que cuando comenzamos a hablar de ella, él me explicó cosas muy sorprendentes. Me dijo que Susan tenía visión y valor. Opinaba que era una profesional extraordinaria. También que mi papel era pura dinamita, y que le había robado la película a Sandy. Ninguna actriz experimentada hubiese dejado que eso sucediera. En cambio, había una cosa mal en la película, y es que yo era la que parecía más americana de todos. Que yo tenía la nariz respingona de G. G., la boca pequeñita y todo eso.

—¿O sea que esta señora se va a una isla en Grecia y se encuentra con la típica líder estudiantil de una escuela de grado superior? —me preguntó—. No podía funcionar. Los drogadictos de Tejas eran fantásticos y el guión de primera línea. Pero la isla griega y mi imagen…

Era una película extranjera que no lo era. No funcionaría.

Bueno, todavía hoy no sé si eso es verdad. Pero viniendo de él ese tipo de reflexión me sorprendió. Aunque lo que me resultaba todavía más sorprendente era que él dedicase tiempo pensar siquiera en la película.

De cualquier manera, para Susan era mucho mejor que esta primera película suya no se estrenase, repetía. En ese momento fue cuando yo salté y le dije:

—Muy bien, ¿y qué vas a hacer por Susan en Estados Unidos?

—No puedo prometer nada extraordinario —me aclaró—. Pero haré lo posible. —Y acto seguido se levantó y me estrechó la mano—. De modo que así están las cosas, tanto si te quedas como si te vas. ¿Puedo besarte?

—Claro que sí —contesté—, ya era hora.

Hacer el amor con él fue maravilloso. Tenía la brutalidad de un camionero, pero era un camionero fantástico, quizás el mejor que haya existido nunca. ¿Y por qué te cuento todo esto? Porque deseo que sepas y comprendas todo lo que ocurrió. Debes saber que aunque este hombre no tuviese tu habilidad o tu control del tiempo, yo le amé mucho. He de aclarar que, por supuesto, hasta entonces yo no había estado más que con muchachos. A decir verdad, yo no tenía ni idea del sentido que tenía controlar el tiempo.

El hecho de conocerte terminó con el amor que sentía por Marty. Así es como fue. Cuando te conocí eras el hombre de mis sueños; tú eres serio y decente, igual que las personas que conocí en aquellos años en que mamá hacía buenas películas y yo terminaba durmiéndome en la mesa mientras escuchaba discusiones constructivas sobre la vida y el arte. Tú eres elegante y refinado, y además a tu manera desaliñada y facilona, eres muy atractivo. Y también la duración del acto tiene algo que ver, no hay que olvidar eso, la mezcla de sensaciones cuando nos tocamos el uno al otro en la cama, aquellas ocasiones en que tú eras más puramente físico que cualquier otro hombre que haya conocido.

De modo que necesité algo así para terminar con el amor que sentía por Marty. Yo amaba muchísimo a Marty.

Aquella noche en Cannes fue algo muy serio.

Cuando se despertó por la mañana, estaba muy asustado. Empezó a decir que alguien debía andar buscándome. Y cuando le dije que se tranquilizase no me creyó.

—Ocúpate del asunto de Susan —le pedí—. Aunque ésa no sea la razón por la que me he acostado contigo, pues de cualquier manera lo hubiese hecho, es Susan quien me preocupa ahora mismo.

Aunque si he de decirte la verdad, no confiaba en que él tuviera la influencia suficiente dentro de la United Theatricals, en lo que a Susan se refería. Él era de la televisión. De manera que ¿por qué habría de escucharle alguien de la parte de cinematografía? Quiero decir que era fácil que pudiese cargarse una película de cine siendo de televisión, pero… ¿cómo podía él conseguir un contrato para una mujer cuya película se había cargado?

En cambio, yo no me daba cuenta de que United Theatricals, al igual que otros grandes estudios, era propiedad de un grupo que en este caso es la CompuFax. Ellos habían contratado a dos jefes de estudio, Ash Levine y Sidney Templeton, que habían pertenecido a una televisión de veinticuatro horas de emisión en Nueva York. Piensa bien en eso: veinticuatro horas. Y ¿quién creería que ese tipo de gente podía dirigir una compañía cinematográfica? Pero lo estaban haciendo, y eran justamente los antiguos compañeros de Marty en Nueva York, fueron ellos los que pusieron a Marty en el cargo que ostentaba. Marty había trabajado para Sidney Templeton como asistente de producción en Nueva York, y Ash Levine había crecido con Marty. Fue Marty quien contrató a Ash para su primer trabajo.

Creo que debería contarte que circula una historia por Hollywood sobre Marty y Ash Levine, según la cual siendo niños se vieron mezclados en una pelea en Nueva York en lo alto de un tejado, y cuando unos chavales atacaron en grupo a Ash, fue Marty el que agarró a uno de ellos y lo tiró literalmente desde el tejado. El muchacho murió al estrellarse contra el pavimento y el grupito se largó, y ésa es la razón por la que Ash sigue vivo, y quizá también Marty.

No sé si la historia es cierta o no, aunque la he oído en distintos lugares en Hollywood, y es lo que se cuenta cuando se habla de por qué Marty puede conseguir lo que quiera de Ash Levine.

Por la tarde, Marty, Susan y yo estábamos reunidos en la

suite de United Theatricals con esos tipos, Templeton y Levine. Los tres iban vestidos impecablemente con esos trajes de tres botones, y le estaban dando la típica coba de Hollywood, sobre cuánto talento tenía como directora y qué milagro había sido que la película se presentase, aun cuando mamá le hubiese dado la espalda.

Así pues, Susan estaba allí sentada con su sombrero vaquero, su camisa de seda ablusada por las mangas y los tejanos blancos, limitándose a escuchar a aquellos tipos, y yo pensé: lo sabe, seguro que sabe que son ellos los que se han cargado la película, y que lo ha hecho Marty directamente; yo sé que ella lo sabe y creo que se va a largar. Y entonces sucedió una cosa que me hizo comprender que Susan tendría éxito en Hollywood.

Y por cierto que ya lo ha tenido.

Susan no dijo nada sobre el pasado y se puso a hablar enseguida de la película de Brasil. Les explicó toda la historia por encima, ya sabes a qué me refiero, a lo que esa gente llama «concepto central», uno de los peores términos que jamás se hayan inventado. Una quinceañera americana salvada de las garras de unos esclavizadores brasileños por una valiente reportera americana. Después se puso a contar los detalles, con mucha calma y con habilidad manejó las objeciones que ellos iban poniendo, sin comentar lo estúpidas que pudiesen ser. Es decir, que cogió aquella película en la que habíamos trabajado con inusitada creatividad y se dispuso a hacérsela tragar, a pequeñas cucharadas, a aquellos imbéciles.

Y créeme cuando te digo que esos tipos son imbéciles. Lo son y con ganas. O sea, que le dijeron a Susan cosas como: ¿qué vas a hacer para que Río resulte interesante?, o ¿qué te hace pensar que puedes escribir el guión sola?

Aunque cuando sentí verdadero miedo fue en el momento en que ellos mencionaron que había que evitar el aspecto del lesbianismo. Pero Susan ni siquiera movió un párpado al respecto.

Se limitó a decir que

De voluntad y deseo era una película por completo diferente a

Jugada decisiva, ya que era básicamente puritana. Yo había de representar a una prostituta explotada, y no a un espíritu libre. Todo el sexo que se mostraría en pantalla sería fundamentalmente malo.

Cuando oí que Susan les decía aquello, creí caerme muerta allí mismo. Sin embargo ellos lo comprendieron a la perfección. El enganche moral estaría presente. La periodista americana iba a alejarme del sexo, no se iba a acostar conmigo, luego no habría salidas de tono lesbianas.

Así que ellos movían la cabeza en señal de asentimiento y decían: suena bien, ¿cuándo podemos ver el guión? Quedaron en seguir hablando cuando ella llegase a Los Ángeles.

Al terminar la reunión, ella y yo nos fuimos juntas, y yo estaba muerta de miedo porque si me preguntaba si me había acostado con Marty no sabría qué decirle. Sin embargo, lo único que hizo fue decir:

—Son unos estúpidos, pero creo que se la hemos vendido. Ahora tengo que moverme y conseguir que

Jugada decisiva sea distribuida en todos los países posibles.

Susan se fue de Cannes de inmediato. Pero había conseguido impresionar a todo el mundo. Aquella misma noche Ash Levine me pidió que le explicara todo lo que supiese de ella. A Sidney Templeton le había gustado. A Marty también.

Y ella consiguió que

Jugada decisiva se distribuyese en salas especiales y festivales por toda Europa. Era un destino insignificante, pero le daba al filme un poco de difusión y de vida. Meses después, cuando ya me había escapado, conseguí la película en cinta de vídeo, de una empresa de ventas por correo, gracias a que Susan le había dado aquella vida.

Después de la reunión regresé a nuestra

suite y mamá me cogió y me besó, al tiempo que me decía que era maravilloso que nos fuéramos a Hollywood y que esta vez la cosa iba en serio, que esta vez nos querían de verdad.

Se comportó como siempre. Me llevó a su habitación y empezó a llorar y a decirme que aquello era como un sueño, que a ella le parecía que no estaba sucediendo; luego se puso a mirar a su alrededor y a ver todas las flores y dijo:

—¿Todo esto es para mí, de verdad?

Yo no respondí nada. Pero ella siguió comportándose como si le hubiese contestado. Continuó explicándome lo maravilloso que era todo, como si yo estuviese respondiendo «sí mamá» todo el tiempo. Y yo no decía ni una palabra. Lo único que hacía era mirarla y pensar que ella no sabía nada de lo que había sucedido con

Jugada decisiva. No tenía la menor idea. Dentro de mí estaba naciendo un sentimiento nuevo, como si de alguna manera yo estuviese perdiendo interés en ella. La rabia que sintiera antes se había desvanecido, parecía que ella hubiese perdido la habilidad de herirme, y eso fue lo que de verdad aprendí, de una vez por todas. Mamá no iba a cambiar. Era yo la que debía hacerlo. No debía esperar nada que viniese de ella.

No lo había aprendido, estaba equivocada, por descontado. Lo que sucedía era que yo tenía a Marty, y eso me hacía sentirme bien, acompañada, y tan especial que me sentía protegida, eso era todo.

***

De Cannes nos fuimos a Estados Unidos, y Trish y Jill volvieron a Saint Esprit a cerrar la casa. Marty tenía que empezar a filmar con mamá casi de inmediato, pues había que tenerlo todo preparado para la campaña de otoño.

Champagne Flight debía ser totalmente rescrita con mamá.

Por otra parte, Marty quería que mamá estuviese un tiempo en el Golden Door de San Diego para que perdiera más peso. Mamá, si deseas saber mi opinión, estaba perfecta, pero no respondía al estándar actual de figura anoréxica.

Así que el tío Daryl se fue a preparar nuestra casa en Beverly Hills, la que habíamos poseído durante tantos años, pero en la que no habíamos vivido; y Marty y yo registramos a mamá en el Golden Door, y cinco minutos después hacíamos el amor en la limusina, en el trayecto de regreso a Los Ángeles.

Durante tres semanas Marty y yo estuvimos siempre juntos, ya fuese en mi habitación del Beverly Wilshire, en su oficina en la United Theatricals o en su apartamento en Beverly Hills. Por supuesto, él no podía creer que nadie estuviese controlando lo que yo hacía, que la única «supervisión» —por utilizar la palabra que él usaba—, que yo tenía era la del tío Daryl, quien tomaba el desayuno conmigo todas las mañanas en el Bev Wilsh y que me decía: «Toma, ve y cómprate algo bonito en Giorgio’s». Sin embargo, así sucedía. Aunque yo usaba algunos trucos para mantener el engaño, tengo que admitirlo, como dejar notas para el tío Daryl sobre citas con el peluquero, que hacían pensar que yo estaba controlada cuando en realidad no era así.

De algún modo, ésos fueron los mejores momentos entre Marty y yo.

Me llevó a conocer la United Theatricals. Tenía un enorme despacho en una esquina, y yo me sentaba durante horas a contemplar como Marty hacía su trabajo.

En el mes de abril ya disponía de dos horas completas de rodaje correspondientes a la presentación de la serie

Champagne Flight, y en aquel momento se dedicaba a modificarlas y a recomponerlas para mamá, asimismo tenía que hacer que la cadena siguiese funcionando. Como director y productor de la serie tenía una enorme responsabilidad, y como puedes imaginarte era también su vida, así que yo estuve viendo cómo escribía el texto del primer capítulo mientras almorzaba, hablaba por teléfono y le gritaba a su secretaria, todo al mismo tiempo.

A cualquier hora y en cualquier momento, a Marty le apetecía dejarlo todo y estar conmigo.

Si no lo hacíamos en el sofá de cuero de su oficina, lo hacíamos en la limusina o en mi habitación.

Incluso cuando por fin llegó Trish, nada cambió. Aunque debo decir que yo nunca llamé la atención. Si Marty estaba conmigo, yo le escondía en el baño en el caso de que entrase Trish.

El efecto que esta libertad producía en Marty era de extrañeza. Al principio yo pensaba que lo que tenía era miedo de que le cogieran conmigo. Después de un tiempo me pareció que no le gustaba. Que no aprobaba lo que sucedía. Lo que él pensaba era que tío Daryl y Trish eran muy negligentes. En un momento dado me enfrenté con ello. «¡Deja el asunto en paz! ¿De acuerdo?», le dije.

Para nosotros, aquella relación era el verdadero amor, juro que era así. No sé si lo comprenderás, pero no era como quedarse sentado y pensar: este tipo me quiere de verdad y yo le quiero a él. Sencillamente todo sucedía con gran intensidad entre nosotros todo el tiempo. Solíamos hablar mucho sobre mi vida en Europa. Marty se pasaba el tiempo anonadado. Deseaba oír mis relatos sobre cómo conocí a Dirk Bogarde o a Charlotte Rampling a la edad de cuatro años. Quería que le explicase qué se siente cuando se esquía. También estaba muy preocupado sobre sus modales en la mesa. Me pedía que le mirase cuando comía y que le dijese en qué se equivocaba.

Me hablaba mucho de su familia italiana, de cuánto había odiado tener que ir a la escuela; me explicaba que de niño deseó haberse hecho cura, y también que no le gustaba nada tener que volver en ocasiones a Nueva York. «Las cosas aquí no me parecen reales —solía decir estando en California—, pero por Dios, qué reales son allí».

Me pareció evidente que Marty deseaba analizar las cosas, pero que no sabía cómo. Nunca había asistido a una escuela de grado superior ni tampoco había ido a ningún psiquiatra, pero tenía una habilidad espectacular para deducir las cosas.

Hablar con la mujer de su vida sobre sus más íntimos sentimientos era una verdadera aventura para Marty. Ése fue el dique que rompió en aquellos días. De pronto, el hecho de hablar comenzó a tener un significado para él que no había tenido antes. Y yo me di cuenta de que, aunque no tenía mucha cultura, era muy listo.

Susan ha ido a la Universidad de Tejas y después a la escuela de cinematografía de Los Ángeles. Tú eres un hombre de mucha cultura. Mamá asistió a cursos en la escuela superior. Jill y Trish han hecho los cuatro años de universidad. Pero Marty había tenido que dejar la escuela pública en Nueva York siendo muy joven. Así que Marty en su vida diaria oía citas, referencias de cosas e incluso chistes que no podía comprender.

Por ejemplo, solíamos mirar las emisiones de las viejas películas del «Sábado noche en directo», en la televisión, y él me cogía del brazo y me decía: ¿De qué te estás riendo? ¿Qué es tan divertido? Asimismo, «El circo volador de Monty Python» a Marty le resultaba incomprensible. Por otra parte, podía ir a ver una película como

El año pasado en Marienbad, poner mucha atención en lo que estaba viendo y, al salir, explicarte de qué iba la película.

Aunque todo eso ahora no es lo importante. Excepto que conocí a Marty y le quise sin que me importase lo que los demás pudiesen opinar de él. Había algo entre nosotros, cosas que quizá nadie pueda comprender jamás.

Pero tan pronto como mamá dejó el Golden Door y nos subimos al avión en el aeropuerto de San Diego en dirección a Los Ángeles, Marty se vio prácticamente obligado a dedicarse a ella. Mamá tomó el control de las cosas, igual que lo había hecho en Cannes.

Marty puso a Trish y a Jill casi de patitas en la calle, por más que mamá las quisiese mucho y desease que se quedaran en la casa de Beverly Hills. Él no lo hizo de forma deliberada, sencillamente tenía más fuerza. Mamá escuchaba a Marty, y Jill y Trish eran sus hermanas, yo misma era como su hermana, pero en el caso de Marty, él era su jefe.

Marty lo supervisó todo desde el principio. Se trasladó a sus habitaciones en la casa de Beverly Hills a los cinco días del regreso de mamá.

Creo que debo describirte la casa. Está en la llanura de Beverly Hills, y es muy vieja y enorme. Tiene la sala de proyección en el sótano, el salón de billar y la piscina de doce metros en el exterior, rodeados por naranjos. La había comprado el tío Daryl en los años sesenta para mamá. Aunque mamá nunca quiso vivir en ella, por lo que tío Daryl la tuvo alquilada todo aquel tiempo. Tuvo la habilidad de negociar como parte de los contratos de alquiler que los inquilinos se ocuparan de enmoquetarla, amueblarla, rehacer la piscina y muchas otras cosas. En consecuencia, mamá es hoy dueña de una mansión de tres millones de dólares de valor en California, con una cocina totalmente equipada, moquetas de pared a pared, vestidores forrados de espejos, grifos de riego automático para el jardín y sensores eléctricos que encienden las luces cuando oscurece.

Sin embargo no es una casa bonita. No tiene la belleza de nuestro apartamento de Roma ni de la villa en Saint Esprit. Y tampoco tiene el encanto de tu casa victoriana de San Francisco. En realidad es una cadena de cubículos decorados con colores de moda, con un grifo especial en la cocina que te proporciona agua hirviendo para hacer café tanto de noche como de día.

Aun así la disfrutábamos. Nos revolcábamos en una mullida comodidad. Descansábamos en el patio, bajo un horrible cielo azul lleno de la polución de Los Ángeles y nos decíamos que se estaba muy bien.

Y aquellas primeras semanas nos lo pasamos bien de verdad.

Cada mañana, Marty llevaba a mamá al rodaje y se quedaba con ella todo el tiempo que duraban las tomas, a menudo rehacía textos para ella allí mismo. Luego solía sentarse con ella a la hora de comer y hacía que se terminase todo el plato. A partir de las ocho era el turno de Trish y de Jill para ocuparse de mamá, la llevaban a la cama para ver la televisión o para charlar un rato, y así asegurarse de que sobre las nueve ya se hubiera dormido.

A esa hora es cuando Marty y yo estábamos juntos, encerrados en su habitación o en la mía. Nos sentábamos juntos en la cama, leíamos los guiones de

Champagne Flight y comentábamos lo que nos parecía bien o mal.

Marty tenía la garantía de haber terminado por lo menos trece episodios de una hora, y se había propuesto hacer todo lo que estuviese en su mano antes de que se presentase la serie en septiembre. En ocasiones incluso rehízo los guiones él solito.

En el mes de julio yo ya estaba capacitada para ayudarle. Le leía el material en voz alta durante la comida o mientras se afeitaba, y en algunas ocasiones yo misma escribía las escenas. Le asesoraba en pequeños detalles sobre el carácter de la estrella de cine que mamá representaba. Escribí una escena completa para el tercer capítulo de la temporada. No sé si tú lo has visto, pero estuvo muy bien.

Hacia el final, Marty llegó a decirme: «Oye Belinda, convierte esto en dos páginas, ¿quieres?» Y yo me ponía a hacerlo sin que él lo revisara después.

Todo aquello me encantaba. Me gustaba mucho trabajar y aprender a realizar la telenovela. Marty tenía ideas muy claras sobre cómo debían ser ciertas cosas, pero no siempre disponía de vocabulario adecuado para expresarlas. Yo hojeaba revistas y le mostraba cosas que veía, hasta que él me decía: «Sí, eso es lo que yo quiero, así es como ha de ser». Y cuando encontró al diseñador que quería las cosas empezaron a despegar.

En ocasiones nos íbamos de casa justo después de que mamá cenase. Nos íbamos al estudio juntos y trabajábamos hasta las dos o las tres. Nadie parecía darse mucha cuenta de lo que sucedía entre nosotros, y yo me sentía tan involucrada que no me preocupé demasiado de disimular.

Tienes que entender que sólo habían transcurrido dos meses desde el festival de Cannes, y nosotros estábamos muy ocupados.

Entonces, una tarde, al regresar a casa, vi que Blair Sackwell estaba allí, llevaba un chándal de color plateado y zapatillas de tenis a juego, en realidad no era una indumentaria extraordinaria para Blair, aunque parecía más bien un mono de organillero, así que al entrar yo se levantó de un salto del sofá y me preguntó por qué me estaba alejando de todo después del éxito que había obtenido como debutante en Cannes.

Trish y Jill se quedaron anonadadas. Aunque no era extraño porque últimamente siempre estaban así.

Blair me dijo que un productor incluso había telefoneado a G. G. en Nueva York, porque estaba desesperado por encontrarme, y que por favor dejara ya de hacer el papel de Greta Garbo, puesto que sólo tenía quince años.

Le dije a Blair que nadie me había ofrecido nada, al menos que yo supiera, de lo que él no dudó en mofarse. Me transmitió que papá me enviaba saludos cariñosos. Papá habría estado allí con él de no ser porque Ollie Boon tenía el estreno de una representación musical.

Sin embargo, la mayor preocupación de Blair era que mi madre volviese a hacer el anuncio para Midnight Mink. Me rogó que hablase con ella para convencerla. Que era la única mujer que haría ese anuncio dos veces en su vida.

Me fui a otra habitación y llamé a Marty al estudio. ¿Sabía él algo de una oferta para que yo hiciese un papel en el cine? Me dijo que no, que él no había oído nada, pero que yo sabía, o debía saber, que mi tío Daryl se había opuesto a que yo actuase en

Champagne Flight. Insistió en que yo sin duda ya lo sabía. Pensó que yo lo sabría. ¿Acaso yo me sentía desgraciada? ¿Qué estaba pasando? Quería que se lo dijese sin dilación.

«Cálmate, Marty —le respondí—. Sólo te estoy haciendo una pregunta». A continuación, llamé al tío Daryl, que ya estaba de regreso en Dallas, en su despacho de abogado, y me dijo sin rodeos que la agente de mamá, Sally Tracy, tenía órdenes estrictas de alejar de mí a los productores. Él personalmente le había dado instrucciones a Sally para que Bonnie no fuese molestada por gente que se interesase por mí. Bonnie no tenía tiempo de preocuparse por esas cosas. Y que deseaba que todo el asunto de

Jugada decisiva se desvaneciese y no se hablase más de ello.

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