Belinda

Belinda


Segunda parte

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—Daryl acabará encontrándote, ¡amor mío! —siguió diciéndome—. ¡Acaso no ves que te ofrezco lo que Daryl nunca te dará! Te estoy proporcionando una elección.

—Eso habría que verlo, Marty. Daryl no le hará daño a mamá, de eso puedes estar bien seguro. Puede que esto sea difícil de entender para ti, con todos tus trapicheos y negocios, pero Daryl ama a mamá como tú nunca lo has hecho.

Entonces intenté marcharme de allí al instante. Sin embargo, él no estaba dispuesto a dejar que lo hiciera, de modo que la escena que siguió fue de lo más terrible. No hay que olvidar que habíamos sido amantes ese hombre y yo. De modo que gritamos y lloramos, mientras él intentaba cogerme yo luchaba contra él, y al fin conseguí zafarme y salir de allí; corrí, bajé a saltos todas las escaleras del Hyatt y salí a Market Street.

Pero como puedes imaginarte, Jeremy, yo estaba aterrorizada. Lo único que podía pensar era: Belinda, ¡lo has vuelto a hacer! Vas a arrastrar a Jeremy al fango y a la porquería contigo, igual que has hecho con G. G. y con Ollie Boon. Además, no tienes ni idea de lo que esa gente está dispuesta a hacer.

Ésa fue la noche en que te rogué que nos fuéramos a Carmel. También te pedí que nos marchásemos a Nueva Orleans y que volvieses a abrir la casa de tu madre. Deseaba acompañarte hasta el fin del mundo.

Según recuerdo, salimos hacia Carmel a medianoche. Durante todo el camino estuve mirando por el retrovisor, intentaba ver si alguien nos estaba siguiendo.

Al día siguiente llamé a papá desde una cabina telefónica que encontré en la Ocean Avenue, telefoneé con monedas mías en vez de hacerlo a cobro revertido, para evitar que se pudiese registrar la llamada, y le expliqué a papá cómo había conseguido Marty dar conmigo por medio de las llamadas a cobro revertido listadas en sus archivos.

Papá tenía mucho miedo por lo que podía sucederme.

—No vuelvas, Belinda —me dijo—. Mantente en tu postura. Daryl ha estado aquí. Insiste en que sabe que has estado en la ciudad esta primavera. Pero yo he utilizado la misma maldita fanfarronada que con los abogados, ya sabes, lo de la policía, y chica, no sabes cómo se retractó. Está avergonzado, Belinda. Se siente fatal por no haber llamado a las autoridades, ¿y sabes lo que hizo al final? Me rogó que le explicara si yo me encontraba bien. Me hice el despistado, querida, pero estoy seguro que te encontrará, igual que Marty. Jaque al rey, Belinda. Recuerda que puedes hacerlo. No harán nada que pueda perjudicar a Bonnie. Para ellos la única que importa es Bonnie, para todos ellos.

—Pero ¿qué pasara con tu salón, G. G.? —Yo todavía estaba preocupada por el asunto.

—Puedo encargarme de eso, Belinda —insistió.

Nunca supe, ni he llegado a saber aún, cuán ruinosa le resultó la situación. Durante todo este tiempo me he limitado a confiar en que papá esté bien.

***

Aquella semana final en Carmel fue la única de verdadera paz que tuve entonces. Nuestros paseos por la playa y las charlas fueron maravillosos. Intenté por todos los medios que no regresáramos. Pero a tu manera cálida y agradable insististe en que volviésemos a San Francisco. Y desde entonces, yo ya no dejé de vigilar cada vez que salía. Sabía que alguien nos estaba espiando. Lo tenía clarísimo. Y, a juzgar por cómo fueron después las cosas, tenía razón.

Entre tanto, la segunda película de televisión de Susan se estrenó a principios de setiembre y obtuvo un porcentaje de audiencia del treinta por ciento según las encuestas, y además era muy buena. Luego

Champagne Flight comenzó una nueva temporada con tu amigo Alex Clementine, y yo la estuve viendo mientras tú estabas arriba trabajando. No creo que llegases a darte cuenta.

Mamá estaba fantástica. Ella siempre está perfecta frente a la cámara, no importa lo que le suceda en su vida personal. Y cuando hacía escenas dramáticas estaba muy convincente. Sin embargo, resaltaba un aspecto nuevo en ella. Por primera vez mamá aparecía muy delgada. Era el fantasma de sí misma en la pantalla y he de decir que era una intérprete extraordinaria. Y, para serte franca, la serie misma lo era. Por la parte técnica, bien, era incluso más del estilo de un vídeo de rock, con música bastante hipnótica y con un movimiento de cámara enérgico y contundente. De nuevo se detectaba en la serie el estilo del

film noir.

De pronto, dos días después de aquello, me dijiste que venía Alex Clementine, que era tu amigo y que tú querías que fuese contigo a cenar; te pusiste muy pesado con el asunto, tanto que no parecías tú mismo. Yo conozco a Alex Clementine. Estuve con él en Londres durante el rodaje de una película en que mamá trabajó años atrás. Y lo que es peor, le había visto el año anterior en el festival de Cannes. Estuve a punto de toparme con él en la fiesta editorial, la tarde en que nos conocimos tú y yo. No existía posibilidad alguna de que yo te acompañase. Y si tú le hubieses traído a casa para enseñarle las pinturas, se habría acabado todo allí mismo y en aquel momento.

Yo estaba fuera de mí. Sin embargo tenía la esperanza de que, si no podía convencerte de que fuésemos a Nueva Orleans, quizá pudiera conseguir que nos fuéramos a otra parte.

Entonces Marty volvió a aparecer. Estaba yo cruzando el puente de Golden Gate en dirección a los establos Marin, y tenía la sensación de que alguien me estaba siguiendo, después, cuando ya estaba cabalgando, caí en la cuenta de que había tenido razón.

Bueno, tú ya sabes lo importante que era para mí ir a montar a caballo. Pero me pregunto si te percatabas del enorme desahogo de las preocupaciones que significaba para mí. Cuando estaba sobre mi caballo tenía la impresión de estar lejos de todo el mundo. Uno de mis paseos preferidos, que atravesaba las lomas de Cronkite, era el que bajaba a la playa en Kirby Cove. La mayor parte del tiempo estaba cerrado al tráfico, y con frecuencia yo era la única persona que iba por allí y cabalgaba en el rompiente de las olas; desde allí el paisaje era precioso.

A la izquierda se veía el puente y la ciudad, y a la derecha, al fondo, el océano.

Bien pues, si hubiese sabido que aquella tarde era la última que paseaba a caballo por Kirby Cove, me pregunto cómo me hubiese sentido.

Estaba a medio camino de la bajada cuando vi un Mercedes, tras de mí, en la carretera; enseguida descubrí que se trataba de Marty y traté de escabullirme por uno de los senderos escarpados. Él me siguió hasta los campos que había al final del declive, y yo pensé: bien, muy bien, es estúpido tratar de huir de él. No va a dejarme en paz hasta que hablemos.

Quería que fuese con él al hotel. Le dije que de ninguna manera. Lo que sí hice fue atar el caballo y entrar en el coche con él. Al parecer el caballo le daba miedo. Nunca en su vida había montado.

Me dijo que tenía algo muy desagradable que contarme. Llevaba consigo un sobre de papel manila, y me preguntó si yo imaginaba lo que podía contener.

—¿De qué demonios me estás hablando? —le dije—. ¿Qué es esto?

Si en la última entrevista todavía había algo del amor que había sentido, ahora apenas quedaba nada. El sobre me daba miedo. Y yo sospechaba que iba a derrumbarme.

—Ese novio tuyo que vive en la calle Diecisiete, ¿qué tipo de hombre es, que pinta cuadros por todas partes contigo desnuda?

—¿Pero de qué estás hablando? —le pregunté.

—Querida, he contratado un par de detectives para que te vigilen. Por estricta rutina, se pusieron en el tejado de la casa de al lado. Pudieron ver todas esas telas a través de las ventanas de la buhardilla. Luego volvieron a comprobar lo que habían visto desde el balcón de la casa del otro lado de la calle. Tengo fotografías de toda la galería…

Se dispuso a abrir el sobre.

Yo le dije:

—¡Tú, maldito hijo de puta! Estáte quieto, no sigas.

Sabía que él notaba que yo tenía mucho miedo. Estaba dando en el clavo.

—Oye, no vayas a creerte que me divierto metiendo la nariz en los asuntos ajenos. Pero Bonnie no me dio elección. La semana pasada me dijo que estaba convencida de que tú y yo vivíamos juntos, de manera que volvió a intentarlo, esta vez se tomó unas píldoras, tantas como para matar a una mula. Muy bien, me dije, esta mujer va a morir si yo no lo remedio, y soy la única persona en el mundo que puede impedirlo. Así que le expliqué lo tuyo con Jeremy Walker. Le di su nombre, la dirección y todo lo demás. Le enseñé toda la documentación que tenía sobre él, los recortes de prensa que mis secretarias del estudio habían reunido. Con todo, aún no me creía. ¿Belinda en San Francisco viviendo con un artista? Vamos, ¿acaso yo creía que ella era tan estúpida como el resto del mundo decía? Me dijo que sabía que yo no permitiría que tal cosa sucediera, que yo te ocultaba en algún lugar de Los Ángeles desde el principio. Decía que las mentiras la volvían loca. Por culpa de tantas mentiras no podía dormir por las noches. Muy bien, le dije, voy a demostrártelo. Entonces envié a esos detectives a buscar pruebas. A sacar unas fotos de vosotros dos juntos. Para que os cogieran a los dos andando por la calle, o que se pusieran en una ventana y os pescaran entrando juntos en la casa. Bien, pues esto que tengo aquí es lo que consiguieron, Belinda, trescientos sesenta grados del centro de la pornografía juvenil del oeste. Este material hace que la película de Susan Jeremiah parezca de Disney. Incluso haría que Humbert Humbert se levantara de entre los muertos.

Le dije que se callase. Le expliqué que tú no pensabas enseñar aquellos cuadros. Era un asunto fuera de discusión. Además sería el fin de tu carrera. Le dije que aquellas telas eran un secreto nuestro y que hiciera el favor de quitar a aquellos hombres asquerosos de nuestro entorno.

—No hagas que me enfade más de lo que estoy —me dijo—. ¡Ese tipo te está utilizando, Belinda! Tiene fotografías en que sales desnuda allí arriba, junto a los cuadros. Ahora mismo podría vender esa basura por un montón de dinero a

Penthouse. Pero no es eso lo que anda buscando. Bonnie le identificó a la primera. Ella ha dicho que Walker tiene un olfato para la publicidad mucho mejor que ese loco estrafalario de Nueva York, Andy Warhol. En el momento que le apetezca va a hacer la gran presentación de los cuadros de la hija de Bonnie desnuda, y se deshará de ti a continuación.

Me volví loca. Empecé a vociferar.

—¡Marty, ni siquiera sabe quién soy! —grité—. ¿Acaso mamá no podría empezar a pensar que esto no tiene nada que ver con ella?

—Ella sabe que sí tiene relación. Y, cariño, yo comparto su opinión. Esto es igual que lo que sucedió con Susan Jeremiah, ¿no te das cuenta? Esa gente te utiliza porque eres la hija de Bonnie.

Yo estaba perdiendo la cabeza. Le hubiese pegado de no tener las manos ocupadas en taparme los oídos. También lloraba. Intentaba decirle que las cosas no eran así, que esto no tenía nada que ver con mamá, maldita sea.

—¿No te das cuenta de lo que ella está haciendo? —le dije—. ¡Está convirtiéndose en el centro de todo! Y Jeremy ni siquiera sabe que ella existe. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué estáis haciendo conmigo? Pero ¡qué es lo que queréis!

—Que te crees tú que no la conoce —replicó Marty—. Ha enviado a un abogado llamado Dan Franklin a husmear por todo Los Ángeles; ha perseguido a mis abogados con una foto que ellos distribuyeron por un par de sitios cuando estaban intentando dar contigo. Explica que le ha parecido ver a la de la foto en Haight-Ashbury, escúchame bien, el tipo es el abogado de Walker, se conocen desde hace veinte años. Y está tratando de localizar a Susan Jeremiah. Ha estado poniéndose en contacto con personas de la United Theatricals día y noche.

Él continuó hablando. Siguió y siguió sin parar. Pero yo ya no oía lo que estaba diciendo. Yo conocía el nombre de Dan Franklin. Sabía que era tu abogado. Había visto los sobres con su nombre impreso en tu despacho. También había oído sus mensajes en el contestador automático.

Me quedé allí sentada, destrozada. No podía decir nada más. Aunque, por otra parte, tampoco podía creer lo que Marty estaba diciendo. No era posible que tú estuvieses pensando en utilizar todo el asunto con fines publicitarios, ¡tú no!

Por Dios bendito, tú estabas librando una batalla contigo mismo que ninguno de ellos podría entender.

Al mismo tiempo acudían a mi memoria todo tipo de cosas. Tú mismo habías dicho, «Te estoy utilizando», habías usado esas mismas palabras. Además, estaba aquella extraña conversación que tuvimos, la tarde misma en que yo me instalé en tu casa, cuando me dijiste que deseabas destruir tu carrera.

Pero nadie podía llegar a ser tan complicado, no podía ser. Y tú menos que nadie.

Al final le dije que tú no podías saber lo de mi madre, que de alguna manera Marty se había confundido. Le expliqué que tú nunca enseñarías aquellos cuadros, ganabas miles de dólares con tus libros, tal vez millones. ¿Por qué habrías de enseñar las pinturas?

De pronto me callé. Tú sí querías enseñarlas. Yo sabía eso.

Marty volvió a hablar.

—He hecho toda clase de averiguaciones sobre ese tipo. No es peligroso, pero es muy extraño, muy raro. Tiene una casa en Nueva Orleans, ¿sabías eso?, y nadie ha vivido en ella durante años, a excepción de un ama de llaves. Todo lo que pertenecía a su madre sigue como ella lo dejó y en la misma habitación. El cepillo, el peine, las botellas de perfume y todo lo demás. Igual que en aquella novela, la de Charles Dickens, ya sabes, la que menciona William Holden en la película

Sunset Boulevard, donde aquella mujer llamada miss Havisham, o algo parecido, está allí sentada y año tras año nada de lo que es suyo se modifica o se altera. También te diré otra cosa. Walker es rico, muy rico. Nunca toca el dinero que su madre le dejó. Vive de los intereses, del capital que él mismo ha acumulado, así es. Sí, creo que estaría interesado en mostrar esos cuadros. Pienso que lo haría. Me he puesto a leer todas las entrevistas que le han hecho, la carpeta de prensa que hemos confeccionado sobre él, y es un estúpido artista, dice cosas muy raras.

Escuchar todo esto era como ver nuestro mundo, el tuyo y el mío, reflejado en un espejo deformante. No podía soportarlo más. Le dije a Marty que estaba loco. Se lo dije de todas las formas posibles.

—No, cariño, te está utilizando. ¿Y sabes lo que está haciendo ese abogado? Está averiguando el trasfondo de todo. Está empezando a atar cabos sobre tu fuga, sobre lo que sucedió, ya sabes, todas esas cosas. ¿Por qué otra razón estaría buscando a Susan Jeremiah? No, ese artista tuyo está más loco que una cabra. Y tu madre tiene razón. Enseñará los cuadros, nos pasará la porquería a nosotros, a fin de que no podamos hacer nada con la suya, y naturalmente, cuando eso suceda, tú no harás nada contra él, ¿verdad? No le acusarás de nada igual que no lo hiciste conmigo. Y a Bonnie y a mí nos tocará contestar todas las preguntas: ¿cómo pudimos dejar que sucediera?, ¿tenemos algo que esconder?

Le dije que no pensaba escuchar nada más. Tú no sabías nada. Intenté salir del coche.

Él me cogió del brazo y volvió a meterme en el vehículo.

—Belinda, deberías preguntarte por qué te digo todo esto. Estoy tratando de protegerte. Bonnie es partidaria de sacar a relucir todo lo de ese hombre. Dice que si la policía va a buscarte a su domicilio, nadie escuchará lo que tú digas sobre mí. Es partidaria de llamar a Daryl. Quiere actuar de inmediato.

—¡Por mí puedes quemarte en el infierno, maldito hijo de puta! —le espeté—. Y puedes decirle a Bonnie que tengo el número de teléfono del periodista del

National Enquirer en mi bolsillo. Siempre lo he tenido, lo conseguí en el Sunset Strip. Y sabes muy bien que escuchará lo que tenga que decirle sobre vosotros dos. Tanto él como los asistentes sociales y el juez de asuntos de menores me escucharán. Si le haces daño a Jeremy, irás a la cárcel.

En un momento yo ya estaba fuera del coche y corría por la carretera.

Marty me siguió. Me asió y me sujetó, me di la vuelta y le pegué, pero no mejoré las cosas.

Estaba sucediendo algo horrible. Nunca había visto a Marty de aquella manera. No es que estuviese sólo enfadado, como lo estabas tú la noche de nuestra terrible y última pelea. Era algo más, algo diferente que sólo les sucede a los hombres, algo que no creo que ninguna mujer puede entender.

Me empujó y me tiró al suelo, bajo los pinos e intentó sacarme la ropa. Yo gritaba y le daba patadas, pero no había un alma en los alrededores que pudiera vernos u oírnos. Él lloraba y me decía cosas terribles, me llamó prostituta y me dijo que ya no podía soportarlo más, que ya había tenido bastante. Entonces me puse a gritar y a emitir sonidos de los que ni yo me creía capaz. Le arañé y le tiré del pelo. Y la simple realidad fue que no pudo hacer lo que se había propuesto. No podía a menos que me diese puñetazos o algo peor. Lo que sucedió fue que armamos un tremendo alboroto y, de pronto, le hice perder el equilibrio y le tiré de espaldas. Huí de él a toda velocidad y me puse a correr otra vez, sólo me detuve para subirme la cremallera de los tejanos y montar en el caballo.

Cabalgué para salir de allí como si estuviera en una película del Oeste. De hecho cometí un grave error. Corrí por el borde de los senderos de la montaña, a sabiendas de que era malo para el caballo. Podía haberse caído y romperse una pata, o algo peor.

Pero lo conseguimos. Logramos zafarnos. Volvimos al establo mucho antes de que llegara Marty, si es que todavía nos seguía, y estuve a punto de romper el cambio de marchas del MG-TD de camino al Golden Gate.

Cuando llegué a casa, me metí en el baño. Tenía morados en los brazos y en la espalda pero no en la cara. Menos mal, ya que pensé que en la oscuridad no los llegarías a ver.

Luego me fui a tu despacho para hacer comprobaciones. Los sobres de Dan Franklin estaban allí. No cabía duda de que era tu abogado, de modo que esa parte era cierta, bien.

Me senté abatida, no sabía qué pensar ni a quién creer, luego me dirigí a mi habitación. Comprobé que ni las cintas ni las revistas habían sido tocadas, o al menos no me lo pareció. Pero ¿qué había en todas las paredes? Susan Jeremiah. En aquel momento ya había cinco pósters, los había hecho con fotos que recorté, a lo largo del año, de las revistas. ¿Acaso no era lo más natural que pensases que yo tenía alguna relación con Susan? Es decir, yo era consciente de que tú querías saber quién era yo.

En ese momento oí que entrabas. Habías ido a comprar cosas para cenar, habías traído un precioso ramillete de flores amarillas, subiste y las pusiste en mis brazos. Nunca olvidaré tu expresión en aquel momento. Tendré aquella imagen grabada toda mi vida en la cabeza, estabas tan guapo… Al mismo tiempo inspirabas honestidad y también inocencia. Probablemente ni siquiera te acordarás, pero yo te pregunté si me amabas, te reíste de la manera más natural y me dijiste que ya sabía yo que sí.

Entonces pensé, éste es el hombre más especial y amable que jamás haya conocido. Nunca le ha hecho daño a nadie. Lo único que desea es saber quién soy y Marty le ha cambiado el sentido a todo el asunto.

Subí contigo y miré a través de las ventanas al tejado de la casa de apartamentos junto a la tuya, también miré al balcón del otro lado de la calle Diecisiete, al último piso. En aquel momento allí no había nadie. Pero en las altas montañas desde tu casa y la calle Veinticuatro, cualquiera pudo haber sacado fotos de nosotros a través de las ventanas. No podíamos ocultarnos de miles de puntos de mira.

Me pregunto si recordarás aquella noche. Fue la última noche feliz que pasamos en la casa. Aquella noche me pareciste maravilloso, estabas distraído, perdido entre tus pinturas y te olvidaste de la cena, y por cierto, como era habitual, no se oía ningún sonido en la buhardilla excepto el de tu pincel al tocar la paleta y luego acto seguido la tela, y al mismo tiempo un susurro de algo que te decías a ti mismo.

Se hizo de noche y estaba cada vez más oscuro. No se podía ver nada a través del cristal. A nuestro alrededor sólo había pinturas. No me pareció posible que un hombre hubiese podido hacer las fotos y obtener buenas reproducciones del complicado y detallado modo de hacer tuyo.

Sabía que tú no tenías ni idea de quién era yo. Lo sabía mi corazón. Y tenía que protegerte de mamá y de Marty, aunque eso significase protegerte de mí misma.

Tu mundo era diferente del suyo. ¿Qué sabían ellos del significado de tus pinturas?

Lo único que necesitábamos era un año y dos meses, no con Marty, mamá y el tío Daryl, por no hablar también de ti en aquel momento. Sí, tú y Dan Franklin os habíais convertido en enemigos de nosotros dos.

Bueno, la noche siguiente todo aquello se acabó.

Nunca fui al concierto de rock que motivó aquella pelea. Me dirigí a una cabina telefónica y me pasé varias horas tratando de ponerme en contacto con G. G. para hablar con él y preguntarle qué era lo que yo debía hacer.

«Llama a Bonnie —me dijo—. Hazle saber que si ella le hace daño a Jeremy Walker, tú se lo harás a Marty. Dile que llamarás al teléfono del

National Enquirer. Es ajedrez, Belinda, y tú todavía puedes hacer tu jugada».

Pero hubo algo durante aquella cena con Alex Clementine que te proporcionó alguna idea. Quizá te ayudó a establecer alguna conexión entre Susan Jeremiah y yo. La causa podría haber sido cualquier comentario sobre la película de Susan en Cannes y la chica que actuó en ella.

Yo no sé lo que sucedió. De lo único que me enteré fue de que aquella noche nos peleamos como nunca lo habíamos hecho.

Mientras nos peleábamos volví a comprender que tú no eras el hombre cuya imagen se habían formado Marty y mamá. Tú eras mi Jeremy, inocente y atormentado, el que intentaba que yo le explicase mi historia para que todo nos fuese bien en adelante.

¿Cómo demonios podía yo explicarlo todo, de manera que en adelante todo fuese bien? Por lo menos deja que haga esa llamada a mamá, pensaba yo, déjame intentar el último jaque al rey, después es posible, sólo posible, que pueda contarte alguna cosa.

Pero no llegué a comprender lo lejos que habían ido las cosas hasta la mañana siguiente, cuando después de que te fuiste de casa vi todas las cintas de vídeo en el suelo del armario. Las revistas estaban todas mezcladas y habías dejado abierta la de

Newsweek. Sí, tenías algunas respuestas, o por lo menos eso pensabas tú, además querías que yo lo supiera.

Ya no había manera alguna de retroceder en silencio.

***

Después de irte tú, estuve una hora sentada frente a la mesa de la cocina, tratando de decidir lo que debía hacer.

G. G. me había indicado que llamase a Bonnie. Jaque al rey. Ollie Boon me había dicho que utilizase mi poder con ellos, igual que ellos usaban el suyo contra mí.

Pero aunque yo pudiese mantenerlos alejados, ¿qué pasaría contigo? ¿Qué sucedería con tu futuro y tus pinturas? ¿Qué sería de nosotros dos?

Para mí no había ninguna duda de que no podía arrastrarte conmigo tal como estaban las cosas, igual que había hecho con G. G. y con Ollie Boon. Ellos habían vivido juntos durante cinco años hasta que yo los separé. Todavía me atormentaba pensar en el enfrentamiento de G. G. contra aquellos abogados. En tu caso hubiese sido todavía peor. Después de todo, él era mi padre, ¿no? Te habías metido en esto de forma inocente y sin recelos, y jamás me habías mostrado otra cosa que no fuese el más puro amor. Y lo peor de lo peor habría sido que me hubieses pedido que volviese con ellos, pues tu mismo abogado te hubiera aconsejado hacer eso exactamente.

Aunque he de admitir que también me sentía bastante enfadada contigo. Me irritaba no ser suficiente para ti, que tuvieses que conocer mi pasado, saber que a mis espaldas habías enviado a tu abogado al sur para hacer averiguaciones sobre mí y que no dejabas el asunto en paz.

¿Pero qué querías hacer? ¿Decidir en mi lugar si yo tenía derecho a escaparme de casa? Sí, estaba enfadada. Tengo que admitirlo. Estaba escamada y atemorizada.

Por otra parte tampoco quería perderte. Que lo nuestro sucedía una-sola-vez-en-la-vida era algo que no se me iba de la cabeza. Algún día, de alguna manera, deseaba hacer lo que tú habías hecho con tus cuadros.

¡Deseaba ser como tú!

¿Puedes entenderlo? ¿Sabes lo que significa, no sólo amar a una persona, sino querer ser como ella? Tú eras alguien a quien merecía la pena amar. Además, no podía imaginar una vida sin ti.

Bueno, de alguna manera yo tenía que librarnos a los dos de este meollo. Tenía que haber algo que yo pudiera hacer.

Me vinieron a la cabeza un montón de cosas, las complicaciones que me había buscado, mi huida de tío Daryl, mi escapada por la salida de emergencia del hotel en Europa cuando la productora de cine nos dejó en la estacada con la factura sin pagar. La redada de los policías contra la droga en Londres, cuando yo me quedé en la puerta de la habitación del hotel, tratando de contener a los polis con todas las explicaciones que me vinieron a la cabeza, mientras mamá tiraba por el desagüe toda la hierba. Y luego aquella vez en España, cuando se desmayó en la escalera del Palace Hotel y tuve que convencer al personal de que no llamase a una ambulancia puesto que sólo estaba mareada a causa de su medicina y que por favor me ayudasen a subirla a su habitación. Sí, tenía que haber una forma de salir de aquello, debía haberla, y en la cabeza seguían dándome vueltas las palabras de Ollie Boon, lo que dijo sobre el poder.

Pero yo no tenía ningún poder, en eso radicaba el problema. Tenía en jaque al rey, pero no tenía el poder. ¿Quién ostentaba el poder? ¿Quién podía sujetar a los perros en este momento?

Bien, sólo había una persona que pudiese hacerlo, y ella siempre había sido el centro del universo, ¿no es cierto? Sí, ella era la diosa, la superestrella. En efecto, ella tenía en su mano que todos la obedecieran.

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