Behemoth

Behemoth


Veinticuatro

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VEINTICUATRO

Dos millas no le habían parecido mucha distancia en el mapa, pero la Galípoli real era una cosa totalmente diferente.

La península estaba cruzada por altas cordilleras de laderas empinadas, como si montañas de piedra caliza hubiesen sido rastrilladas en trozos por unas garras gigantescas. Los valles entre las cordilleras estaban repletos de maleza seca y frágil. Y si Deryn y su destacamento se detenían a descansar, las hormigas aparecían por el suelo arenoso para atormentar sus tobillos.

Para empeorar las cosas, los mapas de Galípoli de la Marina Real eran inútiles, puesto que solo mostraban una fracción de las cordilleras y los enormes barrancos. Deryn consultó la brújula y las estrellas sobre su cabeza pero la compleja geografía aún la obligaba a avanzar en mortificante zigzag.

Cuando llegaron al otro lado de la península, ya era medianoche.

—Creo que esto tiene que ser Kilye Niman, señor —dijo Spencer, dejando caer su pesada mochila al suelo.

Deryn asintió, mirando hacia abajo a la playa a través de sus prismáticos. Había dos líneas de boyas a lo largo del angosto estrecho, balanceándose suavemente sobre las olas. Los barriles gigantes de metal estaban cubiertos con púas de aspecto cruel y bombas de fósforo. Colgando, invisibles, bajo ellos debían de estar las redes antikraken, un espeso entramado de cables de metal entretejidos con espinos y explosivos.

Elevándose del agua, en cada extremo de las redes, había unas altas torres, con sus focos barriendo el estrecho lentamente por el agua. Deryn hizo un rápido esbozo de las fortificaciones que pudo ver: al menos una veintena de armas de doce pulgadas apuntando desde los acantilados, todas ellas protegidas en búnkeres excavados profundamente en la piedra caliza.

Era imposible que los barcos pasasen por allí pero el Behemoth podía deslizarse bajo la superficie del agua.

—Creo que la marina nos deberá algunos favores después de esto, señor —dijo Robins.

—Sí, pero son los rusos los que realmente nos lo agradecerán —dijo Deryn, al ver un carguero esperando a que se hiciese de día para poder pasar entre las redes—. Este es su cable de salvamento.

Cuando le contó a Volger lo del Goeben y el Breslau, él también estuvo de acuerdo en que el plan final de los alemanes era cerrar los estrechos. Si con aquello dejaban morir de hambre a los beligerantes osos del Ejército ruso, eso bien valía darle al sultán un par de acorazados.

Sacó el equipo de buceo de sus mochilas y se arrodilló en la maleza para colocarse el traje. Era un reciclador Spottiswoode, el primer aparato de buceo creado a partir de criaturas fabricadas. El traje había sido tejido con piel de salamandra y caparazón de tortuga. El reciclador en sí era prácticamente una criatura viva, un conjunto de agallas fabricadas que debían mantenerse húmedas incluso cuando estaban guardadas.

En resumen, el traje era la pesadilla de un Mono Ludista. Deryn sintió un poco de miedo al introducirse en él, puesto que la arrugada piel de reptiles resbalaba sobre la suya. Menos mal que a Spencer y Robins también les ponía nerviosos y se alegraron de tener que darse la vuelta mientras ella se metía en el traje. Aunque estaba oscuro, hubiese sido un poco difícil quedarse en ropa interior delante de dos aviadores.

Cuando Deryn estuvo lista, ella y Spencer se arrastraron hacia la playa, dejando a Robins guardando las mochilas. Cuando llegaron a la orilla del agua, vieron que las mareas habían creado un banco de arena de una yarda de alto donde poder ocultarse. Esperaron allí a que los focos barriesen la playa y luego atravesaron arrastrándose por el suelo la luminosa arena húmeda de la playa y vadearon por la fría agua salada del estrecho.

—Aquí tiene, señor —dijo Spencer, entregándole el reciclador—. Me quedaré junto al agua.

—Ocúltese —Deryn lavó sus gafas y se las ató—. Si tardo más de tres horas, regrese y vaya a ver a Matthews antes de que amanezca. Podré volver solo.

—Sí, señor —Spencer saludó y regresó arrastrándose hacia las sombras.

Cuando estuvo fuera de la vista, Deryn finalmente desenvolvió los recipientes de cristal de los percebes vitriólicos. Siguiendo las órdenes del capitán, no había permitido que sus hombres ni siquiera les echasen un vistazo, o pudiesen verlos.

El reflector estaba barriendo el estrecho de nuevo y se sumergió hasta el cuello, presionando el reciclador en su boca.

Tal como le había sucedido en el despacho del doctor Busk unas horas antes, la sensación era extraña y un poco asquerosa. Los zarcillos de la bestia treparon por su boca, buscando una fuente de dióxido de carbono. Un sabor a pescado cubrió su lengua y el aire que respiraba se volvió cálido y salado como el de la cocina del Leviathan cuando los cocineros freían anchoas.

Deryn se puso de rodillas, dejándose caer bajo la superficie.

Los reflectores titilaron al pasar sobre su cabeza y luego todo quedó a oscuras. Se puso en cuclillas en la arena un momento, obligándose a respirar lentamente y de forma regular.

Cuando dejó de temblar de frío, Deryn se impulsó hacia la primera línea de redes, quedándose justo debajo de la superficie. Había nadado en el océano un montón de veces, pero nunca por la noche. Aquella oscuridad que la rodeaba parecía llena de formas enormes y aquel extraño sabor del reciclador era un recordatorio constante de que no pertenecía a aquel reino frío y oscuro. Recordó su primer ejercicio de entrenamiento marino a bordo del Leviathan, observando cómo un kraken aplastaba una goleta de madera y la reducía al tamaño de cerillas.

Pero en aquel estrecho no era posible que hubiese krakens, no aún. Aquel era territorio clánker, donde las peores bestias serían los tiburones y las medusas, y ninguno de ellos podría hacerle daño a través de la armadura Spottiswoode.

Después de nadar un buen rato llegó a una de las boyas, que se bamboleaba en el agua como un puntiagudo erizo de metal. Deryn se sujetó uno de los espolones con cautela. Eran lo suficientemente afilados para agujerear la piel del kraken y estaban ladeados por las bombas de fósforo que prenderían automáticamente cuando la bestia intentase liberarse.

Se sujetó allí, descansando antes de empezar a sumergirse. Los percebes vitriólicos debían colocarse en profundidad, bajo la línea de la superficie, para que la colonia no engullese las boyas y delatase su presencia demasiado pronto.

Cuando Deryn recuperó el aliento, se sumergió y descendió hasta que el último destello de luna menguante desapareció sobre ella. La red fue fácil de encontrar incluso en la oscuridad puesto que sus cables eran tan gruesos como un brazo y estaban tachonados con espolones del tamaño de bicheros. No obstante era difícil abrir los recipientes de cristal sin ver nada y además vistiendo gruesos guantes de piel de salamandra; por lo que a Deryn le costó unos buenos minutos depositar seis de las minúsculas bestias separadas a pocos pies de distancia. La doctora le había explicado que tenían que estar lo suficientemente cerca para crear una colonia, pero no lo suficientemente cerca como para que la lucha empezase enseguida.

Deryn pataleó para regresar a la superficie, en parte para orientarse y en parte para recuperarse del frío de las aguas profundas. Miró cansada por la línea de boyas que se extendían media milla hasta la otra orilla. El trabajo requeriría que se sumergiese una docena de veces más, por lo menos.

Iba a ser una noche larga y fría.

Cuando el último percebe estuvo depositado en su lugar, tenía los dedos entumecidos. El frío le había calado por la piel de salamandra y lo tenía metido hasta los huesos. Deryn reparó en que era la segunda noche que no dormía en tres días.

Además del frío y de su cansancio, el reciclador parecía que le estaba succionando la vida poco a poco. Sentía como si no hubiese inspirado una buena bocanada de aire desde que sus zarcillos habían trepado por su boca. De modo que cuando subió a la superficie por última vez, Deryn decidió arriesgarse a los reflectores y nadó de regreso a la playa por la superficie.

El reciclador había quedado un poco pegajoso, como si fuera un caramelo toffee pegado entre sus dientes. Pero merecía la pena un poco de fastidio para saborear el aire puro de la noche de nuevo. Inició el regreso, sumergiéndose profundamente en el agua cada vez que los focos pasaban por donde estaba ella.

Cuando se encontraba a medio camino de la playa, el fuerte impacto de un disparo cruzó por el estrecho.

El cansancio de Deryn se desvaneció en un santiamén y se sumergió hasta la altura de los ojos para mirar por la superficie. Una gran forma negra se acercaba pesadamente por la arena, tal vez a veinte yardas de donde había dejado a Spencer esperando.

Era un caminante, una máquina con la forma de un escorpión con seis patas y dos garras prensiles delante. La larga cola se enroscaba en el aire y el haz de luz de un reflector destellaba en su punta.

Deryn se acercó nadando y escuchó gritos y otro disparo. El reflector apuntaba a una figura solitaria vestida con un traje de vuelo británico, mientras una docena o más de hombres corrían por la arena persiguiéndole. El reflector de la torre más cercana abandonó su lento recorrido y se dirigió hacia la playa obligando a Deryn a sumergirse de nuevo.

Volvió a colocarse el reciclador en la boca y luego nadó justo por debajo de la superficie. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos. Uno de sus hombres obviamente había sido apresado, pero tal vez el otro aún estaba oculto. Si podía encontrarle, podrían alejarse a nado, compartiendo el reciclador entre los dos.

A unas pocas yardas de la playa, Deryn levantó la cabeza por encima del agua, dejándose mecer por el oleaje. Sus ojos barrieron las sombras tras el banco de arena, pero no vio a nadie oculto allí. Se acercó un poco más arrastrándose, tan lenta como cualquier bestia primitiva dando sus primeros pasos en tierra.

El reflector cambió de dirección, acercándose más a la línea de árboles, mostrando a otra silueta vestida con traje de vuelo echada en el suelo. Dos soldados otomanos estaban allí cerca, observando al hombre abatido apuntándole con sus rifles.

Deryn maldijo en silencio: sus hombres habían sido capturados. Se ocultó en la oscuridad tras el banco de arena, pensando qué hacer. El caminante ahora se movía, haciendo que la arena temblase bajo sus rodillas. ¿Cómo iba a poder enfrentarse contra un escorpión gigante y una veintena de hombres con solo una navaja de marino?

Alzó la cabeza. Los dos otomanos estaban levantando al hombre abatido en la arena, ayudándole a ponerse en pie. Cojeaba del pie derecho…

Deryn frunció el ceño. Aquel era Matthews, el compañero que había dejado en la Esfinge. Los otomanos debían de haberle capturado. ¿Le habían dejado ellos allí? ¿O es que los otomanos habían sospechado que las redes antikraken eran su objetivo?

¿Y dónde estaba su tercer hombre?

«UN ARTRÓPODO OTOMANO Y SU PRESA»

Entonces el foco cambió de nuevo y el fuego de una metralleta estalló de la punta de la cola del escorpión rastrillando los árboles que había a lo largo de la playa. Las ramas quedaron salvajemente destrozadas bajo la lluvia de balas y la arena saltó por los aires.

Finalmente la metralleta guardó silencio y un grupo de soldados otomanos cargaron contra la maleza. Un momento después salían arrastrando algo. Era un cuerpo, inmóvil y tan blanco como el papel, excepto por las manchas rojas en el traje de vuelo.

Deryn tragó saliva. Su primera misión al mando y habían matado y también capturado al último hombre.

Con un ruidoso chirrido de motores, el escorpión se acercó más al cuerpo muerto. Una de sus enormes garras delanteras se clavó en la arena y después se alzó, levantando el cuerpo sin vida al aire. Los otomanos se llevaban a sus hombres a alguna parte, probablemente para interrogar a los supervivientes y examinar mejor sus uniformes y equipos.

Pronto sospecharían que el destacamento de desembarco provenía del Leviathan, incluso si no le habían obligado a confesarlo a Matthews. Pero sus hombres no sabían nada sobre los percebes vitriólicos e incluso si los otomanos inspeccionaban las redes, lo único que verían serían algunas bestias más entre los millones que ya vivían allí en las millas de cable.

Con suerte pensarían que aquello había sido una simple misión de reconocimiento y un absoluto fracaso. Probablemente, los otomanos presentarían una protesta al capitán del Leviathan; pero, por lo que ellos sabían, aquella misión no había sido un acto de guerra. Deryn era la única que podía dar otra versión.

Tenía que salir de allí como fuese, o pondría todo en peligro. No podría intentar una acción heroica para rescatar a sus hombres y tampoco podía regresar a la Esfinge, al menos no ahora. Los otomanos estarían patrullando por toda la península durante las semanas siguientes.

Solo le quedaba un lugar donde ir.

Deryn miró hacia las oscuras aguas, hacia donde el buque de carga que había visto antes esperaba para pasar por el estrecho. Cuando el sol saliese, se encaminaría hacia Estambul.

—Alek —dijo en voz baja y se deslizó de nuevo dentro del mar.

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