Beautiful

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7. Pippa

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Pippa

Cuando yo era niña, Coco y Lele veían una y otra vez, sollozantes, una película sobre un grupo de personas de mediana edad con camisas de volantes o pantalones cortísimos de atletismo que se reúnen después de un entierro y pasan una semana acostándose unos con otros.

Al menos, eso me parecía Reencuentro de pequeña.

Todos aquellos años después, recordaba una escena en particular: la escena en la que Chloe se acerca a Nick y lo coge de la mano. Ella es la más joven, la última pareja del amigo que se ha suicidado, la que nadie conocía antes del entierro, la que parece ingenua y superficial y se ríe cuando no toca, y se arriesga al pedirle a ese hombre que se vaya con ella.

Él le dice que no puede hacer el amor.

Y Chloe asiente con la cabeza, porque no le importa. Solo quiere estar con Nick, porque siente que él podría entender su pena mejor que los demás.

Todo eso pasó por mi cabeza al coger a Jensen de la mano. Pensé en Chloe, en lo valiente y noble que había sido al ofrecerle a Nick el acceso al armario de su amigo muerto para rebuscar entre su ropa y recordarlo.

Yo también había cogido a Jensen de la mano para darle mi apoyo. Nada más salir del monovolumen, Hanna tardó unos dos segundos en identificar a Becky de espaldas, más o menos lo mismo que tardó el propio Jensen, y me dijo enseguida quién era la mujer que se uniría a nosotros. Lo había cogido de la mano porque me imaginaba cómo me sentiría yo en la misma situación, es decir, si me tropezaba con Mark al cabo de varios años y me lo encontraba felizmente casado por segunda vez. Por muy duro que fuera, seguro que no me sentía tan mal como debía de sentirse Jensen en ese momento.

Soy la primera en reconocer que pocas veces pienso antes de actuar, lo cual es a la vez una suerte y una desgracia. A los seis años, cuando le pedí a Billy Ollander que se reuniera conmigo en el armario de las escobas, no esperaba que fuese corriendo a decirles a los anormales de sus amiguitos que yo besaba muy mal. Cuando accedí a ciegas a pasar unas vacaciones con Ruby y sus amigos, di por sentado que Ruby era demasiado optimista; nunca habría adivinado que resultarían ser algunas de las personas más encantadoras que hubiese conocido jamás. Y cuando cogí la mano de Jensen, jamás esperé que me presentase a su exmujer como… su mujer.

«Su mujer».

Jensen y yo observamos en un silencio aturdido cómo Hanna y luego Will se acercaban con gesto vacilante para abrazar a Becky. Ambos abrazos resultaron visiblemente incómodos. Los últimos cuatro días me habían bastado para saber que, en condiciones normales, sus abrazos eran estrechos y cálidos; nada que ver con aquellos triángulos rígidos formados por dos cuerpos que se tocaban lo menos posible.

Observé cómo explicaban a trompicones que sí, que se habían casado. Exacto, eso mismo, Will y Hanna estaban casados. Pareció que la noticia conmovía a Becky, porque se le saltaron las lágrimas y atrajo a Hanna hacia sí para darle otro abrazo. Los demás nos quedamos sin saber qué hacer.

Sin embargo, me resultaba imposible ignorar la rigidez de la postura de Jensen, a mi lado. Sabía lo que estaba pensando: que estaba muy bien ver a Becky emocionada, ver cómo asimilaba hasta qué punto había dejado de formar parte de la vida de todos los demás, pero que la decisión la había tomado ella misma.

Tiré de su mano para llamar su atención.

Se volvió hacia mí, e intuí que Will y Niall se esforzaban por no mirarnos boquiabiertos.

—Gracias —susurró, mirándome a los ojos mientras Hanna y Becky hablaban—. ¿Qué puñetas acabo de hacer?

Sacudí la cabeza, sonriéndole.

—No tengo la menor idea.

—Vaya lío. Tengo que contarle la verdad.

—¿Por qué? —pregunté, encogiéndome de hombros—. Es la primera vez que la ves en más de seis años, ¿no?

Él asintió con la cabeza, pero empezó a girarse de nuevo hacia ellos.

La tristeza de su rostro me resultó casi insoportable. En lugar de dejar que se volviera otra vez hacia Becky y Hanna, que seguían hablando, tomé su barbilla entre mis manos y lo atraje hacia mí.

Su boca se encontró con la mía. Ahogó un grito de sorpresa y luego se relajó poco a poco, ladeando la cabeza y haciendo que el beso pasara de ser un simple encuentro de nuestros labios a convertirse en algo real, cálido y… dulce. Mi boca se abrió bajo la insistencia de la suya. Noté que sus brazos me rodeaban la cintura y que su pecho se apretaba contra el mío.

Se apartó un poco, y tuve que contenerme para no atraerlo de nuevo hacia mí.

—¿Has hecho eso por mí? —susurró contra mis labios.

Solté una risita tonta.

—Besarte es una penalidad que tendré que soportar.

Jensen me dio un piquito en los labios.

—Ya era todo tan raro, y ahora esto…

—No tan raro. —Lancé una ojeada a nuestros amigos, que se esforzaban por ignorarnos—. Pero esto… esto hace las cosas muy interesantes.

Si he de ser sincera, todos estábamos un poco atontados. A lo largo de todo el trayecto desde Jamesport hasta Willimantic, Hanna y Will habían estado parloteando contentos acerca de la historia de nuestro siguiente destino y todas las cosas que íbamos a hacer. Eso debió de influir en nuestra reacción cuando vimos a Becky y Cam y tuvimos que elegir entre subir al autocar y echarnos atrás, creando una situación embarazosa; funcionamos en piloto automático, avanzando en silencio.

Lo cierto es que podríamos habernos marchado. Había otras mil cosas que hacer, y no existía absolutamente ningún motivo para permanecer en una situación forzada, pero al final, tras formar un pequeño corro fuera del autocar, Jensen había insistido en que no pasaba nada.

Y, a su lado, yo había asentido con la cabeza.

—Lo tenemos controlado. No hay problema.

Así que subimos a bordo del autocar, ocupamos nuestros asientos y charlamos con educación durante el viaje.

En realidad, no tenía ni idea de lo que me esperaba. La visita a la cervecería resultó fácil: fuimos de la mano en todo momento y nos dimos unos cuantos besos; parecía lo más propio de unos recién casados. Supuse que el resto de la semana sería más de lo mismo: besuqueos, arrumacos… Quizá me sentase sobre sus rodillas en algún momento y tuviese ocasión de sentir bajo mi cuerpo esos muslos musculosos durante unos minutos.

Todo aquello era muy ingenuo y se situaba dentro del contexto de visitar cervecerías, catar vinos y pisar uva. En ningún momento se me pasó por la cabeza lo que significaba que todos nos alojásemos en el mismo hostal pequeño de Windham.

Hasta que nos hallamos ante el mostrador de recepción, registrándonos.

—Tengo apuntadas cuatro habitaciones, tres noches —dijo la recepcionista, sonriéndole a Jensen—. ¿Es correcto?

Quiso el destino que Hanna nos hubiese enviado a Jensen y a mí para registrarnos a todos mientras ella buscaba una plaza de aparcamiento para nuestro monovolumen en la calle. Becky y Cam y la otra pareja de nuestro grupo, Ellen y Tom, hacían cola detrás de nosotros para recoger las llaves de sus propias habitaciones.

—Correcto —dijo Jensen, y enseguida se sobresaltó—. ¡Ah! —dijo, demasiado alto—. No. Solo tres. Habitaciones. Solo necesitamos tres habitaciones. ¿De acuerdo? ¿Has…?

Se volvió y me miró. De reojo, vi que Becky nos observaba.

—En el último hotel cogimos cuatro habitaciones —le expliqué a la mujer, riéndome incómoda.

—A Pippa le gusta… —explicó Jensen, buscando algo que añadir. Y luego contestó—: Cantar en voz alta.

En ese preciso momento, yo contesté:

—Practicar yoga temprano.

—Muy temprano —se apresuró a convenir él, justo cuando yo decía:

—Cantar en voz muy alta.

Se produjo un silencio incómodo.

—Cantar y yoga —dije entre risas.

Porque eso es lo que hace la gente normal.

Y yo no parecía en absoluto una maldita imbécil.

A Becky se le encendieron los ojos.

—¿Practicas yoga? —preguntó—. Yo también. ¡Me encantaría que lo hiciéramos juntas!

Cam la estrechó contra sí, sonriendo orgulloso.

—Becks se está sacando el certificado de instructora de yoga. Se lo toma muy en serio.

Me apresuré a asentir con la cabeza. «Mierda, mierda, mierda».

—Yo practico uno… especial.

—Yoga caliente —añadió Jensen, tratando de ser útil.

—¿Bikram? —dijo Becky.

—Oh… es la versión británica… de ese —dije, con un gesto despreocupado. Sí, porque yo era tan sofisticada que practicaba una versión exclusivamente británica del yoga caliente. Mi cerebro se entregó a una actividad frenética mientras intentaba explicar cómo iba a hacer aquello en mi habitación—. Lo hago con el… vapor de… la ducha, ¿verdad? —dije, mirando a Jensen.

Él asintió con la cabeza, como si aquella fuera una explicación absolutamente normal para que él y su nueva esposa cogieran dos dormitorios en su luna de miel.

—¡Escucha! —exclamó Becky, entusiasmada—. Cam sale a correr cada mañana temprano. ¿Por qué no te ahorras el dinero y vienes a mi habitación a hacer tu yoga con vapor? O, mejor aún, ¿y si hacemos yoga fuera, en el campo? Me encantaría practicar con otra persona algunas rutinas en las que he estado trabajando.

La miré parpadeando y preguntándome por qué se mostraba tan simpática, por qué se esforzaba tanto. ¿No era mejor para todos acordar que no hacía falta relacionarse demasiado?

—No servirá de mucho con el canto en voz alta —dijo Jensen, en tono dubitativo.

La mujer de recepción se irguió y nos entregó las tres llaves.

—¡En el bar de al lado tienen karaoke cada martes, a partir de las siete!

Junto a mí, Becky aplaudió encantada.

—¡Perfecto!

Pareció emocionada, como si fuera a… ¿llorar?

Miré a Jensen.

Logró sonreír a través de una mueca.

—Perfecto.

—Creo que no te das cuenta de que esto es un desastre —dije, abriendo la maleta y sacando el neceser.

Jensen se quedó mirando con cara de desolación la cama diminuta que teníamos que compartir.

—Creo que sí me doy cuenta.

—¡No me refiero a la cama, imbécil! —exclamé entre risas—. ¡No pasa nada por compartir una cama, joder! Me refiero al yoga.

—No tienes por qué hacer lo del yoga —dijo, confuso.

—¡Claro que sí! ¿No has oído su voz esperanzada? Estaba tan contenta que casi se echa a llorar. Ahora no puedo ir y decirle: «Por cierto, ya no quiero hacer ese famoso yoga con vapor al estilo británico del que te he hablado». Pareceríamos unos locos.

Entré en el cuarto de baño y lo oí reírse detrás de mí.

—¿Es que no lo parecemos ahora?

Jensen me siguió y me observó mientras sacaba el cepillo de dientes y ponía un poco de pasta encima. No me preocupaba mucho mi próximo fracaso con el yoga, ni haber accedido prácticamente a ofrecer un concierto en el karaoke esa noche. Tampoco me preocupaba tener que pasar los cuatro días siguientes con la exmujer de Jensen. Ni siquiera lo difícil que resultaría fingir ser la esposa de Jensen a lo largo de aquel breve tramo del viaje.

Lo que me preocupaba era estar deseándolo.

Me conocía a mí misma y conocía mi propio corazón, que era de los que se lanzan primero y piensan después. Si teníamos que actuar así, como un equipo (un equipo que encima se besaba), estaba perdida.

—Hola.

Sus manos se deslizaron en torno a mis caderas y unieron los dedos sobre mi ombligo. Luego apoyó la barbilla sobre mi cabeza. Por muy agradable que fuese, no resultaba nada útil.

Lo miré a los ojos a través del espejo.

—Hola.

Miré cómo me miraba, y ambos contuvimos una carcajada. ¿Qué demonios estábamos haciendo? No me había permitido pensar mucho en lo que ocurriría esa noche, pero

íbamos

a

dormir

juntos.

Me metí el cepillo de dientes en la boca y empecé a cepillar vigorosamente.

Se enderezó un poco para dejarme espacio.

—No recuerdo la última vez que vi lavarse los dientes a una mujer.

—¿Es tan bueno como lo recordabas? —pregunté con la boca llena de espuma.

Me incliné para escupir, me incorporé y llené un vaso de agua para enjuagarme.

Jensen abrió la boca para decir algo, pero yo fui más rápida después de escupir de nuevo:

—¡Te he besado!

—Es verdad. —Volvió a apoyar su barbilla sobre mi cabeza—. Y luego, no sé si te acuerdas, te he besado yo a ti.

—¿Era todo falso?

Negó con la cabeza.

—Pippa.

—¿Sí?

—Gracias.

Me eché a reír.

—¿Por qué? ¿Por darte un beso? Puedo asegurarte que ha sido un placer.

Negó con la cabeza, y sus ojos se clavaron en los míos a través del espejo.

—Por facilitar las cosas.

Le sonreí y me apoyé contra él.

—Será para ti.

Entornó los ojos, sin comprender.

—Jensen, esta noche compartiremos una cama; apenas soy capaz de tocarme las puntas de los pies, y menos aún de hacer yoga; además, tengo un oído malísimo. Esto va a ser un desastre.

—Tú lo has dicho antes: lo tenemos controlado. Hanna y Will llevan semanas deseando llegar a esta parte del viaje. Tenemos que aguantar.

Miré sus ojos en el espejo.

—¿Por qué es tan simpática?

Tardó unos momentos en responder, muy serio:

—Becky siempre fue muy simpática, pero… bueno, la verdad es que no sé por qué lo es ahora.

Habíamos quedado todos abajo para cenar. Llegamos cogidos de la mano, muy cohibidos, y vimos a Will y Niall, que estaban esperando junto al mostrador de recepción.

Will se volvió y contempló nuestras manos entrelazadas con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Esto! —dijo, con los brazos abiertos—. ¡Esto es lo que he venido a ver!

—¡Hay que sacar partido de esta situación tan complicada! —exclamó Jensen en tono alegre.

Me atrajo hacia sí y me plantó un ruidoso beso en la sien.

—¡Oh, no! ¿Qué situación complicada? —preguntó Becky, saliendo de la más absoluta nada.

Todos dimos un bote. Habría que ponerle un cascabel.

Will se echó a reír.

—¡Hostia, Jensen, últimamente estás que te sales!

Jensen soltó unas cuantas incoherencias:

—No, no, nada… —Me miró, parpadeando—. Es que…

—Pippa acaba de saber que está embarazada —intervino Will, de pronto.

Jensen y yo nos volvimos hacia él, conmocionados.

—¡Will! —chillé, dándole una palmada en el pecho—. ¿Estás loco?

Él levantó las cejas. Todavía un poco achispado por la copiosa cata de cerveza de hacía un rato, se inclinó hacia mí y susurró sin sutileza:

—¿Qué? Mierda. ¿No te parece bien?

—¡Estamos visitando bodegas, gilipollas! —siseé, abriendo mucho los ojos—. No pienso fing… —Me detuve cuando Jensen me estrujó bruscamente contra su cuerpo y sonreí a la perpleja Becky con los dientes apretados—. ¡El muy payaso de Will está de broma! ¡No estoy embarazada!

—¿Lo ves? —dijo Will, balanceándose sobre los talones—. Ya te he dicho que era capaz de hacer que viesen el lado bueno. Así que no has conseguido esa casa en Beacon Hill que queríais comprar. Pero al menos tu nueva esposa no se ha quedado embarazada en la luna de miel, ¿no?

Jensen miró a Will con los ojos entornados.

Hanna bajó las escaleras y se situó junto a su marido. Enseguida adivinó lo que sucedía:

—¿Ya la estás liando?

—¿Qué? No.

Se inclinó hacia ella y le dio un beso para distraerla.

—¿Quieres comprar en Beacon Hill, nada menos? —le preguntó Becky a Jensen en voz baja, lo que me dio la impresión de que Beacon Hill debía de ser una zona muy elegante. Cam llegó junto a ella justo cuando susurraba—: ¡Uau!

—Jensen está a punto de convertirse en socio —dijo Niall—. El trabajo duro tiene su recompensa.

Will le dio la espalda a Hanna y añadió:

—Es un tío afortunado en el trabajo, y también en el amor.

Becky miró a Jensen, y sus ojos volvieron a humedecerse.

—¡Cuánto me alegro! ¡Y esto es increíble, porque Cam es agente inmobiliario! ¡Seguro que puede encontraros una casa en Beacon Hill!

Noté que el brazo de Jensen se tensaba en torno a mis hombros. Sin que tuviera que decirlo siquiera, comprendí que en ese instante habría preferido estar en cualquier otro lugar.

—Es… una… suerte —dijo, con una sonrisa acongojada.

Becky dio un paso más hacia él.

—Tuve miedo, cuando nos… —empezó Becky, con los ojos sospechosamente brillantes.

—¡Colegas, estoy muerta de hambre! —exclamé, cortándola—. Debe ser por tanto sexo de recién casados… Bueno, ¿dónde cenamos?

Por supuesto, Jensen se ruborizó cuando dije «sexo».

—Creo que me he perdido algo interesante —dijo Ruby, de camino al restaurante.

—Will ha soltado una bomba muy embarazosa —explicó Niall—, y Pippa no se ha quedado atrás.

—Ha sido horrible —convino Jensen.

Le di una palmada en el hombro.

—Fingir que soy tu mujer me está resultando tremendamente difícil.

—¿Demasiado sexo de recién casados? —preguntó, impasible. Niall se atragantó tosiendo—. ¡Ah, y al parecer Cam va a vendernos la casa de nuestros sueños en Beacon Hill! Gracias, Will.

Will nos sonrió.

—¡De nada!

Contuve una carcajada.

—¿Qué se supone que debo hacer delante de esa exmujer tuya que se pone a llorar en cuanto está cerca de vosotros? —dije—. Solo han pasado cinco horas y ya tengo la impresión de que somos una pareja disfuncional.

—¿Por qué llora Becky? —preguntó Hanna.

Will volvió a mirarnos, esta vez con los ojos muy abiertos.

—¿Estará embarazada ella?

—Ha bebido cerveza —le recordó Ruby.

—¿Se habrá dado cuenta de que echó a perder lo mejor que le ha pasado en la vida? —preguntó Hanna, en tono protector.

—Bueno, vale, ya basta —dijo Jensen, frotándose los ojos con las manos.

Hanna señaló el otro lado de la calle y la seguimos hacia el pequeño restaurante sostenible donde teníamos reserva para cenar solos, sin Becky, Cam, Ellen ni Tom.

—¡Dios! —gemí—. ¿Qué voy a hacer en el karaoke esta noche? ¿Tenemos que ir?

—Bueno, no tendríamos que ir si no hubieras aceptado —dijo Jensen, entre risas.

—Esto es flipante —comentó Will, y soltó una risita; aún estaba achispado—. «¡Vente de viaje con nosotros, Jens! Te emparejaremos con esa compañera de vuelo tuya y luego te encontrarás con el monstruo de tu exmujer por primera vez en una década, nada menos, y todos fingiremos que estás de puta madre, casado con una desconocida».

—¡Eh, oye! —protesté, fingiéndome ofendida.

Jensen me miró.

—No eres una desconocida.

—Cierto, porque te conté toda mi vida.

Él sonrió de oreja a oreja.

—Empezando por la pipeta.

El resto del grupo guardó silencio, confuso.

Jensen los ignoró.

—¿Sabéis qué le hace falta a esta noche?

Nos había preguntado a todos por pura retórica, pero me miraba directamente a mí.

—Tal como está yendo este viaje, no puedo imaginarme en qué estás pensando —dijo Hanna.

Él sacudió la cabeza y murmuró:

—Un montón de vino.

Puede que fuese el encuentro con Becky lo que tenía a todo el mundo un poco alegre, pero tomar un montón de vino no suponía ningún problema. En cuanto nos sentamos, Will pidió dos botellas, una de tinto y otra de blanco, y unos entremeses, y le dijo al camarero que era el cumpleaños de Jensen.

Jensen recibió un sombrero de paja y un babero de plástico para el cangrejo de un kilo que trajeron, y cuando nos acabamos las dos botellas nos pareció adecuado pedir dos más. Hanna razonó, creo que con mucha lógica, que solo había seis porciones de 125 ml en una botella de vino, lo que significaba que cada uno habíamos bebido solo dos copas.

—Una porquería de actuación si queremos animar la noche —dijo Niall, llamando al camarero con un gesto del brazo.

Al final de las otras dos botellas, Will tenía las mejillas sonrosadas, Hanna soltaba unas risotadas muy poco delicadas y Jensen apoyaba su brazo en el respaldo de mi silla con un gesto familiar e informal.

Pedimos vino de postre cuando nos sirvieron la crema catalana y el volcán de chocolate.

Pedimos cócteles cuando nos terminamos los postres.

Y entonces recordamos que nos faltaba el karaoke con Becky y Cam en un tugurio del pueblo.

Ruby agitó un dedo en el aire con gesto achispado.

—No tenemos por qué ir —dijo, mirándonos a Jensen y a mí—, si es que os resulta incómodo.

Me eché a reír.

—A mí no me resulta incómodo. No estamos casados de verdad.

—Creo que se refiere a lo del oído malísimo —dijo Jensen, y su voz sonó de pronto muy cálida y muy suave en mi oreja.

—En realidad, eso solo es problema para todos los demás —les dije a los presentes, y luego me volví hacia él; estaba tan cerca que, si me hubiera inclinado un poco, habría podido besarlo. De hecho, me costó resistir la tentación. Jensen olía a chocolate y tenía la mandíbula cubierta de una barba muy incipiente—. Y que sepas que algunas canciones me salen muy bien en el karaoke.

Su boca se ladeó en una media sonrisa.

—Podrías comer un poco de vidrio y hacer gárgaras con whisky para cantar algo de Tom Waits.

—También podríamos hacer un dueto —sugerí.

—Yo voto por el dueto —casi gritó Will, desde el otro lado de la mesa.

Algunos comensales de otras mesas nos miraron, y Hanna lo hizo callar con dulzura.

—Escúchame bien —dijo Jensen, rascándose una ceja—. Si me cantas una cancioncita aquí mismo, haré un dueto contigo.

Retrocedí un poco. Lo había dicho como una broma, pensando que yo nunca haría eso.

—¡No voy a cantar en un restaurante! —exclamé.

—Si lo haces, cantaré contigo en el bar.

Eché cuentas, intentando calcular cuánto había bebido Jensen. Se estaba portando de una forma encantadora.

—Estás loco.

Negué enérgicamente con la cabeza. Observé, de soslayo, que Ruby me estaba mirando y que se inclinaba hacia un lado para susurrarle a Niall algo al oído.

—Cualquier canción en el bar —insistió Jensen—. Tú eliges. Solo tienes que cantarme algo ahora mismo.

«Bravo».

Le dediqué una amplia sonrisa.

—¿Elijo yo?

—Por supuesto —me confirmó, agitando una mano en un gesto despreocupado.

—Pues es una pena que no me conozcas mejor.

Me levanté de la silla y acto seguido me puse de pie sobre ella. Desde allí dominaba toda la sala.

—¡Pippa! —dijo él, riéndose—. ¿Qué haces? Solo quería decir que cantases para los que estamos sentados a esta mesa.

—Demasiado tarde —le contestó Ruby—. Señor, acaba usted de liberar a la fiera.

—¡Disculpen! —empecé, dirigiéndome al restaurante entero. Era pequeño, unas diez mesas en total, pero estaba completamente lleno. Los tenedores arañaron los platos y el hielo tintineó en los vasos mientras la gente se iba quedando en silencio. Al menos treinta y cinco pares de ojos se clavaron en mí—. Hoy es el cumpleaños de mi marido, y su mejor amigo de la universidad, que además es su cuñado, ha pedido esta noche una cantidad de alcohol escandalosa. Les agradecería mucho que cantaran con nosotros «Feliz cumpleaños» para Jensen.

Sin esperar a que accedieran, empecé a cantar la primera estrofa de la canción en voz muy alta, desentonada y probablemente demasiado aguda para que la mayoría de los hombres pudieran acompañarme. Sin embargo, quiso la suerte, o Connecticut, que todos los presentes en el restaurante me siguieran el juego, cantando a voz en cuello y con las copas en el aire. Al final, cuando me bajé de la silla y planté un beso en la boca de Jensen, todos lo celebraron ruidosamente.

—Mi cumpleaños es en marzo —susurró.

—¿No lo sabes? —dije, pasándole los dedos por el pelo simplemente porque me pareció que podía hacerlo—. Estamos jugando a aparentar lo que no es. Estamos casados. Yo soy la afortunada. Y hoy es tu cumpleaños.

Jensen me miró con una emoción indefinible en los ojos. No estaba enfadado. Ni siquiera estaba sorprendido. Pero no pude interpretar su expresión porque se parecía un poco a la adoración, y todos sabíamos que se me daba fatal entender a los hombres.

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