Beautiful

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4. Jensen

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—No pasa nada —dije en voz baja, y era sincero—. Yo también me he dormido. Ya hemos llegado.

Bajamos del monovolumen y entramos en el edificio detrás de los demás, agitando brazos y piernas para activar la circulación. Nos registramos, cogimos las llaves y quedamos en reunirnos poco después en la entrada para explorar el terreno antes de hacer una cata de vinos en las proximidades.

Tenía las piernas rígidas y la espalda anquilosada de tanto permanecer sentado. Lancé un gemido y me desperecé en mi habitación vacía antes de ir al baño para echarme agua en la cara y relajar el cuerpo poco a poco: hombros, brazos, cuello… Sentía la necesidad de olvidarme de todo, de desconectar. Era fácil hacerlo ese día, un domingo. ¿Podría seguir así durante dos semanas enteras?

Cuando volví a la zona de recepción, Pippa hablaba con la mujer que se hallaba detrás del mostrador; se estaban echando unas risas. Pippa parecía hacer amigos allá donde iba, mientras que yo era… ¿un tipo dado a las propinas generosas?

¡Santo Dios, era un capullo estirado!

La mujer se inclinó sobre un mapa y rodeó con un círculo varias cosas, dando sugerencias para las dos noches que teníamos previsto pasar allí. Oí que Pippa pronunciaba las palabras «vacaciones», «el capullo de mi ex» y «nuevos amigos» antes de que Ziggy apareciera detrás de mí, se me subiera a la espalda de un salto y me diera un susto de muerte.

—¡Ostras, Ziggy! —rezongué—. Ya no eres una cría, ¿sabes?

—Tú podrías llevarme en brazos —comentó, apretándome el bíceps.

La miré con el ceño fruncido, fingiendo enfado.

—Podría. Pero no lo haré.

Pippa se nos acercó con una amplia sonrisa.

—Sois los hermanos más monos de la historia. —Su entusiasmo resultaba contagioso. Miró a su alrededor con los ojos muy abiertos, observándolo todo—. Rachel dice que hay un restaurante genial en esta misma calle. Podríamos desayunar allí mañana.

—Por mí, estupendo —le dije, pasando el brazo en torno al cuello de Ziggy para frotarle la cabeza con los nudillos.

Nuestra primera parada fue la sala de cata de unas bodegas llamadas Sherwood House Vineyards. El GPS nos dirigió hasta un edificio gris de estilo colonial encajado bajo unos árboles de altura imponente y rodeado de arbustos en flor. Con sus acres de cuidado césped, sus setos de boj perfectamente podados a ambos lados del camino y un par de árboles ornamentales en maceta flanqueando el porche, más parecía una residencia privada que un centro turístico. De no haber sido por el cartel de la carretera, lo habría tomado por una vivienda.

Aparcamos y bajamos del monovolumen. Por algún instinto que no sé explicar, me encontré caminando bastante cerca de Pippa, con la mano a punto de tocar la parte inferior de su espalda.

—No me costaría nada acostumbrarme a esto —comentó Pippa, empleando la mano como visera para protegerse los ojos del sol mientras contemplaba la casa—. Recuérdame que planee todas mis vacaciones con vosotros, por favor.

—También nos reunimos en Navidad —le dije—. Tendrías que aguantar a Ziggs y Will hablando entusiasmados de cualquier fricada y a nuestra madre quejándose de que ya no encuentra

rakfisk en el mercado, pero la cena en sí siempre es fantástica.

—¿Ya estamos haciendo planes para pasar unas hipotéticas vacaciones juntos? —me preguntó sonriente, mientras la invitaba con un gesto a precederme por el camino—. Porque, bueno, a Lele le encantarías.

Hice memoria.

—Lele, la que te dio a luz. Y Coco es la estadounidense —dijo, y su rostro se iluminó con una expresión de sorpresa.

—¿Estabas escuchando?

—No fue tan malo…

—¡Fue espantoso! —me corrigió.

El color de sus mejillas se hizo más intenso. Se había cambiado en el hotel y ahora llevaba un vestido amarillo de estilo camisola y un par de medias de color azul celeste con botas marrones. Lo normal habría sido que esa combinación no quedase bien, pero a ella le quedaba de fábula. El vestido resaltaba el rubor de su rostro y las puntas doradas de su cabello. Tenía las piernas largas y tonificadas, y por un instante me pregunté qué aspecto tendrían desnudas, qué sensación me producirían en las manos.

Tropecé.

—Pero no hablemos más de eso —dijo, volviéndose a sonreírme.

—¿De qué? —pregunté.

Se rio, sin darse cuenta de que mi confusión era auténtica.

—Exacto.

El interior de Sherwood House me recordó el salón de un domicilio particular. Unas vigas blancas sostenían el techo. En un extremo de la habitación había una chimenea de ladrillo con el fuego encendido; en el otro, una larga barra de madera. De aquel salón salían unas salas más pequeñas, una de las cuales parecía una tienda de antigüedades, y un tramo de escaleras conducía a un segundo piso.

Alguien entrelazó su brazo con el mío. Ziggy me sonreía exultante.

—¿No es estupendo?

—Es precioso —confirmé—. Buena elección.

—En realidad, fue George quien nos recomendó este sitio. ¿Lo estás pasando bien? —Y antes de que yo pudiera formular siquiera una respuesta, añadió—: Pippa parece maja.

Bajé la barbilla para mirarla a los ojos.

—Vale, vale —susurró—. Solo estoy…

«No digas “preocupada”», pensé. No quería ser el tipo triste y solitario al que mimaban las mujeres de su familia. De pronto, se me antojó insoportable saber que lo era.

Comprendí que mi cara debía de expresar una parte de mi reacción, porque mi hermana apoyó su mano sobre la mía como para suavizar sus palabras y luego se paró a observarme.

—Solo quiero que te diviertas —dijo por fin.

Con un pequeño cambio de perspectiva, entendí lo que yo podía darle en ese viaje: podía darle todo mi interés. Podía hacer exactamente lo que ella quería que hiciese. Nadie se preocupaba por Liv o Ziggy, porque estaban casadas y habían sentado la cabeza. Niels tenía novia desde hacía años y Eric siempre estaba saliendo con alguna chica nueva. Yo era el hijo mayor de una familia de entrometidos; me había inmiscuido en la vida de Ziggy y la había animado a salir más, y ahora me tocaba a mí. Mi hermana quería que los acompañase en el viaje. Quería que me divirtiese. Y una parte de ella, por más que lo negara, quería que esa diversión la viviese con Pippa.

Y aunque sabía que Pippa no suponía una verdadera posibilidad para mí, había tenido otros rollos sin ataduras. No me volvían loco, pero tampoco era un monje.

Sonreí a Ziggy y le pasé el brazo por los hombros.

—Me estoy divirtiendo —dije, y le di un beso en la coronilla—. Gracias por convencerme para que viniera.

Me miró con los ojos levemente entornados, y me pregunté cuándo se habría vuelto mi hermana tan puñeteramente lista.

El primer vino era un sauvignon blanc: agradable, vagamente ácido, no demasiado intenso. Observé a Pippa mientras cogía su copa, se la llevaba a la nariz e inhalaba antes de dar el primer sorbo.

Me esforcé por efectuar la transición mental: «No luches contra esto. No pienses demasiado. Simplemente… disfrútalo».

—¿Así que trabajaste en un lugar como este? —dijo ella, sin percatarse de mi inspección.

Aparté la vista parpadeando y miré la rebanada de pan que tenía en la mano.

—Pues sí. En la universidad. Durante los veranos.

Ella me dedicó una sonrisa cargada de malicia.

—¿Conociste a muchas mujeres? Te imagino en la universidad y me derrito un poco.

Me reí.

—Entonces estaba con Becky.

Una leve quemazón se intensificó en mi pecho.

—¿Tu exmujer? —preguntó.

La miré a los ojos y solté una breve risita, una pequeña ráfaga de aire.

—En realidad, es más exnovia que exmujer.

Pippa se rio con amabilidad.

—¡Vaya, qué horrible!

Le eché un vistazo; disfrutaba de su copa de vino acomodada contra el brazo de un sofá, con una pierna debajo del cuerpo. El fuego crepitaba a su espalda, desprendiendo calor y solo un poco de humo.

Dio otro sorbo, tragó y preguntó:

—¿Se parecían a estas las bodegas en las que trabajabas?

—Eran menos acogedoras y más comerciales, pero sí, el ambiente general era el mismo.

—¿Te gustaban?

—No sé si yo utilizaría la palabra «gustar» —dije, sentándome en el sofá—. Pero era flipante ver el proceso desde el viñedo hasta la botella, por qué elaboraban ciertos vinos y cómo afectaba al producto final cualquier fluctuación de temperatura y humedad.

—Además de tener vino gratis —dijo, alzando la copa a modo de saludo.

Me eché a reír y levanté también la mía.

—Todavía no lo apreciaba como lo aprecio ahora, pero ese aspecto no estaba nada mal.

—No puedo imaginaros a Will y a ti juntos en la uni. Ahora los dos sois adultos normales, pero al miraros puedo ver la sombra de la locura.

—¿Como un aura? —dije, riéndome.

—Tu lado salvaje acecha ahí mismo —convino, sonriendo a su vez mientras dibujaba un círculo sobre mi cabeza.

—Y yo que pensaba que tenía a todo el mundo engañado con mis pantalones planchados y mis jerséis.

Pippa negó con la cabeza.

—A mí no me engañas.

Las conversaciones fluían a nuestro alrededor. Notaba que mi hermana, sentada al otro lado de la mesa, nos estaba observando.

Me pasé un dedo por la frente, esforzándome por no sentirme cohibido.

—Cuando me fui a vivir con Becky, nos calmamos un poco. Pero hasta ese momento no sé cómo pudimos pasar tantos fines de semana sin que nos detuviera la policía o nuestros padres nos asesinaran.

—Cuéntame más cosas del Jensen de la universidad —dijo ella, risueña.

Abrieron la siguiente botella de vino y Pippa aceptó la copa que le ofrecían, dando las gracias en voz baja. Di un sorbo de mi propia selección, un robusto zinfandel, mientras notaba ya los efectos de la primera cata. Sentía el estómago caliente y las extremidades algo más sueltas. Me incliné hacia ella un poco más, lo bastante cerca para percibir el sutil aroma cítrico de su champú.

—El Jensen de la universidad era un idiota —dije—. Y por algún motivo le parecían bien casi todas las terribles ideas de Will.

—No puedes decir algo así y pasar de explicarlo —me pinchó.

Recordé los veranos que Will pasó en mi casa, las vacaciones. Sospecho que Will era igual de alocado en el instituto, pero si añadimos que durante la universidad pasaba lejos de casa todo el curso y que sabía dónde comprar alcohol… todo era posible.

—En segundo, Will me convenció de fumarnos una pipa de agua en nuestro balcón, sin darse cuenta de que la puerta se había cerrado detrás de él. He de mencionar que estábamos en pleno mes de noviembre, que eran aproximadamente las dos de la madrugada y que los dos íbamos en calzoncillos.

—Esto puede ser mejor que el viaje de dardo —dijo ella—. Aunque no te imagino colocado. —Me observó durante unos momentos—. Los calzoncillos son más fáciles de visualizar.

Me reí ante su relajada manera de ligar.

—Por desgracia, no estaba tan bueno como quizá supongas, teniendo en cuenta que me había convertido en un fiestero y en un vago —dije, abarcando con un gesto mi camisa de vestir y mis zapatos brillantes—. Casi todo el mundo se relaja, se ríe o picotea cuando se coloca, ¿no es así? —Ella asintió—. Pues yo, cuando estoy colocado, me vuelvo neurótico. —Hice una pausa y sonreí—. Más neurótico.

—¿Y cómo entrasteis?

—En el apartamento de al lado vivía una vecina nueva y muy mona. Will encontró unas cuantas piedrecitas, una chapa de cerveza y una lata de refresco y lo tiró todo contra su ventana hasta que salió. Luego se puso a ligar con ella hasta que accedió a ayudarnos.

—¿Ayudaros cómo? —preguntó Pippa, sonriendo de oreja a oreja.

—Lógicamente no se fiaba de lo que pudieran hacer dos tipos semidesnudos en su balcón, así que se ofreció a llamar a alguien para que nos dejase entrar. Por desgracia, no queríamos explicarles a los guardias de seguridad del campus por qué estábamos encerrados en ropa interior con una pipa de agua y una bolsa de hierba. A mí me entró el pánico. Mi mente saltó dos años hacia delante: ya nos veía en la cárcel por fumarnos una pipa, y a mí mismo como protegido de un tipo llamado Albóndiga. —Sacudí la cabeza, recordando—. A lo que iba: nuestra vecina también cursaba los estudios preparatorios para la carrera de Derecho y nos obligó a defender nuestra causa antes de permitirnos pasar. Ni Will ni yo nos hemos vendido nunca tan bien, ni antes ni después.

Pippa me escuchaba encantada, apoyando un brazo contra el respaldo del sofá.

—Seguro que lo hizo usted bien, señor Jensen Bergstrom.

Levanté un hombro.

—Te daría más detalles sobre mi argumentación si recordase una sola palabra.

—Entonces, supongo que al final entrasteis, ¿no?

—Sí, aunque para trasladarnos de un balcón al otro nos pasamos un rato chillando histéricos que íbamos a matarnos hasta que por fin logramos superar el hueco de casi un metro que había entre los balcones. Ahora que lo pienso, Will llegó a salir con ella durante unas semanas… ¿Y si eso formaba parte del acuerdo? —Me rasqué el hombro mientras le sonreía—. En fin, basta de pensar en el pasado.

—Ni hablar. Estoy aquí para olvidar al Capullo. Lo estás haciendo muy bien. —Pippa me miró y luego hizo un gesto hacia Ziggy—. No me obligues a preguntarle a Hanna. Seguro que podría sonsacarle un montón de anécdotas, y no necesitaría más que un par de copas. Está muy flaca.

Alzó la vista y soltó un bufido. Seguí su mirada hasta Will, que llenaba otra vez la copa de mi hermana y, si no me equivocaba, le hablaba mirándole las tetas.

Por más veces que los hubiera sorprendido así, seguía sintiéndome incómodo. Lancé un gruñido.

—Aunque me da la impresión de que Will la tiene monopolizada en este momento —comentó Pippa, ladeando la cabeza.

—Son eternos recién casados —bromeé, impregnando mis palabras de un falso desagrado—. Pero creo que Will quiere ser el conductor sobrio esta noche e intenta emborrachar a mi hermana. Hanna es muy divertida cuando se ha tomado unas cuantas copas.

—¿No se te hace raro que tu hermana pequeña esté casada con tu mejor amigo?

—No voy a mentirte; al principio, sí. Pero cuando lo pensé y comprendí que fui yo quien les sugirió que quedasen…

—¿Los emparejaste tú? —preguntó, sonriente—. Pocos hombres animarían a su mejor amigo a salir con su hermana.

—No me di cuenta de que lo hacía —dije. Vacié mi copa, la dejé boca abajo sobre la mesa y cogí otra aceituna—. Ahora que lo pienso, sí, le dije que llamara a Will. Pero es que él era entonces un friki adicto al trabajo. No se me pasó por la cabeza que al mirar a Ziggy, el ratón de laboratorio, fuese a ver algo más que un cerebrito. —Los observé durante unos instantes más. Will dijo algo que provocó una carcajada en Ziggy, la cual se apoyó contra su pecho. Él se inclinó y le dio un beso en la coronilla—. Pero él es bueno para ella. Y ella también es buena para él —me apresuré a añadir—. Y nunca los he visto tan felices a ninguno de los dos.

Pippa asintió con la cabeza y paseó la mirada por el resto de nuestro grupo.

—Yo tuve la misma sensación con Niall y mi amiga Ruby. Ella llevaba siglos enamorada de él, y él casi ignoraba su existencia.

—Es verdad —dije—. Trabajabais juntos.

—Algunas veces era divertido verlos, pero otras resultaba insoportable. Sin embargo, ahora no podría alegrarme más por ellos. —Hizo una pausa y luego añadió—: Aunque a veces me entran ganas de mojarlos con una manguera.

Solté una carcajada irónica; sabía exactamente lo que sentía.

Se apoyó en el respaldo.

—Seguro que parezco una solterona al decir esto, pero, venga ya, dejad unos cuantos morreos para los demás.

Me incorporé, llamé al camarero con un gesto y me encontré con los ojos esperanzados y muy abiertos de Ziggy.

El camarero nos sirvió otra dosis bien cargada a cada uno.

Pippa cogió su copa y la levantó.

—¿Por las solteronas? —preguntó.

Reflexioné un poco.

—Por unos cuantos morreos para los demás —rectifiqué.

Pippa exhibió una radiante sonrisa y se llevó la copa a los labios.

—Brindo por eso.

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