Beautiful

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5. Pippa

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Echamos a correr, pero en unos instantes el fuerte chorro de los aspersores nos inundó por todos lados. El agua caía sobre nosotros desde las delicadas tuberías colgadas del emparrado, desde los lados y desde el suelo, donde unos cabezales rociadores giraban rápidamente junto a nuestros pies.

Dimos varios pasos más entre el barro, intentando regresar, pero resbalé y a punto estuve de caer de espaldas; Jensen me sujetó justo a tiempo.

De nada servía correr. Estábamos empapados.

—¡Olvídalo! —le grité por encima del ruido ensordecedor del sistema de riego. Era como si nos hubiera sorprendido un aguacero—. ¡Jensen! —dije, agarrándolo de la manga y obligándolo a mirarme.

Me miró con los ojos desorbitados. No se trataba solo de que nos hubiésemos tomado una botella de vino después de un día bebiendo pequeñas cantidades una y otra vez. No se trataba solo de que nuestra cena se hubiese visto interrumpida o de que estuviéramos empapados, en octubre, en un viñedo de unas pequeñas bodegas de Long Island.

El feroz destello de sus ojos me hizo pensar que algo se había desatado en su interior.

—Sé que no nos conocemos —vociferé, parpadeando con fuerza para eliminar el agua de mis ojos—, y sé que parece una locura, pero creo que te hace falta chillar.

Él se rio y farfulló bajo el chorro de los aspersores:

—¿Me hace falta chillar?

—¡Chilla!

Sacudió la cabeza, sin comprender.

—¡Dilo! —grité por encima del rugido—. Di lo que tienes en la cabeza en este instante, tanto si se trata del trabajo como de la vida, de Becky o de mí. ¡Así! —Aspiré una bocanada de aire gélido y las palabras salieron de mi interior como ráfagas—: ¡Quiero odiar a Mark, pero no puedo! ¡Lo que odio es haber caído con tanta facilidad en una relación que solo era una parada técnica para él y que pensé que podía durar toda la vida! ¡Era imposible desde el principio, y me siento como una estúpida por no haberlo visto antes!

Me miró fijamente durante unos momentos mientras el agua se deslizaba por su rostro.

—¡Odio mi trabajo! —chillé, con los puños apretados—. ¡Odio mi piso y mi vida cotidiana, y saber que puedo seguir así toda la vida y quizá no tenga el valor necesario para hacer nada al respecto! ¡Odio haber trabajado tanto y que aun así, cuando miro a mi alrededor y comparo mi vida con la de los demás, todos mis esfuerzos parezcan una minúscula gota dentro de un cubo enorme!

Miró hacia otro lado. Parpadeó y vi que tenía gruesas gotas de agua pegadas a las pestañas.

—No hagas que me sienta ridícula —dije, apoyándole la mano en el pecho.

Justo cuando pensé que iba a darse la vuelta y volver al restaurante, echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y chilló por encima del rugido de los aspersores:

—¡A estas alturas podríamos tener hijos!

Oh, Dios mío.

Asentí con la cabeza, animándolo. Volvió a mirarme como si buscara una confirmación, y sus rasgos cambiaron cuando dejó entrar las emociones: su expresión se hizo más tensa; sus ojos, más angulosos; su boca, una dura línea.

—¡Ya irían al colegio! —dijo, secándose la cara con la mano momentáneamente—. ¡Jugarían al fútbol y montarían en bicicleta!

—Lo sé —dije, deslizando mi mano por su brazo y entrelazando mis dedos chorreantes con los suyos.

—A veces me da la sensación de que no tengo nada —dijo con voz entrecortada—, nada, salvo mi trabajo y mis amigos.

«Eso sigue siendo mucho», pensé, aunque no lo dije. Lo entendía perfectamente: aquella no era la vida que había imaginado para sí.

—Me da rabia que no fuera capaz de decirme antes que no era eso lo que quería.

Se secó la cara de nuevo con la mano libre y me pregunté por un instante si correría algo más que agua por sus mejillas. No podía verlo en la oscuridad.

—Me da rabia que me hiciera perder el tiempo —dijo, sacudiendo la cabeza y mirando hacia otro lado—. Y luego pienso… ¿para qué molestarme en conocer a alguien? ¿Es demasiado tarde? ¿Soy demasiado estirado, o poco interesante, o…?

—¿O llevo demasiado tiempo en dique seco?

Intentaba hacerle reír, pero mis palabras tuvieron el efecto contrario y soltó mi mano, suspirando con fuerza.

—Menuda pareja hacemos —dije. Volví a coger su mano con gesto decidido y esperé a que me mirara—. No es demasiado tarde. Ni aunque tuvieras ochenta años. Y solo tienes treinta y tres.

—Treinta y cuatro —me corrigió con un gruñido.

—Ten en cuenta que la mayoría de las mujeres sabemos lo que queremos y lo que sentimos —proseguí, ignorando aquello—. Le diste el primer bocado a una uva podrida. Hay muchas uvas buenas por ahí. —Agité un poco los hombros como si bailara, y él esbozó una leve sonrisa, echando un vistazo a las cepas nudosas de uva zinfandel que nos rodeaban—. No me refiero a mí misma, ni me refiero necesariamente a la próxima mujer que conozcas. Solo quiero decir que ella está ahí fuera. Sea quien sea.

Asintió y me miró a la cara. El agua le chorreaba por la frente y la nariz; le goteaba sobre los labios. Por un instante tuve la impresión de que iba a besarme. Sin embargo, se limitó a sacudir la cabeza y a observarme como si esperase alguna mágica orientación.

—Siento que la perdieras —dije, bajando la voz—. Y sé que ha pasado mucho tiempo, pero no me extraña que sigas supercabreado. Era un sueño que perdiste, y eso es espantoso desde cualquier punto de vista.

Asintió y me apretó la mano.

—Yo también siento lo de Mark.

Descarté la idea con una carcajada.

—Lo de Mark no era un sueño. Era un tío fantástico en la cama, y yo esperaba que se convirtiera en algo mejor. —Tras reflexionar unos momentos, añadí—: Puede que sí fuera un sueño, pero fue breve. Si he comprendido algo en este viaje hasta el momento, es que no me hacía falta marcharme tres semanas para olvidarlo. Pero me alegro de haberlo hecho de todos modos.

Vi que volvía a alzar las barreras, pero no me preocupó demasiado. Era su proceso, y yo ya lo conocía: ceder un poco, cerrar las puertas. Protegerse. Así que le facilité las cosas y solté su mano para que pudiéramos volver al patio, donde la gente estaba entrando de nuevo. Nos reiríamos de lo loca que había sido, qué estrafalaria es esta Pippa, y volveríamos a nuestras habitaciones para ponernos ropa seca y seguir cenando.

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