Ballerina

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ACTO II » 9

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¡Cómo brillaban sus ojos mientras bailaban, enlazadas firmemente las manos, unidos los dos en un giro perfecto que hacía de sus cuerpos uno solo, como si estuvieran predestinados a encontrarse y fundirse!

Nunca antes había sentido que esas palabras de la gran emperatriz de Austria podrían ir dirigidas a ella. Cerró con mimo el libro favorito de su madre, con párrafos tan estremecedores como aquel, y se lo llevó hasta el pecho, agarrándose a él. Lo que había sucedido con Aleksei seguía en su cabeza y lo sentía aún en su corazón. Katerina había salido con chicos, a pesar de tener a un padre tan dictador, pero nada podía compararse a lo que él provocaba en ella. No pudo dormir en toda la noche, dio vueltas y vueltas en la cama pensando, soñando con la misma imagen una y otra vez.

Al día siguiente, acudió al ensayo con la hora pegada, pues, cuando se estaba quedando dormida, era la hora en la que ella llegaba al teatro habitualmente, antes que nadie. Su padre estaba muy ocupado con los preparativos del viaje y no se había percatado de que seguía durmiendo. Cuando los rayos de luz se colaron a través de la ventana, Katerina rodó por la mullida cama hasta quedarse boca arriba. Poco a poco, fue abriendo los ojos; extrañada, al ver luz, se incorporó de un salto. Cogió el despertador y soltó una maldición al ver la hora. Tomó la bolsa y las llaves del coche, y se dirigió al teatro sin demora.

El ambiente en el teatro estaba más que tenso; quedaban muy pocas semanas para el gran estreno y, aunque los miembros de la compañía se comportaban como siempre, se palpaba un aire de nerviosismo e intranquilidad. Kat se cambió de ropa ipso facto y esquivó los comentarios malintencionados de Tanya; ese día no tenía ganas de aguantar su mal humor. Katerina intentó estar a la altura, pero no haber metido nada en su cuerpo durante horas le pasó factura y acabó por tener un desvanecimiento. Franz acudió raudo a por ella, lo que evitó que se diera con la cabeza en el suelo. Fueron simplemente unos segundos en los que perdió la consciencia de dónde se encontraba, suficiente para que Sergey la mandase descansar. Tanya se alegró enormemente, ya que ella la sustituiría en ese momento. Anastasia fue la encargada de asegurarse de que comiera algo. Llegaron al comedor, desierto, donde se tomó un té e ingirió un par de barritas energéticas.

—Qué susto nos has dado, Kat. ¿Cómo se te ocurre no comer nada con todo lo que ensayas? —Su amiga se encogió de hombros; poco le importaba eso cuando Aleksei no estaba por ninguna parte. No había acudido al ensayo y eso la tenía preocupada; después de todo, era tarde cuando la acompañó a casa. Pensar que algo podía haberle sucedido le cerró el estómago—. ¿Estás bien?

—Anastasia, regresa al ensayo, ya me encargo yo. —El día comenzaba a mejorar. Kat vio a Aleksei frente a ellas, visiblemente preocupado. Anastasia obedeció, le dio un beso a su amiga y, tras obligarla a comerse todo, se marchó y los dejó solos—. ¿Qué es lo que ha pasado? Llego tarde al ensayo y me encuentro a Tanya usurpando tu puesto. Me han dicho que te has desmayado, deberíamos ir a la enfermería. —Aleksei cogió una de sus manos, que descansaban en su regazo, y no dejó de acariciarla mientras le hablaba. La bailarina se sonrojó con aquel gesto y esbozó una sonrisa al ver su preocupación por ella.

—No ha sido nada. Simplemente me he quedado dormida y no he desayunado nada.

—¿Cenaste anoche? —La vergüenza hizo, entonces, acto de presencia en la cara de Kat, pues estaba tan embobada tras los besos que se había dado con el coreógrafo que se fue directa a su habitación a seguir soñando con él. No tenía apetito más que para comérselo a él, literalmente—. Katerina, no puedes hacer eso, un bailarín profesional tiene que cuidarse mucho. —Sus palabras le recordaron a su padre y se sintió molesta. Retiró su mano, la posó ahora sobre la mesa, y se giró.

»Kat, sigo siendo tu coreógrafo y, si he venido a dirigir esta obra, es para que sea un tremendo éxito. Tenemos todo para que así sea, pero que la primera bailarina de la compañía cometa estas locuras lo estropea. La alimentación y el descanso son primordiales, por favor… —Acercó su mano a la de ella, pero esta vez no la tocó, no quiso presionarla de ninguna manera. Ella, que seguía bebiendo el té, miró de soslayo sus manos y, despacito, aproximó sus dedos a los de él hasta entrelazarlos.

—Que sí, sé lo que tengo que hacer, Aleksei. No hace falta que te conviertas en mi padre. —No le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer en su vida personal, siempre se lo había tomado como una afrenta personal. El coreógrafo la miró, mordiéndose la lengua, pues, de seguir la conversación por aquellos derroteros, se habrían peleado. Estuvieron un rato en el comedor; él, asegurándose de que ella se comiera todo y le sentara bien; ella, disfrutando de la cercanía del hombre que la había empezado a volver loca. Aleksei la hizo reír, la hizo darse cuenta de la estupidez de no comer, que a veces cometía adrede. Le sujetó la mano que no ocupaba en coger la taza o la barrita, y Katerina no podía dejar de pensar en que esas eran las manos más magníficas que jamás hubiese visto. Nunca antes se había percatado de lo atractivas que podían resultar las manos de un hombre. Él llevaba un anillo de acero en el dedo pulgar y aquello le pareció tremendamente sexi. En un momento dado, le sujetó el rostro con las manos, suavemente, dándole tiempo a verse en sus ojos, acostumbrándose a las bonitas palabras que le dedicaba.

—Estás preciosa, no me extraña que la mitad de los hombres de la compañía estén enamorados de ti.

—No digas bobadas, no hay nadie enamorado de mí en la compañía —respondió ella con gesto inocente, pues no estaba ciega y veía algunas miradas de sus compañeros.

—¿Estás segura de eso? Parece que el más enamorado es tu partenaire. A veces parece un pulpo, no te quita las manos de encima, por no hablar del nuevo, ese tal Colin. ¿Por qué coño no para de sonreír? —Katerina no pudo evitar reírse, aunque trató de disimularlo tapándose la boca con la mano. Aleksei se sintió molesto por su risa, pensaba que se estaba riendo de él. Ya bastante mal lo pasaba cuando aquel tipo enorme la alzaba y tocaba a la mujer que él deseaba tocar.

—Franz es amigo mío desde hace años, somos como hermanos; y respecto a Colin, no tengo la menor idea de por qué sonríe, pero créeme que no estoy interesada en esa sonrisa. —La joven vio cómo algo parecido a los celos iluminaba el rostro de Aleksei y, aunque no debería gustarle, lo hizo. Se sintió deseada e importante para él, pero no quería que se sintiese de aquella manera. Se acercó más a él y, sin importarle que alguien pudiese verlos, comenzó a darle pequeños besos por la mejilla, ascendiendo hacia la sien para volver a hacer el mismo camino directo a su mandíbula, donde le dio un mordisco suave. El pulso de Aleksei se aceleró de tal forma que tuvo la necesidad de detenerla. Acarició sus mejillas por unos instantes y después tiró de su pelo hacia atrás para tener su cuello accesible para él. Le dio un beso suave que profundizó con otro mordisco, igual de suave, para no dejarle marca. A Kat le hizo cosquillas aquel gesto íntimo que le provocaba ganas de mucho más.

—Creo que será mejor que volvamos al ensayo y le demos el disgusto de su vida a Tanya. —Tiró de ella y se levantaron para regresar a la sala de ensayos general. Aún estaba desierto el comedor, por lo que Aleksei aprovechó los últimos segundos que les quedaban en esa situación. Cuando estaban a punto de cruzar la puerta, volvió a tirar de ella y la aprisionó con su cuerpo contra la pared. Allí, de nuevo, la besó con pasión, con ganas y con más desenfreno del que fueron capaces de soportar. Katerina se deshacía en sus brazos y se le escapaban gemidos por el placer que sentía gracias a él. Al separarse, ambos respiraron agitados y excitados. Para ella, todo aquello estaba siendo un sueño, no sabía cuál era la descripción exacta. ¿Flechazo?, ¿obsesión?; poco le importaba, pues Aleksei provocaba que se sintiera feliz fuera del escenario, sin necesidad de estar bailando.

—Vamos. —La retiró de la pared y le abrió la puerta para dirigirse finalmente al ensayo.

***

Katerina sentía dolor en los músculos; se había excedido en los días previos, y ahora lo estaba pagando. No dejaba de caerse, menos cuando Franz lo evitaba o trataba de simular que era parte de la escena. Anastasia le hacía gestos con los ojos, como queriendo averiguar qué le pasaba. En cada caída, pensaba en los momentos vividos con el nuevo coreógrafo o en lo poco que había descansado la noche anterior a causa de él.

—Katerina, si no te encuentras bien, vete a descansar. —Sergey se estaba empezando a molestar; ella lo sabía y, gracias a lo mucho que lo conocía, estaba segura de ello. Intentó concentrarse de nuevo un par de veces, pero fue el propio Sergey quien le rogó que, por hoy, se marchara del ensayo. Se sintió humillada como nunca y avergonzada de no haber sido capaz de bailar como siempre lo hacía. En el vestuario luchó por controlar las lágrimas mientras se quitaba las puntas para guardarlas en la bolsa.

—No llores, necesitas descanso, ya te lo he dicho. —Aleksei entró en el vestuario con la excusa de conseguir un poco de agua, a juzgar por la botella vacía que llevaba. Quiso decirle que todo era culpa suya por desestabilizarla y por conseguir que se pasase la noche prácticamente en vela. El coreógrafo se sentó junto a ella un instante y posó su mano en la pierna de ella—. No es un fracaso, ballerina, respira.

«Lo que necesito es que salgas de mi cabeza un rato», pensaba Kat, y de nuevo ahí estaba, ballerina, como la noche anterior, cuando le había dado las buenas noches en la puerta de su casa. La mano en su pierna aceleraba su respiración, a la vez que se sentía protegida y cuidada. Subió los ojos y de nuevo se encontró con los de Aleksei, que sabían cómo calmarla o acelerarla en el momento preciso. Esbozó una tímida sonrisa, a la que él respondió con un tierno pellizco en su mejilla.

—Ve a casa a descansar, mañana será un nuevo día y podrás darlo todo. —Depositó un beso en la sien de la chica, se levantó y salió del vestuario, lo que la dejó mucho más tranquila que cuando había entrado.

Nada más llegar a su casa, se metió en la cama, donde durmió al menos cuatro horas; su cuerpo lo estaba demandando y necesitaba ese descanso. Sin embargo, cuando se desperezó y bajó al comedor, se encontró con su padre.

—Esto no es propio de ti, Katerina. ¿Se puede saber por qué demonios has abandonado el ensayo? ¡¿Qué estás haciendo?! —La mirada de reproche del señor Solokov era algo en lo que no había pensado hasta verlo allí, de pie, frente a ella.

—Sergey me ha enviado a casa; me he desmayado esta mañana, pero no te apures, que me encuentro bien. —Su padre, cruzado de brazos, estaba furioso y no pensaba que necesitara descanso, a pesar de lo que ella mismo le había dicho.

—Bien, si quieres echar a perder tu carrera a pocos días del estreno, es tu problema. Yo me marcho esta tarde y no estaré aquí para cuidarte ni para encargarme de que cumplas con tus obligaciones. —Se puso el abrigo que descansaba sobre el sofá y se fue hacia la puerta—. Pero no esperes que esté aquí en tu caída. —Fue lo último que le dijo antes de cruzar el umbral de la puerta.

¿Cuidarme? Así era como él lo veía, pero lo que hacía era controlarla continuamente, exigirle. Kat no soportó tanta presión y se echó a llorar. Sollozando se sentó en el sofá, mientras pensaba en lo mucho que echaba de menos a su madre, esa mujer que debía cuidarla y protegerla, la que mesaría su pelo con su hija acurrucada junto a ella. No aguantaba más el peso que llevaba durante años, el desprecio de su padre, las zancadillas de los bailarines y ahora el agotamiento que estaba pudiendo con ella. Se tumbó en el sofá abrazada a sí misma, llorando, echando toda la congoja que apresaba su corazón hasta que el sueño vino a por ella y le permitió descansar al menos por un tiempo.

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