Ballerina

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ACTO IV » 34

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La consulta del doctor que atendía a Aleksei era pequeña aunque luminosa. Quizá no era tan pequeña, pero a Kat le parecía que todo lo relacionado con la maldita enfermedad se merecía adjetivos que no le dieran lustre. Viajaron a la casa de él unos días antes y se instalaron en la casa de sus padres, junto a Lena. La mujer recibió a Kat con los brazos abiertos y el corazón en la mano; a ella le costó un poco aquel trato tan familiar, no estaba acostumbrada a esos gestos de cariño. Sin embargo, su madre poco tuvo que hacer; de hecho, ya le gustaba por haber tenido a un hijo tan maravilloso como Alek.

—Sé que no debería decirte esto, pues no necesito más que ver cómo lo miras —le dijo Lena un día que estaban las dos a solas en la cocina—. Aun así, soy madre, y es mi deber decirlo. —Kat dejó de remover la masa de galletas que estaba cocinando entre risas y recuerdos de la infancia de Aleksei—. Cuídalo como a tu propia vida, ayúdalo cuando las fuerzas lo abandonen y se rinda. Si de verdad lo quieres, quédate a su lado, sin importar lo que pase y, sobre todo, convéncete de que todo puede cambiar en un instante. —Las duras palabras de su madre le abrieron los ojos por completo y la probabilidad de que la enfermedad apareciese de nuevo surgió ante sus ojos. Katerina tragó el nudo que se le había formado en la garganta, que subía y bajaba sin dejarla respirar.

—Dicen que el amor es una potente medicina y, créame, nadie en este mundo ama a Alek como yo lo hago, salvo con una excepción —le confesó a su madre, que había empezado a temblar al pensar en que algo podía ir mal. El miedo atenazaba su vida desde que le habían comunicado la grave enfermedad de su pequeño, pero intentaba ser fuerte y positiva como él mismo le había rogado desde el primer día. Se fundieron en un abrazo y, desde entonces, entendieron que la fuerza de sus corazones podía, al menos, insuflar el aliento que Aleksei necesitara de entonces en adelante.

El doctor se reunió con ellos y, tras la típica charla de cómo se encontraba, del tiempo —que estaba loco y cambiaba constantemente—, y preocuparse por su madre, a la que ya trataba familiarmente después del tiempo que habían pasado en el hospital, hablaron de cómo se encontraba él antes de realizarse la analítica para comprobar los porcentajes de grupos celulares. Inmediatamente después, se hizo el análisis y se fueron a disfrutar del resto del día antes de que la preocupación se cerniese sobre ellos.

—Desearía poder estar en tu bosque ahora mismo. —La sonrisa perenne de Aleksei había desaparecido. Eso fue lo primero que vio diferente en él; ya no era el hombre optimista que parecía llevar esa curva dibujada de modo natural. A veces, ella se lo quedaba mirando y, cuando él se daba cuenta, le enseñaba esa sonrisa que adoraba. Pero no lo hacía porque se sintiese bien, y eso la tenía bastante preocupada.

—¿Mi bosque? —Alzó la vista del libro que estaba leyendo en la silla del jardín, junto a él, y alargó la mano sobre la mesa para alcanzar la suya.

—Sabes a lo que me refiero. —El trino de los pájaros era lo único que rasgaba el silencio que se había acomodado de pronto.

—Alek, mi amor…

—Kat, tenemos que enfrentarnos a la realidad por muy poco que nos guste, ponernos en lo peor. —Clavó su mirada verde en ella con tanta seriedad que ella se asustó.

—¿La realidad?

—Sí, no sabemos qué va a salir en la analítica y puede que el cáncer reaparezca...

—No pienso ponerme en el peor de los casos hasta que un médico me lo diga. —Se levantó gritando, muy enojada.

—Pero mi vida… —Él se puso en pie y lentamente se acercó a ella, posó sus manos en los brazos de Kat, que temblaba, y se alejó de él como si la hubiese quemado con las yemas de los dedos.

—No me digas «mi vida». —Se dio la vuelta tan deprisa que perdió un poco el equilibrio. Apuntándolo con el dedo y con el brillo acuoso en la mirada, explotó—. No puedes pensar así, estás aquí y estás bien. Yo… Yo no… —No le salían las palabras. Llevaba tanto tiempo mordiéndose la lengua para no llorar que se le estaban acabando las fuerzas. Dio varios pasos hacia atrás, negando con la cabeza cabizbaja, y corrió en dirección a la verja del jardín. Salió de la casa sin poder ver bien hacia dónde iba, pues las lágrimas le impedían ver el camino, brotaron con facilidad tras días de retenerlas. Deseaba gritar, maldecir al mundo por haberla llevado hasta él para luego arrebatárselo. Se detuvo en un banco cercano a la casa, donde se sentó y continuó deshaciéndose en llanto, abrazada a sí misma. Aleksei le permitió marcharse, no pudo retenerla, pues él estaba tan roto como ella. Por una vez, no pudo consolarla, mesar su pelo y decir que todo iba a estar bien, pues no estaba nada seguro de ello. Cuando había tenido horas bajas meses atrás, se aferraba a la imagen de Kat bailando y sonriendo, con ese brillo especial que podía iluminar un estadio a oscuras. Verla descompuesta, haberle hecho daño por su maldita enfermedad, era algo que no había deseado jamás, pero era inevitable.

Kat volvió a través de la misma verja por la que había salido cuando el llanto se hubo calmado, aunque en su rostro se veía claramente que había estado llorando. Caminó hasta Aleksei, que permanecía en la misma posición, con los brazos laxos a ambos lados del cuerpo y el semblante triste. Ella sabía que no podía anteponer sus propios miedos y su dolor; después de todo, no era ella la importante, no era ella la que llevaba meses enfrentándose a un cáncer. ¿Cómo iba a preocuparlo más de lo que ya estaba? Aunque le rompiese el alma pensar en la posibilidad de que la enfermedad reapareciese, debía ser fuerte por los dos, estar a su lado y apoyarlo pasara lo que pasara. Se situó enfrente de él; su nariz rozaba el mentón de Alek, con la barba de varios días.

—Perdóname, no debí haber reaccionado así. —Él le tomó el rostro con las manos y volvió a sonreírle.

—No es mi intención asustarte, quizá solo sea un modo de expresar en voz alta el miedo que me corroe desde hace tiempo. No quiero ser negativo ni pensar en que algo pueda ir mal, pero la posibilidad existe y es esa jodida posibilidad la que me está matando.

—Lo sé —le respondió, rodeándole la cintura con los brazos.

—Únicamente quiero que estés preparada si nos dicen que las cosas no van bien. —Ella asintió y se escondió en su pecho. Se dejó mecer por Aleksei, que depositaba tiernos besos en su cabeza, estrechándola con fuerza. Kat necesitaba alimentarse de esos abrazos tan curativos, de la paz que le aportaba en cada uno de ellos y, aunque el infierno pudiera desatarse en unos días, nada la iba a separar de él. No había nada más importante en su vida, en aquel momento, que estar con él, sintiendo la mágica conexión que un día los ató, y nada, ni siquiera la amenaza de la muerte, podría separarlos.

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