B.I.M.B.O.

B.I.M.B.O.


Capítulo 9

Página 11 de 13

 

9

Arthur estaba sentado en su mesa de diseño, tocando telas y hablando con sus diseñadores en cuanto al rendimiento de la marca y de las ventas de los desfiles pasados. Estaba orgullo y, de nuevo, se ubicó en el punto más álgido de su carrera. Era como estar en la cima del cielo.

Sin embargo, su mente estaba en una situación diferente. ¿La razón? Natalia. Todavía tenía el olor de su piel impregnado en la suya, así que se le estaba haciendo difícil el poder concentrarse, aunque trataba de llevarlo de la mejor manera posible.

Terminó la reunión y volvió a la rutina de siempre, pretendiendo que todo estaba bien, pero estaba planificando una velada que prometía sería de infarto. En primer lugar, como ya estaba harto de estar dando demasiadas vueltas sobre el asunto, se prometió a sí mismo que trataría de entrarle de una manera más sutil y menos fuerte, con la esperanza de poder desplegar todas sus ganas con ella.

Esta vez, no la llevaría a su casa, esta vez el juego sería diferente. Estaba ansioso por lograr la transformación que tenía en mente. Ella tenía todo el material necesario para ser la mujer que él quería que fuera.

Tomó el móvil y en seguida comenzó a preparar la logística para tener todo en orden. No se le iba a escapar ningún detalle, y menos uno que estuviera relacionado con ella. Estaba más que ansioso.

Natalia logró sobrevivir a la sesión de fotos y a las preguntas incómodas. Todo pareció marchar bien y la excusa de haberse caído un par de veces tras la mega fiesta del desfile de la noche anterior, pareció satisfacer a todos. Salió de allí con su asistente quien estaba fascinada por la historia que se estaba desarrollando con el diseñador del momento.

—Él tiene algo que no sé qué es, algo que me parece poderoso. Me gusta, pero hace sentir un poco de miedo también.

—Bueno, es que el tío tiene toda la pinta de eso, nada más. Pero, ¿es más el miedo que el placer que te produce?

—El placer, tía, es indescriptible. Ninguno de los tarados con los que he estado me ha hecho sentir todo eso, ni remotamente cerca. Es impresionante.

—Bien, entonces sólo me resta decirte que tengas un poco de cuidado. Parece que él tiene de esas personalidades que te absorben por completo y eso, pues, puede ser un poco peligroso.

—Sí, tienes razón… Pero es que, es difícil para mí no decir que no. Es como si fuera una fuerza más grande que yo.

—Ten cuidado, Nat.

Su asistente no quiso hablar más del asunto para no sonar fastidiosa y Natalia sabía que detrás de esas palabras había una genuina preocupación. Sin embargo, su propio instinto le decía que no podía echarse para atrás, que debía seguir tanto como fuera posible.

Su mente estaba entre dos situaciones particulares: el trabajo y los horarios que tenía que cumplir; y esa cita que tenía pendiente con él en la noche. Durante el día, habían acordado cómo se encontrarían, así que ese aspecto, al menos estaba cubierto. Entre todo lo que se dijeron, le llamó la atención un par de cosas, Arthur le dijo que tendría que vestir cómoda y que, apenas llegaran, tendrían que hablar de algo importante. ¿Qué podría ser? No tenía la más mínima idea.

Se hizo de noche y con esta llegó el posible desenlace de esa reunión que prometía ser muy interesante. Decidió ponerse un par de jeans y una camiseta blanca de tiras. En la muñeca tenía una pequeña cinta que usaría para atarse el cabello y se trajo consigo un bolso con un par de prendas de ropa. Se trataba de una costumbre que siempre tenía cuando salía a trabajar.

Esperó el chófer de Arthur quien permanecía silencioso como siempre, inmutable y ajeno a todo lo que estaba pasando. Ella pensó que le daba un poco de envidia eso, esa capacidad de desprenderse de todo sin demasiado complique.

Dejó de pensar en eso cuando notó que el coche comenzó a andar por una dirección que no pudo identificar demasiado. El lugar le parecía un poco extraño y comenzó a sentir un poco de miedo.

El chófer, quien siempre había tenido un comportamiento austero, pareció intuir el miedo de su pasajera, así que acomodó el espejo retrovisor y se preparó para decirle algo importante:

—No se preocupe, señorita. No se trata de un lugar peligroso, eso se lo puedo asegurar.

La voz suave y el tono tranquilo de ese hombre fueron más que suficiente como para tranquilizarla un poco. Ella hizo una especie de suspiro de alivio y se acomodó mejor en el asiento. No podía negar que estaba más tranquila al respecto.

Dejaron el glamur de la ciudad, de las luces, de la gente guapa, para adentrarse a un lugar completamente diferente. Parecía una zona industrial, bastante alejada de ese tumulto que era conocido y ahora estaba en un terreno que le producía un poco de curiosidad y, quizás, hasta miedo.

Finalmente, tras un recorrido en el cual perdió noción del tiempo, el coche comenzó a disminuir la velocidad hasta que se detuvo en una especie de galpón. Era un lugar grande, imponente y de inmediato comenzó a preguntarse de qué podría tratarse todo aquello.

Se bajó del coche y segundos después se quedó sola en el lugar. Le llamó la atención que todo estuviera en silencio, que no se escuchara nada más salvo el ruido lejanos de los coches. Pero no pasó demasiado tiempo para encontrarse con él. Arthur abrió la puerta principal sin dificultad y lo encontró de una manera que nunca pensó verlo: tenía una camiseta negra, jeans y unas zapatillas tipo Converse. Le llamó la atención que, a pesar de tener ese aspecto sencillo, se viera tan atractivo como siempre.

—Adelante, espero que no hayas esperado demasiado tiempo.

La dejó pasar y luego ella escuchó el sonido metálico de la puerta cerrándose poco a poco. Aunque todo le supo muy oscuro, sus ojos se fijaron en una luz blanca que salía de un rincón alejado de la entrada. Quiso seguir, pero él le tomó la mano y los dos caminaron juntos hacia ese lugar.

El corazón de Natalia, una vez más, estaba a punto de salirse del pecho. Era como si estuviera acercándose a una situación de la cual no tenía la más remota idea, pero su instinto le decía sin parar que no tenía por qué preocuparse, que sólo debía dejarse guiar por él.

Entraron a una especie de estancia. Él le indicó que debía sentarse en una silla que estaba dispuesta allí y en cuanto lo hizo, esperó ansiosamente lo que él estaba por decir.

—Sé que este lugar no es el mejor para recibir a una mujer como tú, pero resulta que es uno de los pocos lugares en los que me puedo sentir cómodo conmigo mismo, y en donde me permito ser tanto como puedo —ella tenía esa expresión de duda, pero no lo quiso interrumpir, así que se quedó en silencio, esperando lo que tenía para decir —Verás, soy un tipo que tiene gustos, digamos, particulares, y eso no le va muy bien a todo el mundo, así que tampoco es algo que vocifero siempre.

—Entonces, ¿cuándo lo llegas a hacer? —se atrevió a preguntar con un poco de curiosidad.

—Depende, por lo general cuando me siento en confianza, cuando creo que no me van a juzgar, cuestión que no es tan sencilla de determinar. Pero, lo que te quiero decir sin darle demasiada vuelta al asunto, es que soy Dominante, me gusta tener el control de la situación porque es algo que me da mucho placer y tengo ganas de compartir esa parte de mi mundo contigo.

Y así, como por arte de magia, Arthur se quedó callado. Entretanto, fijó su mirada en ella, con la intención de hacerle entender el deseo que sentía por ella y también porque estaba ansioso por una respuesta que le resultara favorecedora.

—¿Te refieres al BDSM? Creo que supe de eso hace muchos años, pero nunca le puse demasiada atención, así que no sé, me parece un mundo nuevo.

—Lo es, sobre todo para una mujer como tú, pero tengo la impresión de que puedes convertirte en esa mujer que crees ser. Porque lo he visto en tus ojos, Natalia, porque lo presiento. Yo sólo quiero convertirme en el canal que necesitas para lograrlo.

Ella alzó la mirada y recordó las palabras de su asistente, pero lo cierto era que la tentación era demasiado grande, poderosa, fuerte. No tenía ganas de resistirse más, ya no quería ponerle excusas a lo que estaba viviendo. Quería hacerlo y ya.

 -¿Qué tengo que hacer?

En ese momento, la sonrisa de Arthur se volvió amplia. Aunque estaba preocupado por su decisión, se alegró de saber que su chica no lo decepcionaría, así que le acarició el rostro y comenzó a besarla con descontrol. Ella sólo gemía.

—Ahora ven, tengo que mostrarte algo.

Le tomó de la mano e hizo que se levantara para que fueran a otro lugar de ese espacio enorme. Ella comprendió que ahora debía quedar inmersa en esa experiencia que le cambiaría la vida por completo. Él, mientras tanto, estaba emocionado por doblegar a esa mujer, por hacerla suya, por retarla a experimentar límites que nunca hubiera imaginado. Estaba más que listo para usarla y también para enseñarla.

Cada paso que daban juntos era como una especie de consolidación a la relación que estaban teniendo. Ella estaba por descubrir un mundo diferente, nuevo y estaba ansiosa de vivirlo con él.

Mientras estaba allí, no podía creer que tomara una decisión tan drástica, tan inesperada para una mujer como ella. Sí, amaba su libertad, pero también estaba ansiosa por vivir una experiencia que resultase diferente, única; y sabía que él era la única persona que podría dárselo.

Llegaron finalmente a una habitación amplia, con una cama en el medio y un par de muebles de líneas simples y sin demasiado ornamento. Él se separó de ella y se adentró un poco más.

—Esta es mi guarida, este es el lugar en donde me permito ser tanto como quiero. Las reglas aquí las ponemos tú y yo. El mundo se puede estar derrumbando, pero en este sitio, nosotros decidimos qué hacer.

Ella se quedó sorprendida porque no terminó de comprender aquellas palabras. ¿La razón? Parecía una habitación cualquiera, sin nada especial, pero de nuevo, su instinto le dijo que era mejor prepararse para la sorpresa.

—Aquí te voy a enseñar todo lo que necesitas saber —luego de decirle eso, la tomó por detrás y comenzó a besarle el cuello con suma intensidad. Los ojos de Natalia se entrecerraron porque su mente iba por todas partes, volando a toda velocidad.

Tuvo que admitir que él le hacía volar hacia cualquier lugar, le ayudaba a conectarse un poco con ese deseo desenfrenado que sentía por las cosas. Algo dentro de ella le hizo sentir que estaba lista para desatar toda esa pasión que tenía encapsulada por dentro, una locura que estaba en su piel, escurriéndose en todas sus extremidades.

Él la hizo girar y se encontró con esa expresión que mezclaba emoción y también un poco de dureza, pero también de excitación. Le encantaba el brillo de su mirada, la intensidad de su fuerza y esas ganas de controlar que le brotaba por su cuerpo.

Entonces comenzó a quitarle la ropa con desenfreno, con una rapidez impresionante. Fue allí cuando comprendió algo importante: se dio cuenta que el deseo era una de esas cosas que, por más esfuerzo que hiciera, no se podía ocultar. La fuerza de las emociones es así, tenían que ser así, libres.

Ella le tomó el rostro y le dio un beso intenso, hermoso, íntimo. Imprimió un montón de sensaciones que pensó sería incapaz de materializar y eso la maravillaba como no tenía idea. Para Arthur el mensaje estaba más que claro, ella sería de él y de todas las maneras posibles. De nuevo, se encontraba en esa emoción que no podría describir.

La dejó sobre la cama y partió hacia uno de los muebles. Natalia estaba intrigada porque deseaba saber de qué se trataba toda la situación, pero prometió que estaría tranquila, que no se apresuraría, que la haría las cosas bien, tal y como había prometido a ese hombre en medio de sus pensamientos.

Arthur se acercó con unas cuerdas y procedió a atarle las muñecas para inmovilizarla un poco. Lo hizo con una intensidad media para que ella no se asustara, mientras estaba lista para lo que vendría después.

La puso en cuatro, una de sus posiciones favoritas y fue cuando por fin se decidió a comer de ese culo que lo traía loco. Enterró su cabeza y saboreó cada parte de su cuerpo y de su piel, sólo para recordarse que estaba loco por ella y que no repararía en demostrárselo las veces que fuera posible.

Su lengua se movía entre su vulva y el ano, dando vueltas, rodeándolos, acariciándolos. Sus dientes mordían un poco y también tomaba sus dedos para masturbarla un poco. Le gustaba mucho tocarla. Era una sensación de adicción que no podía dejar de lado.

Ella, en cambio, no podía dejar de gemir. Cada vez que le la chupaba, era casi como sentir una corriente de energía que iba en todas partes de su cuerpo. Era exquisito, delicioso, glorioso y no podía creer que fuera así de intenso.

Por su puesto, para Arthur, eso apenas era el comienzo para él, pero también la ocasión le sirvió para darse cuenta que ella realmente estaba dispuesta a entregarse sin más, que estaba lista para ceder su voluntad y convertirla en hedonismo puro.

Abrió sus nalgas con fuerza y siguió lamiendo, a la par, también seguía gimiendo. Por lo general, trataba de controlar sus propias expresiones de placer, pero con ella era imposible, no podía aguantarse porque no lo veía necesario.

Al terminar, se incorporó para tomar un poco de aire y fue cuando se dio cuenta que estaba demasiado duro como para pensar con más o menos claridad. Tenía que encontrar la forma de calmarse, porque, de lo contrario, sucumbiría al instinto más primitivo y esa no era la idea… Al menos no aún.

Se alejó un poco, pero se le ocurrió la idea de jugar un poco con el tema del dolor. Así que volvió a desaparecer entre las sombras de la guarida para traer consigo un arma poderosa: un látigo.

Abrió el cajón y se encontró con una maravillosa selección que le hizo sonreír de inmediato. Sus dedos comenzaron a pasearse por cada uno, como si buscara activar la memoria a través del tacto.

Eran en esos momentos en los que él se sentía más poderoso y feliz que nunca. Eran esos momentos en los que confirmaba que era un dominante y que, por lo tanto, no podía ser otra cosa más que eso.

Pero bien, había que concentrarse en lo verdaderamente importante, tenía que encontrar un modelo que se ajustara a sus necesidades, pero que no fuera demasiado intimidante para ella. Necesitaba algo que tuviera sentido y que pudiera conjugar dolor y placer al mismo tiempo.

Entonces tomó uno pequeño y de lenguas de cuero gastadas. Era de color negro, con unas marcas de cuarteo, tenía un encanto innegable. Entonces, lo tomó entre sus manos y lo acarició, pensó que sería perfecto para ella.

Cerró el cajón y volvió su mirada hacia el centro de la cama. Sonrió y se relamió la boca, estaba ansioso por probar los latigazos con ella, aunque no podía negar que también estaba un poco nervioso porque no tenía idea de cuánto lo soportaría o si sería capaz de llevar las cosas como quería. Sería cuestión de probar.

Se acercó hacia esas nalgas divinas y procedió a acariciarlas suavemente. Eso, más allá que lo hacía sentir excitado, también funcionaba como una forma de relajarla antes de darle los impactos.

—Ahora probaremos algo que creo que te va a gustar.

Miró cómo ella movía la cabeza y entonces se preparó para lo demás. Alzó el brazo —no demasiado— y le dio el primer golpe. Se escuchó seco y esperó unos segundos para ver cómo reaccionaba ella. Por supuesto, obtuvo lo que quería: un gemido largo, suave y sensual. Así pues, eso bastó para que siguiera haciéndolo hasta que ella se retorcía cada vez más.

La piel blanca de Natalia seguía marcándose. Aún, de hecho, tenía el rastro del sexo que tuvieron hacía poco, pero él no le importó demasiado que ella estuviera así porque el objetivo principal era que ella tendría que recordar que se debía a él y a más nadie.

Dejó de azotarla cuando tuvo ganas de jugar con otra cosa que tenía en mente y, para ese caso en particular, se recordó a sí mismo que era mejor aprovechar todo el tiempo posible.

La guarida de Arthur era una especie de búnker en lo que todo quedaba aislado. El mundo exterior no existía, no existían las pruebas para las modelos, ni las telas, ni los tiempos de entrega, mucho menos los espectáculos en donde los periodistas querían jugar a ser conocedores de un tema que, en realidad, era bastante superficial. No había que darle mucha vuelta y él lo sabía muy bien. Por eso apreciaba cada momento en el que se encontraba en ese lugar, era como saborear un poco de libertad y eso le encantaba.

Entonces estaba allí, con esa mujer, mirando cómo sus manos se aferraban en las sábanas y cómo su voz se volvía más aguda debido al dolor. Se veía como una diosa.

Arthur retomó la idea que tenía en mente, así que tomó el látigo para volverlo a guardar y deseaba cambiarlo con otra pieza que sabría que elevaría la sensación de una manera impresionante: un butt plug.

Quizás se trataba de una apuesta muy grande, pero tarde o temprano tendría que hacerlo. Además, no podía esperar el momento de hacerlo con ella porque Natalia había dado muestras claras de que el dolor le resultaba agradable y más que placentero, así que estaba listo para experimentar.

De nuevo, se acercó a ese cajón, mientras el sonido de fondo eran los gemidos de ella.

—Quieta. Ni se te ocurra moverte un poco.

Ella volvió a asentir y eso le dio tiempo para él para buscar la pieza ideal para ella. Quería algo que no fuera demasiado grande, pero que tuviera la forma contundente como para que le abriera el apetito de la lujuria. Entonces lo vio, se trataba de una pieza en forma de corazón, con una joya de color rojo y con un bulbo metálico entre pequeño y mediano.

Luego fue a buscar un poco de lubricante para que el proceso fuera mucho más sencillo y cómodo para ella. Pero, claro, antes de eso, se encargaría de volverla a comer porque estaba obsesionado con el sabor de ella como nadie en el mundo.

Regresó para acomodarse y para tomarse el tiempo para lamerla. Lo hacía con paciencia, con cuidado y también con desespero, sobre todo a medida que iba pasando el tiempo.

Abría las nalgas y metía la lengua por todas partes. Le encantaba sentir el gran esfuerzo que ella hacía para no hacer demasiado ruido, para portarse bien para él, eso le despertaba el morbo de una manera que no podía explicar. Simplemente le encantaba.

Entonces, cuando pensó que estaba lista, se incorporó y tomó un poco del lubricante para acariciar un poco y también para medir las reacciones posibles de ella. Aún tenía un poco de temor porque estaba desesperado porque Natalia le gustara y así pudieran elevar la apuesta mucho más.

Ella, en cambio, no imaginó que estaría en una situación así. Él la tocaba y la chupaba y la lamía de maneras que no había sentido antes. Sus manos sobre la cama, ese era el único punto en el que podía concentrarse y descargar todo lo que él la hacía sentir. Estaba tan excitada que sentía que su interior iba a explotar en miles de pedazos.

Entonces él, le acarició el culo y fue como si una chispa se encendiera de un momento a otro. Antes todo lo sentía maximizado, pero esto, sin duda, era algo completamente diferente y estaba que no sabía qué hacer. No le quedó de otra que abrir la boca para dejar salir todos esos ruidos que estaban concentrados en ella. Era la lujuria pura.

Pero la mejor parte estaba por darse en cualquier momento, sintió algo caliente en su culo y fue como si se abriera el mundo en dos. Sus gritos cobraron una nueva dimensión, algo que ni siquiera podía explicar. Era exquisito, pero también doloroso, pero, irónicamente, ese mismo dolor hacía que sintiera la necesidad de más y más de eso. Estaba comprobado que simplemente le encantaba.

Arthur estaba encargado de jugar con su ano con ese pequeño objeto coqueto y dulce, ese mismo que representaba perfectamente el sometimiento que quería para ella, sus intenciones de moldearla para sí, el objetivo de tenerla como su esclava hasta que le diera la gana.

Siguió allí, lamiendo, tocando, masturbando, todo con suma paciencia. Cada vez que lo hacía, podía notar cómo la vulva de ella se ponía cada vez más y más mojada.

De su coño salían hilos de flujo finos y otros más gruesos. La verdad era que estaba demasiado excitada como para poder controlar la cantidad de fluidos que salían de su cuerpo. Era impresionante.

Entonces él también aprovechaba el momento para masturbarla con sus dedos y para saborearla. Era una mezcla divina entre dulce y ácido, era el sabor de una joven divina, de una diosa, de su amante.

No esperó demasiado porque estaba ansioso por cogerla, así que sacó el plug de su culo para dejarlo a un lado. A ese punto, estaba bien lubricado y ancho, así que pensó que quizás podría hacer el intento de penetrarla por ahí.

Puso el glande y no pasó demasiado tiempo sin que ella no se estremeciera. Él le acarició las nalgas y la espalda para relajarla.

—Tranquila, tranquila, no haré nada que no quieras.

Ella, por primera vez que estaba allí, se atrevió a responderle al reunir todas sus fuerzas y decirle lo siguiente:

—Hazme todo lo que quieras, por favor. Te lo ruego.

Él sonrió y aunque no se esperó que ella dijera semejante cosa, eso fue más que suficiente como para sentirse entusiasmado por lo que pasaría después. Abrió de nuevo las nalgas y asomó su polla un poco más cada vez.

Iba entrando, suavemente y, a la par, los gemidos y gritos de ella se hicieron cada vez más intensos. Se sostenía con tanta potencia que pensó que de un momento a otro se rompería los dedos. Era increíble y delicioso.

Con mucha paciencia, Arthur introdujo su verga en el interior de esa mujer. Cuando lo metió todo, no pudo evitar exclamar un largo gemido. ¿La razón? Se sentía demasiado delicioso allí, podría quedarse en esa misma posición por mucho tiempo.

Llevó sus manos a las caderas y comenzó a embestirla cada vez. Fue despacio, lento, suave, pero a medida que sentía que ella quería más, pues, así lo hacía. La cogía con fuerza, con determinación, con esa lujuria desenfrenada, con esas ganas de romperla en mil pedazos.

Natalia no podía creer lo delicioso que sentía todo aquello. Cerró sus ojos y sintió que su espíritu estaba flotando por toda la habitación. Sin duda, supo que su vida sería la misma después de eso.

Aun con la verga dentro de ella, Arthur la tomó por el cabello, tal y como si este se tratase de una rienda. Hizo que se incorporara poco a poco hasta que su oreja estuvo lo suficientemente cerca como para decirle algo. Fue allí cuando la mordió un poco, con la intención de estimularla mucho más.

—Eres mía y eso ya lo sabes. Vas a ver cómo la vamos a pasar bien.

—Sí, señor… —respondió ella con una amplia sonrisa en los labios y eso, de paso, sirvió para que él se sintiera más estimulado, así que no pasó demasiado tiempo para que las embestidas se hicieran realmente intensas.

Arthur, a pesar de ser un hombre bien controlado de sí mismo, pensó que ya no podía más, así que apretó el paso porque estaba desesperado por desparramar su semen en ese agujero delicioso.

Estiró la mano para tocarle el clítoris mientras seguía adentro de ella, Apenas lo rozó, se pudo dar cuenta de lo hinchado que estaba. Volvió a sonreír y comenzó a tocarlo con un ímpetu impresionante. Ella estaba a punto de explotar, así como él.

Pasaron unos segundos que se sintieron muy intensos, los dos, como si estuvieran perfectamente sincronizados, se corrieron al mismo tiempo. Al final, quedaron unidos por un rato y se quedaron ligeramente atontados por esa potente descarga.

Él se acostó y Natalia a su lado. Se tomaron de las manos, mientras veían el techo de esa habitación tan escondida y tan alejada de todo. Se dieron cuenta que apenas estaban comenzando las cosas.

Ir a la siguiente página

Report Page