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22 – MALTHUS

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22 – MALTHUS

30 de abril, 2043

Esta vez Silvia se adelantó. Pasó por la máquina del café algo antes de las nueve de la mañana y sacó dos cafés, cortado con poco azúcar para ella y solo, también con una pizca de azúcar, para Albert. En realidad no sabía cómo tomaría el café el francés, pero no conocía a ningún parisino que no tomara el café solo, así que decidió tirarse el farol. Y le salió bien. Pertrechada con los dos vasitos de plástico, llamó a la puerta del despacho de Albert Durand, el responsable de Alimentación de BEGIN, que sabía cuál era porque se lo había indicado una de las secretarias, exactamente un minuto antes de las 9:00. Albert salió a recibirla y quedó gratamente sorprendido por la llegada de Silvia y de su par de cafés.

—Oh, Silvia, iba ahora mismo a buscarte a tu despacho… —dijo Albert, con un encantador acento de la Rive Gauche parisina.

—Buenos días, Albert. Me he permitido traerte un café… el combustible que hace funcionar a la mayor parte de las empresas del mundo. ¿Sólo? —aventuró.

Mais oui, mademoiselle —contestó Albert, haciendo una sutil reverencia.

Silvia se preguntó si realmente tomaba el café solo o bien dijo que lo hacía solamente para no importunarla, pero el caso es que el dandi francés, como le había definido Barrash en la reunión del otro día, se tomó el café sin rechistar. Alto, moreno, de unos cuarenta años y un perfil aristocrático incrementado por un inmaculado terno azul marino y corbata de seda, se había ganado a pulso que le llamaran «dandi»… porque realmente lo era, pensó Silvia mientras se tomaba su brebaje, mirando y admirando la figura del parisino, que, si se dio cuenta de su examen, no se dio por aludido. Una vez terminaron sus respectivos cafés tomaron asiento en la mesa de Albert, que inmediatamente fue al grano. Era lo habitual en BEGIN.

Bon, Silvia, ¿has leído el informe sobre la situación de BEGIN en el sector de Alimentación?

—Sí, Albert. Desde luego hay conceptos y términos que no comprendo, pero en general lo veo todo bastante claro. Lo que no entiendo bien es por qué BEGIN ha tenido que actuar de forma tan enérgica en algo tan… tan común, tan necesario, tan imprescindible como es la producción y distribución de alimentos. Ésta es, lógicamente, una necesidad básica de las personas, la necesidad básica, de hecho, como muy bien sabemos los sociólogos. Si no está cubierta, si el individuo pasa hambre todo lo demás pasa a un segundo plano: sexo, familia, pertenencia al grupo, ambiciones personales, todo. Por ello, proveer de alimentos a la población es siempre la primera de las prioridades de cualquier sociedad, de cualquier político…

—Ya veo por dónde vas, Silvia —interrumpió Albert—. Te sorprende que hayamos tenido que intervenir de forma enérgica, como tú misma acabas de decir, simplemente para garantizar el acceso a los alimentos de la mayor parte de la población, ¿n’est ce pas?

—Sí, exactamente. En general, cualquier sociedad avanzada tiene que tener una industria de producción y distribución de alimentos eficiente. Si no, no podría ser una sociedad avanzada, así de simple. Y en los siglos XX y XXI la industria del «Food and Beverage», como se llamaba entonces, era una industria madura, competente y, por tanto, eficaz. Por ello no acabo de entender qué podría haber ocurrido para que en pleno siglo XXI se produjera tal conmoción en la industria como para obligar a BEGIN a intervenir tan drásticamente.

—Verás, Silvia, no es que la industria en sí no fuera eficiente, en realidad lo era, y mucho —Albert tomó de forma casi imperceptible la misma actitud que había visto en Petra un par de días antes: la de un profesor que se dispone a impartir su clase—. Los avances en mecanización, en la selección de las semillas a cultivar o de las razas a criar, en el control de las enfermedades, etc, habían hecho que la producción de comida en el mundo fuera más que suficiente para alimentar a toda la población del planeta. Pero había otros problemas…

Albert se levantó y comenzó a pasear por el despacho mientras explicaba la situación a Silvia. Parecía que para poder encadenar sus pensamientos y ponerlos en orden necesitaba estar en movimiento. Silvia había conocido a algún otro científico así y no le sorprendió en absoluto. Albert reanudó su explicación:

«La situación con los alimentos hace tres décadas era la siguiente… de forma muy resumida, desde luego. Pregunta todo lo que no entiendas o no veas claro, ¿d’accord?

»Las grandes multinacionales del sector eran las que controlaban la producción, la distribución y, lo más importante, los precios de los productos alimenticios. Ellas decidían cuándo y dónde producir, cuándo y dónde vender, y a qué precio. Aunque en la más pura teoría del capitalismo mercantilista todas competían fieramente entre sí, en la práctica no sólo no lo hacían, sino que formaban un poderoso lobby con ingentes intereses comunes, sólo aparentaban una cierta competencia entre ellas.

»En sus técnicas de producción y gestión sólo contaba un factor: maximizar el retorno de la inversión. Ganar dinero, vaya. Cuanto más, mejor. Creo que Petra te habrá contado algo similar sobre la industria de la Salud, ¿n’est ce pas? —Silvia asintió y Albert continuó—. La introducción de alimentos transgénicos de finales del siglo XX fue, de alguna manera, la gota que colmó el vaso».

—Pero los alimentos transgénicos no son necesariamente malos. Por mucha mala prensa que pudieran tener, no son intrínsecamente malos… —interrumpió Silvia.

—Oh, bien sur, claro que no —repuso Albert—. En verdad nuestros antepasados fueron unos genios de la selección genética… aunque ellos no lo supieran. Se fijaban en qué plantas daban más fruto y seleccionaban sus semillas para plantar con ellas su próxima cosecha. Seleccionaban las vacas que más leche daban y dejaban que sus hijos se reprodujeran, mientras que los hijos de las que daban menos leche se sacrificaban. Y esto no era exactamente igual en cada territorio, había unas variedades que se adaptaban mejor a ciertos terrenos o climas y otras a otros. No lo dudes, nuestros antepasados eran unos genios. Nos han legado una variedad suficiente de alimentos con una gran capacidad nutritiva, y la mejora de las técnicas agrícolas producida durante los siglos XIX y XX consiguió retrasar en el tiempo la sombría predicción de Malthus. Retrasarla, no eliminarla, Silvia.

—Pero Malthus se basaba en unos datos que podían ser ciertos en su momento, los albores del siglo XIX, pero que han quedado obsoletos gracias a la tecnología. En mi especialidad, la sociología, la idea general es que, afortunadamente, Malthus no tenía razón.

—No tenía razón a corto plazo, Silvia, a corto plazo —Albert recalcó esta última idea con un gentil movimiento de la mano—. Y, como socióloga que eres, y una de las mejores, ya sabes que «corto plazo» aplicado a la supervivencia de la especie no significa exactamente lo mismo que «corto plazo» para un inversor financiero…

Silvia asintió de nuevo. Claro que no era lo mismo: mientras unos pensaban en términos de generaciones, para otros «corto plazo» significaba «hoy por la tarde… ¡o antes!». Albert reemprendió sus paseos por la habitación mientras continuaba su charla.

«Bon, Malthus predijo que muy pronto los recursos naturales no serían suficientes para alimentar a los humanos, puesto que, según sus mediciones y las de sus coetáneos, la población humana aumentaba en proporción geométrica, mientras que la producción de alimentos lo hacía de forma aritmética. La conclusión obvia de tales datos es que la demanda de alimentos sobrepasaría a la oferta en pocos años, se producirían hambrunas, revueltas, guerra… y al final la demanda y la oferta se encontrarían de nuevo… por el expeditivo método de reducir brutalmente la demanda. Malthus era un pesimista o, como decimos en mi país, un optimista bien informado.

»Gracias a las nuevas técnicas y maquinarias agrícolas consecuencia de la Revolución Industrial y la industria avanzada del siglo XX, la producción de alimentos por hectárea no creció aritméticamente, sino mucho más deprisa, por un lado, y por el otro el crecimiento de la población mundial se atemperó mucho, debido a la caída de la natalidad en todo el mundo desarrollado, que era el que consumía, y con gran diferencia, la mayor cantidad de calorías por persona. Todo esto demoró el cataclismo final predicho por Malthus. La tierra cultivable es limitada, porque, según crecen las ciudades para acoger a cada vez más y más refugiados del campo, sus edificios van ocupando un espacio que antes se dedicaba a huertas o a plantaciones de todo tipo. Muy bonito para la ciudad, con tantos edificios modernos y bellos parques… pero ni los ladrillos ni el césped se comen».

Albert se detuvo un momento y representó con cejas y manos el muy francés gesto de «Ça va bien?», al que Silvia respondió con el internacional de levantar el pulgar. Albert prosiguió su perorata.

«Bon, volviendo a los transgénicos, utilizando avanzadas técnicas de manipulación del ADN ciertamente se obtuvieron productos novedosos que podían dar mayor producción, o ser más resistentes a las plagas o a los climas extremos. En general dieron buenos resultados y ayudaron a mantener o incrementar la producción global de alimentos. No hacían más que repetir de forma acelerada lo que generaciones y generaciones de agricultores y ganaderos habían hecho a lo largo de los siglos. Aumentaron la velocidad, pero sin cambiar la técnica básica de selección de los ejemplares más adecuados.

»¿Dónde estaba el problema? Porque supongo, Silvia, que ya te imaginas que había un gran problema… —Silvia concedió de nuevo con un gesto de las manos, pero no dijo nada.

»El problema estribaba en que los alimentos transgénicos estaban patentados. De la misma forma que Petra te ha contado que ocurría con los medicamentos, la máxima preocupación de los directivos de las grandes multinacionales alimentarias era ganar dinero, yo diría que la única en muchos casos. Entonces, las empresas no sólo cobraban por las semillas genéticamente alteradas que vendían a los agricultores, sino que les prohibían retener parte de las semillas de su cosecha para la siguiente temporada, como se llevaba haciendo desde que el hombre descubrió la agricultura hace 10000 años. No, los agricultores que usaran estas variedades más productivas estaban obligados a comprar cada año las semillas a la compañía que la creó, no unos pocos años mientras la patente estuviera vigente, sino siempre… Sólo los agricultores del “mundo rico”, y no todos, pudieron permitirse adquirir cada año las dichosas semillas, ya que estaban arropados por buenos seguros agrarios y el proteccionismo de sus respectivos países, proteccionismo vehementemente negado por los mismos gobiernos que lo ejercían sin pudor alguno. Sólo ellos pudieron comprarlas cada año, pues con esta forma de comercialización, en caso de no tener cobertura, la primera incidencia en la cosecha, una sequía, un granizo u otra calamidad natural cualquiera, dejaba sin recursos al agricultor para plantar un año más. Arruinado.

»Pero hay más. La irrupción de la gran banca corporativa en los mercados de futuros de alimentos tuvo terribles consecuencias para miles de millones de seres humanos, la parte más desfavorecida y pobre de la Humanidad. Esos mercados de futuros estaban inicialmente pensados para compensar los precios en los bienes de primera necesidad, pero ciertos brillantes analistas de los grandes bancos de inversión comenzaron a operar no para compensar nada, ni mucho menos pensando en comprar materia prima para elaborarla y vender el producto resultante, sino simple y llanamente para especular con los precios, comprando o vendiendo partidas futuras de grano, de fruta, de vacuno, de cualquier cosa, provocando grandes subidas o bajadas del precio y vendiendo antes del fin del contrato. Su objetivo era ganar dinero, cantidades deshonestas de dinero con la diferencia de precio, sin mancharse las manos descargando trigo o manipulando canales de ternera. Ellos nunca vieron un barco de grano más que en fotografía, pero tras sus manejos el precio del trigo o del maíz o del mijo podía haberse más que duplicado en el proceso.

»Las ganancias nunca revertían en los agricultores o ganaderos que se habían dejado la piel para obtener el producto, sino en la cuenta de resultados de bancos y especuladores, por no hablar de los jugosos bonus de los analistas financieros… Siempre que alguien gana, alguien pierde, y en este caso fueron los habitantes de los países más pobres, que no comprendían por qué, si la cosecha de mijo o de arroz había sido buena, tenían que pagar tres o cuatro veces más caro el puñado de grano para subsistir. No lo entendían… porque no tenía explicación, más que por la especulación desenfrenada de operadores internacionales a quienes no les importaba lo más mínimo que millones de personas murieran de inanición con tal de mejorar su cuenta de resultados.

»Esta situación abarcaba a todos los productos, los básicos, como el maíz, el arroz, el mijo o el sorgo, y también a los más sofisticados, como por ejemplo el aceite de oliva que tan bien sabéis hacer en España. Quebraron muchos agricultores, ganaderos o pescadores cuyas explotaciones serían perfectamente viables si las circunstancias fueran normales. Además, la legislación y normativa que aplicaban los países, por muy avanzados y democráticos que fueran, defendían los intereses de sus propios agricultores, o directamente los de la multinacional que más presión había ejercido en los respectivos Parlamentos… y supongo que ya te imaginas que cuando digo presión, en realidad me refiero a billetes de curso legal. Las tácticas usadas por los más civilizados países del globo eran más propias de matones de los bajos fondos que de países serios».

Silvia se removió en su sillón, inquieta, y también enfadada, igual que le ocurrió el día anterior hablando de vacunas y medicamentos básicos.

«En nuestra opinión, y ya concluyo, los alimentos nunca, nunca, deben servir para enriquecer a unos pocos a costa del hambre de muchos. Jamás. Los mercados de alimentos deben funcionar de forma eficiente, marcando márgenes justos que permitan ganar dinero a quienes arriesgan el suyo comerciando con ellos, pero nunca de forma abusiva. Cuando BEGIN comenzó a comprar compañías del sector alimentario impulsó un margen fijo y razonable para cualquier tipo de alimento. Y eliminó la especulación por la vía más dolorosa: interviniendo en los mercados de futuros con la firmeza necesaria como para hacer perder enormes cifras a los que negociaban contratos para especular. BEGIN perdió dinero, mucho dinero por el camino, pero ahora todo el mundo tiene claro que, como decís los españoles, “con las cosas de comer no se juega”. Seguimos muy atentos en esto, para nosotros es básico. Si detectamos que un operador está siguiendo una estrategia orientada a manipular en su beneficio los precios de los alimentos, nos lanzamos a su yugular sin pensarlo dos veces. Ya hemos arruinado a algunos grandes bancos y expertos especuladores, y ahora se lo toman todo con muchísima filosofía.

»Lo mismo podemos decir de los países que aplican protección abusiva, aranceles desproporcionados o directamente prohibiciones de importar productos alimenticios de países extranjeros. Sólo les decimos amablemente que, mientras no eliminen las restricciones y normas abusivas, lo sentimos mucho pero no haremos negocios con ellos… ni compramos ni vendemos nada en dichos países. Entendemos que las naciones puedan mantener una cierta protección de sus productores locales, para vertebrar las regiones agrícolas o promocionar el consumo de alimentos nacionales. Pero siempre hasta cierto punto. Un punto muy reducido, de hecho.

»Si algún país no se aviene a razones y decidimos paralizar el comercio con él, con sus empresas e individuales, y dado que controlamos un importante porcentaje del comercio mundial de alimentos, esto implica reducir a casi cero sus posibles intercambios internacionales de alimentos. Se tendrán que apañar casi en exclusiva con su producción interior… algunos lo hacen, de hecho lo siguen haciendo. Nosotros no vamos a imponer nada, no hacemos lobby, no somos un lobby, no somos evangelistas de nada. Solamente evitamos hacer negocios con mafiosos. Muchos gobiernos han eliminado barreras arancelarias y protecciones, algunos, motu proprio, y otros, prácticamente obligados por lo que podríamos llamar “clamor popular”, clamor en el que, por cierto, nosotros nunca intervenimos. Sólo nos negamos a hacer negocios con quienes no respetan las normas, con quienes no son íntegros, con quienes no sean honrados. Sólo eso.

»Nunca hemos hecho una declaración oficial, pero todo el mundo lo conoce ya, pues nuestro mensaje al respecto es muy claro: el que quiera especular y apostar, que se vaya al casino. Con el hambre de la gente no lo vamos a permitir. Quien quiera jugar con cartas marcadas, imponiendo aranceles abusivos, condiciones leoninas o prohibiciones absurdas, que hagan negocios con otros. Con nosotros, no.

»Es así de sencillo. Muy sencillo, bien sur. Y ahora las cosas funcionan mejor. No son perfectas, pero ahora los mercados son eficientes de verdad, y más que lo serán en el futuro… si has leído nuestra estrategia en el sector, lo habrás comprobado, ma cherie».

Albert se acercó a la ventana y miró largamente por ella cómo una tormenta primaveral descargaba un torrente de agua sobre la ciudad, y finalmente se sentó de nuevo en su sillón, mirando sonriente a Silvia. En realidad a ella no le quedaban muchas dudas sobre las palabras de Albert hasta ese momento. Habían arrojado luz sobre los puntos oscuros del documento, aquellos que no había llegado a comprender bien. Ahora sí que los comprendía, y, como consecuencia, si antes admiraba a BEGIN, ahora estaba comenzando a cambiar admiración por idolatría, actitud que no era muy aconsejable en un científico.

Silvia agradeció la lección a Albert y a continuación comenzó a pedir detalles sobre muchos de los puntos que se encontraban en los papeles que había estudiado. Albert demostró, como hizo Petra el día anterior, un conocimiento detallado de las actividades de BEGIN, esta vez acompañado de una galantería que ejercía de forma natural, nada intimidatoria, que le adornaba sutilmente, como una especie de aura… No cabía duda, Albert, además de un experto en su campo, era uno de los hombres más atractivos que había conocido nunca.

Y entre datos y detalles técnicos pasó la mañana en un suspiro.

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