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26 – PRUEBAS

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26 – PRUEBAS

9 de noviembre, 2016

Tras la prueba del día anterior Javier estaba mentalmente agotado. Todo su carácter flemático y todo su autocontrol le habían mantenido con la suficiente cordura como para llevar a término la prueba, pero una vez terminada con éxito la adrenalina se esfumó de pronto de su cuerpo y se sintió muy cansado. En sus planes había previsto hacer alguna prueba más, por ejemplo repetir el mismo viaje, pero de diez minutos, más de los siete minutos fatídicos citados por Tomei y por el mismo manual. No pudo. Sólo se tumbó en el sofá, encendió el televisor sin importarle qué estaban emitiendo e hizo lo que tantos españoles: quedarse dormido arrullado por él.

Al día siguiente, descansado y mucho más calmado, decidió continuar su programa. Así que programó el TaqEn para un viaje de diez minutos al futuro, controlando esta vez con cuidado la hora de comienzo del desplazamiento temporal. Sus sensaciones fueron exactamente las mismas que el día anterior… pero esta vez el reloj había adelantado diez minutos. Y él se encontraba perfectamente.

Definitivamente, el TaqEn funcionaba.

Así que rápidamente pasó a la segunda parte de sus pruebas, saltando esta vez a un futuro más lejano, pero no demasiado. Sólo 48 horas más tarde: hasta el viernes 11 de noviembre. Pero la prueba que estaba pensando realizar tenía una segunda parte: debía volver al pasado, al mismo punto de partida del viaje, su casa de Logroño, unos minutos después de su salida.

En ninguna parte del manual del TaqEn se precisaba que no fuera posible que dos copias, dos versiones temporales diferentes del mismo objeto o la misma persona se pudieran encontrar en el pasado, mientras no alteraran el Principio de Causalidad, en cuyo caso de alguna manera el viaje no sería posible. Es decir, nada impedía, al menos en teoría, viajar al pasado, por ejemplo a hacía diez minutos, a su misma casa, por lo que allí habría simultáneamente, durante cierto tiempo, esos diez minutos, dos copias del TaqEn: la que aún no había realizado el viaje al pasado y la recién llegada del futuro. Y lo mismo ocurría con cualquier cosa que transportara… por ejemplo él mismo. ¿Podrían coincidir en el tiempo dos copias de sí mismo, dos Javieres?

El manual no decía nada, aparentemente nada lo impedía. Pero a Javier le daba muchísimo repelús esa posibilidad. Le aterraba. Quizás fuera debido a que no hacía mucho tiempo había leído el clásico de Isaac Asimov, «El fin de la eternidad», en el que el protagonista, viajero en el tiempo como él mismo, sentía pavor de encontrarse con una copia de sí mismo que hubiera llegado en otro viaje temporal. Javier no sabía qué podría pasar si tal cosa ocurría… pero no estaba dispuesto a averiguarlo. De ningún modo. Por si acaso eso no le gustaba al dichoso Principio de Causalidad.

Además, se había preguntado dónde estaba él durante esos diez minutos, desde las 9:45 en que comenzó su viaje, hasta las 9:55 en que culminó. Y no tenía ni idea. Igual las famosas ecuaciones de Bondarenko y Motabe definían exactamente dónde estaba, pero él no tenía ni idea de en qué tipo de limbo se encontraría. Decidió no preocuparse más por ello. El aparato funcionaba, así que mejor usarlo y dejar a los físicos las paradojas del viaje en el tiempo.

Desechó estos pensamientos y programó el TaqEn para que le llevara 48 horas más tarde, a su apartamento de Benicassim. Había estado allí con el TaqEn, pues allí fue donde descubrió cómo acceder a su panel de mando y allí escuchó a Tomei Belaskes pidiendo ayuda desde el pasado… no, desde el futuro… ¡Buff, qué lío!

El caso es que había calculado las coordenadas exactas del salón de apartamento playero gracias al geolocalizador espaciométrico, y ésas fueron las que programó como destino de su viaje.

Nuevamente con aprensión pulsó la tecla de lanzamiento, subió sobre el artefacto mágico… y apareció instantáneamente en medio del salón del apartamento de Benicassim, que estaba a oscuras, iluminado solamente por la poca luz que entraba entre las rendijas de la persiana bajada. ¡Desde luego que el artefacto funcionaba! Al menos hacia el futuro… se dijo, pensativo, ya veremos qué pasa cuando intente volver al pasado, nuevamente a mi Logroño natal.

Javier conectó la electricidad del apartamento, que lógicamente había dejado desconectada al marcharse hacía unos días. Después encendió el televisor, al que quitó el volumen para que algún improbable vecino que hubiera venido a pasar el fin de semana a la playa no escuchara nada. Seleccionó una cadena nacional que emitía con teletexto y lo activó. En Logroño ya se había informado de qué cadenas tenían teletexto y cuáles de ellas ofrecían en él la información que buscaba. Lo primero que vio en el teletexto fue cuál era la fecha del día… de ese día: 11 de noviembre, viernes. El día correcto, pues. Pidió una cierta página y anotó algo en un papel. Apagó el televisor, programó el TaqEn para que le devolviera a Logroño cinco minutos después de su partida, desconectó la electricidad, pulsó la tecla de lanzamiento y se subió de nuevo al TaqEn. Tras la cuenta atrás habitual y los síntomas habituales de erizamiento del vello y todo eso apareció en el centro de su salón de Logroño. Miró al reloj del aparador, que marcaba cinco minutos más que cuando saltó. Miró su reloj y controló cuánto tiempo aparente había tardado: doce minutos.

Javier se encontró a sí mismo soltando el aire que debía mantener en sus pulmones desde hacía mucho tiempo. El aparato funcionaba, también hacia el pasado. Ahora sólo le faltaba por determinar si el Principio de Causalidad era tan tirano como decía el manual.

Bajó a la calle y anduvo unos cincuenta metros hacia la derecha, hasta encontrar una Administración de Loterías. Allí tomó un boleto de la Lotería Primitiva y rellenó con cuidado cuatro columnas. Cuando lo tuvo relleno, lo entregó a la lotera junto con los cuatro euros que costaban las cuatro apuestas, ésta lo validó normalmente y le devolvió su resguardo.

Javier quedó esperando por si aparecían rayos y centellas que le fulminaran en ese mismo momento, pero nada ocurrió. Comprobó que los números que estaban impresos coincidían con los que él había rellenado, y en efecto así era. Entonces salió de la Administración de Lotería y recorrió la calle en sentido contrario unos trescientos metros hasta encontrar otra Administración de Lotería, donde repitió el procedimiento, esta vez con sólo dos columnas por valor de dos euros.

Volvió a su casa y dejó ambos boletos en el cajón del aparador, que se había convertido últimamente en el mueble más importante de la casa. Ahora sólo faltaba esperar hasta el jueves, cuando se producía el sorteo y se conocía su resultado.

La Lotería Primitiva española es similar al Lotto italiano o de tantos países. El apostador marca con una equis una serie de números entre todos los que entran en el sorteo; en concreto en España se marcan 6 números de 49 posibles, aunque también se puede dejar que sea la máquina la que genere de forma supuestamente aleatoria los 6 números de la apuesta. Luego, los días de sorteo, jueves y sábado en la España de 2016, se extraen 6 bolas de las 49 que están en el bombo y se reparten premios en función de cuántos aciertos se hayan conseguido en cada columna. Como hay casi 14 millones de combinaciones posibles, acertar los seis números es muy difícil, por lo que es una Lotería que entrega premios muy sustanciosos a los acertantes de primera categoría.

Javier había anotado cuáles serían los números que formarían la combinación ganadora del sorteo de ese jueves. Y había jugado sus columnas en consecuencia. La duda que tenía era: ¿de verdad van a salir esos números, o el Principio de Causalidad haría salir otros en su lugar…? El jueves por la noche, o sea, mañana, saldría de dudas, pero entretanto no sabía cómo controlar sus nervios. Porque sí, estaba nervioso. Otra novedad para él, siempre tan frío y calculador.

El resto del miércoles pasó, así como el jueves. Javier intentaba hacer una vida normal, pero estaba en ascuas. El sorteo era transmitido por una cadena de televisión, así que allí estaba, delante del televisor, viendo cómo salían los números agraciados en ese sorteo… Uno, otro, otro más… en un momento estaban los seis números. ¡Los mismos seis que había anotado en su viaje de ayer, no, de mañana… en su viaje! Tenía dos boletos premiados.

Premiados con cuatro aciertos cada uno.

No con seis, sino con cuatro, que le reportarían nada menos que 104 euros de premio entre los dos, cuando los acertantes de seis aciertos saldrían a unos 800000 euros cada uno. Pero Javier no había querido hacerse rico, al menos no todavía. Sólo había querido averiguar si era posible viajar al futuro, anotar los resultados de la lotería, volver al pasado y jugar dichos números premiados.

Y sí, era posible. No sabía cómo, pero era posible.

Ahora debía comenzar a planificar en serio los siguientes pasos.

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