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46 – SALVAMENTO

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46 – SALVAMENTO

1 de Enero, 1983 – 17 de mayo, 2017

Oscuridad. Ruido, como un sordo rumor a lo lejos. Algo de humo, no demasiado todavía. Javier enciende la linterna y confirma que se encuentra en la antecámara, enfrente de la puerta blindada. El TaqEn ha funcionado perfectamente, como de costumbre. El traje y la máscara son molestos, pero puede ver y moverse casi con normalidad.

Pulsa el cronómetro de su reloj. A partir de este momento, el control del tiempo es crucial. Lo primero de todo es cegar la cámara del circuito cerrado de televisión, por si acaso. Toma el bote de pintura y rocía generosamente con él el objetivo de la cámara. Aunque sabe que los guardias de seguridad están haciendo vaya usted a saber qué fuera del edificio, ahora es imposible que se pueda ver algo a través de ella.

No hay un minuto que perder. En primer lugar programa el TaqEn para su viaje de vuelta: al salón de su domicilio en Logroño, el día 17 de mayo de 2017 a las 13:23. Cinco minutos después de haber salido. El TaqEn acepta las coordenadas y queda listo para proceder.

Extrae los diez proyectiles-cafeteras de las bolsas y quita los protectores restantes de la cinta autoadhesiva. Luego pega el tablero completo, con la cafetera hacia fuera, en los bordes de la puerta blindada. Lo asegura con más cinta autoadhesiva, que pega a la caja fuerte sujetando cada tablero. Al final ha decidido atacar la puerta blindada mejor que la pared, colocando los explosivos en los bordes, con especial atención a los grandes goznes sobre los que gira la gran puerta circular al abrirse. Espera haber acertado. No habrá una segunda oportunidad.

Cuando acaba de colocar el décimo y último explosivo mira el cronómetro: han pasado 8 minutos y cuarenta y cinco segundos. Un poco retrasado, pero en tiempo todavía. Ahora saca el disparador inalámbrico y le pone la batería. Ya sabe que es muy seguro y todo eso, pero cuando la inserta en su cubículo siente un fuerte repelús… ¿Y si el disparador, al recibir la energía de la batería, emitiera su señal automáticamente…? No lo hace, y Javier respira. Ha estado practicando un poco con él mientras estaba lejos de su piso y de los detonadores, y sabe cómo programarle para que envíe su destructiva señal de forma retardada. Lo hace. Programa la detonación para dentro de dos minutos. Eso significa que hará explosión a las 18:22, con un margen de unos segundos de más o de menos. Pulsa el botón de ejecutar y el disparador comienza a contar el tiempo hacia atrás: 2:00, 1:59, 1:58…

Deja el disparador en el suelo, en el lugar más seguro que encuentra, lo más alejado que puede de los explosivos. Después recoge la cinta adhesiva sobrante, sube al TaqEn y pulsa el botón de ejecutar. El signo de admiración. Antes de saltar tiene unos segundos para valorar cómo está la situación allí, pues mientras preparaba frenéticamente los explosivos no había tenido tiempo de hacerlo. Hay mucho humo, pero aún no hay fuego, ni parece que lo haya al otro lado de la puerta de la antecámara, pero sabe que eso no va a durar mucho.

Erizamiento de cabello y, de pronto, de nuevo en la luz del mediodía de mayo en Logroño, luz que se colaba por las rendijas de las persianas bajadas. Javier respira. Mira el cronómetro: 11 minutos y diez segundos. Ha salido de allí aproximadamente a las 18:20, con un margen de error de quizás veinte o treinta segundos. Mira la hora en el reloj del salón: 13:23. La hora correcta.

Respira más profundamente. El primer paso ha salido bien. Pero queda el segundo. Ahora deberá volver al mismo lugar, pero después de la explosión… si había habido explosión.

Muchas cosas podían fallar. Quizás el disparador no había funcionado bien, o los detonadores no estaban bien puestos o estaban desconectados… Y si había habido una explosión, podía haber sido mayor que la que esperaba y haber volatilizado todo el interior de la cámara acorazada, o menor, y no ser capaz de entrar en la cámara de ningún modo. Sin embargo, estaba tranquilo en ese aspecto. No podía haber hecho más, así que si algo fallaba procuraría poner pies en polvorosa antes de que fuera tarde y luego tomar una determinación. La que fuese.

Por de pronto, debería prepararse anímicamente para volver allá, al pasado, a un edificio que se estaba quemando a ritmo vertiginoso, un lugar muy poco apropiado para que alguien sensato se materializara allí… De pronto se da cuenta de que está sediento. Se bebe una botella de medio litro de agua de un trago. Se refresca la cara. Respira profundamente. Ahora está listo para volver.

Programa de nuevo el TaqEn. Ya casi puede hacerlo con los ojos cerrados. Destino: la misma antecámara del edificio en llamas. Día: 1 de enero de 1983. Hora: 18:23:45. Entre minuto y medio y dos minutos después de la múltiple detonación. El aparato acepta, sin inmutarse, las coordenadas espaciotemporales. De nuevo indica que está listo. Ahora compara la hora que marca su reloj de pulsera con la del reloj del aparador. No es la misma, como ya esperaba. Como ha estado en Arizona más de los cinco minutos que han pasado aquí entre su salida y su llegada a su piso, los dos relojes se han desincronizado. Ajusta de nuevo su reloj Tissot T-Touch con la hora de Logroño.

Recoge de nuevo la linterna, que esta vez enciende, y también toma un par de bolsas grandes que deberán contener los bonos del Tesoro al portador que encuentre. Lleva también una maza, que no sabe si necesitará o no, pero que llevará de todos modos. Completa su equipo un arnés colgado del hombro. Se ajusta bien su traje protector y su máscara. Mira el reloj de nuevo y apunta la hora: 13:40. Deberá programar su vuelta a las 13:45. Si vuelve.

Sube de nuevo sobre el TaqEn y pulsa el botón. Mientras espera los consabidos diez segundos siente casi más curiosidad que miedo…

No se ve nada. A duras penas el haz de luz de la linterna se abre camino entre el polvo y el humo, y busca el disparador. Está ahí, donde lo dejó, parece que ha sobrevivido a la detonación. Lo recoge. Quién sabe si no tendrá que volver con el resto de explosivos dentro de un rato. Pone en marcha de nuevo su cronómetro. Sabe que no tiene mucho más de siete u ocho minutos antes de que el fuego arrase con todo. Lo primero es lo primero: programa el TaqEn para su vuelta a Logroño en 2017. Cuando indica que está listo, mete el aparato en el arnés y se lo cuelga a la espalda. No va a separarse de él ni un momento, y si por moverlo no calcula bien las coordenadas de salida, qué se le va a hacer, no va a correr el riesgo de tener que volver a la antecámara por donde sabe que entrará el fuego en cuestión de minutos.

Se acerca a la puerta blindada. A primera vista está deformada por las explosiones, pero no abierta. ¿Se habrá quedado corto con el explosivo? Toma la maza y golpea con todas su fuerzas en la zona de los goznes. La puerta se tambalea. Golpea de nuevo, dos veces, tres… la puerta, de pronto, se desprende de los goznes y cae con estrépito hacia adentro. Tiene el camino expedito. Deja caer la maza allí mismo, no le importa dónde quede, y entra como un ciclón en la cámara acorazada.

Empieza a revisar el interior enfocando con su linterna. El centro de la cámara está diáfano, mientras que todas las paredes están cubiertas de estantes y armarios, bastantes de ellos vacíos. El polvo de la explosión se está posando, pero a cambio aumenta el humo. Parece que el interior se ha salvado de los gases de la deflagración. Los cálculos que hizo estaban bien hechos. O ha tenido suerte, tal vez. O ambas cosas. A Javier no le importa. Los documentos del interior de la cámara no parecen haber sufrido daños importantes, y eso es lo único que cuenta.

Se da prisa. Va al primer armario de su derecha y empieza a revisar el contenido de estantes y anaqueles lo más rápido que puede. No está cerrado con llave, cosa lógica dentro de una cámara acorazada, ya lo esperaba. ¿Qué hay aquí? Contratos, depósitos nominativos, documentos y papeles varios… no, en este armario no hay nada que le sirva. En el siguiente, tampoco. Va arrojando los documentos al suelo tras revisarlos. Puesto que se van a quemar, qué más da dónde lo hagan. Sigue revisando armario tras armario, estante tras estante… Lleva ya cuatro minutos allí y no ha encontrado nada, aunque ha revisado más o menos la mitad de la cámara. Le queda poco tiempo, pero se obliga a tranquilizarse.

En uno de los armarios centrales no encuentra documentos, sino un par de bidones de plástico de unos cinco litros cada uno, sin etiqueta, llenos de algún tipo de líquido. Una parte de su mente se queda perpleja. ¿Qué demonios hacen unos bidones de líquido, agua, o quizás un limpiador, o pintura o algo así, dentro de la cámara acorazada de un banco? Pero la parte de su mente que tiene el control ignora los bidones y se concentra en seguir buscando en el siguiente armario. No hay tiempo que perder.

Por fin, cuando ya empieza a desesperar, en uno de los armarios de la pared de la izquierda encuentra un montón de bonos del Tesoro al portador, que reconoce a la primera por haber visto sus imágenes en internet… santa internet. Los echa sin miramientos a una de las bolsas, que queda casi llena. Unos quince kilos, calcula a ojo. Prosigue su apresurada revisión y en el armario siguiente encuentra otro montón de bonos al portador, algo menos grueso que el anterior. Lo echa en la otra bolsa. Sigue revisando armarios a toda prisa. Seis minutos y medio, sólo dispone de un minuto y medio o dos antes de que esto se convierta en un infierno. Quedan solamente dos armarios por revisar. Nada en el primero. En el segundo y último encuentra otro pequeño paquete más, y lo echa también a la segunda bolsa. Ya ha terminado, justo a tiempo, porque comienzan a verse algunas llamas en la antecámara y la temperatura está subiendo ostensiblemente.

Saca el TaqEn del arnés, que arroja a un lado, coloca el artefacto en el suelo y se sube sobre él, pero antes de pulsar el botón revisa de nuevo con la linterna toda la cámara con un lento movimiento semicircular. No queda ningún sitio donde mirar, ha revisado todos los armarios de la cámara a la velocidad del rayo, no hay más bonos. Su trabajo está acabado, lo que tenía que hacer aquí ya estaba hecho… y sin embargo tiene la insistente sensación de que hay algo mal, que algo no está como debiera. Piensa unos segundos. Algo no está bien, pero no logra identificar qué es.

El fuego ha entrado finalmente en la cámara acorazada y está empezando a quemar algunos documentos de los que ha esparcido por el suelo. No puede esperar más. Aprieta el botón de una vez, y los diez segundos de espera se le hacen larguísimos mientras mira alternativamente al fuego que se acerca y a los bidones del armario central… El fuego se acerca cada vez más y el fragor del incendio se hace ensordecedor y el calor aumenta rápidamente…

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