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6 – OFERTA

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22 de abril, 2043

—¿Por goleada? —Francis Barrash miró divertido a Silvia—. ¿Por goleada, has dicho? Ése es un dicho muy español típico del fútbol. Hacía años que no escuchaba esta expresión.

—Bueno… En mi tierra se usa mucho, o al menos se usaba. Ahora ya… no sé, hace tiempo que no voy por allí. El caso es que cuando la probabilidad estimada de que la filantropía gane al egoísmo es de un 97,4%, que es el valor que dan actualmente nuestros modelos… pues sí, a eso le llamo yo «ganar por goleada».

—Entonces, si entiendo bien, vuestra conclusión es que la especie humana ha conseguido esquivar de algún modo la selección natural, ésa que dicta que el más fuerte sobrevive y el más débil desaparece, ¿no? Que ha, de alguna manera, transcendido a su destino y conquistado finalmente la filantropía, el altruismo, la búsqueda del bien por el bien… casi como el señor Spock en la famosa saga de películas de Star Trek de finales del Siglo XX.

—¿Señor Spock? Lo siento, no sé quién es… me temo que no veo mucho cine antiguo. Bueno, el caso es que sí, que es así exactamente. Nuestra mejor estimación, y lo recalco porque es muy importante, nuestra

mejor estimación, con un 97,4% de probabilidad, es lo que acabas de decir, más o menos, sí. Siempre y cuando se den las condiciones adecuadas, no lo olvidemos. Pero, ojo, 97,4% no es lo mismo que 100%. Eso quiere decir que, como toda teoría científica seria, y te aseguro que la nuestra lo es, puede, es más,

debe ser falsable, es decir, puede aparecer alguien dentro de un año o de cien y demostrar que es errónea, o al menos que no es completamente cierta… ha pasado muchas veces en la Historia de la Ciencia y seguirá pasando en el futuro.

—¿Qué se necesita para alcanzar la certeza… ese 100% mágico?

—Más trabajo. Mejorar los modelos. Apuntalar todo el edificio matemático de la teoría. Planificar más y mejores experimentos y mediciones… Algunos años más de trabajo, no muchos, quizá. Pero, de todas formas, es muy poco probable que nadie alcance a demostrar la teoría con un 100% de certeza. Ni ésta ni ninguna. Eso sería muy improbable.

—Comprendo.

Barrash se levantó de su cómoda silla y se acercó hasta Silvia, sentándose en la otra silla de confidente que quedaba libre, dando la impresión de que la parte formal de la conversación había concluido y que ésta entraba en territorio desconocido. Silvia, incapaz de prever qué iba a ocurrir en los próximos minutos, se rebulló en su asiento, algo incómoda. Barrash lo notó y esbozó su mejor sonrisa para escenificar el cambio de derrotero de la conversación.

—¿Dónde naciste, Silvia? Si no te importa la pregunta, claro.

—En Alba de Tormes, un pueblo lleno de historia de la provincia de Salamanca, al oeste de España, cerca ya de Portugal. Pero cuando yo tenía cinco años de edad mi familia se mudó a «la capital», a Salamanca, distante unos pocos kilómetros, donde mi padre obtuvo un puesto en el Ayuntamiento, por oposición, ¿eh?, no por enchufe… era tan corriente entonces que muchos puestos en la Administración española se repartieran como dádivas a familiares, amigos o correligionarios…

—O sea, que en la práctica eres salmantina… bonita ciudad. Me encanta su Plaza Mayor. Bonita, ¡y fría en invierno!

—¡Vaya si lo es! Pero también era una de las ciudades más vivas de la España interior, porque su Universidad, una de las más antiguas que existen, atrae a estudiantes de toda España, incluso del mundo entero, y tiene un ambiente agradabilísimo.

—Estudiaste allí. Sociología, Matemáticas, Estadística, Psicología… —no era una pregunta. Barrash lo sabía y daba a entender que lo sabía, para no tener equívocos.

—Efectivamente —contestó Silvia—. En realidad mi vocación era, siempre ha sido y es la Sociología. En Psicología, que no terminé, y en Estadística me matriculé porque son disciplinas que son en cierto modo necesarias para poder realizar investigaciones sociológicas de altura… lo de las Matemáticas ya te lo conté, fue un flechazo.

—Una juventud muy ajetreada, ¿no te parece? Cuatro carreras universitarias…

—Ehhh, sí. Esos años pasé momentos complicados, me refugié en los estudios para no pensar, para no sentir el dolor…

—Por la muerte de tus padres.

—Sí. Supongo que ya lo sabes, claro. ¡Si sabías que la lubina al horno es mi plato favorito, cómo no vas a conocer al dedillo mi biografía! Fue el 21 de diciembre de 2018, un día muy frío como es habitual en Salamanca en invierno, un camión de reparto de cerveza con exceso de velocidad patinó en la carretera helada y se empotró contra su coche, en el que volvían felices a casa de hacer las compras navideñas. Muertos en el acto. Yo… lo pasé mal. Hija única como soy, y además mis padres lo eran también, me quedé literalmente sin familia de golpe. Yo era una chica razonablemente divertida, tenía amigas, tenía amigos, novietes… De pronto no soportaba la compañía de ninguno. Me recordaban demasiado a mi vida destrozada, a mis padres, a mi soledad. Descubrí que estudiando podía olvidarme por un momento de mi drama. Antes de eso no era una mala estudiante, pero desde entonces me convertí en una adicta al estudio, porque mientras estudiaba no pensaba, no me compadecía de mí misma, no me dolía. No me dolía tanto, al menos. Y estudié, y estudié más… Cuando me di cuenta de que me sobraban horas en el día, me matriculé en otra carrera, y otra más… Al heredar los bienes de mis padres, más la jugosa indemnización del seguro, no tenía problemas económicos, así que me dediqué a estudiar en cuerpo y alma.

—¿Y ahora?

—Me costó años, pero lo he superado. Los sigo echando de menos, claro, pero al menos ya no siento esa opresión en el pecho… ¡Pero sigo siendo socióloga vocacional! Me encanta mi trabajo.

Barrash se levantó y se acercó a la ventana, por la que se quedó contemplando el

skyline madrileño desde la privilegiada situación de la última planta del Edificio Barrash. Hacía horas que estaban sentados, charlando, el sol estaba comenzando a ponerse y estaba pintando uno de tantos espectaculares atardeceres de los que pueden contemplarse en Madrid. El espectáculo del cielo, pleno de tonalidades crema, amarillas, rojizas, moradas, era arrebatador. Silvia se dio cuenta de que el desenlace de la cita con el gran hombre, fuera éste el que fuese, estaba próximo, y se envaró.

Tras unos minutos de silencio, Barrash se volvió por fin y, muy serio, dijo:

—Silvia, ¿qué opinas de BEGIN? ¿Qué opinas de esta compañía? No, no respondas inmediatamente, quiero que lo pienses bien. Y no quiero que me digas que es fantástica, maravillosa, que gracias a BEGIN el mundo es cada día un poco mejor, bla, bla, bla. Quiero que lo pienses bien y me digas, como socióloga y como la creadora de una de las más brillantes teorías de los últimos tiempos, tu verdadera opinión sobre Barrash Energy Global Industries. ¿Qué más podría hacer BEGIN para conseguir sus objetivos? ¿Cómo podríamos mejorarla? Piénsalo un momento, por favor.

—No tengo mucho que pensar —respondió Silvia inmediatamente—. En realidad todos los días pienso en ello, desde el punto de vista profesional, claro está.

—¿Y bien? ¿Cuál es tu opinión?

—Pues opino que todo ha cambiado desde la creación de BEGIN. Las relaciones entre las personas, entre los países, entre las sociedades han cambiado muchísimo. Para bien. No sé si sabrás que en una serie de trabajos y estudios realizados por los más prestigiosos sociólogos, antropólogos e historiadores del mundo realizados entre finales del siglo XX y principios del XXI, prácticamente en todos ellos se predecía un cambio cataclísmico en la Humanidad, y a corto plazo. En la mayoría de esos estudios se pronosticaba una reducción mínima de entre el 30% y el 70% de la población mundial a mediados del siglo XXI, debido a una suma de causas: catástrofes climáticas debido al obsceno consumo de combustibles fósiles, escasez, epidemias, guerras, hambrunas, muerte… En fin, los cuatro jinetes del Apocalipsis, casi literalmente.

—Tampoco creo que fuera para tanto, sinceramente.

—Pues sí, lo era. Naturalmente que todos estos estudios y trabajos que no seguían el discurso oficial de «Todo va bien» eran sistemáticamente silenciados por la oligarquía reinante, pero ésa era la situación. Todo lo que fuera contra el mantra oficial de «

Trabaje-Compre-Vote-No piense» no era bienvenido, así que había formas sutiles, y no tan sutiles, de arrinconar a los «pájaros de mal agüero». Además, había un enorme y creciente distanciamiento de la ciudadanía con la inoperante y corrupta clase gobernante que existía a principios del Siglo XXI, lo que estaba a punto de dinamitar la «democracia», ese mal remedo del «poder del pueblo» que inventaron los griegos del siglo V a. C. que se practicaba en la mayor parte de países avanzados del mundo. En fin, algo similar a lo que ocurrió en 1789 con la Revolución Francesa: la nobleza, que coincidía casi completamente con el poder económico del momento, había esquilmado de tal modo al campesinado y la burguesía que estos, hartos de pagar siempre la fiesta sin disfrutarla, decidieron cortar por lo sano, empezando por el cuello de todo noble que cayó en sus manos. Pues los expertos esperaban algo así, pero a escala planetaria, en un planeta en que el que más, el que menos, tenía unas cuantas bombas nucleares a mano…

—¡Menudo panorama! —terció Barrash.

—¡Ya lo creo! Pues bien, en ese ambiente preapocalíptico de pronto aparece una empresa, una muy poderosa, por cierto, con recursos aparentemente ilimitados, que tiene como objetivo practicar el comercio basado en la justicia, la equidad y la igualdad, eliminando toda forma de corrupción en sus negocios… fue como un soplo de aire fresco en un ambiente cargado. Al principio todos pensaban que era una campaña de marketing más, como tantas, ya sabes: «tecnología a tu alcance», «un avance prodigioso» y «todo a un precio nunca visto»… cosas así, pero poco a poco los hechos fueron probando la evidencia: era cierto, de forma sorprendente e inesperada BEGIN cumplía lo que prometía. Siempre. Nadie sabía de dónde había salido ni de dónde había sacado los gigantescos recursos con los que compró buena parte de las petroleras del mundo en apenas unos meses, luego compañías eléctricas, bancos, fábricas, mercados agrícolas… Se supo de cómo, una vez adquirida la empresa en cuestión, sus abogados y hombres de gris se hacían cargo de todo, despidiendo inmediatamente a cualquiera que hubiera practicado cualquier tipo de malas artes, o sea, casi toda la cúpula dirigente, y poniendo en manos de la justicia a los grandes corruptos de un lado y otro, con una avalancha tal de pruebas que hacía imposible cualquier tipo de componenda. Además, se negaba siempre a aceptar ningún tipo de prebenda, ni de concederla… en definitiva, buscando el talento por encima de todo, promoviendo al mejor para cada puesto y erradicando los viejos nepotismos. ¡Por no hablar de la fundación de centros científicos de altísimo nivel, como lo es el mío, por ejemplo!

Barrash asentía, sin decir nada, durante el panegírico de Silvia. No es que no lo esperara, pero le sorprendió la vehemencia con que se produjo. Silvia le miró directamente a los ojos y terminó:

—Sinceramente, creo que si no hubiera sido por BEGIN, en estos momentos estaríamos en guerra todos contra todos… los pocos que hubieran sobrevivido… usando piedras y palos como armas de tecnología avanzada. No sé qué le hizo fundar BEGIN y convertirla en lo que es, pero, señor Barrash… Francis… has salvado a la Humanidad.

—¡Exageras! Simplemente intenté volver a lo básico,

back to basics, como decimos en angloshin, hacer negocios de manera honrada, de verdad, sin dobleces, y acabar en la medida de lo posible con tanta corrupción, tanta hipocresía y tanto nepotismo de todo tipo. Reencontrar la seriedad, la honradez y el respeto por el cliente, el proveedor, el competidor, el medio ambiente. Simplemente eso. Quizás los resultados han sido mejores de lo que yo esperaba, pues sorprendentemente sí que se han apuntado al mismo carro en gran cantidad de empresas y también en gobiernos… pero hablar de Salvar-A-La-Humanidad, como antes decías, es una exageración.

Ahora fue Silvia quien quedó en silencio, mirando de hito en hito a Barrash, hasta que dijo abruptamente:

—Señor Barrash, ¿qué desea usted de mí?

—De tú, Silvia, por favor…

—Señor Barrash, no se me escapa que es usted un hombre muy atareado —Silvia erradicó el tuteo ahora que la conversación debería llegar a su punto crucial—. Me he dado cuenta de que llevamos aquí casi cuatro horas comiendo lubina y luego charlando sobre mi vida, mi trabajo, mis teorías, algo que con toda seguridad usted ya conoce. Cuatro horas en las que no ha habido una sola interrupción por parte de nadie y en las que no ha dejado de halagarme de todas las maneras posibles… Señor Barrash, por favor, ¿Qué desea usted de mí?

Barrash ni parpadeó. Continuó mirando fijamente a Silvia unos momentos más, hasta que tomó la palabra.

—Silvia, perdóname. Tienes razón, y permíteme que te siga tuteando. Conozco bien toda tu carrera, tu trabajo, tu vida, como bien dices. Sigo con atención tus investigaciones desde hace años, porque creo que tus descubrimientos pueden ser importantes para el futuro de BEGIN y, quién sabe, podrían ser importantes para la propia supervivencia de la especie humana. Si te he convocado de forma tan precipitada y desconsiderada es porque necesitaba conocerte en persona. Ya no me basta con conocer tu trabajo, tus publicaciones, tus conferencias. Necesito saber que estás personalmente involucrada con tu trabajo, con tu teoría, que crees en ella y que crees que será importante para el futuro, para el Futuro, con mayúsculas, no para tu futuro, que no estás usándola simplemente para crecer profesionalmente y ser respetada. Esto sería perfectamente respetable, por supuesto, pero necesito saber si ése es tu caso.

Silvia, sorprendida por la franqueza de Barrash, afirmó:

—Pues sí, señor Barrash, sí creo en mi trabajo, en mi teoría, sí que creo que es importante, y si trabajo horas y más horas en el Instituto, y si no dejo de pensar en ella y cómo mejorarla cuando estoy en mi casa, y si no tengo prácticamente ninguna vida social es porque deseo íntimamente probar definitivamente la teoría del «hombre satisfecho» de una vez por todas y conseguir que la Humanidad tenga los medios para vivir mejor. Sí, claro, también deseo ser recordada y admirada y que me erijan estatuas, le pongan mi nombre a algún colegio o a algún cráter en la Luna y todo eso, pero en mi escala de deseos eso debe estar… allá abajo, junto con el deseo de comer un buen pastel de chocolate… ¡o una buena lubina! Nunca lo antepondría a mi trabajo. Nunca. Para mí es lo más importante… casi lo único.

—Lo sé, Silvia. Ahora me queda claro. Y es por eso que quiero hacerte una proposición, una oferta que seguramente te sorprenderá y que quiero que consideres muy seriamente antes de responderme…

—¿Cuál, señor Barrash? —Silvia estaba a punto de saltar de excitación.

Francis Barrash tomó aire y dijo de corrido:

—Quiero que te incorpores a BEGIN, a su comité ejecutivo de alto nivel, para trabajar junto a mí con el objetivo de expandirla y hacerla cada vez más importante, no para crecer y ganar dinero y todo eso, ya lo sabes, sino para mejorar el modo de vida de la Humanidad… o su supervivencia. Y quiero que lo hagas ya. Inmediatamente.

Si en el despacho se hubiera materializado de la nada un guerrero mongol del ejército de Gengis Khan repartiendo pizzas a domicilio, eso no hubiera causado tanta sorpresa como la que le causó a Silvia la inesperada proposición del hombre más poderoso del universo. Quedó literalmente con la boca abierta y los ojos desorbitados durante un buen rato, hasta que por fin se acordó de respirar, lo que hizo con un gran suspiro.

Antes de que fuera capaz de articular palabra, Barrash intervino de nuevo:

—No, Silvia, no contestes ahora, por favor. Necesito que lo pienses detenidamente. Pero antes, para ayudarte a tomar tu decisión, debo darte alguna información adicional.

«Tienes razón, hace años que sigo tu trabajo y hace años que tenía previsto hacerte esta oferta, pero más adelante, una vez que afinaras definitivamente tu teoría, en un par de años, quizás tres. Pero no puede ser. Ciertas circunstancias que están sucediendo antes de lo que se suponía que debían suceder me obligan a adelantar mi oferta, incluso antes de que finalices tu trabajo. Lo siento, pero, en caso de que aceptes, deberá ser otro el que lo termine. Te garantizo que tendrá todos los medios que necesite para hacerlo. No, no digas nada, aún no he acabado.

»Quiero que sepas que yo, personalmente, tuve algo que ver en ciertos hechos que tú misma has comentado que te sorprendieron en su momento, como cuando el Director del Instituto de Ciencias Sociológicas te apoyó incondicionalmente cuando le expusiste tu teoría. Fui yo quien le sugirió que lo hiciera, no porque yo lo ordenara, sino porque realmente la teoría era brillante y podía llegar a ser muy importante. Él estudió tus papeles preliminares y llegó a mi misma conclusión. Ya sabes, en BEGIN no practicamos el nepotismo, ni tampoco la recomendación. Practicamos la búsqueda de talento y todo eso.

»Los mejores profesionales fueron rastreados en todo el mundo y recibieron ofertas tentadoras para trabajar en tu proyecto. Porque merecía la pena, sólo por eso. Cuando estuvo listo el primer gran superordenador SG1 fabricado en Barrash Computer Sciences, se asignó a tu Instituto, por encima de otros proyectos también muy importantes. Pero menos que el tuyo, Silvia, menos que el tuyo. Aquí sí tuve que imponer mi criterio, porque es difícil explicar a un astrofísico o a un meteorólogo que otra disciplina científica es más importante que la suya… Ventajas de haber corrido con los gastos de su construcción. Al final se asignó donde yo dije… Por cierto, como sabes “SG1” oficialmente significa “Stellar Giant 1”, porque inicialmente se había pensado usarlo para estudiar las condiciones existentes durante el Big Bang, pero extraoficialmente te diré que en realidad su nombre es “Satisfaction Guaranteed 1”. Lo diseñaron para tu proyecto, Silvia. El Big Bang tuvo que esperar al SG2 y la predicción del clima, al SG3.

»En fin, ya termino. Tu trabajo es muy importante, Silvia. Muchísimo, para BEGIN, sí, pero sobre todo para el futuro de la Humanidad. Más de lo que imaginas».

Barrash hizo una pausa antes de finalizar su oferta.

—Ahora te propongo que termines de estudiar y empieces a actuar, que pases de la teoría a la práctica, a perseguir tu sueño no en los papeles ni en las pantallas de las simulaciones, sino revisando datos reales sobre personas y compañías reales y tomando decisiones reales que afectarán a miles, millones de personas en todo el mundo. Si aceptas, Silvia, deberás cambiar radicalmente tu vida. En lugar de preocuparte, por ejemplo, por lo que vas a cenar esa noche, va a preocuparte lo que van a cenar millones de personas, no esa noche sino todas las noches. Deberás dejar de estudiar la filantropía para empezar a practicarla.

Barrash hizo una nueva pausa quizá demasiado teatral, mientras Silvia seguía completamente desconcertada.

—No es una decisión sencilla, Silvia, lo sé… lo sé muy bien. Sólo te ruego que la sopeses… deprisa. Espero tu respuesta el viernes, el día 24. En un par de días. Sí, ya sé que es precipitado… pero todo lo es en estos momentos, todo se precipita.

Francis Barrash apretó un botón de su escritorio e inmediatamente se abrió la puerta y entró Miranda, la secretaria, que parecía estar acechando detrás de ella. Se acercó hacia Silvia y le dijo:

—Señora Ruiz, por favor, ¿puede acompañarme? Juan la llevará a su domicilio.

Silvia la siguió como un autómata hacia la puerta, aún con la boca entreabierta, cuando Barrash, aún de pie frente a la ventana, dijo:

—Ha sido un placer, señora Ruiz… Silvia. Gracias por acompañarme esta encantadora velada. Hasta el viernes.

Lo que sacó finalmente a Silvia de su aturdimiento, porque, ya en la puerta del despacho, se volvió y, con cierto esfuerzo, consiguió decir de forma inteligible:

—Lo mismo digo, señor Barrash. Hasta el viernes.

Un efecto secundario de poder articular airosamente su despedida fue el que Silvia pudiera por fin cerrar firmemente su boca.

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