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55 – DESENLACE

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Junio, 1986

Marion estaba cada vez peor, era evidente. Se deterioraba rápidamente, según le comunicaba el detective dos veces al día. Javier se preparó para el final. Llamó a Mrs. Boyle para comunicarle que, tal como le dijo, al día siguiente iría a visitarles a los tres, al matrimonio y a Kevin, porque desgraciadamente Miss Pollock no mejoraba y los médicos temían por su vida, así que habría que prepararse para lo peor. Mrs. Boyle no puso objeciones, así que a la hora concertada Javier-Walther llamaba al timbre del domicilio de los Boyle.

Abrió la puerta de nuevo Rebeca Boyle, que le hizo pasar al salón, donde estaban Robert, su marido y… Kevin, el hijo de Marion y suyo, al que veía por primera vez, jugando con unos muñequitos y riendo a carcajadas. Robert era empleado de banca y tenía un sueldo aceptable. De unos cincuenta años y pelo tirando a canoso, su cara era la representación misma de la bondad. Le causó una gratísima impresión a Javier, lo mismo que su mujer, Rebeca. Y el niño, un niño precioso, estaba feliz con ellos, no había más que verle. Se moría por abrazarle… pero no lo hizo.

La visita duró algo menos de una hora, al final de la cual Javier tenía clarísimo que no había en toda Nueva York una pareja más adecuada que los Boyle para hacerse cargo del pequeño Kevin. Durante la entrevista les preguntó directamente si estarían dispuestos a cuidar de él, a adoptarlo si al final Miss Pollock fallecía. Sin dudar ni un momento ambos contestaron que sí. Javier se despidió de ellos, deseándose mutuamente suerte y, sobre todo, suerte para Marion, y a continuación fue a un despacho de abogados de los que tanto abundan en Nueva York para que redactaran unas últimas voluntades para Marion Pollock y un acuerdo de adopción de Kevin Pollock por parte de Robert y Rebeca Boyle. Estaría preparado al día siguiente.

Javier volvió a su apartamento alquilado y no quiso esperar hasta ese día siguiente, así que saltó 24 horas al futuro y volvió al despacho de abogados a recoger sus documentos. Con ellos en su maletín se preparó para una visita que no quería hacer, pero que debía hacer. Fue al hospital y preguntó por la habitación de Marion. En principio no le querían dejar entrar, pues Miss Pollock estaba muy delicada y temían por su vida, pero cuando les explicó el motivo de su visita accedieron a dejarle verla a solas.

A pesar de saber lo que le esperaba, a Javier se le cayó el alma a los pies. Marion estaba desconocida. Era un esqueleto viviente… no,

muriente, en realidad. Pálida, demacrada, con ronchones en la cara y los brazos, ojos vidriosos y tubos conectados en distintas partes de su cuerpo, era un mortecino reflejo de la vivaz Marion llena de alegría de vivir que Javier conoció.

Javier, nuevamente y por última vez en su papel de Thomas Carpenter, se acercó a la cama y llamó a Marion suavemente. Marion abrió dificultosamente sus ojos y los enfocó en Thomas… sonrió. Aún en el umbral de la muerte, y a pesar de todo el mal que le había hecho, le seguía queriendo.

—Thomas… ¿qué haces aquí? —preguntó Marion con un hilillo de voz.

—Marion… vine en cuanto me enteré… Lo siento. Lo siento mucho —Javier-Thomas no sabía cómo empezar, ni qué decir. Tenía un nudo en la garganta que apenas le dejaba pronunciar palabra, pero tenía que hacer lo que había venido a hacer. Le dio un breve beso en la boca. Estaba ardiendo de fiebre.

—No hay nada que sentir, Thomas —Marion seguía sonriendo—. Me estoy muriendo, ¿sabes? Es una enfermedad nueva que se llama SIDA. Me han dicho que nadie sabe cómo se produce, ni cómo curarla. No me importa, ¿sabes?, no me importa morir. Sólo odio tener que separarme de Kevin, de mi Kevin…

—De eso quería yo hablarte, Marion. De Kevin. Hay que pensar qué hacer con él… ¿Tienes alguna idea?

—Los Boyle… no sé… —Marion no pudo evitar derramar una lágrima al pensar en Kevin—. No sé, Thomas, no sé qué es lo mejor. No tengo familia, ninguna a la que pueda recurrir… No sé qué hacer.

—Tienes que tomar una decisión, Marion. Si no lo haces, probablemente el Departamento de Menores tomará la responsabilidad de velar por la salud y la educación de Kevin y, como sabes, la existencia del fideicomiso a su favor puede hacer muy rentable su adopción para padres sin escrúpulos. No me fío de la decisión de funcionarios que no conocen al niño ni a los Boyle. No me fío de que no acabe en una familia que use su dinero para comprarse un auto nuevo en vez de en llevarle a los mejores colegios…

—Yo tampoco me fío, Thomas. ¿Qué puedo hacer? —la voz de Marion era cada vez más débil. Javier se apresuró.

—He pensado por ti, cariño. He preparado dos documentos que debes firmar. Uno es un certificado de últimas voluntades en el que estableces que tu voluntad es que Kevin sea adoptado por la familia Boyle, independientemente de las cláusulas económicas que tengas firmadas en cualquier testamento anterior, que no se revoca más que en este punto. El otro es un certificado de adopción que firmarán los Boyle, aceptando la adopción de Kevin, en el que tú das tu consentimiento en caso de fallecimiento. Creo que es la mejor solución…

Marion no dijo nada. Miró a Javier con ojos brillantes por una vez y extendió el brazo, un brazo demacrado que no era ni una sombra de lo que fue, para tomar los documentos. Javier la incorporó un poco en la cama y le entregó un bolígrafo. Muy dificultosamente, Marion firmó ambos documentos en cada página y al acabar se dejó caer de nuevo, exhausta. Javier recogió los documentos y los guardó. Ahora debería irse, su cerebro le decía que debía irse, que tenía que irse. Pero no se fue. Se sentó al lado de la cama y allí estuvo sin moverse varias horas, velando a Marion mientras ésta se apagaba poco a poco.

Todo le contó. Todo lo que no había podido contarle cuando se querían, cuando estaban enamorados perdidamente uno del otro. Todo. Dos años largos de su vida llevaba Javier desde que encontró el TaqEn en la Cueva de Leza. Dos años largos de locura llevando a cabo su loco plan. Viajando adelante y atrás en el tiempo, viajando de Madrid a Londres cargado de diamantes y de allí a Nueva York y a continuación a Phoenix, de donde volvió cargado de humeantes bonos al portador, luego a Zurich y Milán y luego de vuelta a su Logroño natal 35 años más tarde. Le contó cómo había acumulado ya varios centenares de millones de dólares, cerca de mil, y cómo acumularía mucho más en el futuro para poder cambiar el mundo… y le contó cuánto la quería. Muchas veces. Y cuánto le había costado abandonarla. Le pidió perdón no una, sino cientos de veces. Lloró una y otra vez. Sólo se interrumpía cuando una enfermera entraba y cambiaba una bolsa de suero o le tomaba la temperatura, y cuando se retiraba meneando la cabeza él proseguía con su confesión.

En un momento dado se dio cuenta de que estaba hablando en español… no importaba. Marion no le oía. Dormía, o estaba desvanecida, o inconsciente, o…

A las tres de la mañana entró de nuevo la enfermera y comprobó que Miss Pollock había fallecido. Le pidieron que saliera mientras los doctores hacían sus comprobaciones y Javier se fue del hospital con sus documentos.

Al día siguiente llamaba a primera hora de la mañana en casa de los Boyle y, tras comunicarles la mala noticia, les entregaba el documento de adopción que deberían firmar y llevar al Departamento de Menores para concretar formalmente la adopción, y les dio también una copia de las últimas voluntades de Marion. Él mismo llevaría al Registro el original para darle fuerza legal. A continuación les entregó la documentación del fideicomiso de Kevin que garantizaba que sus necesidades estuvieran cubiertas hasta la terminación de sus estudios. Él se encargaría también de cambiar el nombre de los tutores de Kevin para que fueran ellos quienes pudieran disponer del dinero.

Y se fue. Se fue apresuradamente, casi corriendo, como un fantasma, como un alma en pena. No podía aguantar más el dolor, las lágrimas, la culpa, el sentimiento de haberlo hecho todo mal… Pero se dijo que, al menos, estaría pendiente de Kevin. No permitiría que sufriera más de lo necesario. Estaría al tanto de su crecimiento, de sus progresos académicos, de sus novias, de su trabajo. Le protegería a distancia, sin que él supiera nunca que él estaba allí ni mucho menos que él era su padre. Para ello usaría sus superpoderes tanto como hiciera falta, esos superpoderes increíbles y por una vez reales que provenían de un extraño paralelepípedo negro que encontró enterrado en una cueva paleolítica.

Había abandonado a su hijo antes de nacer, pero no, ya no le abandonaría nunca más. Nunca abandonaría a Kevin Boyle.

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