BAC

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Capítulo 26

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Capítulo 26

Habían llegado a la comisaría de Zamora minutos atrás, y tras identificarse, el comisario jefe les acompañó hasta la sala donde monitorizaban los interrogatorios. Se trataba de una sala oscura, con tres grandes monitores donde se visualizaban las imágenes de las tres cámaras situadas en la sala. Sabino se percató que no se trataba de dispositivos de última generación, pero parecían funcionar correctamente. Tenían una vista frontal y dos laterales de una mesa en la que un hombre de unos cuarenta años apoyaba sus codos.

– ¿Ese es el temido Ricky? – preguntó Azpeitia, con cara de incredulidad.

Se trataba de un hombre casi calvo, con la cabeza rapada. Su cuerpo era delgado, casi en extremo. Iba vestido con una camiseta negra de tirantes, unos tejanos desgastados y calzaba unas botas Dr. Martens de color negro llenas de rozaduras. Lucía algunos tatuajes que le conferían un aspecto amenazador, o eso al menos esperaría él. Una esvástica se dejaba entrever en la parte derecha de su pecho. En su codo izquierdo, la clásica telaraña de chico malo que ha pasado por la cárcel. El típico 88 nazi en el antebrazo derecho y una macabra calavera un poco más arriba, casi en el hombro. Varias cicatrices adornaban su cara, marcas de peleas callejeras, probablemente.

– Pues sí, ese es Ricardo Poveda Swartz, también conocido como Ricky, Tarántula o el Alemán. Uno de los líderes de Plus Ultra, o eso al menos proclama él... – respondió el comisario Arenas. – Lleva ahí unos veinte minutos, pero tranquilos, está acostumbrado. Es como de la familia, pasa bastante a menudo por aquí.

– Me hago cargo. – dijo Azpeitia, ojeando unos folios. – Pues le vamos a hacer esperar un rato más, si no le importa. Veo en su ficha que ha sido detenido varias ocasiones por tráfico de drogas y que acumula un buen número de denuncias por amenazas y agresiones. Cuéntenos, ¿cómo es posible que siga en la calle con este historial?

– Bueno, por lo visto tiene contactos. Cuando se mete en un lío, siempre aparece un abogado que suele conseguir que salga limpio. Unas veces se retiran los cargos, en otras hay un defecto de forma en la denuncia… Ya saben de qué hablo... – contestó el comisario, encogiendo sus anchos hombros.

Sabino observó a aquel tipo cercano a los sesenta, algo entrado en carnes y con manchas de aceite en una camisa de color beige claro bastante arrugada.

– ¿Y ese abogado salvador lo contrata él? – preguntó Sabino, sin dejar de observar al comisario.

– No le entiendo inspector, ¿qué quiere decir? – contestó el comisario Arenas, girándose hacia Sabino.

– Le preguntaba si los abogados que aparecen son contratados por Ricky o aparecen por arte de magia. Zamora es una ciudad pequeña, estas cosas deben ser de dominio público, ¿no? – aclaró Sabino.

– Pues no lo sé. – respondió Arenas, torciendo el gesto y evitando mirarlo a los ojos.

Arenas estaba tenso, detalle que no pasó desapercibido para Sabino. Decidió cambiar de tema, ya tendría ocasión de conseguir más información sobre el abogado en cuestión.

– No se oculta, es un neonazi. – dijo Sabino a Azpeitia. – Me pregunto cómo ese endeble puede llegar ser el jefe intocable de una banda de skin-heads. Debe ser bastante inteligente, si no, no lo entiendo. En mi barrio alguien así acabaría con el cuello rojo a collejas… Hablemos con Ricky, a ver que nos cuenta sobre Zafra.

Mientras hablaba no le quitó ojo al comisario. Intentaba aparentar normalidad, pero estaba nervioso. La forma de mirar a Ricky, sus gestos, denotaban intranquilidad. Sabino le puso la mano en el hombro y le tuteó como si lo conociera de toda la vida.

– Comisario, ¿podemos hablar un momento a solas? – preguntó Sabino.

El inspector casi lo empujó hacia la puerta de la sala donde se encontraban.

– Sin rodeos, no tenemos tiempo que perder, ¿a quién teme? ¿Es a Ricky o a alguien de su entorno? – le susurró Sabino, mirándole a los ojos, solos en el pasillo.

Arenas lo miró como un chiquillo al que pillan robando en el supermercado. Movió los ojos de un lado a otro y se rascó la barbilla.

– Pues…joder…yo…mmm… – balbuceó el comisario.

Arenas parecía haber perdido la capacidad de construir una frase con sentido. Sabino cruzó los brazos y soltó un bufido.

– Estoy a punto de jubilarme, ¿sabe? Yo solo quiero retirarme tranquilamente y de repente pasa todo esto... – dijo el comisario.

– ¿Qué es "todo esto"? – inquirió Sabino.

– Pues lo de las BAC asesinando a Roberto Zafra. – comentó el comisario, con la mirada triste.

– A ver, cuando hemos llegado, ha dicho que Ricky es uno de los que mandan en Plus Ultra. ¿Plus Ultra? ¿Ese no es el grupo de extrema derecha que lideraba Zafra? ¿Cuál es el nexo? No lo acabo de entender. Explíquese mejor, por favor. – insistió Sabino.

– Esa gente es peligrosa, les aconsejo que se anden con mucho cuidado. – advirtió Arenas, que no parecía tener muchas ganas de hablar.

– ¡Pero… qué cojones! ¿Estoy hablando con un jefe de policía o con el segurata de un supermercado de barrio? – dijo Sabino levantando la voz.

Azpeitia salió de la sala y se dirigió hacia ellos.

– ¿Qué está pasando aquí? – preguntó Azpeitia, mirándoles con cara de pocos amigos.

Arenas agachó la cabeza, mientras Sabino se alejaba resoplando y moviendo la cabeza de un lado a otro.

– Aquí, el señor comisario, que nos advierte que tengamos cuidado con el superhombre que tenemos ahí sentado. Parece ser que es muy peligroso… Deberíamos irnos, jefe, tengo miedo… – dijo Sabino al volver, con cierto sarcasmo.

A Arenas no le sentó bien el tono que había empleado Sabino y, apoyándose en la pared, habló dirigiéndose a Azpeitia.

– Tan solo le advertía al inspector Muguruza sobre esta gente. Son peligrosos, mucho. No sé cuántos grupos así conocen ustedes. Aquí conocemos el de Ricky, su barrio está lleno de pintadas. Sabemos que tiene conexiones con otros grupos de extrema derecha y con gente poderosa. De hecho, hará unos cinco años, uno de nuestros agentes encontró documentación que demostraba que los grupos de extrema derecha de esta zona se financiaban con el tráfico de droga, básicamente cocaína y pastillas de diseño. Aquel inspector perdió la documentación y finalmente pidió el traslado. Dicen las malas lenguas que le amenazaron. – explicó Arenas.

– A usted le han amenazado también, ¿no? Es eso, lo veo en sus ojos, ahora lo entiendo. ¿Quién ha sido? ¿Ricky? – preguntó Sabino, un poco más calmado.

– Conteste… por favor. – le rogó Azpeitia, apoyando su mano izquierda sobre el hombro derecho del comisario Arenas.

– Volvamos a intentarlo… – interrumpió Sabino. – Ha dicho usted que Plus Ultra es el grupo neonazi de Ricky. Según nuestros informes, Zafra era el supuesto cabecilla de un grupo de seguidores de la extrema derecha llamado así. No cuadra…

– Quizás su información no es del todo correcta. Hay una conexión entre los Plus Ultra y los Zafra, bueno…para ser más precisos, dos. La ideología y el dinero. La afinidad política es evidente. La conexión económica es más sutil. Tengo entendido que Zafra proporcionaba ayuda económica cada vez que alguno de los Plus Ultra se metía en algún jaleo, pagaba a abogados de uno de los bufetes más caros y prestigiosos del país. Esta gente se dedica a suministrar drogas de diseño a grupos organizados de varias ciudades. También mueven cocaína. Parece ser que el dinero que sacan con esas actividades acaba en empresas tapadera del grupo de Zafra. – explicó Arenas, sudoroso. – Pero cada vez que intentamos procesarles, salen impunes.

– Bueno, nosotros estamos aquí para hablar con Ricky acerca de su conexión con la segunda víctima de los BAC y las supuestas amenazas a un periodista. Si le soy sincero, cualquier delito o falta que no tenga nada que ver con el caso que estamos investigando, es asunto de otros, no hemos venido a resolver problemas locales. – expuso Azpeitia, tratando de poner las cosas claras. – Venga, gracias por la información, pero tenemos trabajo que hacer.

Dicho esto, Azpeitia echó a andar en dirección a la sala donde mantenían incomunicado a Ricky. Con un gesto, ordenó al agente que custodiaba la entrada a la sala que abriese la puerta. Entró con paso firme, Sabino iba unos metros detrás y Arenas se quedó en el pasillo, mirando su móvil.

Una vez dentro, Sabino, sin decir nada y mirando fijamente a los ojos azules de Ricky, cogió una silla y se sentó frente al detenido. Azpeitia dio una vuelta alrededor de la mesa, acercó una silla, pero continuó de pie, andando de un lado a otro como un lobo a punto de atacar a su presa.

Ricky seguía perdonando la vida a los dos agentes. Sabino aguantaba su mirada sin mayor problema, con una sonrisa de medio lado. Finalmente, Azpeitia se sentó y rompió el silencio.

– Buenas tardes. Somos el inspector Muguruza y el subcomisario Azpeitia. – dijo el subcomisario, mientras Ricky se cruzaba de brazos y se recostaba en la silla. – Estamos investigando la muerte de su amigo Roberto Zafra a mano del grupo de extrema izquierda BAC. Según tenemos entendido esas siglas significan Brigadas Anarquistas Catalanas.

Azpeitia estaba improvisando, pensó que dar información falsa a Ricky podría tener dos funciones. La primera, averiguar si el detenido se sorprendía al oír información diferente a la que conocía. La segunda, clasificando a los BAC de extrema izquierda tenía la intención de hacer aflorar el odio del detenido hacia sus enemigos ideológicos, agravado con el hecho de ser catalanes. Tampoco le haría gracia saber que dos investigadores de origen euskera fuesen a interrogarlo.

Sabino se sorprendió al oír hablar a Azpeitia, pero enseguida reconoció su argucia. La había usado en más de una ocasión.

Un ceño fruncido y una mirada de desprecio fue la única respuesta de Ricky, que sin abrir la boca pasó la lengua por debajo de sus finos labios.

– Necesitamos su ayuda para encontrar a esos indeseables. – intervino Sabino. – Tenemos información sobre usted y Zafra, al parecer eran bastante amigos.

Ricky movió ligeramente los hombros, pero se mantuvo callado. Comenzó a mover su pie derecho, haciendo subir y bajar la rodilla.

– Ricardo Poveda Swartz. Su segundo apellido parece alemán, o sea que su madre… – dijo Sabino.

– A mi madre ni la miente… – respondió cortante Ricky.

Su voz era extremadamente grave, impropia de aquel cuerpo escuchimizado.

Ya conocían aquel dato sobre su madre. La madre del detenido, de origen alemán, era la única hija de una madre soltera, funcionaria del Tercer Reich que apareció en Zamora al finalizar la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de otros nazis que llegaron a España en aquella época, Frida Swartz, su abuela, no cambió su nombre, mucho menos su apellido. Su madre, Anne Swartz contrajo matrimonio con un Guardia Civil y dio a luz a tres hijos, de los cuales solo sobrevivió al parto aquel hombre que tenían enfrente. La madre de Ricky murió cuando Ricky tenía poco más de siete años, siendo criado por su abuela paterna.

– Está bien…Vamos al grano, Ricky. – dijo Azpeitia. – ¿De qué conocía usted a Zafra?

Ricky volvió a su posición de descanso, dejó de mover el pie y los miró a los ojos, primero a Azpeitia y después a Sabino. Seguidamente bajó la mirada.

– Podemos estar aquí todo el tiempo que necesites. En Zamora se come de puta madre y no hace tanto calor como en Jaén. No me importaría quedarme unos días hasta que colabores. Tú mismo. – avisó Azpeitia. – Nuestro objetivo es pillar a esos cabrones de los BAC, y pensábamos que un amigo de Zafra nos ayudaría. Nuestros compañeros han hablado con su hermano, Bernardo, quien nos ha conducido a ti. Vámonos Sabino, vamos a tomarnos un café, ya avisará a los agentes cuando quiera hablar.

Azpeitia se levantó y marchó hasta la puerta, dio dos golpes con los nudillos y el agente abrió tras mirar por la ventanilla. Sabino lo siguió sin decir nada.

– Suponía que sería un hueso. – comento Sabino a Azpeitia. – Por cierto, muy bueno lo de las Brigadas Anarquistas Catalanas, ¡igual hasta tienes razón!

– ¿Cómo lo ves? ¿Colaborará? – preguntó Azpeitia, que seguía caminando hasta la puerta principal de la comisaría.

– Joder, ¿decías en serio lo del café? – le respondió Sabino, mientras comprobaba si llevaba el paquete de tabaco en el bolsillo. – Ahora comenzará a pensar. No hemos mencionado sus delitos, así que no se sentirá atacado. Se le ve fuerte, al menos en su faceta psicológica. Un tío duro, curtido en este tipo de discusiones. Supongo que querrá llevar el control de la conversación. Bueno, de aquí un rato lo veremos. Cuando volvamos les habrá dicho a los agentes que quiere hablar. Espero no equivocarme…

– ¡Eso espero! – respondió su jefe, caminando a paso ligero.

Abrió la puerta de la calle y la aguantó abierta para que saliese Sabino.

– Pasa. ¿Sabes, Sabino? Tengo la sensación que el caso Zafra se va ramificando, encontramos posibles pistas, aparece gente a la que interrogar que aporta alguna información, pero no veo una conexión directa con el asesinato. Esa gente, los Zafra, están metidos en temas bastantes sucios, pero en mi opinión, estamos dando palos de ciego. – dijo Azpeitia.

– Sí, ¿pero has pensado en Castro? Fue el primero, y no tenemos absolutamente nada. ¡Nada! Me cuesta creer que no haya una simple huella, algún testigo, es como si los BAC fuesen invisibles. – expuso Sabino, mientras encendía un cigarrillo. – En fin, espero que si seguimos y tiramos del hilo adecuado, todo empezara a cobrar sentido. De momento vamos a tomarnos ese café y a la vuelta veamos si nuestro amigo tiene ganas de contarnos algo.

Cuarenta minutos más tarde, Azpeitia y Sabino estaban de vuelta en la comisaría. El comisario Arenas los esperaba en el pasillo que conducía a la sala.

– Ricky ha accedido a hablar con ustedes. – le dijo el comisario.

– Que detalle, ¡pues no le hagamos esperar! Ponga el equipo de grabación en marcha, por favor. – le contestó Azpeitia mirando de reojo a Sabino.

– La grabación está en marcha desde que Ricky llegó. – respondió Arenas.

Entraron a la sala, esta vez ninguno de los dos tomó asiento. Con los brazos cruzados, en pie frente a uno de los supuestos cabecillas de los Plus Ultra, ambos esperaron que comenzara a hablar. Ricky los miró durante unos segundos y finalmente se echó hacia adelante y apoyó los brazos en la mesa.

– ¿Qué es lo que quieren? – preguntó Ricky con su voz rota.

– Información sobre la relación de Zafra con Plus Ultra. También nos ayudaría que nos contara todo lo que sepa de los enemigos de Zafra. – contestó sin rodeos Sabino.

– Roberto tenía enemigos en todos los sectores de la sociedad, pero ninguno se atrevería a tocarle un pelo. El único que se había atrevido a tocarle los cojones, fue ese periodista catalán, Piñol. Ya sabrán de quien hablo. –  explicó Ricky.

– Por eso Zafra les encargó que lo amenazaran, ¿no? – preguntó Azpeitia.

– Fue un placer ayudar a Roberto, ese Piñol se lo tenía merecido. – murmuró Ricky entre dientes, con la voz aún más grave.

– ¿Admite ser el autor de las amenazas a Pinyol? – preguntó Azpeitia, sorprendido.

– Sí, pero a mí no me lían, ¿de qué me acusan? – dijo Ricky sonriendo fríamente.

Sabino vio varios implantes de oro macizo adornando la dentadura de Ricky, lo que le confería un aspecto todavía más extraño.

– De momento de nada. Ya se lo hemos dicho, queremos entender que ha podido poner a Zafra en el punto de mira de un grupo de asesinos. ¿Es cierto que era el líder de un grupo de extrema derecha? – preguntó Azpeitia.

Aquella pregunta hizo que Ricky dejara de sonreír.

– Plus Ultra es un grupo selecto de patriotas, no se confunda. Roberto era un simpatizante, a veces asistía a las reuniones y nos proporcionaba ayuda. – expuso Ricky, cogiéndose las manos.

– ¿Económica? – intervino Sabino.

– También... – respondió Ricky, impasible.

– ¿O sea, que Zafra financiaba sus reuniones? – preguntó Azpeitia.

– Somos autosuficientes, no necesitamos que nos financien… – respondió Ricky

– Sí, la droga da mucho dinero. – interrumpió Sabino, mirando a los ojos azules de Ricky.

– ¿Qué insinúa? – dijo Ricky, acercándose todo lo que pudo a la cara de Sabino, que permaneció impasible.

– No insinúo nada. Afirmo. Conocemos sus trapicheos con drogas de diseño y cocaína. Sabemos que el dinero obtenido por su grupo de patriotas estaba siendo lavado por empresas del grupo de Zafra. – dijo Sabino imitando el gesto de Ricky. – Ahora que no tienen un mecenas como Zafra, me pregunto cómo se las van a apañar para limpiar el dinero o evitar que los detengan y condenen.

Ricky se echó hacia atrás y frotó su rapada cabeza con ambas manos.

– No me dan miedo. Si me van a detener, adelante. En unas horas estaré otra vez en libertad. No tienen ni idea de donde se están metiendo. Pensáis que sois los defensores de la justicia, el orden y la ley, pero aquí hay un orden preestablecido desde hace siglos, la justicia está a nuestro servicio y las leyes hechas por y para nosotros. – dijo Ricky, ofreciendo sus muñecas a Sabino.

– ¿Cómo? – dijo Azpeitia.

– Que sois parte del teatro, como Arenas y sus agentes. Gente que utilizamos para que la plebe crea que la democracia funciona, que hay gente que los protegen de los malos. Aquí, y me refiero a nuestro país, seguimos mandando los mismos que conseguimos echar a los moros. Los que ganamos la Guerra Civil. Los que tomamos el poder e impusimos una forma de hacer las cosas, la única, la correcta. Los que dirigimos el país en la sombra, pero no salimos en los periódicos. La clase dirigente que manda sin ser vistos. Los que podemos hacer lo que queramos y a los que no podréis meter mano. Nunca. – se jactó Ricky, sonriente, bajo la atenta mirada de Azpeitia y Sabino.

Sabino acababa de escuchar el discurso más elitista que había escuchado en años, quizás en toda su vida. Pensó por un momento que la charla de Bernardo Zafra en el avión había sido una chiquillada comparado con aquello. Aquel neonazi traficante de droga se estaba incluyendo en un club selecto, la clase dirigente, según sus palabras. Con sus dientes de oro, cicatrices y tatuajes, se autoproclamaba parte del grupo de personas que llevaba las riendas de todo un país desde la sombra.

– Le reitero que no es nuestra intención, pero no me toque los cojones. – dijo Azpeitia, levantándose y encarándose a Ricky. – ¿Era Zafra el líder de Plus Ultra?

– No, no hay un líder. Plus Ultra es una organización. Somos muchos, casi tres mil miembros en toda España, Roberto era uno más. – respondió Ricky sin apartar su mirada. – Uno al que echaremos de menos… Hijos de perra esos BAC…

– Entonces, para que me aclare, ¿Zafra era partícipe del tráfico de droga? – preguntó Sabino.

– Roberto no lo aprobaba, no le gustaba, pero nos ayudaba a blanquear los ingresos. El futuro del país está en juego y es preferible que la droga sea manejada por nosotros a que lo hagan bandas de latinos. – dijo Ricky. – Es la única forma de mantener esa gentuza fuera, teniendo grupos autóctonos fuertes.

Sabino no daba crédito a lo que estaba escuchando, Ricky estaba justificando el tráfico de droga por motivos patriotas y xenófobos.

– Entonces, es probable que una banda rival haya eliminado a Zafra. Pensarían que quitándolo de en medio, sería más fácil desbancar a Plus Ultra del negocio de la droga, ¿no? – dijo Sabino.

– No hay banda rival, es nuestro territorio, aquí no tienen huevos de entrar. Dudo que nadie pudiese vincular a Zafra con esos temas, él estaba a otro nivel. Si quieren buscar al asesino de Roberto, tendrán que seguir buscando, no creo que el motivo sea su pertenencia a Plus Ultra. – explicó Ricky, recostándose en la silla y cruzándose de brazos.

Era un gesto muy común. Estaba cansado de hablar y no pensaba decir mucho más. Sabino le hizo un gesto a Azpeitia y salieron de la sala.

– Dime. – le dijo Azpeitia.

– Nada, esto no conduce a nada. Si quieres, empapelamos a Ricky y nos vamos a Valladolid. – comentó Sabino. – Los BAC ya han asesinado a dos personas, Castro y Zafra. Podemos seguir hablando con Ricky durante horas, podemos intentar buscar una conexión, algo que podamos presentar a los de arriba como una posible pista, pero, dime ¿qué piensas tú? ¿Crees que vale la pena continuar? Y lo que ha dicho de la clase dirigente… ¿y si los BAC están cargándose a personas que identifican como parte de esa clase dirigente? Los que tienen ese poder que nos ha contado Ricky, esa casta que nos gobierna.

– Más que hablar, a mí me gustaría poder partirle la cara... – se sinceró Azpeitia. – A mí toda esa palabrería me suena más a teorías conspiratorias que a hechos que se puedan probar. Igual ese discurso grandilocuente le sirve para captar o acojonar a unos cuantos paletos ignorantes, pero dudo que alguien con dos dedos de frente se lo crea. ¿Cómo va a ser ese tipejo uno de los hombres que mandan aquí? ¡Ni aquí, ni en ningún sitio! Creo que no debería probar la mierda que vende, le ha trastornado el poco cerebro que le pueda quedar. Vamos a apretarle un poco más con lo de Pinyol, creo que Ricky sabe algo más de lo que nos cuenta.

– Venga, de acuerdo, vamos. – dijo Sabino, que seguía dándole vueltas al discurso de Ricky.

¿Y si había algo de cierto en todo aquello? ¿Por qué había personas que hiciesen lo que hiciesen siempre salían impunes? Podría nombrar una extensa lista de casos flagrantes, personas que deberían estar pudriéndose entre rejas y que ni tan siquiera entraban en la cárcel, o eran liberados misteriosamente, por algún extraño motivo…

Volvieron a entrar en la sala, Ricky les observaba. Azpeitia se sentó frente a él, mientras Sabino respondía unos mensajes de su esposa en una esquina de la sala.

– Háblenos de Pinyol. – dijo Azpeitia. – Si las BAC son catalanas, tal vez Pinyol tenga algo que ver con ese grupo.

– ¿Brigadas Anarquistas Catalanas o Brigadas Anti Corrupción? ¿En qué quedamos? Según los medios de comunicación son anti corrupción. – preguntó Ricky con su voz cavernosa.

Sabino, de espaldas, imaginó a un hombre corpulento detrás de aquella voz rota y profunda. Cuando se giró, comprobó que Ricky seguía sentado en la silla.

– De momento son brigadas anti corrupción, pero esta misma mañana se ha filtrado un documento donde se las denomina de la otra forma. – explico Azpeitia. – Además, si es parte de ese grupo selecto que maneja los hilos de nuestra sociedad, debería saber quién se atreve a enfrentarse a ustedes, ¿no?

Al oír aquellas palabras, Sabino se fijó en la reacción de Ricky. Cerró levemente los parpados de sus ojos azules y apretó la mandíbula. Azpeitia estaba poniéndolo a prueba, haciéndole saber que dudaba de lo que había expuesto hacía tan solo unos minutos. Ricky se crujió los nudillos de ambas manos, cerró los puños y dio con ellos un golpe seco encima de la mesa.

El comisario Arenas, en la sala de control, ordenó a dos de los agentes de paisano que fuesen corriendo hacia la puerta de la sala.

Azpeitia ni se inmutó. Sabino se acercó lentamente a la silla situada a la izquierda de su jefe. Se apoyó en el respaldo.

– Esos BAC tienen los días contados, sean quienes sean. Han asesinado a uno de los nuestros. Roberto ha sido humillado, matado como un animal. Los que hayan hecho eso van a pagar, pero no con la cárcel, sino con un castigo ejemplar. – explicó Ricky, con un tono pausado, pero odio en la mirada.

– Pinyol. No nos has contado nada de las amenazas. – reiteró Sabino. – Tenemos un correo electrónico de Zafra dirigido a ti y un tal Jimmy.

– Conseguimos su dirección y enviamos a un grupo de simpatizantes a hacer un poco de ruido. Ya sabéis, pintadas, alguna pregunta a los vecinos, para que supiese que conocíamos dónde vivía… Sé que también hicieron algo con sus empresas, con las páginas web, creo. Querían modificarlas y al final no pudieron. Ese tipo ni se inmuto, por lo que me contaron, pasaron más miedo los vecinos. ¿Me van a detener por eso? – finalizó Ricky, con arrogancia.

– Eso es cosa nuestra, tú intenta responder a nuestras preguntas. – dijo Azpeitia. – No entiendo a qué viene esa fijación con Pinyol.

– Eso debería contestarlo Zafra, pero no va a poder ser. Somos leales y nos ayudamos entre nosotros. Zafra me explicó lo que había pasado con Piñol. Intentamos ayudarle, no le pregunté sus motivos. – respondió Ricky.

– Intentamos, has dicho intentamos. ¿Tú y quien más? ¿Jimmy? – preguntó Sabino.

– Yo no fui a Barcelona, fueron algunos de nuestros hombres. – dijo Ricky.

– ¿Y ese Jimmy? Cuéntanos lo que sepas. – añadió Azpeitia.

– ¿Piensan que soy un confidente? Sé que van a hablar con él también… Es todo lo que voy a decirles sobre Jimmy. Hagan su trabajo. Investiguen. – respondió Ricky, altivo.

Aquella respuesta dejó fuera de juego a Sabino. ¿Cómo podía saber aquel individuo los planes que tenían? Azpeitia miró a Sabino con el ceño fruncido, intentó cambiar la estrategia.

– ¿Castro también era de los vuestros? – preguntó Azpeitia. – ¿Era un Plus Ultra?

Ricky entornó los ojos de nuevo y pasó la lengua por debajo de su labio inferior.

– Diría que no… No, no me suena. - dijo finalmente Ricky, transcurridos unos segundos de tenso silencio.

Sabino no vio ningún atisbo de mentira en sus gestos.

– ¿Nos puede facilitar información o algún contacto que pueda verificar eso? ¿Con quién más podemos hablar? – preguntó Azpeitia.

– No les voy a dar ningún nombre. – contestó Ricky, tajante. – Piñol. Hablen con él. Ese es vuestro hombre. Ese periodista es muy listo y los tiene bien puestos. Consiguió mucha información cuando investigó a Zafra. Lean la parte del artículo que no fue publicada. Ahí obtendrán información que puede responder muchas de sus preguntas. Me quiero ir a casa. Hemos acabado.

El tono de la última frase de Ricky no sonó a pregunta. Fue una orden. Sabino miró a su jefe. Ambos, serios, no supieron cómo reaccionar. Lo que iba a ser una conversación con el supuesto cabecilla de un grupo neonazi sobre su relación con Zafra había abierto un amplio abanico de posibilidades en la investigación en lugar de encauzarla a algo concreto.

– Bueno, creo que la charla no da para más. Si quieres, lo dejamos aquí… A no ser que tengas alguna pregunta. – dijo Sabino finalmente.

Azpeitia, a quien se acababa de dirigir, permanecía pensativo, en silencio, mirando hacia una de las cámaras de la sala, o eso parecía. Negó con la cabeza.

– Díganle a Arenas que me suelte, estoy harto de estar aquí. – dijo Ricky con su voz profunda, casi susurrando.

Sin decir nada, Azpeitia y Sabino abandonaron la estancia. Sabino, algo cabizbajo estaba bastante decepcionado con todo lo ocurrido. Todo lo que había escuchado en aquel rato no hacía más que generar ruido, más dudas en torno a los dos asesinatos.

– Tenemos que ir a Valladolid y hablar con Jimmy. Eso sí, a Ricky lo deben mantener aquí encerrado hasta que lleguemos allí. – dijo Azpeitia. – También debemos enviar copia de la grabación al resto del equipo, urgentemente.

– Pues tendremos que avisar a Valladolid, se supone que al otro pájaro lo tienen retenido desde esta mañana, ¿no? – contestó Sabino. – Aunque, ahora que pienso, si Ricky, uno de los líderes de este país nos ha contado la verdad, sus acólitos sabrán perfectamente lo que deben hacer.

– ¿Qué quieres decir? – preguntó Azpeitia, extrañado ante el tono irónico de Sabino.

– Quiero decir que, si Ricky es parte de una organización de ese calibre, pueden tener infiltrados en cualquier sitio, incluso en la policía. ¿Quién te puede asegurar que el mismo Arenas no es uno de ellos? ¿O yo? ¿O tú?... – dijo Sabino, pensativo.

– ¡No me toques los cojones! ¿Yo perteneciendo a un grupo como Plus Ultra? – replicó Azpeitia, ofendido. – Antes que nada, lo que tenemos que hacer es saber si lo que nos ha contado Ricky es cierto o al menos en parte. Llamemos a Gracia y que mueva hilos para investigar eso. Nosotros no podemos cubrir todos los frentes abiertos. Que destinen un grupo a identificar miembros de Plus Ultra y sus posibles conexiones con los círculos de poder y nosotros nos dedicamos a investigar las muertes de Castro y Zafra, que ya me parece bastante trabajo. ¿No crees?

Sabino no sabía que pensar, todo se estaba enredando a un ritmo vertiginoso. Era incapaz de procesar toda la información que estaban recibiendo. Las posibles ramificaciones del caso crecían a cada paso que daban. En lugar de ir estrechando el círculo, aparecían más alternativas.

– Venga pues. Llama a Gracia y que comiencen a moverse. Voy a pedir la grabación a Arenas, si te parece bien. – dijo Sabino. – También hablaré con Eva y enviaré un email resumiendo la conversación a todo el grupo.

Sabino se dirigió a la calle, para poder echar un cigarrillo mientras charlaba con Eva. Fue una conversación corta, ya que ella estaba esperando la llamada de confirmación de su viaje a Barcelona.

– Okey, pues venga, os envío un email con las impresiones que me ha dado Ricky. Sí. Dame unos minutos. Venga, hasta luego. ¿Qué? Sí, partimos para Valladolid en cuanto escriba el informe, consigamos la grabación y nos despidamos de esta gente. – se despidió Sabino de Eva.

Aprovechó para llamar a su casa y hablar con su mujer, no quería preocuparla. De vuelta en la comisaría, abrió su portátil en una mesa vacía y comenzó a redactar a toda velocidad un email donde explicaba lo que habían hablado con Ricky. También hizo hincapié en su perfil psicológico, resaltó su fuerte personalidad y explicó que no parecía mentir en ningún momento. Daba la impresión que el discurso de Ricky era veraz, eso era lo que más le preocupaba. Envió el correo, sin revisarlo. Veinte minutos más tarde, hablaba con Arenas en su despacho.

– ¿Cómo que es analógico? ¿Y cuánto tiempo tardan en digitalizarlo? – preguntaba sorprendido Sabino.

– Estamos en Zamora, aquí los avances tardan un poco más en llegar. Los presupuestos se destinan a ciudades grandes, como Barcelona, Madrid o Bilbao, ¿qué pensabas? – le contestó Arenas, paciente. – Pues les llevará como mínimo un par de horas. Habla con el informático y que se ponga a hacerlo de inmediato, dale los detalles a él. Se sienta allí, el de gafas. Dile donde tiene que poner la información.

Sabino resopló y se dirigió a la mesa que señalaba Arenas. De hecho, era la única mesa con dos monitores y sin papeles encima de toda la oficina. Explicó al agente que necesitaba la grabación de la conversación con Ricky en soporte digital y le envió por email el enlace al servidor donde colgar el video. Cuando terminaba de charlar con el informático, Azpeitia, que entraba en el despacho de Arenas, le llamó.

– Dime Ander. – dijo Sabino entrando y cerrando la puerta del despacho.

– Acabo de hablar con Gracia. Comisario, creemos que es importante que retengan a Ricky incomunicado hasta que les avisemos de nuestra llegada a Valladolid y estemos hablando con su compinche. – comentó Azpeitia, mientras se remetía la camisa en el pantalón.

– De acuerdo, no le quepa duda alguna que así será, pero eso no va a evitar que hayan hablado antes. – contestó Arenas, algo molesto con las órdenes. – ¿Cuándo tienen previsto salir?

– Ya he avisado a nuestro conductor, pasa a recogernos en cinco minutos. – contestó Azpeitia.

– Bueno, ha sido un placer poder ayudarles en la investigación, que tengan suerte. – dijo Arenas, estrechando sus manos.

Acto seguido, cogió una carpeta que tenía sobre su mesa y comenzó a leer. Tanto Azpeitia como Sabino interpretaron aquello como una despedida, así que le dieron las gracias farfullando entre dientes y se marcharon.

– Hablemos fuera. – le indicó Azpeitia a Sabino tras recoger sus cosas.

Sabino asintió con la cabeza y siguió a su jefe. Algo raro estaba pasando, esperaba que Azpeitia no tardara en darle una explicación. Encendió un cigarrillo y dejó la mochila del portátil en la acera, entre las piernas.

– ¿Dónde está Pino? – preguntó Sabino.

– Calla y sígueme. – dijo Azpeitia, misterioso, usando un tono de voz más bajo de lo usual.

Sabino cogió la mochila y echó a andar. De reojo notó que algo se movía dentro de un Volkswagen Beetle color gris ceniza que estaba aparcado en una zona prohibida, justo enfrente de la comisaría. Hizo ver que se le había apagado el cigarrillo y lo encendía de nuevo, aprovechando la parada para mirar hacia el coche. El coche era una pieza de coleccionista, un coche de los años cuarenta, completamente restaurado. En su interior, había dos hombres corpulentos. El conductor lucía su musculoso brazo tatuado apoyándolo en la ventanilla. Azpeitia se giró para ver porque Sabino no le seguía y le hizo un gesto con la mano.

– Vamos, date prisa. – dijo Azpeitia, mirando su reloj y metiéndose la mano derecha en el bolsillo de su pantalón.

Sabino escuchó un ruido sordo, como un fuerte impacto. Instintivamente, echó mano a su pistola, en su costado izquierdo, bajo la americana. Solo necesitó unas décimas de segundo para identificar la fuente del ruido que lo había alarmado antes de sacar su arma. Los dos ocupantes del coche discutían acaloradamente entre ellos y el conductor había lanzado un sonoro manotazo a la puerta del coche. Sabino intentó calmarse, estaba tenso. Azpeitia resoplaba unos metros por delante de él, haciéndole gestos.

– Deben ser los hombres de Ricky, estarán esperando que salga de comisaría. – murmuró Azpeitia cuando Sabino se puso a su altura. – Pino nos está esperando en la calle de abajo.

– ¿A qué viene todo esto? Joder, Ander, ¡me estas mosqueando…! – dijo Sabino intentando seguir el ritmo de su jefe.

Sabino miró un momento hacia atrás y comprobó que los presuntos secuaces de Ricky continuaban dentro del coche. Eso le tranquilizó, pero no lo suficiente. Otra vez le asaltó la duda. Desde que había sido padre, su subconsciente le transmitía señales de temor, intranquilidad, sobre todo en situaciones como aquella. Había llegado incluso a pensar en dejar su trabajo y buscar algo más tranquilo y seguro. No era un cobarde, lo había demostrado en infinidad de ocasiones, pero algún proceso químico dentro de su cerebro había cambiado tras la paternidad. Veía situaciones peligrosas donde antes había tensión, acción y subidas de adrenalina.

– ¡Sabino! Coño, ¡que te pasas! – le gritó Azpeitia, que entraba en un coche negro.

Había andado casi ocho metros de más. El coche que les había llevado hasta Zamora estaba aparcado en la calle, brillante otra vez y con el teniente Pino al volante. La cara de su jefe, mezcla de preocupación y de confusión lo decía todo. Deshizo sus últimos pasos y se metió en la parte de atrás del coche.

– Ya me lo explicaras más tarde. – dijo Azpeitia a Sabino. – Teniente, buenas. A Valladolid, a toda leche, por favor.

– Buenas, señores. Parece que tienen prisa. ¡Allá vamos! – contestó Pino, maniobrando para salir del aparcamiento y emprendiendo el camino.

Azpeitia se giró para mirar de nuevo a Sabino, que seguía como hipnotizado. Ni el mismo se reconocía, no sabía que le estaba pasando. Iba camino a los cuarenta, pero no creía en esas crisis inventadas por los psicólogos. Toda su vida había soñado con tener un trabajo así, investigando crímenes, persiguiendo a los malos y ahora comenzaba a dudar. Decidió posponer su autoanálisis y concentrarse en el trabajo.

– Perdona Ander, no sé qué me pasa últimamente. – dijo Sabino, serio, mirando por el retrovisor al conductor. – Hola Lucas, ¿todo bien?

– Sí, cuando les deje fui a limpiar el coche, llene el depósito y después a dormir un rato, gracias por su interés. – dijo Pino, sin apartar la vista de la calle. – Tenemos una hora escasa de camino, dependiendo del tráfico y de lo que le pise. Supongo que el destino sigue siendo el mismo, ¿no?

– Vamos a la comisaría de la Nacional en Valladolid. Lo que ha cambiado es el horario, teniente. – contestó Azpeitia, mirando a Sabino – Hemos adelantado la entrevista que teníamos con Jimmy. Por favor, Pino, pare un momento cuando pueda, tengo que comentar una cosa con el inspector.

Minutos después, una vez en la autovía, Pino detuvo el coche en un área de servicio. Azpeitia bajó del coche junto con Sabino y se alejaron unos metros, dándole la espalda al coche.

– Ander, perdona por lo de antes, no sé qué me ha pasado… de veras. Por un momento he pensado que nos disparaban. – se disculpó Sabino.

– Nada, ya hablaremos de eso, ahora centrémonos en el caso. He hablado con Gracia y sinceramente no sé qué opinar, por eso quiero comentarlo contigo. Sabino, nos conocemos hace tiempo y creo que podemos confiar el uno en el otro, ¿no? – dijo Azpeitia, sin esperar contestación.

Aquella frase, lejos de calmar a Sabino, lo preocupó aún más. Se acercó a su jefe unos centímetros.

– Cuando terminamos de hablar con Ricky llamé a Gracia, pero estaba ocupado, así que me llamó él al cabo de unos minutos. Le he comentado el asunto de Plus Ultra, el discurso de Ricky y su supuesta impunidad, ya sabes, posibles tratos de favor, cosas que se pueden investigar. También le he pedido que pusiera algunos hombres a buscar quienes son los miembros. Le he recordado que algunos de esos datos no constaban en el informe de Zafra… – explicó Ander Azpeitia.

– ¿Y qué te dijo? – le interrumpió Sabino.

– ¡Pues eso es lo que me ha chocado más! Daba la impresión que quería encubrir o disculpar algo. ¡Joder, solo me ha faltado ver a esos nazis en la puerta de la comisaría! También he pensado que nos esperaban para tirotearnos. No eres el único que se ha asustado. ¡Teorías de la conspiración, Sabino! No sé, Arenas no ha sido un policía ejemplar, parecía que nos quería liar, por otro lado, Gracia intentando convencerme que el supuesto poder de los Plus Ultra es una patraña, que me olvidara del tema e insistiendo en que nos centremos en los asesinatos. ¡Me cago en la hostia!, esto se está complicando Sabino. No me gusta. – contestó Azpeitia, cabizbajo.

– A ver si al final resulta que las fanfarronadas del flacucho son ciertas. ¿Sabes?, siempre he pensado que era así, que en este puto país siempre mandan los mismos, desde hace mucho tiempo, pero encontrarte a uno de ellos cara a cara y que te lo suelte, así, como el que te cuenta que ayer fue a robar peras al huerto del tío Herminio… ¿Crees que nos podemos fiar de los otros? Me refiero a Eva, Diego y Álvaro. – preguntó Sabino.

– ¡Ya no sé quién es de fiar o quien no! Tampoco si esto es cierto o un puto montaje. Tú has estado trabajando con ellos… – dijo Azpeitia, un tanto exaltado y dándose cuenta que había elevado demasiado el tono de voz.

Bajó el volumen y se acercó de nuevo a Sabino.

– ¿Sabes?, estamos en un punto en el que posiblemente no haya marcha atrás. De momento, no digamos nada a nadie más, si preguntan, nos hacemos los locos o les respondemos con ambigüedad. Y lo de Gracia, no sé, me tiene mosca. Cuando terminé de hablar con él, hice una llamada a mi contacto en Valladolid, el capitán Blanch. Le he dicho que íbamos de camino y me contestó que lo tenían todo listo. Me ha sonado raro, como si alguien hubiese contactado con la comisaría avisando de nuestro cambio de planes. ¿Tú le has comentado algo a alguien? – dijo Azpeitia.

– No, lo hemos hablado en el pasillo. Quizás lo ha oído alguien, piensa que se lo hemos mencionado a Arenas, cuando nos despedíamos. – concluyó Sabino.

– ¡Mierda! En fin, a ver como acaba esto… – dijo Azpeitia mirando hacia el coche.

Dieron la vuelta y se montaron en el coche. Pino volvió a entrar en la autovía y puso la radio. Callados, sin siquiera mirarse durante cerca de un cuarto de hora, los dos investigadores daban vueltas a lo que estaba pasando. Sabino seguía serio, como ausente, mientras miraba las fotos de su esposa y su hija en el móvil. Azpeitia miró por la ventanilla y después hacia atrás. Llevaba rato observando y notó que llevaban el mismo coche detrás desde hacía un buen rato. Con un gesto con los ojos le indicó a Sabino que mirara. ¿Los estarían siguiendo?

Sabino también se giró y vio aquel Ford Mondeo rojo con dos personas dentro. Iban demasiado cerca, sin mantener la distancia de seguridad, todo y que Pino circulaban casi a ciento sesenta kilómetros por hora. Eran dos hombres corpulentos que llevaban el pelo corto y gafas de sol tipo aviador. Una señal indicaba que faltaban tres kilómetros para llegar a un pueblo llamado Toro. Estaba sonando una canción de Madonna, Like a virgin. Sabino hizo gestos a Pino para que apagase la radio y le pidió que se detuviese en el próximo pueblo con la excusa de ir al baño. Quería comprobar que hacía aquel coche.

De repente, sintió la necesidad de hablar con su esposa, era consciente que no podía explicar nada de lo que estaba ocurriendo, pero le ayudaría a evadirse unos minutos, volver al mundo real, su familia, su mujer, su hija… No podía permitirse el lujo de no verla crecer, estar a su lado. Segundos más tarde, acababa de tomar una decisión, una de las más importantes de su vida. Con el coche parado en un área de servicio, Sabino se encaminó a la parte de atrás después de pasar por el cuarto de baño.

– Mentxu, ¡que hay! Pues mira, aquí, cerca de Valladolid, en un pueblo que se llama Toro. ¿Cómo estáis? ¡Bien! ¿Y la peque? Claro, claro que os echo de menos. Oye, he estado pensado seriamente lo que hablamos el otro día. – Sabino bajó drásticamente el tono de voz. – Si cariño, lo del trabajo. ¡Pues claro que lo he pensado bien! Llevo días dándole vueltas. Voy a decírselo a Ander. Sí, lo entenderá. No, ¡tranquila! Después de lo de Valladolid hablaré a solas con él. Sí, después te llamo y te lo explico, por supuesto. Venga, un beso. Dale un achuchón a la niña.

Sabino encendió un cigarrillo y miró hacia el cielo, sonriendo. Suspiró aliviado, como quien se quita un peso de encima. Metió su mano derecha en el bolsillo de su pantalón para dejar el móvil. Vibró, así que lo sacó de nuevo para ver que era. Su mujer acababa de enviarle una foto de su hija que le hizo sonreír de nuevo. Miró hacia el restaurante de carretera donde habían parado. Azpeitia le observaba en la distancia, serio. No podía dejarlo tirado, la decisión estaba tomada, pero era un profesional y acabaría su trabajo. Apagó el cigarro de un pisotón y se reunió con sus compañeros de viaje. Entraron al bar.

– Una Coca-Cola, ¡de lata por favor! – dijo Sabino al camarero.

– ¿Todo bien por casa? – preguntó Azpeitia.

– Sí, todo en orden. ¿Qué vamos a hacer con Jimmy? ¿Has pensado algo? - preguntó Sabino.

– Improvisaremos, sobre la marcha. Ya veremos qué ambiente nos encontramos. ¿Te leíste la ficha de Jimmy? – dijo Azpeitia. – He estado releyendo los mensajes sobre los casos. En los emails de Zafra, aparte de Ricky y Jimmy, también aparece un tal Pablo. Sinceramente, con el rollo paranoico se me había pasado completamente. Recuerda que le preguntemos a Jimmy.

– Sí, lo leí. Tampoco recordaba lo de ese Pablo, menuda cagada. Oye, cuando terminemos con lo de Jimmy me gustaría hablar contigo. – dijo Sabino, intentando aparentar normalidad.

– ¿Y por qué no hablamos ahora? – preguntó Azpeitia con una mirada inquisitiva.

– No, dejémoslo para cuando acabemos el interrogatorio. ¿Qué piensas de lo del coche? ¿Nos seguían? – dijo Sabino, desviando la atención.

– Han seguido la ruta sin mirar cuando nos hemos desviado. He mandado la matricula a la central, a ver que encuentran. – dijo Ander. – Diría que sí, pero uno ya no sabe que pensar…

– ¡Joder! – fue todo lo que acertó a contestar Sabino, serio. - ¿Crees que habrán avisado a Jimmy?

– Si lo han mantenido aislado no debería saber nada de lo ocurrido en Zamora. Solo sabe que está retenido para interrogarlo sobre la relación con Zafra. Eso es todo. ¿Estás ya? Tengo ganas de hablar con ese tipo. – dijo Azpeitia, mirando a Pino, que se acercaba. – Cuando quiera, cabo, reemprendamos la marcha.

Diez minutos más tarde, Azpeitia recibió un mensaje con información sobre el coche rojo. Por lo visto era propiedad de una empresa agrícola de Zamora y no constaba conductor habitual. Tanto el coche como el seguro estaban a nombre de Albentosa e Hijos, sociedad limitada, con registro civil en un pueblo de Zamora. No fue de gran ayuda.

Casi una hora más tarde, y tras un retraso ocasionado por una pequeña retención en un tramo en obras de la A-62, el Audi A6 estacionaba en el aparcamiento de la comisaría de la Policía Nacional de Valladolid. Sabino comprobó que eran unas instalaciones modernas, nada que ver con las de Zamora. El inspector, algo intranquilo durante todo el trayecto, no había vuelto a ver el Mondeo, pero si a un Toyota Land Cruiser verde con otros dos hombres de aspecto similar. También enviaron la matricula a la central para identificar a los propietarios. Aún no habían recibido la información.

El capitán Blanch los recibió en la entrada de la comisaría. Era un hombre de unos cuarenta años, alto, muy alto y con barba. A Sabino le recordó a López Iturriaga, el famoso jugador de baloncesto de los años ochenta.

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