BAC

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Capítulo 60

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Capítulo 60

El murmullo de las olas y el griterío de los niños en la orilla de la playa no impedían a Diego estar en un estado de agradable somnolencia. Se hallaba tumbado boca abajo sobre la enorme toalla, ni despierto ni dormido, en ese punto intermedio donde se pierde la conciencia de lo que pasa alrededor. Recibió un golpe.

– ¡Perdona…! – gritó Álvaro disculpándose, con una pala en la mano derecha. – ¡Pásamela!

Diego, semiinconsciente aún, buscó el objeto que le había golpeado en la espalda. Encontró la pelota en un pliegue de la toalla y la lanzó a su compañero de investigación. Álvaro jugaba a tenis playa con Carmen a unos metros de la toalla donde estaba tumbado. Se entretuvo viendo como intercambiaban golpes. Estaba convencido de que lo habían hecho a propósito, le habían lanzado la pelota para que no se durmiese. Era evidente, viendo el ritmo al que se devolvían la pelota con aquellas pequeñas raquetas. Buscó a Eva. Miró al mar, en dirección al horizonte, y vio que alguien nadaba cerca de la boya que marcaba el límite para los bañistas, lejos, muy lejos. Era Eva, reconoció el estilo de sus brazadas, largas, limpias, sin apenas salpicar agua. Eva y Diego llevaban cuatro días de vacaciones en aquel lugar.

Un paraíso, como lo llamaba Eva. Carmen y Álvaro se unieron a ellos hacía tan solo un día. Diego miró al cielo, azul y despejado, sin rastro de nubes. Suspiró profundamente. Movió su brazo, ya casi no tenía molestias, hacer los ejercicios que le recomendó el fisioterapeuta estaba empezando a surtir un efecto positivo. Aprovechó e hizo unas repeticiones de los ejercicios para recuperar la flexibilidad natural de su brazo.

Habían pasado doce días desde la reunión donde sus jefes habían dado por finalizada la investigación de los asesinatos perpetrados por los BAC. Doce días, doce, donde Diego no había parado de pensar en aquella reunión. Le parecía un desenlace un tanto extraño, demasiado repentino. Su jefe, con quien discutió sobre el tema, le recomendó que lo olvidase y se tomase unas vacaciones. Lo mismo ocurrió con Eva, Olga y Álvaro.

Olga se encontraba en Cuba, con una amiga de la comisaría, “follándose todos los mulatos que podía” como le había confesado por WhatsApp a Eva. Sonrió. Volvió a buscar a Eva y vio que ya nadaba en dirección a la orilla. Pensó en Sabino, que se encontraba de vacaciones con su familia, en Alicante. También pensó en Ander, a quien habían readmitido en su puesto tras comprobar que no tenía nada que ver con los BAC. Los BAC, la banda de asesinos que, al parecer, habían ayudado a desactivar. No habían vuelto a aparecer cadáveres marcados con aquellas sangrientas iniciales. Todo parecía tranquilo, todo había vuelto a su cauce.

Continuó con sus ejercicios mientras contemplaba la destreza de Carmen y Álvaro con la raqueta. Detuvo su mirada en Carmen. Era atlética y guapa, mucho. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada de aquel minúsculo tanga que dejaba al descubierto casi todos sus encantos.

Se giró y vio que Eva volvía andando en dirección hacia donde se encontraba. Se levantó con una toalla en la mano y se acercó a ella. La cubrió con la toalla, le apartó el pelo de la cara y la besó, mirándole a los ojos, aquellos increíbles ojos azules. Estaba enamorado de aquella mujer.

– ¿Qué? ¿Cómo ha ido el baño? – preguntó Diego.

– El agua esta perfecta para nadar, te lo has perdido. – respondió Eva secándose el pelo.

– Vale. ¡Parejita! ¿Nos vamos a comer? – gritó Diego, dirigiéndose a Álvaro y Carmen.

– ¡Vale! – respondió Carmen sin dejar de devolver la pelota a Álvaro.

Segundos después, ante la mirada inquisitiva de Diego, Álvaro, en lugar de devolver una pelota la cogió con la mano y se acercó al sitio donde tenían plantadas las toallas. Metió la pelota y su raqueta en una mochila. Esperó a que Carmen se acercase e hizo lo mismo con la suya.

– Me voy a dar un chapuzón rápido para quitarme el sudor. – dijo Carmen, dirigiéndose corriendo hacia el agua.

– ¡Espera! ¡Voy contigo! – dijo Álvaro, saliendo disparado detrás de su pareja. – Hacen muy buena pareja. ¡Parece mentira, pero es así! – dijo Eva, susurrando a Diego en el oído.

Eva siguió con la mirada a aquel par de enamorados, que, como adolescentes, se salpicaban agua el uno al otro cerca de la orilla.

– Sí, se les ve muy compenetrados. – dijo Diego, mirando a Eva.

Se sentaron en la toalla y esperaron a sus compañeros de escapada. Se fundieron en un beso, largo. Juntaron sus cuerpos calientes por el sol.

– ¡Dejad algo para después! – les dijo Álvaro, que había vuelto del agua.

Carmen se secó ligeramente con la toalla y se colocó una amplia camiseta. Álvaro sacó su camiseta sin mangas de la mochila y se la puso.

– Listos, ¿dónde vamos? – preguntó Carmen, sonriente.

– Podríamos llevarles al restaurante donde estuvimos el miércoles, ¿no crees? – preguntó Eva a Diego.

– ¿Al argentino? ¡Si! Hacen una carne a la brasa espectacular... – dijo Diego mirando a Álvaro. – Tío, dijimos sin móviles, vamos a disfrutar de las vacaciones.

Álvaro, que tenía el móvil en la mano, volvió a dejarlo dentro de la mochila y se colocó las gafas de sol.

– ¿A qué hora tenemos la inmersión? ¿Era a las cuatro o a las cinco? – preguntó Carmen.

– A las cuatro y media o así salimos hacia la cala, comenzamos a las cinco. – respondió Eva, recogiéndose el pelo en una coleta.

– Vamos en nuestro coche, está ahí mismo. – propuso Álvaro. – Por cierto, Sherlock, ¿cuándo nos vas a contar tus aventuras? Me gustaría oír de tus labios como pillaste al asesino del trece… Eva, ¿a ti te lo ha contado?

– Que va, no quiere ni hablar del tema. – respondió Eva negando con la cabeza.

– Algún día, no me presionéis. – dijo Diego.

– ¿El asesino del trece? ¿Aquel colgado de Barcelona? ¡No jodas! ¿Eres tú el policía que lo pilló? – preguntó  Carmen sorprendida.

– Sí, el mismo. ¿No te lo había dicho? – dijo Álvaro abriendo la puerta del conductor y sentándose.

– No fui yo solo, éramos un equipo. – explicó Diego, ya sentado en la parte trasera, mientras se colocaba el cinturón de seguridad.

– No es lo que se cuenta… El joven policía que, casi por su cuenta, se puso a investigar los asesinatos hasta descubrir al asesino. – replicó Álvaro dándole un tono un tanto épico y algo exagerado a sus palabras.

– Te aseguro que no fue así… Es una larga historia, da para escribir un libro. – dijo Diego.

– Vale, está claro que no quieres explicar nada… Anda, Álvaro tira, no viene nadie. – indicó Eva a Álvaro.

– Una lástima, me encantaría oírlo. – dijo Carmen, arrugando la frente y sus labios.

Diego, serio, desde el asiento trasero, hizo caso omiso a los ruegos de sus compañeros. Solo abrió la boca para dar indicaciones a Álvaro sobre la ruta para llegar al restaurante.

– Ya veréis, os vais a chupar los dedos. Las costillas están espectaculares. – explicaba Eva a Carmen.

– No le des tanto bombo que con estas cosas pasa como con las películas. La gente espera algo espectacular y después se decepciona… – dijo Diego, agradecido por el cambio de tema. – La próxima a la derecha y aparca cuando puedas. Estaremos a cinco minutos, aparcar más cerca será imposible, el otro día tuvimos que dejarlo en la calle principal después de dar dos vueltas buscando sitio.

– ¿Cuál de ellos? Según me ha dicho Eva, ya habéis venido tres veces. – preguntó Carmen con cierto cachondeo.

– Bueno, ya sabéis, vas a un sitio que no conoces de vacaciones y cuando encuentras un restaurante medio decente repites más de un día. No me digáis que no lo habéis hecho nunca. – dijo Diego.

– Pues la verdad es que sí. – dijo Álvaro, deteniendo el coche. – Mejor os bajáis, ese aparcamiento parece un poco estrecho.

Eva, Carmen y Diego bajaron mientras esperaban a que otro coche saliese de un aparcamiento. Tras efectuar dos intentos, Álvaro consiguió encajar el vehículo en un estrecho hueco. Salió del coche no sin antes realizar ciertas maniobras de contorsionismo.

– Joder, que mal aparca la gente aquí… – se quejó Álvaro, volviendo la cabeza para mirar el sitio donde había dejado el coche.

– Relájate… Estás de vacaciones, ¡disfrútalas! – le dijo Carmen, echándole su brazo derecho sobre el hombro y dándole un beso.

Era la primera muestra de afecto en público que Diego observó entre Carmen y Álvaro, ya que el beso fue apasionado, en la boca.

Buscó la mano izquierda de Eva y la agarró. Ellos si habían demostrado su amor de forma efusiva en más de una ocasión, sin importar quien lo viese. Aquello provocaba algo de envidia en Álvaro, a juzgar por las miradas que Diego advirtió. Se preguntaba si era por las demostraciones públicas de amor o por el hecho que Eva fuese la persona a la que besaba. Tenía la sospecha que Álvaro sentía algo por Eva, al menos, hasta conocer a Carmen. Avanzaron hasta la puerta del restaurante, donde había un grupo de gente.

– ¿Siempre está así? ¿Hay que esperar? – preguntó curiosa Carmen.

– Bueno… sí, pero suelen ir rápido, al menos si se trata de una pareja. Siendo dos parejas, igual nos toca esperar algo más. – dijo Eva asomando la cabeza entre la gente.

Diego se acercó hasta el atril donde una camarera, una bella mulata, contemplaba seria las personas que esperaban.

– Hola, somos cuatro, ¿para cuanto tenemos? – preguntó Diego.

– Hey, ¡hola! ¿Otra vez por aquí? – dijo la chica con acento cubano.

– Sí, es que aquí todo está buenísimo… – dijo Diego, con picardía.

Diego se acercó al oído de la camarera, le dijo algo y ella miró con curiosidad hacia donde se encontraban sus tres compañeros.

– Espera que miro dentro. Te digo algo. – dijo la camarera, dirigiéndose al interior del local.

– ¿Qué? ¿Otra vez ligando con Rihanna? – preguntó Eva a Diego cuando volvió. – Esa pájara le tira los trastos desde la primera vez que vinimos…

– Después os cuento la verdad… – dijo Diego, advirtiendo que la camarera volvía.

– Os puedo preparar un sitio, es un poco apretado, pero pasáis ahora mismo si queréis. Tengo tres parejas, dos grupos de seis y otro de diez esperando. – dijo la camarera haciéndoles un gesto para que pasasen detrás de ella.

Álvaro entendió la comparación de Eva. Aquella mujer tenía bastante parecido con la famosa cantante. Siguió el voluptuoso caminar de la camarera hasta una esquina, donde había una pequeña mesa rodeada por cuatro taburetes. Tenían la televisión del restaurante justo encima, Diego la miró de reojo, tenían sintonizado un canal local y el volumen bastante alto.

La camarera se hecho a un lado y los dejó pasar. Se entretuvo a hablar con Diego, que charlaba con ella amistosamente.

– Necesito ir al baño, ¿me acompañas? – preguntó Carmen.

– Sí, vamos, es por allí. Toma. – respondió Eva, acercando el bolso a Diego.

La camarera volvió a su sitio en el exterior del local entre vaivenes de sus caderas, ante la atenta mirada de la mayoría de los hombres que había sentados en el restaurante.

– ¡Joder! ¡Que guapa es la tía! – dijo Álvaro admirado.

– Mucho. Inteligente, simpática y guapa. Tiene dos carreras y este curso empieza un master. – dijo Diego.

– Impresionante… – dijo Álvaro.

A Álvaro le pareció una mujer muy atractiva, pero también le resultó admirable el magnetismo que generaba Diego. Su compañero resultaba atractivo al sexo contrario. Sin buscarlo, sin pretensiones. Lo tenía frente a él. Lo observó una vez más. A sus ojos, era un tipo normal. No era guapo, ni muy alto, ni tampoco fuerte. Tampoco era un derroche de simpatía, ni tenía un don de palabra especial. Era más bien soso, pero poseía algún tipo de halo que atraía a las mujeres. Lo miró atento. Quizá era su forma de interactuar, siempre buscando el contacto con los ojos de los demás. Su mirada, siempre sincera y la plasticidad de sus movimientos, debían ser de bastante ayuda. Dejó de intentar buscar la fuente del magnetismo de su compañero y depositó su móvil sobre la mesa. Estuvo tentado de echar un vistazo a las redes sociales, pero se contuvo. Se había prometido a si mismo desconectar de verdad, dedicar tiempo a Carmen. Tiempo de calidad. Volvió a guardar el móvil en el bolsillo de sus pantalones. Pensó que si no lo tenía a la vista la tentación sería más fácil de resistir.

– ¿Y qué ha estudiado Rihanna? – preguntó Álvaro, en un intento de no dar por acabada la conversación.

– Pago la comida si aciertas una de las dos carreras que tiene. – dijo Diego mirándolo fijamente a los ojos. – La de los cuatro.

– ¿Y si no acierto? – preguntó Álvaro desafiante.

– Joder, ¡pues pagas tú! – dijo Diego echándose a reír.

– ¿De qué os reis? – preguntó Carmen, pasando por encima de Álvaro para sentarse en su taburete.

– Nos estamos jugando la comida. – respondió Álvaro. – Supongo que puedo contar con la ayuda de Carmen, ¿no?

– Por supuesto… – dijo Diego, levantándose para dejar pasar a Eva.

Eva se sentó en el taburete y miró sus acompañantes, uno a uno.

– ¿Y cuál es la apuesta? – preguntó Eva, curiosa.

– Le he dicho a Álvaro que pago la comida, la de todos, si acierta una de las dos carreras universitarias de Gladys, o Rihanna, como tú la llamas... – explicó Diego.

Diego dejó de hablar, ya que una de las camareras se acercaba a tomar nota. Esperaba que no hubiese escuchado nada. El tono de voz que tenían que usar debido a la televisión que había colocada sobre sus cabezas era algo más elevado de lo normal. Esperaba que el volumen de la televisión hubiese evitado que la compañera de Gladys oyese de lo que estaban hablando. Así fue, o la camarera disimulaba muy bien. Tras pedir agua bien fría y una botella de vino tinto, la camarera se dirigió a la barra a buscar las bebidas. Diego aprovechó para continuar su explicación.

– Pues eso, si acierta, bueno, si acertáis una de las dos carreras, pago la comida, si no, paga Álvaro. ¿Hay trato? – dijo Diego tendiendo la mano a su compañero.

– Vale, acepto, pero me huele a que estas muy convencido de que me va a tocar pagar… Eso me hace pensar que igual son dos carreras poco habituales. O eso,  o eres un cabrón retorcido y me estas intentando hacer pensar eso, mientras que son dos carreras bastante comunes. ¿Tú que piensas? – dijo Álvaro mirando a Carmen.

– No se… Somos policías, aprovechemos nuestros olfatos entrenados, nuestros instintos… La chica está en forma, podría ser algo relacionado con el deporte… ¿Tenemos que acertar la carrera exacta? Quiero decir… a ver, la chica tiene acento cubano, quizá ha estudiado en su país de origen y aquí se llama de otra manera. – preguntó Carmen.

– No, tranquila, ni soy tan retorcido ni tan cabrón… –  dijo Diego mirando a Álvaro. – Eso sí, no valen ambigüedades como, una carrera de letras o una de ciencias. Tiene que ser algo que se parezca lo suficiente...

– Vale. A ver… Trabaja de camarera en un sitio turístico, o sea que también puede ser eso. Hagamos una lista y después eliminemos. Yo creo que puede ser algo de turismo, idiomas o relacionado con el deporte. – dijo Carmen cogiendo la mano de Álvaro.

Álvaro cogió la mano de Carmen, pero miraba fijamente a Diego y Eva. Intentaba analizar sus gestos, algún movimiento que pudiese delatar que se acercaban. Era muy competitivo, no le gustaba perder.

– O algo relacionado con la empresa, igual trabaja aquí para aprender a administrar un negocio. – continuó Álvaro, sin dejar de mirar a Eva.

Eva se dio cuenta de las intenciones de Álvaro y se dedicó a gesticular, a cambiar su expresión y postura a medida que hacían comentarios. Diego miraba la escena divertido.

– Está bien. Si tenemos que acertar una de las dos, supongo que entonces tendremos dos intentos, ¿no? – dijo Álvaro con los ojos medio entornados.

– Venga, vale. – aceptó Diego, mientras se apartaba para que la camarera sirviese las bebidas.

La camarera aprovechó para tomar nota de los pedidos de la comida. Tuvo que esperar, ya que, con la apuesta, los cuatro comensales no habían mirado la carta. Una vez hecho el pedido, la camarera retiró las cartas y se alejó a toda prisa a la cocina.

Álvaro se giró hacia Carmen y comenzaron a cuchichearse cosas al oído. Eva y Diego no podían oír prácticamente nada. El sonido de la televisión y el murmullo del restaurante tapaban por completo las palabras de sus contrincantes. Los miraban esperando sus contestaciones.

– Está bien, creo que hemos llegado a un acuerdo. Carmen dice una, y después digo yo otra, pero contestáis al momento. – dijo Álvaro, con la ceja arqueada.

– De acuerdo. Antes de que digáis nada, sirvamos el vino y brindemos. Así los perdedores no tendrán mal sabor de boca. – sugirió Diego.

Vertió el rojo líquido en las cuatro copas y, a continuación, levantó la suya.

– Por nosotros. – dijo Diego.

– ¡Por nosotros! – respondieron sus compañeros de mesa al unísono.

Los cuatro dieron un largo trago a la copa y las dejaron sobre la mesa. Era el momento de adivinar los estudios de la camarera.

– Voy… – avisó Carmen. – Informática.

Álvaro advirtió una sonrisa sin formar en la boca de Diego. Carmen no había acertado. Quedaba un intento, una oportunidad para comer gratis y tener un motivo para cachondearse de Diego durante toda la estancia en la isla.

– Medicina. Medicina forense. – dijo Álvaro, analizando el gesto de Diego. – Pero si es solo Medicina me la das por buena.

Diego miró a Álvaro fijamente, sin pestañear ni respirar. No quería darle ninguna pista sobre su acierto o error. Quería hacerlo sufrir, prolongar un poco más el suspense. Se giró hacia Eva, con las cejas muy levantadas.

– Bueno… ¿qué? ¿Hemos acertado? – preguntó Carmen.

Diego se giró hacia Carmen y Álvaro.

– Sí… Pago yo… – dijo Diego, resignado. – ¿Cómo lo has adivinado?

– A ver, ésta es la tercera vez que veníais a comer en cuatro días. Está claro que la muchacha os ha reconocido, o sea, que habéis mantenido conversaciones con ella. Que nos haya montado una mesa aquí, significa que no han sido charlas de hola y adiós. He supuesto que el segundo día la chica se habría acercado a preguntaros que hacíais en la isla. No se os da bien mentir, o sea que doy por sentado que, de una forma u otra, le habéis dicho a qué os dedicáis. Tenía que ser una carrera relacionada con nuestro trabajo, para tener tema de conversación. – dijo Álvaro, henchido de satisfacción.

De repente, Diego y Eva se miraron y empezaron a reírse, con unas sonoras carcajadas y los ojos llenos de lágrimas. Álvaro y Carmen contemplaron la escena sin entender nada.

– ¿Se puede saber de qué os estáis riendo? – preguntó Carmen, aguantándose la risa, contagiada por sus amigos.

Diego señaló a Álvaro y sin poder parar de reír, intentó decir algo. Algo que ni Carmen ni Álvaro acertaron a entender. El ruido del restaurante, el sonido de la televisión, junto con las carcajadas de Eva y Diego hacían imposible entender la supuestamente cómica situacion. Con los brazos cruzados y el gesto serio, Álvaro tuvo que esperar a que Eva y Diego parasen de reír. Carmen los miraba conteniendo las carcajadas.

Finalmente, con los ojos totalmente inundados, haciendo un verdadero esfuerzo, Diego pudo hacer una pausa y decir algo que todos pudieron entender.

– ¡Ha acertado Carmen! – dijo Diego, para volver a retorcerse de risa.

Carmen no pudo aguantar más y comenzó a reírse. Su risa aguda y nerviosa atrajo la atención de las mesas contiguas. Álvaro miró a sus compañeros y tampoco pudo evitar comenzar a reírse, en parte, contagiado con la risa de “su” Carmen.

Segundos más tarde, un hombre de unos cincuenta años que estaba sentado en la mesa de al lado se levantó y se acercó a la mesa, llamando su atención. Los cuatro agentes se miraron, con el rostro desencajado de la risa. No comprendían lo que les decía.

– Que si pueden hacer el favor de dejar de reírse, es una tragedia, no es momento para estar de cachondeo. – dijo el hombre acercándose un poco más a ellos y señalando hacia el televisor.

No entendían nada, hasta que vieron que la mayoría de la gente del restaurante miraba la televisión con cara de preocupación y tristeza. Los que no miraban la pantalla del televisor, consultaban sus móviles. Álvaro se levantó y dejó salir a Carmen. Diego y Eva salieron de debajo del televisor para poder apartarse y ver de lo que se trataba.

Las imágenes mostraban un puente en el que se podía apreciar un amplio boquete en la valla de protección. Los rótulos inferiores de la pantalla anunciaban una tragedia. Un accidente de tráfico, con el escalofriante balance temporal de sesenta y cuatro muertos. Todos los ocupantes del vehículo. Una vista panorámica de la zona, mostraba el puente por el que había caído el autocar lleno de turistas. Era una altura considerable, el vehículo se hallaba prácticamente hundido en una especie de lago.

Eva se acercó a Diego, quien le puso el brazo derecho sobre su hombro, sin dejar de mirar a la televisión. Carmen miraba la pantalla con la cara descompuesta, con las manos tapándose la boca, como sin intentase reprimir un grito. Álvaro no podía salir de su asombro.

El rumor de los comensales, el ruido de cubiertos y gente conversando, de repente, había desaparecido y dejado paso a la voz de la comentarista del noticiario.

– Se trata del accidente de tráfico más trágico de la última década. Un autocar repleto de viajeros que se trasladaban desde Madrid hacia Santiago de Compostela se ha salido de la autopista AP-66, la denominada Ruta de la Plata. El suceso ha tenido lugar esta mañana sobre las seis y media al pasar por el puente Ingeniero Carlos Fernández Casado, construido sobre el Embalse de los Barrios de Luna, en la comarca de Luna, situada en la provincia de León. Aún se desconocen los motivos que han podido ocasionar el accidente, pero todo apunta a un exceso de velocidad o un despiste del conductor del vehículo. Tampoco se descarta un fallo mecánico.

– dijo la presentadora. – Decenas de miembros de los cuerpos de seguridad del estado, bomberos y equipos médicos se han desplazado rápidamente a la zona para intentar el rescate de los accidentados. Según los primeros informes, no parece que haya ningún superviviente de esta tragedia, que reabre el debate sobre el uso del cinturón de seguridad en este tipo de vehículos…

Un murmullo inundó el comedor del restaurante cuando el televisor mostró a los miembros de las patrullas de rescate rescatando los cuerpos sin vida de algunos de los ocupantes del autocar, que colocaban sobre mantas dispuestas en una de las orillas del embalse. Diego observó a su alrededor. La mayoría de las personas que se encontraban en la sala tenían los ojos brillantes. Sus caras mostraban una mezcla de tristeza y horror. Un primer plano de los rostros de algunas víctimas del accidente provocó un murmullo más prolongado. Miró a Eva, que había dado un paso atrás, impresionada por aquellas imágenes. Su cara era más de asombro que de pena.

Eva miró a Diego y le tiró de la mano. Se sentó de nuevo en su taburete con los ojos muy abiertos. Se acercó a la mesa y cogió su bolso.

– ¡Álvaro! ¡Álvaro! – gritó Eva, llamando la atención de su compañero.

Álvaro escuchó solamente el segundo grito, consternado por los acontecimientos. Tardó en reaccionar para ver que Eva y Diego se dirigían a la calle. No entendía nada. Se acercó a Carmen, que se encontraba a un escaso metro de distancia, pero en otra dimensión, dada la expresión de su cara.

– Vamos fuera. – le dijo Álvaro.

Pasaron entre la gente que dificultaba su salida del local, hasta llegar a la calle. Eva se encendió un cigarrillo, visiblemente afectada.

– ¿Qué cojones pasa? – preguntó Álvaro.

– ¿No lo has visto? – dijo Eva sorprendida.

– Claro, ¡es horrible! Espera… ¿qué es lo que no he visto? – respondió Álvaro.

La persistente mirada de Eva le hizo intuir que no hablaba del accidente en general, sino de algo en concreto.

– ¿Diego? ¿Tú tampoco? – dijo Eva.

Carmen los miraba callada, todavía aturdida por la noticia. No entendía nada.

– Es muy fuerte, mucho… – contestó Diego, asintiendo con la cabeza. – ¿En serio crees que…?

– ¿Lo decís porque han mostrado las caras de las víctimas? No, no es por eso. – dijo Álvaro al ver las expresiones de sus compañeros. – Joder, ¿podéis decirnos de qué estáis hablando? ¿Qué habéis visto?

– Uno de los cuerpos era el de Leonor. – dijo Diego.

– Sí, y también estaba Abel… Sus facciones son difíciles de olvidar, aunque tenía el rostro lleno de magulladuras y golpes. – añadió Eva, dando una profunda calada a su cigarrillo arrugado. – No estoy segura del todo, pero también me ha parecido ver a Sor Claudia.

– No puede ser… ¿Estáis seguros? – dijo Álvaro rascándose la cabeza.

Carmen seguía mirándolos atónita sin entender nada.

– ¿Cómo? ¿Conocíais a las personas que han muerto en el accidente? – preguntó Carmen, sorprendida, mirando a los tres investigadores.

Eva miró a Álvaro. Estaba claro que Carmen no podía saber de lo que estaban hablando.

– Sí… eran algunas de las personas a las que estuvimos investigando… Ya sabes… Los BAC… – dijo Eva.

Álvaro tenía su móvil entre las manos. Buscaba información. Necesitaba datos. Encontró la noticia y buscó aquellas imágenes. Allí estaban. Las amplió en la pantalla de su móvil y verificó que Eva estaba en lo cierto. Sin éxito, buscó la lista de los fallecidos en el accidente.

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