BAC

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Capítulo 41

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Capítulo 41

– De acuerdo, entonces pasamos por el hotel y recogemos nuestras cosas, ¿no? – preguntó Sabino, apurando su cigarrillo.

– Sí, un helicóptero os recogerá en un descampado cercano sobre las once de la noche. Aún quedan casi dos horas. – respondió Eva, que se giró al ver aparecer los coches.

– ¡Joder! ¿Así nos llevan al hotel? Parecemos presos… - comentó Ander.

Tres coches patrulla se detuvieron frente a la puerta principal de la mansión del arzobispo. Eva y Álvaro subieron al primero. Ander y Sabino subieron al segundo y Diego se quedó esperando a Olga, que curiosamente había olvidado algo en la sala. Montaron en el solitario coche minutos después.

– Bueno, parece que los BAC estos les van a dar trabajillo. – dijo el conductor del vehículo, un rechoncho policía municipal. – Ya llevan cuatro, los muy cabrones.

Olga estuvo a punto de reprochar el comentario del policía. Los BAC eran, bajo su punto de vista, una amenaza que debían erradicar entre todos, pero sus pensamientos estaban en otro sitio. Había hecho esperar a Diego para poder distanciarse del resto de investigadores. Cerró la ventanilla, estaba anocheciendo y comenzaba a refrescar. La diferencia de clima la tenía algo trastornada.

Cogió el móvil y escribió un mensaje. Dio un codazo a Diego para que lo leyese. No se molestó en enviárselo. Diego asintió con la cabeza y su ceja derecha levantada. Treinta minutos más tarde llegaban al hotel donde Olga recogería un equipaje sin deshacer. Ella se aseguró que ninguno de sus compañeros de investigación le viese entrar. Encendió la luz de la habitación y dejó su mochila colgada en el respaldo de una silla, mientras se quitaba los zapatos. Se abalanzó como un gato sobre Diego.

Sujetándolo por el cuello, introdujo su lengua entre sus labios, él no opuso resistencia. Diego la agarró por la cintura y después agarró con fuerza su culo, sin dejar de besarla. Dio media vuelta sobre sí mismo. Ella saltó sobre él, cruzando sus piernas por detrás de su trasero. El bóxer de Diego comenzaba a quedársele pequeño, Olga se frotaba contra su bulto y lo presionaba con su pubis.

Se acercaron a la cama, abrazados, besándose y se dejaron caer sobre ella. Olga, sentada sobre Diego, desabrochó los botones de la camisa hasta dejar su torso a la vista. Amasó los pectorales de Diego sin dejar de mover su cintura. Lo besó de nuevo. Se sacó la camiseta de un zarpazo e hizo lo mismo con el sujetador, dejando sus voluminosos pechos cerca de la cara de Diego, que intentaba descalzarse. Éste no perdió la oportunidad de besar los pezones, mordisqueándolos. Sabía que a ella le encantaba. Su posterior gemido lo certificó. Olga se apartó para quitar el pantalón a Diego, por cuya parte superior ya asomaba su miembro completamente erecto. Le quitó también los calzoncillos. Olga se detuvo a contemplarlo, lo agarró con ambas manos y comenzó un vaivén que aprobó Diego con varios gemidos. La dejó hacer unos segundos, no muchos. Finalmente se incorporó y le ayudó a sacarse el pantalón y el tanga. Ahora estaban en igualdad de condiciones. Desnudos.

Olga volvió a abalanzarse sobre Diego, y se sentó sobre su miembro, introduciéndolo en su húmeda vagina con ayuda de su mano izquierda. Inició una cabalgada lenta, al trote, suave, con los ojos cerrados mientras se masturbaba con su mano derecha. Diego la contemplaba extasiado, con sus manos en las caderas de Olga. Ella bajó de nuevo la cabeza, buscando los labios de Diego. Lo besó casi con violencia, mientras aumentaba el ritmo de la galopada. Diego la sujetó por las nalgas, presionando con sus fuertes dedos aquel firme culo y acompañando los movimientos de Olga con suaves embestidas. Entonces Olga se bajó y se colocó a cuatro patas. Diego se incorporó y la penetró por detrás. Ella inclinó la cabeza y la puso entre sus hombros para ver las embestidas de su amante mientras continuaba masturbándose.  Respondía a cada maniobra de Diego con el complementario movimiento de su cintura, acompasados, como si de una coreografía moderna se tratase. La cadencia de los movimientos y gemidos fue en aumento.

– No la saques… – suplicó Olga casi en un susurro. – ¡Córrete dentro!

La petición de Olga excitó aún más a Diego, que convirtió las suaves idas y venidas en un frenético movimiento. Así llegaron al clímax, casi al unísono, en aquella postura animal. Sudorosos, jadeantes. Olga acompañó los últimos espasmos de Diego con unas afirmaciones que sonaron a ruego.

Una ducha y cinco minutos después, Olga se sentó junto a Diego, que continuaba tumbado en la cama. Hablaron acerca de los problemas de mantener viva una relación de ese tipo. Diego le explicó que no podían seguir así, que necesitaba algo más. Olga lo entendió. No fue una discusión, fueron diez minutos donde aclararon los motivos para dejar una relación amorosa que nunca existió. Simplemente se necesitaban y compenetraban. Una simbiosis que estaba llegando a su fin. Ambos agradecieron la sinceridad y comprensión del otro.

– Seguiremos siendo amigos. O follamigos… ¿no? – preguntó Olga. – Como pareja quizás no funcionemos, pero follando somos muy buenos.

– Olga, eres tremenda. Gracias por ser así, de veras. – dijo Diego, cogiendo la mano de Olga y apretándola contra su pecho.

– ¿Así? ¿Cómo? – preguntó Olga, curiosa.

– Así, madura y comprensiva. Me dices que tenemos que dejarlo, pero que echemos un polvo de despedida. – dijo Diego. – ¿Cuándo…?

– ¿Cuándo lo he decidido? Hoy. Cuando volvía de Burgos, pero llevaba días pensando en ello… He aprovechado que Ander ha callado un rato para poner mis pensamientos en orden. – dijo Olga, interrumpiéndolo. – Lo nuestro podría haber funcionado, pero tendríamos que cambiar los dos y eso no es justo, para ninguno. Además, así te ahorro tener que hacerlo tú…

Se fundieron en un abrazo, largo, en el que Olga intentó que Diego no viese la lágrima que no había logrado retener.

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