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Capítulo 45

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Capítulo 45

La mujer lloraba desconsolada mientras intentaba evitar que los separasen. Intentó resistirse, pero tres agentes se llevaron a su esposo y lo introdujeron a empujones en un coche patrulla. Él la miraba con los ojos  llorosos cuando cerraron la puerta del vehículo y, con la sirena en marcha emprendió su camino hasta el hospital.

Leonor bajó la cabeza y se dejó llevar por las dos agentes que la trasladaban hasta otro coche. Le informaron que la llevaban a la comisaría de la policía nacional en Burgos, donde sería atendida por un médico. El trayecto transcurrió en un extraño silencio, solo interrumpido por las comunicaciones con la comisaría para informar de la posición del coche.

Una hora más tarde, se recostó en un camastro de un pequeño calabozo. No había mucha luz. Se sintió triste, pero no por ella, sino por Pedro. Antes de aquella noche, en la que acabaron con la vida del arzobispo, lo más arriesgado que había hecho en toda su vida había sido montar dos veces seguidas en el Dragon Khan, la montaña rusa de Port Aventura, en Salou, cuando fueron de vacaciones con unos amigos, unos diez años atrás.

Una locura. Fue consciente de ello desde el momento en que comenzaron a planearlo. Los disfraces, las pelucas, aquella nariz postiza. Sabía que no acabaría bien, que los detendrían. Fueron meticulosos en los detalles, tuvieron tiempo para planear el asesinato. Como aficionados a las series policiacas, trazaron su plan creyéndose conocedores de la forma de trabajar de los investigadores. Tenían hasta un plan por si los atrapaban, el plan de escape, como lo habían llamado.

– La excusa de las pastillas, somos mayores, seguro que nos las traerán sin problema si nos atrapan y lo confesamos todo. – le repitió Pedro días atrás.

Ahora se hallaba en un calabozo acusada del asesinato de un anciano. Como era de esperar, los policías no habían caído en la trampa ni les habían entregado la medicación, aquellas pastillas que habían sustituido por una mezcla mortal.

Le dolía sobremanera no haberse podido despedir en condiciones de su hija ni su esposo. Comenzó a llorar, en silencio, para no llamar la atención. De cara a la pared, manipuló algo en su dentadura. Sacó una funda dental, un puente entre dos muelas de la parte inferior de su boca y extrajo de ella un pequeño comprimido.

Supuso que Pedro estaría como ella, incomunicado y haciendo lo mismo, era lo acordado. Con los ojos empapados en lágrimas, pero una sonrisa en sus labios, Leonor tragó la pastilla, colocó la funda cerámica de nuevo en su sitio y cerró sus ojos. Pensó en Enrique, en Loli y en Pedro. Hacía años que había perdido a sus hijos, a los dos. Su marido tenía una enfermedad mortal y ella ningún motivo para querer seguir viviendo. Tampoco quería caer en manos de ellos, los que protegían a sus enemigos.

Matar aquel malnacido, vengar a Enrique, a su pobre niño, fue gratificante, más de lo que había imaginado. Esperaba que su hija lo entendiese y los perdonase.

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