BAC

BAC


Capítulo 10

Página 18 de 96

C

a

p

í

t

u

l

o

1

0

La puerta se abrió lentamente, sin hacer ruido alguno. Una mujer entró en la habitación sigilosamente, llevaba un objeto en su mano izquierda. Se acercó al hombre que estaba tumbado de medio lado en la cama. Lo despertó moviéndole el hombro.

– Ángel, te llaman, dicen que es urgente. – dijo la mujer, pasándole el teléfono móvil al intendente Pérez.

Casi al mismo tiempo, varios teléfonos sonaron en distintos puntos de la geografía española. Todos fueron informados por sus superiores del hallazgo de lo que parecía ser una nueva víctima de las BAC en un coto privado de caza situado en la provincia de Jaén.

Pérez se sentó en la cama y se rascó la cabeza. Apagó el aire acondicionado y tras ir al cuarto de baño, llamó a la inspectora Fernández.

Olga se encontraba en su casa, tomando el sol, desnuda junto a la piscina, moviendo una mano dentro del agua. Al escuchar el móvil, se levantó de un brinco y corrió a cogerlo. Pensaba que sería Diego, esperaba oírle decir que volvía esa misma tarde. En cambio, fue la voz de su jefe la que pudo oír al otro lado, con cierta tristeza.

– Olga, sé que es sábado y que no son horas, pero lo que te voy a decir es importante… – dijo Pérez con voz apesadumbrada. – ¡A mí también me jode, estaba tan tranquilo echando una siesta! Olga, me acaban de comunicar que han encontrado el cuerpo sin vida de Roberto Zafra en un coto de caza de Jaén. Correcto, el empresario. Parece que tenemos otra víctima de las BAC. Voy hacia la oficina en cuanto me dé una ducha, ¿puedo contar contigo? ¿Sí? Te lo agradezco, de veras. Allí nos vemos.

– Vale, hasta luego. – respondió Olga colgando el teléfono entre defraudada y sorprendida.

No daba crédito a lo que le acababa de comunicar su jefe. Cogió una toalla y se encaminó hacia el cuarto de baño. Estaba vistiéndose cuando recibió otra llamada. Era Diego.

– Olga, ¿qué tal estas? – preguntó Diego, sentado en el coche al lado de Eva, con el móvil conectado al USB del coche para poder hablar. – Sí, ya se las novedades. Me acaba de llamar Pérez para contarme lo de Jaén. Sí, me ha dicho que ya había hablado contigo. Voy a recoger la maleta al hotel, nos trasladan a Barcelona en helicóptero. Allí nos espera otra avioneta para llevarnos a Jaén.

– Vale, ten cuidado. Me dan mal rollo los helicópteros. Sí, salgo en cinco minutos, ¡pues claro, hacia la oficina! Mantennos informados de todo. Por cierto, llámame cuando estés a solas, necesito hablar contigo. – respondió Olga usando el manos libres del teléfono mientras se vestía.

Para la última frase, Olga se acercó al teléfono y espació las palabras, necesitaba que el mensaje sonara claro. Colgó el teléfono y lo dejó sobre la cama. Se acercó al espejo para cepillar un poco su melena azabache. Unos minutos más tarde abandonaba su casa a toda prisa.

Parece que la cosa va en serio… – comentó Eva a Diego, cuando éste soltó su móvil en el hueco de la guantera. – Me refiero a lo de las BAC. Ya van dos asesinatos en tres días. Dos personajes de renombre. Alguien se está tomando la justicia por su mano o están callando bocas para que no salga más mierda a flote, ¿tú que piensas?

– Prefiero no decir nada hasta que no veamos lo que ha pasado en Jaén, pero si es obra de ellos, empieza a ser preocupante. Seguro que en unas horas nos mandan un dossier con todo lujo de detalles sobre la vida y obras del señor Zafra. – comentó Diego, con tono serio y mirada de cansancio.

No se alegraba por el suceso que les acababan de comunicar, pero, en cierto modo se estaba viendo acorralado por Eva y no veía forma de salir de la emboscada que le estaba tendiendo. La comida, una playa nudista y miradas constantes a su pene… aunque él tampoco se había cortado un pelo mirándola. Eva era realmente atractiva, rebosaba sensualidad, era una mujer espectacular, interesante. Cerró un momento los ojos en un esfuerzo por retener en su memoria la imagen de Eva saliendo del agua, caminando hacia él, o su pubis rasurado a escasos centímetros de su cara, podía saborear hasta el gusto salado de la brisa marina. Dudaba si lo que había pasado minutos atrás había sido real o fruto de su imaginación… No estaba seguro si aquello era un tonteo inocente entre compañeros, o si Eva estaba realmente provocándolo. Tampoco se atrevía a preguntárselo y parecer tonto. Abrió los ojos y la encontró a su lado, conduciendo, la observó casi de reojo, sí, allí estaba. Era real.

Cuando Eva aparcó el coche en el parking del hotel eran las cuatro menos veinte de la tarde. Tardaron algo más de lo esperado, debido a una pequeña retención provocada por un coche averiado en la carretera de entrada a Ibiza. Mendoza había contactado con Diego para intentar saber más acerca del nuevo caso. El inspector solamente pudo contarle lo que les habían comunicado y que dejaban Ibiza en menos de una hora.

Diego y Eva quedaron a las cuatro y media en la recepción del hotel. Subieron a sus habitaciones en el ascensor. Iban solos, pero mantuvieron las distancias, sin cruzar ni miradas ni palabras, jugueteando distraídos con sus móviles como tímidos adolescentes.

– Venga, hasta ahora. – dijo Diego saliendo del ascensor y sacando la tarjeta magnética que abría su habitación de la cartera.

– Hasta ahora. – dijo Eva, andando a dos pasos detrás de él.

Diego entró a su habitación. Se dio una ducha a toda prisa y preparó su maleta sin perder ni un segundo. Aprovechó el tiempo que había ganado para llamar a Olga.

– Hola de nuevo, ¿puedes hablar? Sí, ya he recogido todo, tengo tiempo, hemos quedado abajo a y media. – dijo Diego, que prefirió obviar su estancia en la playa con Eva. Se centró en lo profesional.

– Hola Diego. – respondió Olga. – Habla un poco más alto, no te escucho bien, voy en el coche con el manos libres puesto.

– Vale. Nos han dicho que un taxi nos llevará al Aeropuerto de Ibiza, donde nos espera un helicóptero de la Armada para trasladarnos a Barcelona. Sí, claro, al aeropuerto del Prat. ¿Estarás allí? ¿Te ha dicho Pérez si vienes a Jaén? – dijo Diego, elevando un poco el volumen de su voz.

– No lo sé, no me ha dicho nada. – contestó Olga. – ¿Estás cansado? Te noto la voz rara, intenta descansar, nos espera otra jornada movidita. Sí, intentaré ir al aeropuerto, ahora le pregunto a Pérez donde os espera la avioneta a ver si puedo ir y nos vemos. Te echo de menos…

– Yo a ti también. ¡No olvides preguntarle a Pérez quien va a ir a Jaén, espero que puedas venir! – dijo Diego. Alargaron la conversación unos diez minutos más, charlando del caso Castro y de la poca información que tenían del nuevo asesinato. Olga tuvo la sensación que Diego estaba evitando hablar de temas personales, curiosamente Diego pensó lo mismo.

Mientras tanto, Eva se había preparado un baño en el jacuzzi. Había recogido sus enseres en la maleta mientras lo llenaba de agua para ganar tiempo. Era consciente que no disponía de demasiado, pero decidió concederse un pequeño momento de relax antes de emprender el viaje a Jaén.

El agua salía con presión, bastante caliente. Ajustó la potencia de los chorros casi al máximo. Entró poco a poco, dando tiempo a que su piel se acostumbrase a la elevada temperatura del agua. Se estiró y cerró los ojos intentando aislar su mente de todo lo que parecía devenir. Pensó en Diego, más concretamente en el tamaño que debería alcanzar su pene en plena erección. Su mano derecha se aproximó a su pubis y se detuvo en el clítoris. Necesitaba una dosis de sexo, liberar algo de tensión. Pensar en Diego le ayudaría. Imaginó que estaba a su lado, desnudo, masturbándose junto a ella. Comenzó a mover sus dedos en círculos concéntricos, inicialmente lentos, pausados, pero incrementaron la cadencia a medida que imaginaba como Diego endurecía su miembro viril. Sabía que no la podía escuchar nadie, o al menos no le importó, así que no reprimió sus gemidos, estremeciéndose en cada movimiento de sus dedos. Paró un instante e introdujo sus dedos en la vagina, estaba cálida y húmeda. Presionó sus pechos con la mano izquierda. Los pezones firmes, tersos, indicaban que la excitación era máxima. Volvió a buscar el clítoris, que había aumentado su tamaño y sensibilidad. Lo frotó de nuevo, presionándolo. Gozaba con aquella mezcla de placer y dolor auto infligido. Repitió ese suave pellizco algunas veces más. El gemido posterior fue más prolongado, ahogado. Aceleró el ritmo de los movimientos de sus dedos. Su respiración se entrecortaba, los gemidos eran casi guturales y se mordía el labio inferior a la vez que apretaba sus muslos, juntando sus rodillas con fuerza. Estaba alcanzando el clímax.

Culminó su placentero baño retorciéndose dentro del jacuzzi, salpicando agua con los espasmos que no pudo controlar, sonriente y jadeando tras haber disfrutado de un intenso orgasmo, casi violento. Tratando de recuperar el aliento entre gemidos, se recostó y respiró hondo, llenando sus pulmones a plena capacidad. Contempló sus pechos y los acarició con ambas manos, para a continuación bajar hasta su pubis y rozar de nuevo su sensibilizado clítoris. Miró el reloj del lavabo, eran poco más de las cuatro y cinco. Permaneció unos minutos más en el jacuzzi, con los ojos cerrados, bastante más relajada. A las cuatro y quince, apagó el jacuzzi y dejó que se vaciara, mientras se metía en la ducha.

La alarma que había programado en su móvil sonó a las cuatro y veinte. La apagó, ya había terminado de ducharse. Secó su rubia melena con una toalla, se vistió rápidamente con un traje chaqueta de lino blanco y recogió su neceser. Suspiró, aliviada.

A las cuatro y media ya estaba en recepción hablando con el inspector Mendoza cuando Diego hizo su aparición.

– Ya he llamado a un taxi y me he encargado del pago de las habitaciones, así no tenéis que perder tiempo. – les explicó un servicial Mendoza. – Os mantendré informados si hay alguna novedad sobre el caso Castro.

Mendoza les hizo saber que había sido un placer conocerlos y se despidió de ellos dándoles un amistoso abrazo, justo antes que los investigadores entrasen en el taxi.

El inspector acompañó al vehículo con la mirada mientras se alejaba por la calle. Su móvil comenzó a vibrar.

– Sí, acaban de coger el taxi. – contestó Mendoza escuetamente.

Ir a la siguiente página

Report Page