BAC

BAC


Capítulo 15

Página 24 de 96

C

a

p

í

t

u

l

o

1

5

Sabino Muguruza abrió la puerta de su casa en las afueras de San Sebastián. Eran casi las tres de la mañana. Su esposa, Mentxu, se despidió con un efusivo abrazo. En la calle lo esperaba un taxi.

– Buenos días, al aeropuerto, por favor. – dijo Sabino, mientras se sentaba en el asiento de atrás y colocaba una pequeña maleta a su lado.

Quince minutos más tarde, llegaba al aeropuerto de San Sebastián. Un coche de la Ertzaintza lo esperaba para trasladarlo junto al jet privado que lo llevaría al aeropuerto Federico García Lorca, en Granada.

Era demasiado alto para el pequeño portón situado en el lateral del jet, así que tuvo que agacharse un poco para entrar. Un miembro de la tripulación se hizo cargo de su maleta y le acompañó hasta su asiento.

Aquel jet privado era propiedad de la familia Zafra. Bernardo Zafra, residente en Vitoria, se desplazaba hacia Jaén para realizar los trámites del traslado del cuerpo de su hermano hasta su residencia, en Salvatierra, un pequeño pueblo de la provincia de Álava situado a unos treinta kilómetros de la capital. El subcomisario Azpeitia, superior de Sabino, había movido hilos para que el inspector viajase en el mismo vuelo aprovechando el desplazamiento de Bernardo. El señor Zafra había accedido sin muchos problemas.

Bernardo Zafra se hallaba sentado, distraído hojeando unos papeles, cuando Sabino se acomodó en el asiento frente a él.

– Buenos días. – dijo Bernardo, levantándose para saludar a Sabino dándole un fuerte apretón de manos.

– Buenos días señor Zafra, le acompaño en el sentimiento. – respondió Sabino, educadamente. – Gracias por llevarme hasta Granada, me ha ahorrado unas cuantas horas de coche.

– ¡Que menos! – dijo Bernardo, volviéndose a sentar y colocándose el cinturón, ya que el avión había comenzado a moverse. – Es un placer colaborar con los agentes que investigan el asesinato de mi hermano. Ojalá pilléis a los malnacidos que le han hecho eso a mi hermano. Sé que todo es confidencial, pero siendo familiar directo de una víctima, supongo que me mantendrán informado de los avances en la investigación, ¿no? Al menos, eso es lo que me han prometido.

– Yo no puedo contarle nada, no estoy autorizado a revelar información de los casos en los que trabajo. – le comentó Sabino, intentando ser educado pero directo a la vez.

– Mire usted, mi hermano ha cometido errores, mejor dicho, cometió errores. Disculpe, aún no me hago a la idea que Roberto ya no está con nosotros. – le confesó Bernardo Zafra, santiguándose. – Supongo que en sus casi sesenta años de vida se habría ganado muchos enemigos, pero lo que le han hecho es terrible…

Bernardo se parecía mucho a su hermano, era el pequeño de los Zafra. Era un tipo no muy alto, entrado en carnes y sudoroso. En sus ojos había el brillo de la emoción por perder a un ser querido.

– El mundo de los negocios es muy duro, hay mucha competencia y mala leche. Mi padre fue la mano derecha del último ministro de Economía del Generalísimo. Las malas lenguas dicen que forjó su imperio financiero aprovechando los favores del régimen. Yo sé que trabajó duro para sacar adelante su familia. Somos siete hermanos, ¿sabe? – continuó relatando Bernardo.

Sabino dedujo que aquel hombre estaba intentando explicarle algo, pero le pareció que daba demasiados rodeos. Paciente, se recostó en el asiento y siguió escuchando.

– Cuando llegó el cambio de régimen, mi padre fundó una constructora. Fue un gran empresario, un visionario. Tantos años trabajando junto a la gente mejor preparada le abrió la mente. – dijo Bernardo.

– Y esos contactos le abrirían muchas puertas… – pensó Sabino, mientras degustaba el café que le acababan de servir.

– Fueron los años del boom inmobiliario de los apartamentos, a finales de los ochenta, cuando todo español que se preciara disfrutaba de sus vacaciones en un apartamento de la costa. – dijo Bernardo, orgulloso. – Mi padre hizo una fortuna increíble, así que diversificó sus inversiones y, lo más importante, nos facilitó una formación acorde al mundo que nos íbamos a encontrar. Su sueño siempre fue que sus hijos continuaran su obra.

Sabino alzó las cejas, estaba claro que el punto de vista de Bernardo Zafra estaba claramente sesgado. Asintió con la cabeza y movió de nuevo su café con la cucharilla.

– Pero usted estará pensando porque le estoy contando todo esto, ¿no? – preguntó Bernardo.

Antes de continuar, buscó los ojos de Sabino con frialdad. Esta vez esperó una respuesta.

– Pues sí, me tiene usted intrigado. – dijo Sabino segundos después.

– Según tengo entendido, los asesinos han escrito la palabra ladrón en el cuerpo sin vida de mi hermano. Lo que intento explicarle es que, ni mi hermano, ni mi padre, ni ningún miembro de la familia Zafra ha robado a nadie en su vida, que todo el dinero que posee mi familia es fruto de nuestro trabajo. Es evidente que esos asesinos no comparten nuestro punto de vista, pero creo que sé por dónde deben comenzar a buscar. – afirmó Bernardo Zafra mientras acercaba unos papeles al investigador.

– ¿Qué es esto? – preguntó Sabino cogiendo los papeles, pero sin mirarlos.

– Unos recortes de prensa de hace unos años, entre otras cosas. – explicó Zafra. – Hubo un periodista, un rojo de mierda, José Piñol, que hace unos diez años se empeñó en investigar el origen de la fortuna de mi padre. Según su artículo, mi padre había hecho mucho dinero en la postguerra, revendiendo obras de arte que compraba a precio de saldo a familias de republicanos que necesitaban el dinero para huir al extranjero. El maldito cabrón también dijo que después de la segunda guerra mundial mi padre estuvo implicado en el tráfico de armas y que conseguía visados a ciudadanos alemanes, a los nazis que huían de Alemania hacia países sudamericanos con parte de lo que habían robado durante la guerra. ¡Un engaño, una bazofia, vamos, mierda salida de un cerebro enfermo! Lo peor de todo es que algunos tarados se lo creyeron y mi padre recibió más de una amenaza de muerte. Ahí tiene una copia del artículo y de las cartas que recibió mi padre. Supongo que como mi padre murió hace menos de un año, han ido por su heredero, mi hermano Roberto.

Bernardo estaba exaltado, muy acalorado. Hizo una pausa y se encendió un cigarrillo, con los ojos llorosos y un gesto de rabia en su rostro desencajado. Tenía el puño derecho apretado, como a punto de dar un golpe en la mesita que tenía situada frente a él.

Sabino miró sorprendido, de un lado a otro del avión, y después se dirigió a Bernardo Zafra.

– Perdone, ¿no se supone que no se puede fumar dentro de un avión? – le preguntó Sabino, extrañado.

– El avión es mío, así que fumo si me apetece… – contestó con tono arrogante Bernardo, le acercó un paquete de Marlboro. – ¿Quiere uno?

Sabino declinó la oferta, todo y que se moría de ganas de fumarse un cigarrillo. Zafra guardó el paquete en el bolsillo y lo miró, serio.

– ¿Y bien? ¿No piensa leerlo? – dijo Bernardo.

– Está bien, lo leeré. Si no le importa me sentaré allí detrás. – respondió Sabino, a la vez que se levantaba y se dirigía a un asiento de la parte trasera del avión.

Era fumador, pero no soportaba que la gente se saltara las normas, y menos aún, la arrogancia y chulería con la que le estaba hablando aquel hombre, por muy poderoso que fuera.

Media hora más tarde, Sabino daba la vuelta a la última hoja del dossier que le había entregado Bernardo Zafra. Le llamó mucho la atención el tono de algunas de las amenazas, todas anónimas. También algunos detalles. En una de las cartas se hacía referencia concreta a objetos pertenecientes a familias republicanas que no constaban en los listados que había recopilado aquel periodista en su extenso artículo. Artículo donde había documentación que, en caso de ser verídica, certificaba el origen de alguna de las obras de arte con las que comerció Zafra tras el fin de la Guerra Civil. Era un gran trabajo de investigación, de eso no cabía duda.

– ¿Me puedo quedar con estos papeles? – preguntó Sabino a Zafra. – Podría ser un buen punto de partida para intentar buscar un móvil del asesinato. Estaba claro que las personas que enviaron estas amenazas tenían información de primera mano.

– Por supuesto, para eso se la he entregado. Por cierto, ya les he comentado a sus superiores que mi familia está dispuesta a recompensar con cien mil euros a quien encuentre a los asesinos de Roberto. – respondió Zafra, con dureza en su rostro. – Hay que encontrar a esos bastardos y darles su merecido. ¡Que sepan con quién están tratando!

Sabino no supo que responder, así que permaneció en silencio, volviendo a hojear la documentación. Veinte tensos minutos más tarde, el avión tomaba tierra en Granada. Eran las cinco de la mañana.

Durante aquellos veinte minutos, Sabino tuvo que aguantar el monólogo de Zafra acerca del funcionamiento de los cuerpos de seguridad, el estamento judicial y la política en general. Era evidente que añoraba un tiempo pasado no tan lejano, donde las decisiones se tomaban de otra manera. Antes de abandonar el avión, Zafra tendió su mano a Sabino y le dio un fuerte apretón de manos. Aprovechó el momento para volver a recordarle que había una recompensa por los asesinos de su hermano.

Cuando Sabino bajó del avión, un coche de la Guardia Civil le estaba esperando para trasladarlo al cuartel del cuerpo en Jaén.

El trayecto de una hora se le hizo más bien corto. Iba sentado detrás, como si de un detenido se tratara. Los dos guardias civiles iban charlando entre ellos, sin darle conversación, apenas le prestaron atención. De esa forma, Sabino pudo releerse los papeles que le había entregado Bernardo Zafra y tomar algunas notas. Cogió su móvil y le envió a Eva un email con una lista de personas a las que deberían investigar y posiblemente, interrogar. El primero de la lista era Josep Pinyol.

Ir a la siguiente página

Report Page