BAC

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Capítulo 22

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– Señor, me ha dejado sin palabras. – dijo Pino, acercándose a Sabino, boquiabierto. – ¿Cómo ha sabido lo que iban a hacer?

– He visto todas las películas de Steven Seagal y Torrente. – respondió Sabino, guiñándole un ojo.

Entraron al restaurante. La mujer a la que le habían intentado robar el bolso, con su hijo en brazos, se acercó a agradecer a Sabino lo que acababa de hacer.

– No se merecen señora. – respondió Sabino, acariciando la cabeza del bebe.

Tanto la mujer como su pareja, reiteraron los agradecimientos a Sabino, que se alejó quitándole importancia.

– ¿Nos tomamos un café? – dijo Azpeitia.

– Venga, pero pagas tú… – dijo Sabino.

Ya en el coche, tras reemprender el viaje, el cabo Pino volvió a preguntar a Sabino acerca del incidente del restaurante.

– No quiero ser pesado, pero me tiene que explicar que ha visto en esos chicos. Por favor, señor. – le pidió Pino.

– No sé, ha sido un cúmulo de cosas. Los he visto entrar, callados, serios, como estudiando el escenario, pero muy nerviosos. El restaurante estaba casi vacío, pero se han sentado muy cerca de otros clientes, las posibles víctimas, presas fáciles. Un matrimonio con hijos, más pendientes de darles el desayuno que de vigilar sus pertenencias. Cuando la chica se levantó, le hizo un gesto con la cabeza al chico, después pasó junto al bolso y lo rozó con su cuerpo. Tenía espacio de sobras para pasar, pero forzó el contacto. La madre ni se dio cuenta. Lo demás ya lo has visto. Ha sido cuestión de suerte, eso que se suele decir, estar en el lugar perfecto en el momento adecuado... – explicó Sabino.

– Yo también estaba allí y no noté nada extraño, no sea tan humilde. ¿Eso se estudia? Me refiero a interpretar los gestos, entender determinados comportamientos, ya sabe a qué me refiero. – preguntó Pino, interesado.

– Sí, claro que se estudia. De hecho, Sabino es uno de los mejores del país, por eso está trabajando en el caso BAC. – intervino Azpeitia, orgulloso.

– En nuestra formación también nos explican algunas cosas referentes a esos temas, pero mucho más básico y enfocado a posibles ataques, ya sabe, gente armada, conducciones sospechosas, técnicas de escape. Me ha impresionado, de veras, voy a hablar con mis superiores para saber si podría realizar un cambio en mi carrera. Aún soy joven, soy bueno estudiando, quizás en unos años podamos trabajar juntos, señor. – fantaseó Pino.

– Eso estaría muy bien, cabo. Pero permítame que cambie de tema, justo antes de quedarme dormido, recuerdo que estaba hablando de Ricky y sus trapicheos… – dijo Sabino.

– No le hagas repetirlo otra vez. Me ha contado todo mientras tú dormías ahí detrás. Tranquilo, está bajo control. Además, Pino nos acompañara también a Valladolid, tenemos tiempo de hablar del tema, si lo crees conveniente. – le explicó Azpeitia.

– Está bien, si lo sé no me duermo… – respondió Sabino, mirando por la ventana.

Una señal de tráfico indicaba que aún quedaban ciento cincuenta kilómetros para llegar a Zamora. Decidió llamar a su esposa, que le había avisado por WhatsApp que ya estaba despierta.

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