BAC

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Capítulo 26

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Sabino no vio ningún atisbo de mentira en sus gestos.

– ¿Nos puede facilitar información o algún contacto que pueda verificar eso? ¿Con quién más podemos hablar? – preguntó Azpeitia.

– No les voy a dar ningún nombre. – contestó Ricky, tajante. – Piñol. Hablen con él. Ese es vuestro hombre. Ese periodista es muy listo y los tiene bien puestos. Consiguió mucha información cuando investigó a Zafra. Lean la parte del artículo que no fue publicada. Ahí obtendrán información que puede responder muchas de sus preguntas. Me quiero ir a casa. Hemos acabado.

El tono de la última frase de Ricky no sonó a pregunta. Fue una orden. Sabino miró a su jefe. Ambos, serios, no supieron cómo reaccionar. Lo que iba a ser una conversación con el supuesto cabecilla de un grupo neonazi sobre su relación con Zafra había abierto un amplio abanico de posibilidades en la investigación en lugar de encauzarla a algo concreto.

– Bueno, creo que la charla no da para más. Si quieres, lo dejamos aquí… A no ser que tengas alguna pregunta. – dijo Sabino finalmente.

Azpeitia, a quien se acababa de dirigir, permanecía pensativo, en silencio, mirando hacia una de las cámaras de la sala, o eso parecía. Negó con la cabeza.

– Díganle a Arenas que me suelte, estoy harto de estar aquí. – dijo Ricky con su voz profunda, casi susurrando.

Sin decir nada, Azpeitia y Sabino abandonaron la estancia. Sabino, algo cabizbajo estaba bastante decepcionado con todo lo ocurrido. Todo lo que había escuchado en aquel rato no hacía más que generar ruido, más dudas en torno a los dos asesinatos.

– Tenemos que ir a Valladolid y hablar con Jimmy. Eso sí, a Ricky lo deben mantener aquí encerrado hasta que lleguemos allí. – dijo Azpeitia. – También debemos enviar copia de la grabación al resto del equipo, urgentemente.

– Pues tendremos que avisar a Valladolid, se supone que al otro pájaro lo tienen retenido desde esta mañana, ¿no? – contestó Sabino. – Aunque, ahora que pienso, si Ricky, uno de los líderes de este país nos ha contado la verdad, sus acólitos sabrán perfectamente lo que deben hacer.

– ¿Qué quieres decir? – preguntó Azpeitia, extrañado ante el tono irónico de Sabino.

– Quiero decir que, si Ricky es parte de una organización de ese calibre, pueden tener infiltrados en cualquier sitio, incluso en la policía. ¿Quién te puede asegurar que el mismo Arenas no es uno de ellos? ¿O yo? ¿O tú?... – dijo Sabino, pensativo.

– ¡No me toques los cojones! ¿Yo perteneciendo a un grupo como Plus Ultra? – replicó Azpeitia, ofendido. – Antes que nada, lo que tenemos que hacer es saber si lo que nos ha contado Ricky es cierto o al menos en parte. Llamemos a Gracia y que mueva hilos para investigar eso. Nosotros no podemos cubrir todos los frentes abiertos. Que destinen un grupo a identificar miembros de Plus Ultra y sus posibles conexiones con los círculos de poder y nosotros nos dedicamos a investigar las muertes de Castro y Zafra, que ya me parece bastante trabajo. ¿No crees?

Sabino no sabía que pensar, todo se estaba enredando a un ritmo vertiginoso. Era incapaz de procesar toda la información que estaban recibiendo. Las posibles ramificaciones del caso crecían a cada paso que daban. En lugar de ir estrechando el círculo, aparecían más alternativas.

– Venga pues. Llama a Gracia y que comiencen a moverse. Voy a pedir la grabación a Arenas, si te parece bien. – dijo Sabino. – También hablaré con Eva y enviaré un email resumiendo la conversación a todo el grupo.

Sabino se dirigió a la calle, para poder echar un cigarrillo mientras charlaba con Eva. Fue una conversación corta, ya que ella estaba esperando la llamada de confirmación de su viaje a Barcelona.

– Okey, pues venga, os envío un email con las impresiones que me ha dado Ricky. Sí. Dame unos minutos. Venga, hasta luego. ¿Qué? Sí, partimos para Valladolid en cuanto escriba el informe, consigamos la grabación y nos despidamos de esta gente. – se despidió Sabino de Eva.

Aprovechó para llamar a su casa y hablar con su mujer, no quería preocuparla. De vuelta en la comisaría, abrió su portátil en una mesa vacía y comenzó a redactar a toda velocidad un email donde explicaba lo que habían hablado con Ricky. También hizo hincapié en su perfil psicológico, resaltó su fuerte personalidad y explicó que no parecía mentir en ningún momento. Daba la impresión que el discurso de Ricky era veraz, eso era lo que más le preocupaba. Envió el correo, sin revisarlo. Veinte minutos más tarde, hablaba con Arenas en su despacho.

– ¿Cómo que es analógico? ¿Y cuánto tiempo tardan en digitalizarlo? – preguntaba sorprendido Sabino.

– Estamos en Zamora, aquí los avances tardan un poco más en llegar. Los presupuestos se destinan a ciudades grandes, como Barcelona, Madrid o Bilbao, ¿qué pensabas? – le contestó Arenas, paciente. – Pues les llevará como mínimo un par de horas. Habla con el informático y que se ponga a hacerlo de inmediato, dale los detalles a él. Se sienta allí, el de gafas. Dile donde tiene que poner la información.

Sabino resopló y se dirigió a la mesa que señalaba Arenas. De hecho, era la única mesa con dos monitores y sin papeles encima de toda la oficina. Explicó al agente que necesitaba la grabación de la conversación con Ricky en soporte digital y le envió por email el enlace al servidor donde colgar el video. Cuando terminaba de charlar con el informático, Azpeitia, que entraba en el despacho de Arenas, le llamó.

– Dime Ander. – dijo Sabino entrando y cerrando la puerta del despacho.

– Acabo de hablar con Gracia. Comisario, creemos que es importante que retengan a Ricky incomunicado hasta que les avisemos de nuestra llegada a Valladolid y estemos hablando con su compinche. – comentó Azpeitia, mientras se remetía la camisa en el pantalón.

– De acuerdo, no le quepa duda alguna que así será, pero eso no va a evitar que hayan hablado antes. – contestó Arenas, algo molesto con las órdenes. – ¿Cuándo tienen previsto salir?

– Ya he avisado a nuestro conductor, pasa a recogernos en cinco minutos. – contestó Azpeitia.

– Bueno, ha sido un placer poder ayudarles en la investigación, que tengan suerte. – dijo Arenas, estrechando sus manos.

Acto seguido, cogió una carpeta que tenía sobre su mesa y comenzó a leer. Tanto Azpeitia como Sabino interpretaron aquello como una despedida, así que le dieron las gracias farfullando entre dientes y se marcharon.

– Hablemos fuera. – le indicó Azpeitia a Sabino tras recoger sus cosas.

Sabino asintió con la cabeza y siguió a su jefe. Algo raro estaba pasando, esperaba que Azpeitia no tardara en darle una explicación. Encendió un cigarrillo y dejó la mochila del portátil en la acera, entre las piernas.

– ¿Dónde está Pino? – preguntó Sabino.

– Calla y sígueme. – dijo Azpeitia, misterioso, usando un tono de voz más bajo de lo usual.

Sabino cogió la mochila y echó a andar. De reojo notó que algo se movía dentro de un Volkswagen Beetle color gris ceniza que estaba aparcado en una zona prohibida, justo enfrente de la comisaría. Hizo ver que se le había apagado el cigarrillo y lo encendía de nuevo, aprovechando la parada para mirar hacia el coche. El coche era una pieza de coleccionista, un coche de los años cuarenta, completamente restaurado. En su interior, había dos hombres corpulentos. El conductor lucía su musculoso brazo tatuado apoyándolo en la ventanilla. Azpeitia se giró para ver porque Sabino no le seguía y le hizo un gesto con la mano.

– Vamos, date prisa. – dijo Azpeitia, mirando su reloj y metiéndose la mano derecha en el bolsillo de su pantalón.

Sabino escuchó un ruido sordo, como un fuerte impacto. Instintivamente, echó mano a su pistola, en su costado izquierdo, bajo la americana. Solo necesitó unas décimas de segundo para identificar la fuente del ruido que lo había alarmado antes de sacar su arma. Los dos ocupantes del coche discutían acaloradamente entre ellos y el conductor había lanzado un sonoro manotazo a la puerta del coche. Sabino intentó calmarse, estaba tenso. Azpeitia resoplaba unos metros por delante de él, haciéndole gestos.

– Deben ser los hombres de Ricky, estarán esperando que salga de comisaría. – murmuró Azpeitia cuando Sabino se puso a su altura. – Pino nos está esperando en la calle de abajo.

– ¿A qué viene todo esto? Joder, Ander, ¡me estas mosqueando…! – dijo Sabino intentando seguir el ritmo de su jefe.

Sabino miró un momento hacia atrás y comprobó que los presuntos secuaces de Ricky continuaban dentro del coche. Eso le tranquilizó, pero no lo suficiente. Otra vez le asaltó la duda. Desde que había sido padre, su subconsciente le transmitía señales de temor, intranquilidad, sobre todo en situaciones como aquella. Había llegado incluso a pensar en dejar su trabajo y buscar algo más tranquilo y seguro. No era un cobarde, lo había demostrado en infinidad de ocasiones, pero algún proceso químico dentro de su cerebro había cambiado tras la paternidad. Veía situaciones peligrosas donde antes había tensión, acción y subidas de adrenalina.

– ¡Sabino! Coño, ¡que te pasas! – le gritó Azpeitia, que entraba en un coche negro.

Había andado casi ocho metros de más. El coche que les había llevado hasta Zamora estaba aparcado en la calle, brillante otra vez y con el teniente Pino al volante. La cara de su jefe, mezcla de preocupación y de confusión lo decía todo. Deshizo sus últimos pasos y se metió en la parte de atrás del coche.

– Ya me lo explicaras más tarde. – dijo Azpeitia a Sabino. – Teniente, buenas. A Valladolid, a toda leche, por favor.

– Buenas, señores. Parece que tienen prisa. ¡Allá vamos! – contestó Pino, maniobrando para salir del aparcamiento y emprendiendo el camino.

Azpeitia se giró para mirar de nuevo a Sabino, que seguía como hipnotizado. Ni el mismo se reconocía, no sabía que le estaba pasando. Iba camino a los cuarenta, pero no creía en esas crisis inventadas por los psicólogos. Toda su vida había soñado con tener un trabajo así, investigando crímenes, persiguiendo a los malos y ahora comenzaba a dudar. Decidió posponer su autoanálisis y concentrarse en el trabajo.

– Perdona Ander, no sé qué me pasa últimamente. – dijo Sabino, serio, mirando por el retrovisor al conductor. – Hola Lucas, ¿todo bien?

– Sí, cuando les deje fui a limpiar el coche, llene el depósito y después a dormir un rato, gracias por su interés. – dijo Pino, sin apartar la vista de la calle. – Tenemos una hora escasa de camino, dependiendo del tráfico y de lo que le pise. Supongo que el destino sigue siendo el mismo, ¿no?

– Vamos a la comisaría de la Nacional en Valladolid. Lo que ha cambiado es el horario, teniente. – contestó Azpeitia, mirando a Sabino – Hemos adelantado la entrevista que teníamos con Jimmy. Por favor, Pino, pare un momento cuando pueda, tengo que comentar una cosa con el inspector.

Minutos después, una vez en la autovía, Pino detuvo el coche en un área de servicio. Azpeitia bajó del coche junto con Sabino y se alejaron unos metros, dándole la espalda al coche.

– Ander, perdona por lo de antes, no sé qué me ha pasado… de veras. Por un momento he pensado que nos disparaban. – se disculpó Sabino.

– Nada, ya hablaremos de eso, ahora centrémonos en el caso. He hablado con Gracia y sinceramente no sé qué opinar, por eso quiero comentarlo contigo. Sabino, nos conocemos hace tiempo y creo que podemos confiar el uno en el otro, ¿no? – dijo Azpeitia, sin esperar contestación.

Aquella frase, lejos de calmar a Sabino, lo preocupó aún más. Se acercó a su jefe unos centímetros.

– Cuando terminamos de hablar con Ricky llamé a Gracia, pero estaba ocupado, así que me llamó él al cabo de unos minutos. Le he comentado el asunto de Plus Ultra, el discurso de Ricky y su supuesta impunidad, ya sabes, posibles tratos de favor, cosas que se pueden investigar. También le he pedido que pusiera algunos hombres a buscar quienes son los miembros. Le he recordado que algunos de esos datos no constaban en el informe de Zafra… – explicó Ander Azpeitia.

– ¿Y qué te dijo? – le interrumpió Sabino.

– ¡Pues eso es lo que me ha chocado más! Daba la impresión que quería encubrir o disculpar algo. ¡Joder, solo me ha faltado ver a esos nazis en la puerta de la comisaría! También he pensado que nos esperaban para tirotearnos. No eres el único que se ha asustado. ¡Teorías de la conspiración, Sabino! No sé, Arenas no ha sido un policía ejemplar, parecía que nos quería liar, por otro lado, Gracia intentando convencerme que el supuesto poder de los Plus Ultra es una patraña, que me olvidara del tema e insistiendo en que nos centremos en los asesinatos. ¡Me cago en la hostia!, esto se está complicando Sabino. No me gusta. – contestó Azpeitia, cabizbajo.

– A ver si al final resulta que las fanfarronadas del flacucho son ciertas. ¿Sabes?, siempre he pensado que era así, que en este puto país siempre mandan los mismos, desde hace mucho tiempo, pero encontrarte a uno de ellos cara a cara y que te lo suelte, así, como el que te cuenta que ayer fue a robar peras al huerto del tío Herminio… ¿Crees que nos podemos fiar de los otros? Me refiero a Eva, Diego y Álvaro. – preguntó Sabino.

– ¡Ya no sé quién es de fiar o quien no! Tampoco si esto es cierto o un puto montaje. Tú has estado trabajando con ellos… – dijo Azpeitia, un tanto exaltado y dándose cuenta que había elevado demasiado el tono de voz.

Bajó el volumen y se acercó de nuevo a Sabino.

– ¿Sabes?, estamos en un punto en el que posiblemente no haya marcha atrás. De momento, no digamos nada a nadie más, si preguntan, nos hacemos los locos o les respondemos con ambigüedad. Y lo de Gracia, no sé, me tiene mosca. Cuando terminé de hablar con él, hice una llamada a mi contacto en Valladolid, el capitán Blanch. Le he dicho que íbamos de camino y me contestó que lo tenían todo listo. Me ha sonado raro, como si alguien hubiese contactado con la comisaría avisando de nuestro cambio de planes. ¿Tú le has comentado algo a alguien? – dijo Azpeitia.

– No, lo hemos hablado en el pasillo. Quizás lo ha oído alguien, piensa que se lo hemos mencionado a Arenas, cuando nos despedíamos. – concluyó Sabino.

– ¡Mierda! En fin, a ver como acaba esto… – dijo Azpeitia mirando hacia el coche.

Dieron la vuelta y se montaron en el coche. Pino volvió a entrar en la autovía y puso la radio. Callados, sin siquiera mirarse durante cerca de un cuarto de hora, los dos investigadores daban vueltas a lo que estaba pasando. Sabino seguía serio, como ausente, mientras miraba las fotos de su esposa y su hija en el móvil. Azpeitia miró por la ventanilla y después hacia atrás. Llevaba rato observando y notó que llevaban el mismo coche detrás desde hacía un buen rato. Con un gesto con los ojos le indicó a Sabino que mirara. ¿Los estarían siguiendo?

Sabino también se giró y vio aquel Ford Mondeo rojo con dos personas dentro. Iban demasiado cerca, sin mantener la distancia de seguridad, todo y que Pino circulaban casi a ciento sesenta kilómetros por hora. Eran dos hombres corpulentos que llevaban el pelo corto y gafas de sol tipo aviador. Una señal indicaba que faltaban tres kilómetros para llegar a un pueblo llamado Toro. Estaba sonando una canción de Madonna, Like a virgin. Sabino hizo gestos a Pino para que apagase la radio y le pidió que se detuviese en el próximo pueblo con la excusa de ir al baño. Quería comprobar que hacía aquel coche.

De repente, sintió la necesidad de hablar con su esposa, era consciente que no podía explicar nada de lo que estaba ocurriendo, pero le ayudaría a evadirse unos minutos, volver al mundo real, su familia, su mujer, su hija… No podía permitirse el lujo de no verla crecer, estar a su lado. Segundos más tarde, acababa de tomar una decisión, una de las más importantes de su vida. Con el coche parado en un área de servicio, Sabino se encaminó a la parte de atrás después de pasar por el cuarto de baño.

– Mentxu, ¡que hay! Pues mira, aquí, cerca de Valladolid, en un pueblo que se llama Toro. ¿Cómo estáis? ¡Bien! ¿Y la peque? Claro, claro que os echo de menos. Oye, he estado pensado seriamente lo que hablamos el otro día. – Sabino bajó drásticamente el tono de voz. – Si cariño, lo del trabajo. ¡Pues claro que lo he pensado bien! Llevo días dándole vueltas. Voy a decírselo a Ander. Sí, lo entenderá. No, ¡tranquila! Después de lo de Valladolid hablaré a solas con él. Sí, después te llamo y te lo explico, por supuesto. Venga, un beso. Dale un achuchón a la niña.

Sabino encendió un cigarrillo y miró hacia el cielo, sonriendo. Suspiró aliviado, como quien se quita un peso de encima. Metió su mano derecha en el bolsillo de su pantalón para dejar el móvil. Vibró, así que lo sacó de nuevo para ver que era. Su mujer acababa de enviarle una foto de su hija que le hizo sonreír de nuevo. Miró hacia el restaurante de carretera donde habían parado. Azpeitia le observaba en la distancia, serio. No podía dejarlo tirado, la decisión estaba tomada, pero era un profesional y acabaría su trabajo. Apagó el cigarro de un pisotón y se reunió con sus compañeros de viaje. Entraron al bar.

– Una Coca-Cola, ¡de lata por favor! – dijo Sabino al camarero.

– ¿Todo bien por casa? – preguntó Azpeitia.

– Sí, todo en orden. ¿Qué vamos a hacer con Jimmy? ¿Has pensado algo? - preguntó Sabino.

– Improvisaremos, sobre la marcha. Ya veremos qué ambiente nos encontramos. ¿Te leíste la ficha de Jimmy? – dijo Azpeitia. – He estado releyendo los mensajes sobre los casos. En los emails de Zafra, aparte de Ricky y Jimmy, también aparece un tal Pablo. Sinceramente, con el rollo paranoico se me había pasado completamente. Recuerda que le preguntemos a Jimmy.

– Sí, lo leí. Tampoco recordaba lo de ese Pablo, menuda cagada. Oye, cuando terminemos con lo de Jimmy me gustaría hablar contigo. – dijo Sabino, intentando aparentar normalidad.

– ¿Y por qué no hablamos ahora? – preguntó Azpeitia con una mirada inquisitiva.

– No, dejémoslo para cuando acabemos el interrogatorio. ¿Qué piensas de lo del coche? ¿Nos seguían? – dijo Sabino, desviando la atención.

– Han seguido la ruta sin mirar cuando nos hemos desviado. He mandado la matricula a la central, a ver que encuentran. – dijo Ander. – Diría que sí, pero uno ya no sabe que pensar…

– ¡Joder! – fue todo lo que acertó a contestar Sabino, serio. - ¿Crees que habrán avisado a Jimmy?

– Si lo han mantenido aislado no debería saber nada de lo ocurrido en Zamora. Solo sabe que está retenido para interrogarlo sobre la relación con Zafra. Eso es todo. ¿Estás ya? Tengo ganas de hablar con ese tipo. – dijo Azpeitia, mirando a Pino, que se acercaba. – Cuando quiera, cabo, reemprendamos la marcha.

Diez minutos más tarde, Azpeitia recibió un mensaje con información sobre el coche rojo. Por lo visto era propiedad de una empresa agrícola de Zamora y no constaba conductor habitual. Tanto el coche como el seguro estaban a nombre de Albentosa e Hijos, sociedad limitada, con registro civil en un pueblo de Zamora. No fue de gran ayuda.

Casi una hora más tarde, y tras un retraso ocasionado por una pequeña retención en un tramo en obras de la A-62, el Audi A6 estacionaba en el aparcamiento de la comisaría de la Policía Nacional de Valladolid. Sabino comprobó que eran unas instalaciones modernas, nada que ver con las de Zamora. El inspector, algo intranquilo durante todo el trayecto, no había vuelto a ver el Mondeo, pero si a un Toyota Land Cruiser verde con otros dos hombres de aspecto similar. También enviaron la matricula a la central para identificar a los propietarios. Aún no habían recibido la información.

El capitán Blanch los recibió en la entrada de la comisaría. Era un hombre de unos cuarenta años, alto, muy alto y con barba. A Sabino le recordó a López Iturriaga, el famoso jugador de baloncesto de los años ochenta.

Tras ofrecerles un café y charlar un rato sobre las investigaciones de los casos BAC, Blanch los acompañó a la puerta de la sala donde tenían retenido a Jimmy.

Sabino miró por el ojo de buey de la puerta y vio a un hombre cercano a los treinta y cinco años, rubio, alto, fuerte y bien parecido. Nada que ver con Ricky. Estaba de pie, con las manos en los bolsillos de un pantalón de pinzas, andando tranquilamente por la sala, como si estuviese paseando por un centro comercial. No parecía preocupado, en absoluto. A diferencia de Ricky, quien estuvo bastante tenso durante el interrogatorio, Jimmy parecía tranquilo y eso le resultó extraño.

Azpeitia preguntó a Blanch si era posible grabar la conversación. La respuesta del capitán fue afirmativa. Les explicó que disponían de equipos de última generación. Entraron a la sala.

– Buenos días, el señor Jaime Casas, alias Jimmy, supongo. – preguntó Sabino.

El hombre los miró de arriba a abajo y confirmó su identidad con un movimiento de cabeza casi militar.

– Buenos días. Somos los investigadores Muguruza y Azpeitia. Estamos trabajando en el caso Zafra y esperamos que nos facilite información para poder cazar a su asesino. – dijo Azpeitia, invitando a Jimmy a sentarse con un gesto de su mano.

– Buenos días. Por favor, no me llamen Jimmy, prefiero que me llamen por mi nombre, Jaime. – contestó Jimmy.

– ¿No es usted Jimmy, el amigo de Ricky, de Zamora? Igual nos estamos equivocando de persona. ¿No pertenece usted a una organización llamada Plus Ultra? – Sabino observó que el hombre que tenía frente a él estaba algo cambiado respecto a las fotos de su ficha policial.

– Sí, conozco a Ricardo, bueno, Ricky. Hemos trabajado juntos durante años, pero últimamente no nos vemos demasiado. Yo me casé y comencé a trabajar en la empresa de mi suegro. Ahora me dedico a la compra venta de vehículos. – respondió educadamente Jaime.

– Vamos, que ya no es miembro de Plus Ultra ni trafíca con drogas. Lo ha dejado por amor. ¡Que bonito! – dijo Azpeitia, irónico.

Jimmy aguantó el ataque de Azpeitia sin mover ni un parpado, permanecía sentado, relajado en la silla. Su postura indicaba que no estaba tenso.

– Pues sí. Reconozco que tengo un pasado oscuro. Pero llevo tiempo sin hacer ninguna actividad ilegal. Blanch se lo podrá confirmar. – dijo Jaime.

– Lo curioso es que no esté usted entre rejas viendo su ficha policial. Varias detenciones por amenazas y otras tantas por agresiones, tráfico de sustancias estupefacientes… Reincidente en varios de los delitos, pero ningún juicio, Bueno, sí, veo que uno por faltas leves. En fin, ya sabemos de qué va esto y no vamos a perder el tiempo con tonterías. Zafra ha sido asesinado, queremos que nos cuente que relación mantenía con él. También queremos saber si sospecha de quien puede haber sido. – dijo Sabino.

– Bueno, ¿por dónde empiezo? No sé… – dijo Jaime.

– Su relación con Zafra. – le recordó Azpeitia, bruscamente. – De que lo conocía y que relación tenía con él.

– Roberto, sí… Pobrecillo. Me lo presentó Ricky en una de las primeras reuniones de Plus Ultra a las que asistí. Yo tendría unos veinte años y conocer a un hombre así, tan poderoso, me impresionó. Con el tiempo me contrató en una de sus empresas, como guardia de seguridad. Digamos que le hacía el trabajo sucio. – contestó Jaime bajando sus ojos en un claro gesto de arrepentimiento.

– ¿Cómo amenazar a Josep Pinyol, por ejemplo? – preguntó Azpeitia.

– Bueno…sí. Fue uno de sus encargos. Viajé a Barcelona con un grupo de compañeros para hablar con el periodista. Zafra quería que se replantease la publicación de un artículo sobre su familia. – respondió Jaime. – Sé que he hecho cosas malas, pero ya les he comentado que…

Sabino tomaba notas con cara de aburrido en el transcurso del interrogatorio, dejó que Ander llevase la iniciativa. Jimmy iba contestando a las preguntas con todo lujo de detalles.

– ¿Quién es Pablo? – preguntó de repente Sabino, interrumpiendo a Jaime cuando explicaba por segunda vez los trabajos que realizaba para Zafra.

La cara de Jaime cambió, Sabino lo notó enseguida. Esperó a que contestara.

– ¿Qué Pablo?  - respondió extrañado Jaime.

– El Pablo al que Zafra contactaba mediante la misma cuenta de correo con la que contactaba tanto con Ricky como contigo. – explicó Sabino. – Ese Pablo.

– Ah, bueno, ese Pablo… Ese Pablo debe ser mi jefe, el padre de mi esposa, el dueño de Sportive Motors, la empresa en la que trabajo. Es buen amigo de Zafra. Comparten, bueno, compartían afición por los coches. – respondió Jaime.

– ¿Y Zafra usaba una cuenta de correo electrónico para hablar con su suegro? ¿No podían hablar por teléfono? – preguntó Sabino, curioso. – Díganos el nombre completo de su suegro, por favor.

– Supongo que lo usarían para pasarse información o precios de coches, tal vez algún documento o factura, ¡yo que sé! Su nombre es Pablo Domínguez Santana. Mi suegro vende coches de lujo a gente importante como políticos, jugadores de futbol, gente de la nobleza, famosos... Hace años que dejó la construcción para dedicarse a la compra venta de coches de alto standing. – explicó Jaime.

Sabino intentaba atar cabos. Se acercó a Azpeitia, y le dijo que saliera un momento.

– Ese Pablo debe ser el mismo que conseguía los deportivos al hijo del ex President de la Generalitat, me suena el nombre de su empresa. – dijo Sabino a su jefe.

– Voy a pedirle ahora mismo a Blanch que lo traiga a comisaría. – contestó Azpeitia, que había comenzado a andar hacia el despacho del capitán. – No llames a nadie para comunicarlo, ¿vale?

– No, tranquilo. Aprovecho para salir y echar un cigarro. Avísame cuando vuelvas. – dijo Sabino. – De paso, miraré lo de la empresa, a ver si es la misma.

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