BAC

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Capítulo 29

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Olga buscó a Diego con la mirada. Estaba limpiándose el aceite de la boca con una servilleta. Levantó una ceja y le hizo un gesto con la cabeza. Diego lo entendió al momento.

– Lo estaba comentando hace un momento con Olga. Creo que Pinyol no tiene nada que ver con las BAC, no está relacionado con los asesinatos. Es un tipo muy listo, diría que está utilizando todo esto para promocionar su libro. – dijo Diego, hablando mientras se tapaba la boca con la mano, ya que estaba masticando.

– No me jodas, ¿y cómo has llegado a esa conclusión? – dijo Nicolau.

– Más que una conclusión es una intuición. – respondió Diego. – Pinyol aparece en escena tras el asesinato de Zafra. Tiempo atrás, la familia Zafra lo identificó como uno de sus enemigos, por su famoso reportaje desmontando el mito del hombre hecho a sí mismo, el hombre de negocios salido de la nada, para presentar a un mafioso despreciable.

– Continúa, por favor. – dijo Eva, dando un trago de su vaso.

– Seguro que preparó la grabación después del anuncio del crimen de Zafra. Es un hombre al que le gusta la polémica, parece que le va la marcha. Bernardo Zafra lo identificó como una de las personas que podían estar implicadas en el asesinato de su hermano. Si realmente está preparando un libro donde revela todas las artimañas de los políticos, el hecho de haber estado detenido e interrogado por su presunta relación con los BAC lo pone en el centro de la atención pública. Le da un plus de protagonismo. – finalizó Diego.

– Publicidad gratuita. – apostilló Olga.

– ¿Y para qué iba a financiar los servidores de la página www.bac.es? – preguntó Pérez.

– Dinero. Lo ha dicho antes. Dinero y otro punto de contacto con los BAC, el tema de moda. Visibilidad. – concluyó Eva.

– Efectivamente. Hay una historia detrás de todo esto, es evidente. Rencor, mucho rencor por lo que le tocó vivir a su familia con el destierro tras la guerra civil. Ha sido paciente, de eso no hay duda. – dijo Diego. – Pero como os digo, pienso que no es más que un aprovechado.

– Entonces que hacemos, ¿lo soltamos? – dijo Nicolau.

– No, continuemos, a lo mejor estoy equivocado. Sigamos con el interrogatorio. Además, tenemos que averiguar qué pasa con el misterioso cuadro y también el tema Asúa. Hay algo oscuro en la relación entre Asúa y Pinyol. – dijo Diego.

– Tampoco olvidemos el tema de las amenazas y los emails. Recordad que Pinyol advertía a Zafra sobre que llegaba el día en que se iba a arrepentir de todo. – dijo Eva.

– Para mí, el contenido de ese email es otro indicativo que Pinyol no tiene nada que ver con la muerte de Zafra. Normalmente, cuando alguien quiere ver como otro se arrepiente, lo quiere ver vivo, sufriendo por sus actos. La muerte no es la solución, un rencoroso no desea la muerte inmediata del adversario, sino verlo hundido en la miseria, o muriendo suplicando perdón. – explicó Diego, cogiendo otro trozo de pizza y dándole un gran mordisco.

– Pues nada, cuando terminemos esta estupenda cena, continuamos con Pinyol. Démosle cuerda para que largue por esa boca. – dijo Eva.

– ¿Qué pensáis de esa mierda que ha contado…? Lo del pacto entre gobernantes para devolver los bienes a algunas familias. ¿Qué sentido tiene denunciar a los políticos que consiguieron que su familia recuperase sus bienes? – preguntó Nicolau, cambiando levemente de tema.

– Buena pregunta. No lo sé, es extraño y difícil de digerir. – dijo Diego, mirando al resto de comensales.

– ¿Venganza? – se aventuró a proponer Pérez. – Corregidme, pero no me suena que ninguno de los políticos que han llegado al poder tras el franquismo tuviese que abandonar el país después de la guerra civil.

– No te sigo. – dijo Eva. – Bueno, ni te sigo, ni puedo ayudarte a recordarlo, ni tan siquiera había nacido…

– Creo que Ángel se refiere a que es una forma de dejar en evidencia a los que se pudieron quedar aquí, ¿no? – dijo Olga.

– Sí, algo así. Todo y que ayudaron a los que volvieron, esa gente pudo quedarse y convivir con los que ganaron, los que hicieron que su familia tuviese que largarse. – dijo Pérez.

– Puede tener sentido. – concluyó Diego. – Pero suena maquiavélico, un tanto rebuscado.

– Bueno, yo ya estoy, no quiero más. Salgo a echar un cigarrillo y seguimos. – dijo Eva.

– Te acompaño. – dijo Nicolau.

Pérez recordó a Olga que acompañase a Eva y Diego en el resto del interrogatorio y se excusó.

Olga, aprovechando que los dos agentes volvieron a la sala de grabación con Pérez y se quedaba a solas con Diego, se aproximó a él. Diego supo en seguida que la conversación no iba a ser sobre la investigación.

– ¿Diego, vendrás a casa a dormir? – susurró Olga. – Ya no hace falta que paremos a comprar cena…

– No lo sé, a ver qué hora acabamos. – dijo Diego, guiñándole el ojo. – Estoy cansado, pero tranquila, hoy no se acaba el mundo.

Olga miró a su alrededor y alargó su mano derecha hasta la entrepierna de Diego, amasando su pene con disimulo. Se acercó aún más a él.

– Tengo ganas de esto. – dijo Olga al oído de Diego. – Este grandullón nunca está cansado…

Ella continuó acariciando su miembro por encima del pantalón. Diego observó que estaba excitada, sus pupilas marrones se dilataron y los pezones se irguieron tras la camiseta. Agarró la mano de Olga con suavidad y la separó de su pene casi erecto.

– Ahora no… ¡Para! Vamos a la sala. – susurró Diego, comprobando que nadie los viese.

El inspector aprovechó para acariciar su pecho derecho con la otra mano. Ella suspiró profundamente.

– Sí, que remedio… - dijo Olga segundos después, apartándose. – Un día tenemos que echar un polvo en la oficina…

Diego la miró. Aquella sonrisa pícara le indicó que lo decía en serio. Se acomodó el pantalón para disimular el bulto. Recogieron las cajas de las pizzas para tener una excusa de su tardanza y se dirigieron hacia la sala donde se encontraba el periodista Josep Pinyol.

Eva tardó un par de minutos en aparecer con Nicolau, ambos llegaron riéndose.

– ¡Que cachondo es este Martí! ¿Os ha contado lo del vidente que sale en la televisión, pregonando que los BAC van a acabar con toda la corrupción? ¡Martí, consigue el teléfono y lo llamamos para que nos ayude! Dice que sale con una taza de chocolate espeso y que ve los nombres de las futuras víctimas en las ondas del chocolate. Alucinante. – dijo Eva, sonriente.

– No, ¿pero de que os extrañáis? Cantamañanas y aprovechados que hacen negocio con este tipo de temas siempre los ha habido y los continuará habiendo. – dijo Diego. – Lo que no entiendo es que la gente llame.

– Cantamañanas y aprovechados aparte, la repercusión pública que están teniendo estos casos es brutal. – dijo Olga. – Estos crímenes han provocado movilizaciones en tiempo record. Sin ir más lejos, mirad las manifestaciones en Madrid y Barcelona esta mañana. Los organizadores han reconocido que se han visto sobrepasados por la asistencia masiva de gente. La lectura es fácil, la sociedad está harta de la corrupción en que vive inmerso el poder.

– Sí, pero hay un dato significativo. Cuando hay un acto terrorista, por ejemplo, los ciudadanos colaboran activamente con las fuerzas del orden, llaman alertando sobre movimientos sospechosos. – dijo Pérez, uniéndose a la conversación. – La sociedad es proactiva porque se ve amenazada.

– Pero no ha ocurrido igual con estos casos. – respondió Eva. - La reacción ha sido la contraria, solo tenéis que ver las manifestaciones de hoy. Miles de personas saliendo a la calle, gritando que ellos no temen a los BAC. La sociedad no ha identificado a los BAC como una amenaza, ya que están atacando a los poderosos, a los corruptos.

– ¿Y qué esperaban? – dijo Diego, encogiéndose de hombros.

– ¡Quién debe estar esperando es Pinyol! ¿Entramos antes de que se nos duerma? – dijo Eva.

– Tienes toda la razón, ya seguiremos hablando de esos temas. – dijo Pérez. – Podríamos estar horas charlando…

Olga abrió la puerta. Pinyol estaba con los brazos cruzados. Diego y Eva entraron tras de ella.

– Menos mal. ¡Pensaba que cenaríamos todos juntos! – dijo Pinyol, en todo jocoso. – Cenar solo es triste, y más en una comisaría.

– Pues ya está otra vez acompañado. A ver… - dijo Diego consultando sus notas. – Nos habíamos quedado en los presuntos acuerdos que facilitaron que algunas familias de la burguesía catalana recuperasen sus bienes. ¿Nos puede facilitar una lista?

– Está bien. Fueron muchas, piense que no solo recuperaron sus bienes los que tuvieron que emigrar, sino muchos de los que se quedaron aquí, aguantando la dictadura que los intentó despojar de su cultura y su lengua. Los Sardà, Molins, Ribera, Junyent, Sils, Martorell, Rius i Faix, Torrents, Casadesús…, como les digo, la lista es muy extensa, creo que había cerca de un centenar de familias, si no recuerdo mal. Debería consultar mis notas. – dijo Pinyol.

– Es igual, tampoco viene al caso. – dijo Olga. –  No veo qué relación tiene eso con los BAC. Hemos comprobado que la familia de Castro no estuvo implicada en chanchullos como los que hizo Zafra, ni abandonó el país tras la guerra civil.

– Efectivamente, lo que descartaría la conexión catalana con las BAC. – apuntó Eva.

Diego la miró. Quizá no debían hacer ese tipo de comentarios delante del sospechoso. El reproche que le hizo Diego con la mirada fue suficiente, no necesitó palabras para hacérselo entender.

– Cuéntenos que pasa con el cuadro. El que le reclamaba a Zafra. – dijo Diego buscando entre sus notas. – Paissatge a Can Margarit de Monfort, Lluís Monfort, ¿es correcto?

La expresión de la cara de Pinyol se tornó triste, como si hubiese recordado un hecho que le afectara personalmente.

– Es correcto. Y es otra larga historia… – comenzó Pinyol.

– Trate de resumirla. – le dijo Olga.

– Lo intento. A ver…Monfort. Por donde comienzo... – dijo Pinyol. – Mi abuelo materno, poco después de casarse con mi abuela marchó una larga temporada a Cuba para cuidar de los negocios familiares de ultramar, como los llamaba él. Lluís Monfort era amigo de mi abuela desde que eran muy jóvenes. Monfort solía a ir a tomar café a su casa, formaba parte del círculo de amigos artistas de mi abuela.

– Perdone que le interrumpa, pero ¿puede concretar un poco? ¿Hace falta que nos cuente la historia de su familia? – interrumpió Olga en su papel de tocapelotas oficial.

– Les tengo que poner en antecedentes para que entiendan la importancia de ese cuadro para mi madre. ¿Sigo? – respondió Pinyol, sin perder la calma.

El silencio de los tres investigadores sirvió de confirmación para que el periodista continuara su explicación.

– Pues como les decía, Monfort era un habitual de las reuniones en casa de mi abuela. Nadie sospechaba que aquellas visitas tendrían un final inesperado… – continuó Pinyol. – Una tarde de verano, la reunión se alargó hasta la cena, los cafés se enlazaron con las copas y tras varias horas de charla y juegos de mesa, los invitados fueron abandonando la casa. Todos menos Monfort…

– A ver si adivino como acaba esto… El pintor bohemio se fugó con la burguesa y se marcharon a vivir a un barrio de artistas de alguna ciudad europea. – dijo Olga.

– No… Tuvieron una aventura amorosa que duró solamente aquel verano y el fruto de aquellos tórridos encuentros se llamó Joana Pidelaserra. Mi madre. – finalizó Pinyol, apoyando sus codos en la mesa.

– ¿Fue sietemesina? – dijo Eva.

– Bueno, algo así le contaría mi abuela a mi abuelo, no sé cómo pudieron ocultar aquello… o si simplemente lo aceptó sin más. Esa misma pregunta me la he hecho yo bastantes veces. – respondió Pinyol tratando de sonreír. – Solo sé que Monfort pintó un cuadro rememorando el paisaje de la casa de verano de mi familia materna, Can Margarit. Se lo regaló a mi abuela cuando la visitó en su casa en Barcelona tras el nacimiento de mi madre. Dieciséis años después mi abuela se lo regaló a mi madre en su puesta de largo. Era el único lazo que tenía con su verdadero padre.

– Y usted con su verdadero abuelo… – intervino Diego, que no paraba de tomar notas.

– Sí, así es. De hecho, mi madre tenía pensado regalarme el cuadro, según me dijo desde que era un niño. Cuando seas mayor será tuyo, no se cansaba de repetírmelo. – comentó Pinyol.

– Pero llegó la guerra civil, sus padres tuvieron que marcharse y deshacerse del cuadro. – dijo Olga.

– No exactamente. Después de muchas gestiones contactaron con Zafra para que les facilitase la salida del país. Mis padres cometieron el error de reunirse con él en nuestra casa. Mientras negociaban el precio a pagar por salir del país y cómo hacerlo, Zafra debió notar que mi madre miraba aquel cuadro con atención especial. El muy cabrón se encaprichó de él, todo y que le ofrecieron más dinero u otras obras de arte, no cedió y fue parte de su salvoconducto. – dijo Pinyol, algo cabreado.

– Y como no pudo recuperarlo, ha urdido un plan para cargarse al heredero de Zafra… – argumentó Olga.

– No, ya les he dicho que mi relación con los BAC es meramente comercial. He visto el filón e intento sacar provecho. – respondió Pinyol.

– Pues va a tener que explicar esto delante de un juez. Obstrucción a la justicia, falsificación de pruebas, apología del terrorismo. Los cargos son graves, puede costarle la cárcel. – dijo Diego.

– ¿En serio? ¿Creen que me pueden acusar de algo? No creo que ningún juez admita a trámite una denuncia por esos cargos. ¿Obstrucción? Me presenté voluntariamente e incluso les facilité información. ¿Esas son las pruebas falsas a las que se refiere? – preguntó Pinyol, sin perder la calma.

– No, me refería a la grabación modificada. – dijo Diego, jugueteando con el bolígrafo en su mano derecha.

– Eso no puedo negarlo. – contestó el periodista, girando su cabeza hacia la cámara situada a su derecha. – Confieso que modifiqué las grabaciones de algunas conversaciones telefónicas con Roberto Zafra para hacer ver que me amenazaba. De hecho, solo eliminé las partes donde yo le amenazaba a él. Zafra era muy temperamental y entraba al trapo, era fácil hacerle saltar.

Sus amenazas eran reales, pero creo que reaccionaba así con cualquiera que le llevase la contraria. Pero están pasando por alto las amenazas y persecuciones a los que me tenían sometido sus secuaces. He tenido que irme a vivir a otro lugar con mi familia para evitar el acoso de esos nazis, esos perros de presa amaestrados, por no decir los torpes ataques informáticos a los servidores de mis empresas, mensajes, pintadas... Tengo denuncias, pruebas, fotos y personas que pueden atestiguar todo eso. Al final quedaría absuelto, ¿no creen? También han hablado de apología del terrorismo, eso me lo tienen que explicar mejor.

– Bueno, como le digo, eso debería valorarlo un juez, no es nuestro trabajo… – respondió Diego. – Cuando hablaba de apología del terrorismo me refería al soporte económico que una de sus empresas da a una página web donde se permite votar a la gente para elegir a la próxima víctima de los BAC. Se está fomentando que esos criminales intenten asesinar a las personas más votadas. Usted lo ve como una inversión, pero la justicia puede interpretarlo de otro modo. Estamos ante los límites de la libertad de expresión, ¿no cree?

– Todo tiene sus matices, depende del lado donde te encuentres. – dijo Pinyol, con una sonrisa un tanto irónica en su bronceado rostro.

Diego apuntó algo en su libreta con trazos rápidos y la cerró. Cogió su móvil, se levantó y escribió un mensaje a Pérez. El texto era corto y contundente. Pérez le pidió que saliesen de la sala, para poder hablar.

– Eva, Olga, acompañadme fuera, por favor. – dijo Diego a sus compañeras.

Olga y Eva se miraron entre ellas. Pinyol observó a los tres investigadores, curioso. Abrieron la puerta y abandonaron la sala en dirección a la sala de grabación donde los esperaban Pérez y Nicolau.

– ¿Qué pensáis? – preguntó Pérez abiertamente.

– Lo veníamos comentando. Pienso como Diego, me sorprendería que Pinyol tuviese algo que ver con los asesinatos. – dijo Eva.

Olga no dijo nada, simplemente se cruzó de brazos y asintió con la cabeza.

– Mierda… – dijo Pérez. – Hemos estado malgastando el tiempo. ¡Joder!

– Ángel, monta una reunión para mañana. Deberíamos asistir todos, Sabino, Álvaro, Gracia y hasta Santamaría si quiere apuntarse. Tenemos que darle otro enfoque a la investigación. Estamos dando palos de ciego. Como decía Olga esta tarde, paremos y demos un paso atrás que nos permita avanzar en la dirección correcta. No podemos seguir así. Es muy frustrante. – concluyó Eva.

– De acuerdo. Nicolau, pide una orden al juez. Que Pinyol sea acusado de obstrucción a la justicia o de apología del terrorismo. No podemos permitir que se vaya de rositas. Lo que ha liado por un puto cuadro, la avaricia y el afán de protagonismo. ¡Joder, tenía la esperanza que la pista fuese buena! – dijo Pérez. – Marcharos a descansar un poco. Os mandaré un mensaje con la hora de la reunión. Os lo habéis merecido.

– De acuerdo, tú mandas. – dijo Olga, contenta, evitando la sonrisa que intentaba emerger de sus labios.

Miró a Diego de soslayo, ya quedaba menos…

– ¿Diego, quieres que compartamos un taxi? – preguntó Eva.

– Muchas gracias, de verdad, pero ya se había ofrecido Olga a llevarme, además, no te pilla de camino. – contestó Diego.

– Bueno, pues recojo mis cosas y me voy. Estoy cansada. Me daré una buena ducha y a dormir. – dijo Eva. – Hasta mañana, que descanséis.

– ¡Espera, no te vayas! Tienes la maleta en mi coche. – dijo Olga a Eva, que se alejaba.

Olga conocía aquel tipo de trucos. Dejar un objeto para poder llamar después y tener una excusa para volver a verse. O tal vez Eva quería comprobar si había dejado a Diego en su casa. En fin, prefería no averiguarlo.

Tras recoger sus cosas, los tres investigadores bajaron al parking, Olga se ofreció a dejar a Eva en una parada de taxis cercana a la comisaría. Cinco minutos más tarde, a las veintitrés horas, doce minutos, Eva tomaba un taxi en dirección al Hotel Arts. Sola.

Eva intentó dejar de pensar en los casos. Había meditado la posibilidad de invitar a Diego a subir a tomar algo a su habitación. La negativa del inspector desmontó su plan.

– ¡Mañana! – se dijo a sí misma, sonriendo. – Mañana lo intento de nuevo.

Mientras tanto, un coche amarillo se dirigía a Castelldefels. Era un trayecto de casi cuarenta y cinco minutos, pero Olga estaba exultante, radiante, como si se acabase de levantar. Una energía que surgía de su interior borró cualquier rastro de cansancio.

– …entonces, ¿soltarán a Pinyol esta noche o lo retendrán hasta mañana? Curioso personaje, ese periodista, la verdad… – decía Diego.

Olga no dijo nada, simplemente lo miró. Diego conocía aquella expresión. Nada de trabajo. Se acabó la jornada. Olga retiró su mano de la palanca del cambio de marchas y estiró el brazo hasta la pierna izquierda de Diego, que se acomodó en el asiento. Ya sabía que venía después. Olga puso el intermitente, se cambió al carril de la derecha y aminoró la velocidad mientras hábilmente, sin apartar la mirada de la despoblada carretera, desabrochaba los botones del pantalón de Diego. Metió su mano dentro del bóxer blanco para encontrar lo que andaba buscando. Lo apretó suavemente y comenzó a mover la mano, sintiendo como crecía y endurecía hasta hacer que asomara por encima de su ropa interior. Diego suspiró profundamente y acarició el brazo derecho de Olga, acompasando sus movimientos.

– No sé si voy a aguantar… – dijo Diego.

– ¡Si lo harás! – respondió Olga, autoritaria, mientras incrementaba el ritmo.

Notó como Diego se estremecía por el placer inducido mediante los suaves movimientos de Olga, que paraba cuando presentía que el estímulo era demasiado intenso. Siguió jugueteando durante unos minutos hasta que tomó una salida.

– ¿Dónde vas? – dijo Diego, reconociendo la salida de Sant Joan de Deu.

– ¡Shhh! – chistó Olga con mirada picara.

Tras callejear un rato por una zona urbanizada, sin demasiada luz ni tráfico, aparcó el coche sin maniobrar detrás de un contenedor de obras. Paró el motor y cerró el coche. Pasó al asiento trasero y le dio un tirón en la camiseta a Diego, para que la acompañase. Diego tuvo problemas para pasar detrás, era más alto y tenía la movilidad algo reducida. Con movimientos torpes y lentos, consiguió pasar a la parte trasera y sentarse. Ella se abalanzó sobre los labios de Diego. Introdujo la lengua en su boca, casi con violencia mientras lo miraba a los ojos. Diego la agarró del cuello con su mano derecha y la besó apasionadamente mientras buscaba sus pechos con la mano izquierda. Olga se apartó y bajó la cabeza hasta la entrepierna de Diego, que estiró las piernas al notar la maniobra de su amante. Los movimientos de Olga hicieron estremecerse a Diego que gemía de placer con los ojos cerrados. La excitación de Diego estaba alcanzando el clímax, pero los espasmos previos no la frenaron, todo lo contrario, Olga se entregó con más ímpetu a la tarea. Finalmente, Diego sucumbió a los húmedos vaivenes de Olga. Ella permaneció con la cabeza apoyada unos minutos sobre las piernas de Diego, mirándole en silencio, relajada. Finalmente, se incorporó y se recogió el cabello sudoroso con ambas manos. Sin mediar palabra y con una sonrisa de satisfacción en sus labios, Olga pasó al asiento del conductor.

– ¿Y tú? – preguntó Diego, aún en el asiento trasero.

– Esto ha sido un aperitivo, ahora seguimos en casa… – dijo Olga, arrancando el coche, y guiñándole el ojo a Diego, que intentaba pasar de nuevo al asiento de delante.

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