BAC

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Capítulo 51

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– Me parece bien, quizá la única estrategia posible. – apuntó Álvaro.

– Sí, estoy de acuerdo, pero sigo sin saber cómo podremos fiarnos de lo que nos digan. No quiero parecer la abogada del diablo, pero imaginad que nos dan una lista de objetivos y desvían nuestra atención para tener vía libre, asesinar otras personas o simplemente hacer ganar tiempo a sus compañeros para poder desaparecer del mapa. – insistió Olga.

– Olga, nunca estaremos seguros al cien por cien. La cagamos, bueno… la cagué con los asesinos de Muñoz-Molina y corremos el mismo riesgo con los asesinos de Valero. Lo único que podemos hacer es tener todos los sentidos puestos en la investigación, ayudarnos unos a otros y procurar que no vuelva a pasar. Me confié con Pedro y Leonor. Lograron engañarnos. No volverá a pasar… – intervino Diego, con una mirada fría, una mirada que Olga no había visto nunca.

– Diego, no quería… – comenzó a decir Olga.

– No pasa nada, asumo la responsabilidad del error, pero como te digo, esta vez estamos preparados. No volverá a ocurrir. Lo hemos preparado bien. – interrumpió Diego mirando a Eva.

– Confiamos en todos vosotros. No os quepa duda de ello. – añadió Gracia. – ¿Cuándo tenéis previsto comenzar el interrogatorio?

– Estamos esperando a que pase el efecto del anestésico. Según los médicos, aún tenemos media hora, como mínimo. – contestó Eva.

– Bueno, entonces, ¿damos por zanjado este tema? – preguntó Gracia.

Uno a uno, los asistentes a la reunión contestaron de forma afirmativa. El último, Diego, mantuvo su mirada fija en Olga, que mordisqueaba el tapón de su bolígrafo. El inspector observó a su compañera un tanto sorprendido, no acababa de comprender su actitud. Se planteó hablar con ella a solas.

– Tal vez tengamos que usar métodos, digamos, alternativos, para hacerles hablar. ¿Habéis contemplado esa posibilidad? – dijo Santamaría.

– Señor, permítame que haga como que no he escuchado su última intervención. Si quiere ir por ese camino, hablémoslo, ya que tendrá que buscar a otro responsable, no cuente conmigo ni con este equipo. ¿Está claro? – dijo Gracia.

Eva miró a sus compañeros. Ninguno se atrevía a decir nada. Estaban esperando la respuesta de Santamaría quien seguía con su mirada clavada en la cámara, impávido. Pasaron cinco, quizás diez segundos hasta que el carraspeo del secretario de Interior anunció su intervención.

– Perdonen, recibo mucha presión. Hay muchos nervios… Continuemos por favor. – se disculpó Santamaría.

Diego advirtió que el tono de las excusas no correspondía con sus gestos, las palabras decían una cosa, pero el lenguaje corporal otra completamente diferente. Aquel hombre trajeado se aflojó el nudo de la corbata, un signo que Diego interpretó como incomodidad. Santamaría estaba decepcionado al no recibir la respuesta que esperaba. Intentaba disimularlo, pero era evidente.

– Está bien. – suspiró Gracia. – Pasemos al tema del dentista entonces.

– Sí, por favor. – dijo Santamaría, soltando un suspiro.

– Después de consultar con varios expertos, parece que tanto la técnica usada, como la maquinaria necesaria para hacer esos trabajos no son muy frecuentes hoy en día, ya que ese tipo de prótesis se suele hacer con tecnología de impresión en 3D. Después de varias comprobaciones, creemos que el presunto autor de dichos trabajos aparece fotografiado con algunos de los sospechosos. Se ha procedido a su detención. Se trata de Jaime Aizpurúa, un dentista protésico de Pamplona, jubilado desde hace casi cuatro años. Según las fichas encontradas en su oficina, habría realizado cerca de treinta trabajos similares en las últimas semanas y tenía material para elaborar al menos treinta prótesis más. En la documentación encontrada en el despacho de su vivienda, no figuran nombres que nos ayuden a identificar a las personas a las que se les ha hecho la prótesis. Tan solo hay números. Ni fechas, ni datos de contacto, lo que va a dificultar la localización de los supuestos miembros de los BAC a los que se les había colocado el implante portador de la pastilla mortal. – explicó Gracia bajo la atenta mirada de los investigadores.

– Perdona, ¿has dicho treinta? Si asumimos que trabajan en parejas, eso quiere decir que podemos tener hasta quince asesinatos en ciernes. Eso, si también asumimos que no repiten. – apuntó Álvaro, mientras enviaba un WhatsApp a Eva.

– Sí, lo tenemos en cuenta. – respondió Gracia. – Es evidente que esta gente está bien organizada, no es algo planeado en un bar.

Aquella frase sonó a regañina a Santamaría, que permanecía en silencio desde que Eva le había replicado. No había salido de su boca ni uno de sus ya típicos carraspeos.

Eva hizo un gesto a Álvaro, justo antes de intervenir.

– ¿Gracia, nos puedes pasar los detalles de esas fichas? Que las escaneen y nos las hagan llegar de inmediato, por favor. – dijo Eva.

– Álvaro, pídeselo a Mendizábal y que os lo hagan llegar. Prosigo. El edificio del despacho del protésico está situado en el mismo edificio que una sucursal bancaria, así que hemos pedido al encargado de la seguridad de la oficina que nos facilite las grabaciones de la cámara del cajero para ver si podemos identificar alguna persona más relacionada con todo esto. – continuó Gracia.

Álvaro estaba escribiendo un mensaje al inspector Mendizábal, un compañero de comisaría que formaba parte del equipo desplazado a Pamplona. Recibió el emoticono de un pulgar hacia arriba décimas de segundo después.

– Acabo de pensar… – intervino Santamaría. – ¿No se pueden montar controles en estaciones, aeropuertos, o sitios parecidos para comprobar la dentadura de las personas sospechosas?

– Eso está descartado, de saque. No es buena idea, señor. Hacer ese tipo de controles es excesivamente lento y podemos alarmar a la población. Además, los asesinos pueden evitarlos fácilmente, sólo tienen que desplazarse en otro medio de transporte. Es inviable. – respondió tajante Gracia.

– ¿Quiere decirme que podemos tener veinte asesinos potenciales en la calle y no podemos hacer nada para detenerlos? – preguntó Santamaría.

– Claro que podemos hacer algo, en eso estamos trabajando. Señor, asesinos potenciales podríamos ser hasta usted y yo… Hay más de cuarenta millones de posibles asesinos tan solo en nuestro país. – contestó Gracia con un tono casi jocoso. – Por eso tenemos que obtener la lista de miembros de los BAC y sus objetivos. Será más fácil detenerlos si intentan acercarse a alguno de ellos que montar un operativo para buscar los asesinos entre la multitud. Eso sí que sería buscar una aguja en un pajar.

– Entiendo. Menuda sandez acabo de decir… – dijo Santamaría sintiendo como el rubor inundaba sus mejillas.

De nuevo, pensó Eva. Lo observó en el monitor. Aquel hombre parecía haber envejecido diez años desde que se lo presentaron hacía tan solo unos días. Sus ojos reflejaban cansancio y su mirada se hallaba como perdida. Eva suspiró levemente mientras pensaba que puestos de ese calibre quizás requerían personas más jóvenes y enérgicas.

– En fin, también tenemos más información sobre las sustancias que componen la píldora escondida en la prótesis dental. – continuó Gracia pasando por alto el último comentario del secretario de Interior. – Se trata de una dosis mortal de digitalina, mezclada con un potente somnífero, Propofol. Este somnífero es de uso intravenoso, pero parece ser que lo han potenciado con una sustancia que de momento desconocemos para acelerar el efecto via oral. Hay un grupo de expertos analizando de que se trata. Según los forenses consultados, el somnífero es de efecto rápido, o sea que primero se duermen y después la digitalina, más lenta, ralentiza el corazón hasta pararlo. No es fácil conseguir estos productos, pero tampoco imposible. De hecho, hemos encontrado rastros de la planta de donde se extrae la digitalina en la casa de Leonor, en la parte trasera de la casa, una zona oscura junto a varias encinas. Desconocemos donde la consiguió, pero por lo visto no es una especie autóctona, alguien se la tuvo que proporcionar. El somnífero había sido sustraído del hospital donde trabajaba.

– ¿Alguna idea de cuantas píldoras había podido fabricar? – preguntó Ander.

– Es difícil de cuantificar… Según los expertos consultados las dosis deberían ser diferentes, adaptadas a la constitución física de cada miembro. Por ejemplo, las dosis de Pedro y Leonor, serian completamente diferentes y así se ha comprobado en las autopsias. Por el total de Propofol robado, del cual han encontrado restos en casa de Leonor, es posible que se hayan podido fabricar entre treinta y cincuenta dosis. – contestó Gracia.

– O sea que, como decía antes el señor Santamaría, es más que probable que tengamos unos cuantos BAC esperando para actuar. – dijo Olga mirando al resto de investigadores.

– Así es… – respondió Gracia.

Eva suspiró profundamente. Aquello parecía una pesadilla. Cerró los ojos unos segundos, colocó su mano derecha junto a la cabeza y se acarició suavemente la sien. Sentía dolor, un dolor agudo que casi le impedía concentrarse, desde los laterales de su cabeza hasta la nuca. La presión del trabajo, la falta de descanso y tener el cerebro continuamente ocupado. Sabía que era por eso. Abrió los ojos. Dejó de recordar lo acontecido en la reunión para centrarse en el presente.

El dolor había remitido, aunque no del todo. Estaba de pie, junto a Diego, esperando a entrar en la sala donde se hallaba retenido el sospechoso al que tenían que interrogar.

Los dos agentes de uniforme que custodiaban el acceso se apartaron a un lado para dejarlos pasar. La capitán se lo agradeció amablemente y entraron en la sala donde les esperaba Ramón Tresánchez.

Eva se sentó frente al detenido y Diego, tras esperar a que su compañera se acomodase, pasó por detrás de ella y se sentó a su lado, a la izquierda. Con semblante serio, los investigadores miraron al detenido. Ambos portaban una carpeta. Diego colocó la suya sobre sus rodillas, Eva depositó la suya sobre la mesa. El detenido no pudo evitar dirigir sus ojos a la carpeta de Eva, quien, intencionadamente había dejado unas fotos a la vista. Eran fotos del supuesto líder de los BAC.

Debían interrogar a Tresánchez y a su pareja para averiguar sí, al igual que habían hecho Leonor y Pedro, ellos también intentarían quitarse la vida con el mortal comprimido que albergaban en un hueco de su modificada dentadura. Querían comprobar hasta qué punto estaban los miembros de los BAC comprometidos con su causa y el grado de lealtad hacia sus compañeros. Tenían la esperanza que alguno de los presuntos asesinos de Valero accediese a colaborar cuando viesen truncado su plan de escape, cuando fuesen conscientes que no escaparían de la justicia de ninguna de las maneras. Ese era el objetivo de Eva y Diego que, sentados frente al detenido, en silencio, dejaban pasar los segundos, segundos que pretendían minar los templados nervios del bombero.

Y allí estaba Ramón, al que habían anestesiado, cuyo cuerpo inerte había sido escudriñado con un escáner de alta resolución para averiguar si ocultaba alguna píldora, alguna sustancia que le permitiese evitar la justicia. El detenido se había quejado de dolor de cabeza al despertarse, pero le convencieron de que era algo normal después de la larga siesta que supuestamente había dormido. Durante la exhaustiva exploración, los radiólogos habían hallado el escondite del fatal comprimido en el mismo lugar que fue encontrado en las autopsias de Leonor y Pedro. En su dentadura. Las piezas cuarenta y siete y cuarenta y ocho habían sido sustituidas por un puente extraíble, con un hueco lo suficientemente grande como para albergar una pequeña pastilla de color grisáceo. Un puente hueco, como algunos agentes de la Europa del Este durante la Guerra Fría. La misma argucia, pero con una pequeña pastilla de somnífero y digitalina en lugar de arsénico. Una dosis suficiente para acabar con la vida de un adulto en minutos, sin sufrimiento. Suponían que no podía sospechar nada. En lugar del comprimido que le evitaría entrar en la cárcel, aquel hueco alojaba ahora una inofensiva dosis de somnífero. Se dormiría, sí, pero volvería a despertar y debería pagar por su crimen. No se libraría de la cárcel. Ese era el maquiavélico plan elaborado por el equipo de investigadores, que esperaba truncar los planteamientos de los BAC.

Eva miró a la cámara que tenía frente a ella e hizo una señal, casi imperceptible. Comenzaba el primer acto de la función.

– Buenas tardes. Somos la capitán Eva Morales y el inspector Diego González. Antes de comenzar, ¿sabe usted porqué está detenido, señor Tresánchez? – dijo Eva.

– Pues me han dicho que por el asesinato de un tal Valero. – respondió Tresánchez entre tranquilo y altivo. – Pero yo diría que se equivocan de hombre. Yo no he hecho nada.

– Bueno, eso es lo que intentaremos aclarar a continuación. Le recomiendo que colabore con nosotros en la medida de lo posible. Comencemos. Ah, se me olvidaba, al estar usted sujeto a la ley antiterrorista, el interrogatorio está siendo grabado. – explicó Eva, como si se tratase de algo extraordinario.

Ramón asintió con la cabeza. Su gesto mostraba sorpresa. Ley antiterrorista. Aquello sonaba a algo grande, ahora comprendía todas aquellas medidas de seguridad. Le tenían miedo, respeto. Se recostó en la silla y miró a los agentes con una ceja levantada. Era su cara de perdonavidas.

Diego tuvo que hacer un esfuerzo por no reírse e hizo como si apuntara algo en la carpeta. De reojo, comprobó que Eva si pudo mantener el tipo.

– A ver, Ramón Tresánchez Vilarubias, nacido en Borja, provincia de Zaragoza. Es usted sospechoso del asesinato de Gonzalo Valero Estella. ¿Nos puede decir donde estaba usted el pasado martes día veinte de Julio? No escatime detalles, por favor. – dijo Eva.

Diego levantó la vista para comprobar la reacción del detenido. Estaba claro que no se mostraba muy propenso a colaborar. Sus manos cerradas y el gesto de su cara iban en esa dirección. Buscó sus ojos y el sospechoso rehusó mantener la mirada.

– Señor Tresánchez, hemos registrado su apartamento y tenemos suficientes pruebas para incriminarlo y que el fiscal pueda presentar una acusación formal. Desde una factura de compra del material usado en el asesinato, a cuadernos con apuntes como “hay que acabar con esos cerdos”, “deberían matarlos a todos”. ¿Continúo? – dijo Diego.

Tresánchez lo miró por un segundo para apartar la mirada de nuevo. Más madera. Diego necesitaba algo de más calibre y lo tenía…

– Hemos detenido a su pareja y cómplice en el asesinato, Celestino Cabral López. Nuestros compañeros comenzarán a interrogarlo en breve en la sala contigua. – le comunicó Diego, señalando hacia atrás con el pulgar.

Aquello no era del todo cierto, pero serviría para presionar. Álvaro necesitó menos de media hora para identificar al acompañante de Ramón en varias de las fotos. Ni Ramón ni su pareja, Celestino, poseían perfiles en redes sociales, al menos con sus identidades reales, pero bastaron cuatro llamadas telefónicas para obtener un nombre. Celestino se hallaba detenido, en efecto, pero en un calabozo de la Comisaría de Girona. Olga y Ander hablarían con él en breve. Diego intentó aprovechar los sentimientos de Ramón hacia Celestino. Si pensaba que su pareja estaba tan solo a unos metros de donde ellos se encontraban, sería más asequible…

– Celestino se encontraba bastante afectado cuando lo detuvimos. Nos preguntó si podría volver a verle. – dijo Diego.

Ramón lo miró, ahora sí. La pose de matón barriobajero se iba difuminando, poco a poco, no del todo. El detenido tragó saliva. Diego observó a Ramón con calma, paciente. Debían conseguir que aquel fornido hombre hablara, conseguir que les desvelara los planes de la banda, obtener pistas que los condujesen a la cúpula, a los que organizaban o diseñaban aquellos asesinatos. Después de la breve pausa concedida para que el detenido asimilase la posición en la que se encontraba, Eva insistió.

– Ramón, la fiscalía suele ser benevolente cuando los detenidos colaboran. Cuéntenos que hizo el pasado martes. Ayúdenos a detener esta locura. Nadie debe tomarse la justicia por su mano. – dijo Eva, con un tono pausado. – ¿Por qué asesinaron a Valero? ¿Quiénes son los BAC y qué es lo que pretenden?

El brillo de la mirada del bombero cambió sutilmente al escuchar la palabra justicia. Tragó saliva de nuevo. Diego fijó sus ojos en el detenido, aquello podía ser una señal, un indicativo. Ramón apoyó los codos sobre la mesa y se echó hacia adelante.

– ¿Cómo está Cele? – preguntó Ramón.

– No deberíamos decirle como se encuentra dada la situación, pero vamos a ser buenos. Parecía asustado. – respondió Eva. – Diría que muy asustado, ¿cómo quiere que esté? ¡Joder, están detenidos como sospechosos de un asesinato, no por saltarse un stop con el coche! ¿De verdad pensaban que podían matar a una persona como Valero y no ser detenidos?

Eva finalizó con una leve sonrisa su parrafada. Una persona como Valero… Ninguna palabra era elegida al azar. Ramón agachó su cabeza, pero continuó en silencio. Eva y Diego se buscaron por un instante. Todo seguía el guion imaginado. Ahora mismo, si Diego no se equivocaba, Ramón estaría pensando en su pareja, con la incógnita de si volvería a verlo. Pensaría en lo que habían hecho, si habrían cometido un gran error, si realmente tenían aquellas pruebas. Una persona en su situación tendría conatos de arrepentimiento, tendría dudas, se pondría nervioso, pero seguiría sin hablar. Su cabeza estaría hecha un lío, albergando la esperanza que todo acabase rápido, que no fuese cierto, tal vez temeroso del castigo, inseguro ante lo que iba a acontecer.

Pasaron un par de minutos donde los investigadores, pacientes, ni se movieron. Ahora era turno de Ramón, quien, intranquilo, movía los dedos de sus manos de su mano derecha como si tocase el piano, como si tuviese un tic nervioso o interpretase una melodía que tan sólo él era capaz de escuchar. Él debía de marcar el siguiente paso. Su reacción sería clave, por eso Eva y Diego lo observaban casi sin pestañear, pacientes, mientras meditaban las opciones en función de la respuesta del detenido.

Diego frunció el ceño. Aquel hombre que tenía frente a él aparentaba diez años menos de los que decía su DNI. Era alto y fuerte, lucía un bronceado casi excesivo, su apariencia era de un tipo duro. Les habían pasado bastante información sobre él. Bombero durante casi toda su vida laboral, buen trabajador, serio y constante, nunca había sido problemático. Voluntario en multitud de misiones de ayuda tanto nacional como internacional, fue condecorado con la medalla de bronce al mérito de Protección Civil el año dos mil diez, tras haber participado en las labores de rescate de las víctimas del terremoto de L’Aquila, en Italia. Perdió a su compañero sentimental en un incendio en Guadalajara, en el año dos mil cinco, donde tres unidades de su cuartel acudieron en labores de apoyo desde Zaragoza. Un cambio en la dirección del viento acabó con la vida de media brigada, la que él dirigía. Seis hombres en total. Entre ellos, Javier Núñez, pareja de hecho de Ramón, quien se salvó por casualidad, ya que estaba siendo entrevistado por una emisora de radio. Fue un gran golpe, duro, que tardó tiempo en asimilar. Acumuló varias bajas por depresión durante los años siguientes, llegando a presentarse voluntario para dejar el cuerpo cuando la crisis hizo que redujesen el número de bomberos en la plantilla de su cuartel. No aceptaron su petición las dos primeras veces, pero si la tercera. Conoció a su actual pareja en uno de sus múltiples viajes por la geografía española, en San Sebastián, hacía dos años y medio. Y allí estaba ahora, esposado y detenido, sospechoso de haber asesinado a un ex alto cargo del Partido Socialista Obrero Español. Diego presintió que Ramón necesitaba un pequeño empujón…

– Vamos señor Tresánchez, díganos porque usted y el señor Núñez planearon el asesinato de Valero. ¿Ha sido por venganza? – preguntó Diego.

Fue a propósito, Diego había mencionado el apellido de la anterior pareja de Ramón aparentando una equivocación. El detenido se incorporó poco a poco, mirando a Diego, con semblante serio.

– Váyanse. Están perdiendo el tiempo conmigo. No pienso decirles nada. – dijo Ramón.

– Usted mismo. De momento, tenemos dos miembros de los BAC detenidos, son Leonor y Pedro, dicen que le conocen. Como están colaborando con la investigación, sus condenas serán menores. – dijo Eva. – Vamos Diego. Comprobemos si Celestino está más por la labor.

Acto seguido, Eva se levantó y Diego la siguió hasta la puerta en silencio. Salieron de la sala y Eva, con un sutil gesto de su mano derecha, le indicó que le acompañara. Iba a fumar.

– Bueno, tenías razón. Cerrado en banda. – dijo Eva, dirigiéndose al final del pasillo.

La investigadora empujó la puerta de la salida de emergencia con el trasero, mientras encendía el cigarrillo. Dejó que Diego saliese y dio dos saltitos en los escalones para bajar a la acera. Se apartaron ligeramente de los otros agentes que se encontraban fumando en el mismo sitio. Diego consultó su teléfono, al que tenía conectado la batería externa, ya que la del móvil estaba prácticamente descargada. Otra vez. Leyó los mensajes del grupo de investigación. Sonrió. Comenzó a contestar a Eva mientras escribía algo en el móvil.

– Cuestión de carácter. Ramón es fuerte y cree que vamos de farol, o al menos que lo tiene todo controlado. Ahora mismo estará valorando qué clase de información tenemos y que pueden haber contado Pedro y Leonor. Por el perfil psicológico, pensamos que Cele será más débil que Ramón, hablará antes, pero dudo que sepa mucho. Nuestro hombre es Ramón. Él tiene la información que necesitamos. Será difícil, pero tenemos que conseguir que nos cuente todo. – respondió Diego.

– Pues al ataque, lo que habíamos acordado. Yo comienzo con los equipos de buceo y tú continúas con las fotos. Tenemos que recuperar el tiempo que hemos perdido mientras lo tenían en el hospital. Ha estado sedado más tiempo del que pensábamos. – dijo Eva, dando una calada a su cigarrillo. – Pero ha valido la pena. Ya sabemos que las prótesis dentales de Ramón y Cele son similares a las de Pedro y Leonor. El detenido de Pamplona, Aizpurúa y su ayudante, Mendieta están siendo interrogados.

– Desde luego. Si Álvaro está en lo cierto con el sistema que usaba el dentista para codificar los nombres, es posible que tengamos una lista de sospechosos en breve. – dijo Diego.

– ¿Crees que cuando volvamos habrá usado la pastilla? – preguntó Eva, mientras expulsaba el humo.

– No creo, Ramón debería estar al límite, encontrarse en un callejón sin salida para hacerlo. Espero que hable antes de que opte por quitarse la vida. – respondió Diego, sonriendo a Eva.

Pensó en llamarle la atención sobre el tabaco, pero se abstuvo. No quería discutir. Además, no sabía por qué, pero le resultaba sexy ver a Eva fumando. La observó mientras ella, con la cabeza bajada se masajeaba la nuca.

– No puedo quitármelo de la cabeza. ¡Joder, me cuesta creer que haya gente dispuesta a morir por unos ideales a estas alturas! Podría llegar a entender el caso de Pedro, ya que estaba muy enfermo, pero Leonor y estos dos… Siglos atrás lo entendería, la gente era más ignorante y moldeable, pero con los tiempos que corren, de veras, estoy flipando… ¿Qué grado de locura hay que tener para preferir morir en lugar de pasar unos años en la cárcel?  – dijo Eva, pensativa, mirando a Diego a los ojos.

– No lo sé, la verdad. No es cuestión de locura… Esperaría un comportamiento así en gente solitaria, ya sabes, gente con problemas de adaptación en esta sociedad, pero no en personas con pareja estable, incluso hijos. Es difícil de entender, si… – contestó Diego. – Llegar hasta ese punto, a tomarse una pastilla sabiendo que es lo último que vas a hacer. Debe ser una decisión terrible, hay que tener una voluntad de hierro, una fe ciega…

– O estar harto de vivir, dar tu vida por una causa… En serio, no lo entiendo. Contra gente con ese tipo de convicciones estamos realmente jodidos. Joder, por poner un ejemplo. ETA. Esos eran los terroristas típicos, eliminaban a sus enemigos, pero querían sobrevivir para seguir luchando y además lo publicaban a los cuatro vientos, para que todo el mundo se enterara de quienes eran y lo que pretendían. Pero estos BAC y los yihadistas islámicos, salvando las distancias, por supuesto, tienen algo en común que los hace muchísimo más peligrosos, están dispuestos a morir por el objetivo. No les importa caer si la victima cae también. Reitero, estamos jodidos, y mucho, ante este tipo de amenazas terroristas. Terroristas…, ese término tampoco creo que sea el más apropiado, pero de alguna forma tendremos que llamarlo. Es difícil de catalogar, ¿no? Si cualquiera, desde un joven hasta un abuelo puede convertirse en un asesino, prácticamente nos dejan sin medios para contrarrestarlos. ¿Cómo se lucha contra una amenaza así? Nosotros podemos investigar, efectuar seguimientos de grupos que compran armas, que trafican con droga para financiarse, pero, ¿cómo podemos luchar contra alguien que decide acabar con la vida de otra persona golpeándolo con una bola de billar? Así, de la noche a la mañana, un individuo que decide desplazarse al lugar donde está veraneando su víctima y si ve la oportunidad, se lo cepilla, sin contemplaciones. – dijo Eva.

– Tampoco es tan simple. Suponíamos que los BAC debían tener una estructura, ya lo habíamos comentado. Ahora sabemos algo más de cómo se comunicaban, pero nos falta entender como planifican los asesinatos, como eligen a sus víctimas. Ese grupo de gente que aparece en las fotos, nuestros BAC, son gente común, no los comparemos con radicales religiosos musulmanes… – dijo Diego.

– ¿Qué no los comparemos con los radicales islamistas? Son asesinos, como ellos, y muy crueles, por lo que hemos podido ver hasta ahora, diría incluso que tienen un punto sádico. Hemos identificado a doce personas del grupo, de los cuales ocho están detenidos esperando ser interrogados y el número sigue creciendo. Los asesinos de Muñoz-Molina prefirieron suicidarse a ser encerrados. No me digas que no tienen similitudes con el yihadismo. Gente común… ¿acaso los radicales islamistas son seres con tres patas? – exclamó Eva.

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