Azul…

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El año lírico » Estival

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Estival

I

La tigre de Bengala,

con su lustrosa piel manchada a trechos,

está alegre y gentil, está de gala.

Salta de los repechos

de un ribazo, al tupido5

carrizal de un bambú; luego, a la roca

que se yergue a la entrada de su gruta.

Allí lanza un rugido,

se agita como loca

y eriza de placer su piel hirsuta.10

*

La fiera virgen ama.

Es el mes del ardor. Parece el suelo

rescoldo; y en el cielo

el sol, inmensa llama.

Por el ramaje oscuro15

salta huyendo el kanguro.

El boa se infla, duerme, se calienta

a la tórrida lumbre;

el pájaro se sienta

a reposar sobre la verde cumbre.20

*

Siéntense vahos de horno;

y la selva africana

en alas del bochorno,

laza, bajo el sereno

cielo, un soplo de sí. La tigre ufana25

respira a pulmón lleno,

y al verse hermosa, altiva, soberana,

le late el corazón, se le hincha el seno.

*

Contempla su gran zarpa, en ella la uña

de marfil; luego toca30

al filo de una roca,

y prueba, y lo rasguña.

Mírase luego el flanco

que azota con el rabo puntiagudo

de color negro y blanco,35

y móvil y felpudo;

luego el vientre. En seguida

abre las anchas fauces, altanera

como reina que exige vasallaje;

después husmea, busca, va. La fiera40

exhala algo a manera

de un suspiro salvaje.

Un rugido callado

escuchó. Con presteza

volvió la vista de uno y otro lado.45

Y chispeó su ojo verde y dilatado,

cuando miró de un tigre la cabeza

surgir sobre la cima de un collado.

El tigre se acercaba.

*

Era muy bello.50

Gigantesca la talla, el pelo fino,

apretado el hijar, robusto el cuello,

era un don Juan felino

en el bosque. Anda a trancos

callados; ve a la tigre inquieta, sola,55

y le muestra los blancos

dientes, y luego arbola

con donaire la cola.

Al caminar se vía

su cuerpo ondear, con garbo y bizarría.60

Se miraban los músculos hinchados

debajo de la piel. Y se diría

ser aquella alimaña

un rudo gladiador de la montaña.

Los pelos erizados65

del labio relamía. Cuando andaba,

con su peso chafaba

la yerba verde y muelle;

y el ruido de su aliento semejaba

el resollar de un fuelle.70

Él es, él es el rey. Cetro de oro

no, sino la ancha garra

que se hinca recia en el testuz del toro

y las carnes desgarra.

La negra águila enorme, de pupilas75

de fuego y corvo pico relumbrante,

tiene a Aquilón; las hondas y tranquilas

aguas el gran caimán; el elefante

la cañada y la estepa;

la víbora, los juncos por do trepa;80

y su caliente nido

del árbol suspendido,

el ave dulce y tierna

que ama la primer luz.

Él, la caverna.85

*

No envidia al león la crin, ni al potro rudo

el casco, ni al membrado

hipopótamo el lomo corpulento,

quien bajo los ramajes del copudo

baobab, ruge al viento.90

*

Así va el orgulloso, llega, halaga;

corresponde la tigre que le espera,

y con caricias las caricias paga

en su salvaje ardor, la carnicera.

*

Después, el misterioso95

tacto, las impulsivas

fuerzas que arrastran con poder pasmoso;

y ¡oh gran Pan! el idilio monstruoso

bajo las vastas selvas primitivas.

No el de las musas de las blandas horas,100

suaves, expresivas,

en las rientes auroras

y las azules noches pensativas;

sino el que todo enciende, anima, exalta,

polen, savia, calor, nervio, corteza,105

y en torrente de vida brota y salta

del seno de la gran naturaleza.

II

El príncipe de Gales, va de caza

por bosques y por cerros,

con su gran servidumbre, y con sus perros110

de la más fina raza.

*

Acallando el tropel de los vasallos,

deteniendo trahíllas y caballos,

con la mirada inquieta,

contempla a los dos tigre, de la gruta115

a la entrada. Requiere la escopeta,

y avanza, y no se inmuta.

*

Las fieras se acarician. No han oído

tropel de cazadores.

A esos terribles seres,120

embriagados de amores,

con cadenas de flores

se les hubiera uncido

a la nevada concha de Citeres

o al carro de Cupido.125

*

El príncipe atrevido

adelanta, se acerca, y se para;

ya apunta y cierra un ojo; ya dispara;

ya del arma el estruendo

por el espeso bosque ha resonado.130

El tigre sale huyendo,

y la hembra queda, el vientre desgarrado.

*

¡Oh, va a morir!… Pero antes, débil, yerta,

chorreando sangre por la herida abierta,

con ojo dolorido,135

miró a aquel cazador; lanzó un gemido

como un ¡ay! de mujer… y cayó muerta.

III

Aquel macho que huyó, bravo y zahareño,

a los rayos ardiente

del sol, en su cubil después dormía.140

Entonces tuvo un sueño:

que enterraba las garras y los dientes

en vientres sonrosados

y pechos de mujer; y que engullía

por postres delicados145

de comidas y cenas,

—como tigre goloso entre golosos—

unas cuantas docenas

de niños tiernos, rubios y sabrosos.

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