Azul

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II. Sueño ligero

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II. Sueño ligero

 

Desperté.

«¡Así que solo era un sueño!», pensé desconsolada. Pues claro. ¿Cómo iba un tío así a buscarme a mí? Ni que fuera una princesa de verdad. Tras sacudirme los últimos resquicios de mi intensa vida interior, volví definitivamente a la cruda realidad. «Que tampoco está tan mal», tuve que admitir. A mi lado dormía Dani, mi novio. Me quedé un momento contemplándolo con ternura, y no tardé en sentirme horriblemente mal. Por último, la culpabilidad acabó dando paso al alivio. «Menos mal que solo era un sueño. Pero aunque fuera un sueño, ¿quién soy yo para ir dando por ahí mi teléfono? Menuda fresca estoy hecha. Además, no me lo he tirado porque el muy cabrón al final no me ha dejado, que si no…».

«Claro que… si solo era un sueño… Joder, si llego a saber que era un sueño, ya podía haberme dejado de remordimientos estúpidos y haber sucumbido al principio del todo. ¿Quién iba a culparme de lo que hago en un sueño? Mierda, qué tonta soy. Una oportunidad así no se me va a volver a presentar en la vida. ¡Azuuul! ¡Azulito! ¡Vuelve con tita Lucía!».

Reí para mis adentros, todavía divertida por mi experiencia nocturna. Me disponía a tomar una ducha de agua fría para quitarme los últimos pájaros de la cabeza, cuando sonó mi teléfono. Descolgué al instante para no despertar a Dani con la musiquita. No comprobé la identidad del que llamaba, y por eso casi mancho las bragas cuando escuché:

—Hola, Lucía.

Solté un gemido y dejé caer el móvil en la cama, volví a agarrarlo nerviosa y colgué. Entonces despertó Dani, sobresaltado.

—¿Qué pasa, cariño?

—Nada —contesté automáticamente. Al verme con el móvil en la mano, preguntó:

—¿Quién era?

—Nadie.

Empezó a mosquearse. Lo noté, por lo que añadí:

—Se han equivocado.

Miento muy mal y él me cala muy bien, así que fue una situación algo tensa, pero lo cierto es que Dani volvió a dormirse, esta vez con el ceño fruncido, y yo, tras apagar el teléfono con el máximo disimulo, me abracé a él.

Mi mente, sin embargo, iba loca. Quizás no era todo tan sencillo como pensaba. Ya me parecía a mí que era demasiado real para ser un sueño. Es lo que se piensa siempre, lo sé, pero este era… diferente. ¿Cómo explicarlo? Vale, allá va: ni en el más caliente de mis sueños húmedos, me había sentido nunca tan cachonda.

Vislumbré otras posibilidades. Comencé a aterrarme. Azul existía. Me acababa de llamar y con toda certeza había dejado la llamada registrada. Si Azul existía, las cosas cambiaban… ¿Había salido la noche anterior? De pronto no me acordaba. ¡Dios! ¡Había salido la noche anterior, y me habían puesto algo en la bebida, bueno, dos cosas, una para ponerme calentorra y otra para borrarme la memoria! No sé a qué garito había ido, pero no me acordaba ni de lo que había hecho antes ni de (glups) lo que había hecho después. Por mi madre que esperaba haber llegado dignamente a casa.

Pero si había salido y me había cascado como mínimo un cubata de trago, ¿por qué narices no tenía resaca?

Rayos. Quería quitarme los pájaros de la cabeza y ¡sorpresa!, acababan de anidar. Tuve que esperar a que Dani se espabilara para confirmar mi truculenta hipótesis:

—Cariño… —Era de vergüenza—. Yo salí anoche, ¿verdad?

Me miró con sorna primero, luego con extrañeza y, finalmente, con susto.

—¿No te acuerdas?

—Vagamente.

—Vaya. —Me miró con cierta lástima—. Pues sí que te ha calado hondo lo nuestro… —Y se dio la vuelta ofendido.

Cagada. La noche anterior no salí. Cenamos solos en casa, hicimos el amor y nos quedamos dormidos. ¿Cómo podía haber olvidado eso?

—Era bromaaaaa —dije, haciéndole cosquillas.

—Ja, ja. Por poco me descojono.

Al momento se levantó para desayunar, con lo que yo aproveché para meterme en la ducha. Me llevé el teléfono y, espantada a la vez que muerta de curiosidad, lo encendí.

Me llegó un mensaje: 23 llamadas perdidas. Impresionante, récord Guinness. Fuera quien fuese, estaba muy interesado en hablar conmigo. ¿Quién? Misterio: Número desconocido.

Di un respingo, porque de pronto volvió a sonar. Esta vez me armé de valor y descolgué, preparada para escuchar a alguna clase de psicópata.

—¿Diga? —susurré. No quería que Dani me oyera.

—Hola, Lucía.

El tipo era de ideas fijas.

—Y tú debes de ser Azul.

—Bien lo sabes.

—¿Desde dónde llamas?

—Eso no importa.

—Sí que importa, porque si no me lo dices te cuelgo.

—Espera. De una cabina.

—Qué cabina.

—Una que acabo de imaginar. Escucha, Lucía…

—No, escucha tú, majarón. Dime ahora mismo cómo has conseguido mi teléfono.

—Me lo diste tú, Lucía.

—Cuándo.

—Esta noche.

—¡Dios! Esto es una pesadilla.

—Me ofendes con ese término.

—¿Dónde está ese garito infecto en el que nos hemos visto?

—Tú sabrás. Mira dentro de tu cabeza. Después de todo, era tu sueño. Yo solo pasé a hacerte una visita.

Dejé un momento el móvil para poder agarrarme cómodamente de los pelos.

—¿Lucía? Lucía, ¿estás ahí?

—Sí.

—Nos vemos esta noche.

—¡Pero qué dices!

—Créeme, te gustará.

—¡No, no me gusta!

—No te arrepentirás.

—¡Pues tú sí, y a base de bien!

—No hago más que pensar en ti, amor mío.

—¡Que te den por saco!

—Te quiero.

—¡Me cago en tus muelas!

—Dulces sueños, mi amor.

—Espera, ¡espera! Por favor, basta de bromas, dime: ¿quién eres?

—Azul.

—¡Ya sé que eres Azul, hostias! Pero ¿qué más? ¿Azul García? ¿Azul Jiménez?

—Solo Azul. Soy un príncipe.

—Y dale…

—No te entiendo, Lucía. ¿Qué quieres saber?

—¡Quiero saber, zopenco onírico, quién huevos eres en realidad!

—¿Realidad? Ese no es mi terreno. Ya te dije quién soy: el chico de tus sueños. Y ahí es donde te voy a ver. Lo demás me trae sin cuidado.

—¿Eres un fantasma?

—Déjate de fantasías, Lucía. Esto es muy serio.

—Oye, mira, yo soy una persona muy equilibrada, ¿vale? Paso de expedientes X y esas cosas. Ahora mismo estoy en una etapa de mi vida en que no me viene nada bien volverme loca, así que, si no te importa, me gustaría que te esfumaras y me dejaras seguir haciendo progresos con mi cordura.

—Por supuesto. Progresa durante el día, que por la noche ya me encargo yo.

—¡Eres cabezón, ¿eh?!

—Si te sientes mejor, piensa que soy parte de tu subconsciente y ya está.

—¡Eso es lo que me preocupa, cazurro, que realmente esté hablando ahora mismo con una parte de mi subconsciente! De acuerdo, de acuerdo, cálmate, Lucía. Todo esto no está pasando. Te ha dado un ataque de histeria y estás hablando sola…

—Cosa que no entiendo, cuando puedes hablar conmigo.

—¡Que te calles! ¡Joder, ahora entiendo a los locos! Hey, un momento… Voy a pasarte a mi novio. Quiero que hables con él para comprobar si él también te oye.

—No tengo nada que hablar con ese caballero.

—¡Por favor!

—No. Me niego. Está más allá de todo interés.

—¡Muy bien, pues te advierto que esta noche la vas a pasar en soledad onanista!

—Ya veremos.

—¡Lo digo en serio, ya puedes esperarme sentado!

—Al contrario, serás tú la que me espere a mí. No te preocupes, que por la noche verás las cosas de un modo muy distinto. Te lo prometo. Hasta luego, Lucía. Mientras tanto, te aconsejo que descanses.

Colgó el muy canalla, dejándome con una cara de imbécil que no se me fue en todo el día.

Miedo me daba llegar a la noche.

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