Azul

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¡Bien hecho Oliver!, se dijo amargado, ahora sí que la has hecho. Eres el estúpido más grande de la historia. Siempre tan cuidadoso de no involucrar tu condenado corazón, y mírate ahora, suplicándole migajas de amor a una mujer que te desprecia y por la que sin dudarlo nadarías en medio de tiburones si ella te lo pidiera, se reprendió.

Y aunque ella bien podía haberse echado en sus brazos y abrazarlo tan fuerte que nadie pudiera separarlos, en cambio ella meditó esa escena. Él era un pirata, y según le había contado sir Henry, un estratega extraordinario, un hombre valiente y audaz; y ella sabía con precisión que también era un hombre adictivamente atractivo que irradiaba sensualidad por cada uno de sus poros, y que ahora, por disparatado que esto fuera, él estaba suplicando su perdón. Ella no le permitiría salir triunfante con tanta facilidad, él le estaba otorgando la oportunidad de tomar las riendas de sus decisiones.

Él le había roto el corazón de la manera más cruel y él tendría que hacer más que solamente ofrecerle una suplicante disculpa para que ella le concediera el perdón que él solicitaba. Además, si él era tan buen estratega, bien podría ser esta una más de sus maniobras.

—Por lo tanto, ¿debo sentirme conmovida o halagada porque soy la primera persona a la que tú has ofrecido disculpas?. —Los ojos de brillantes esmeraldas de Oliver apuntaron su mirada directamente a la de ella. En su rostro se dibujó la tensión, apretó los dientes y frunció ligeramente el ceño marcándosele una pequeña arruga entre las cejas. Él esperaba resistencia de parte de ella, pero nunca imaginó hasta qué grado— Tengo el enorme placer de informarte que tu intento ha fracasado.

A pesar de la momentánea muestra de valor que la abrigaba, ella sabía que no iba a durar mucho tiempo y antes de perderla, optó por retirarse y ponerse a salvo.

Había roto las insistentes lecciones de subordinación de su tía Amelia y había dado rienda suelta a su espíritu indómito. Ella le sostuvo la mirada a Oliver hasta que supo que no estaba en condiciones de presentarle batalla a un hombre poderoso que irradiaba fuerza y determinación como él. Podría ser un caballero, según le había dicho sir Henry, podía ser un pirata utópico también, pero era un hombre que si se le presionaba demasiado, podría reaccionar de la peor forma, y eso ella lo sabía de sobra. Sin bajar la mirada, se dio vuelta e intentó huir de la manera más altanera y elegante, pero Oliver con los brazos extendidos le obstruyó el paso en dos ocasiones, por la derecha y la izquierda.

—¡Déjame pasar!. —Le dijo enfurecida y no porque lo estuviera, sino porque él no le facilitaba la huída y ella comenzaba a perder el control y si eso sucedía... Ella no quiso pensar más.

—No Fátima, aún no he terminado. Tú dijiste que me escucharías y vas a hacerlo.

Su voz ya no era suplicante, sino autoritaria y en su rostro se había dibujado un mohín de disgusto.

—La próxima vez que quiera escuchar tonterías, te mandaré llamar.

Ella se dio vuelta pero él se aferró a su brazo y la detuvo girándola bruscamente hacia él y atrayéndola a su cuerpo e inmovilizándola entre sus brazos. Inclinó su rostro hasta que sus labios estuvieron tan cerca de los de ella, que pudo sentir como se movían mientras él hablaba.

—Te suplico que no hagas que me enfade contigo. Yo toleraré todos los insultos que a ti se te ocurran, pero primero debes escuchar lo que tengo que decirte.

—¡Suéltame!.

Ella se retorció intentando liberarse del abrazo, pero él la aferró con más fuerza, tanta, que la presión de sus brazos le produjo dolor y un diminuto gemido escapó de la garganta de ella.

—No. —Dijo él con voz ronca y severa.

—¡Capitán, por favor!. No quisiera tener que llamar a la señora.

Índigo sujetó con firmeza el brazo derecho de Oliver y él liberó a Fátima de su abrazo al instante.

—Índigo, avísale a tía Amelia que sentí incontrolables náuseas y tuve que retirarme. Dile que ruego me disculpe con el señor Gobernador.

Ella se volvió dándoles la espalda, levantó la falda para que no le estorbara al caminar y atravesó el jardín hasta que perdió de vista al Capitán Drake.

Ella lo había vencido.

Lo había insultado.

Y le había clavado un puñal en el corazón, en su necio corazón.

Si él hubiera podido, se habría arrojado al piso retorciéndose de dolor. Su mujer lo había rechazado con tales ínfulas que lo dejó desarmado e indefenso, en medio de un inofensivo jardín. Mal herido, sería una mejor descripción.

Se sintió estúpido, enfurecido, desolado, descontrolado... Experimentó tantos sentimientos tan diversos que mientras reconocía uno, el siguiente ya se le había echado encima. Si esta mujer era capaz de ensartarle el corazón con solo palabras y producirle ese dolor que lo estaba atormentando, entonces, él realmente se encontraba en un problema serio.

Nunca antes imagino que enamorarse pudiera resultar tan, tan... Doloroso. En principio, ni siquiera creyó posible que pudiera enamorarse en un parpadeo. Y sin embargo, le había sucedido, precisamente a él.

¡Maldita punzada que se le había clavado en los huesos, en la carne, en el cerebro!.

¡Maldita Fátima por ser la causante!.

¡Y Maldito, mil veces maldito él por haber bajado la guardia!.

Ella tuvo que detenerse un minuto, su respiración estaba tan acelerada y su corazón latía tan aprisa que a punto estuvo de reventarle en el pecho. Sentía ganas horribles de llorar. Él, su pirata encantador, había venido, estuvo frente a ella ofreciéndole una angustiosa disculpa y ella con el orgullo inflamado evitó que él concluyera su discurso. Ella había soñado con él durante toda la noche, lo había recordado con tal precisión que hubiera podido arrancarlo de sus pensamientos y recostar su cabeza sobre su pecho fuerte. Él tenía razón, si bien le había sorprendido su bestial comportamiento de la noche anterior, definitivamente ella había respondido a sus besos. Y él lo supo. Con el simple roce de sus labios sobre los de ella, él lo supo. ¿Qué intentaba al aprovecharse de su interés en él y seducirla?. ¿Comprometerla?. ¿Para qué?. Él no parecía ser un hombre que aceptara compromisos y menos que implicaran una sola mujer en su existencia, y desde luego, no una como ella.

Para su fortuna, cualquier época del año es buena para huir en el jardín porque sus rosales siempre se bordan de flores y el aroma que navega en la brisa marina, se vuelve como una poción, que ella necesitaba respirar en ese instante para recobrar la calma. Siempre había sido el jardín el único que la tocaba, el único que la besaba con perfumados labios de colores, el único. Hasta la noche anterior.

El viento bailaba con los rosales, el vestido y su cabello. Ella se había habituado a esa combinación de aire salado y rosas que ahora penetraba en sus venas inyectándole una dosis de serenidad.

Su respiración estaba recobrando la calma cuando escuchó pasos detrás de ella. Se volvió encontrándose de frente con el Capitán Drake. Él estaba de pie a varios metros de distancia, observándola con una mirada inquisidora y penetrante. Él no se movió ni un centímetro. Y ella lo imaginó como una de las estatuas que adornaban aquel jardín. Él, tan perfecto e irreal. En su rostro no había cincelada ninguna clase de emoción, no había tampoco tensión en su quijada o en sus músculos. Su mirada era severa y bien podría haberle lanzado una estocada mortal, si ella no le hubiera vuelto la espalda y caminado hacia la puerta trasera de la mansión. Él no la siguió.

¿Por qué no había podido dejarla marchar y tomarse el tiempo para lamerse las heridas?. ¿Por qué esa mujer lo arrastraba a una espiral de desconcierto y desesperación?. Ella había huido de él y él la siguió como si ella sujetara una cadena que le atravesaba el cuerpo y lo obligaba a arrastrarse tras ella. Y ahí estaba ella, mirándolo altiva y directamente a los ojos. ¿Sería tal vez que él se había equivocado?. ¿Sería quizá que lo que él y sir Henry habían creído que era amor, se había transformado en una aberrante mutación de desprecio?. Si eso fuera verdad, pensó, entonces se embarcaría y se marcharía de Port Royal tan lejos como fuera posible, a un sitio en donde el recuerdo de ella no pudiera alcanzarlo.

Muy, muy en lo profundo, él sabía que ni se marcharía y tampoco se libraría de ella. El oxígeno ya no le era suficiente, necesitaba el aroma de ella para poder respirar.

Y ella se fue, en silencio. Y él no pudo seguirla, la posibilidad que recién había descubierto, la perspectiva aterradora de que ella lo despreciara, lo ancló en tierra y reventó la cadena.

¡Por Dios, su estúpido corazón le punzaba!.

—Ha sido muy doloroso el rechazo, ¿cierto?.

Índigo le habló en el peor de los momentos, ni siquiera le permitió terminar de compadecerse de su lastimera situación y peor aún, parecía que ella había descubierto lo que él estaba sintiendo precisamente en ese instante. Saberse vulnerable y transparente fue demasiado para un hombre como él. Le sonrió amenazante, inclinó la cabeza en señal de despedida y con grandes y decididas zancadas emprendió el camino de vuelta a la terraza.

Pero Índigo tenía pensado algo muy diferente a una huída.

—Te comportaste como una bestia anoche, Capitán Drake. Ella me lo contó.

Oliver se paralizó. Esa era otra frase que no deseaba escuchar y evidentemente no en este momento. Él se dio vuelta y la miró con el ceño adusto. El músculo de su quijada se tensó y todo él, adoptó una apariencia hosca. Caminó de regreso muy lentamente y se plantó con las piernas ligeramente separadas y extendió los brazos a los costados, como si se estuviera ofreciendo en sacrificio.

—Dígame algo que yo no sepa, señora. —Le habló con el peor de sus tonos sarcásticos.

—Ella no sabe qué hacer contigo, Capitán Drake.

Vaya, él se lo había pedido y ella lo complació. Que revelación más perversa le había hecho esa mujer. ¿Era tan difícil entender que lo único que él deseaba era amar a Fátima y que ella le correspondiera de la misma manera?.

—Esto ciertamente es nuevo. —Le dijo esbozando una sonrisa que más bien se antojaba abatida.

—Si has venido aquí, después de lo que sucedió anoche, quiero pensar que es porque tenías la indudable intención de presentarle una honesta disculpa y algo más. ¿Cierto Capitán Drake?.

Oliver entornó los ojos y dibujó una sonrisa sesgada en su rostro, cruzó los brazos y levantó altivo la cabeza. Parecía que su estúpido corazón había gritado a los cuatro vientos lo que él sentía, y todo el mundo se había enterado. Todos. Excepto ella, su insensible mujer.

El simple hecho de verse vulnerable y transparente le provocó una estallido de indignación. Estaba hecho un gran imbécil, el estúpido protagonista de una ridícula tragedia, y todo por causa de su Fátima.

—Yo no doy explicaciones a nadie y mucho menos a la servidumbre, señora. Qué tenga buen día.

Le dio la espalda en un despliegue de indignación y reanudó su avance rumbo a la terraza, pero Índigo nuevamente lo detuvo.

—Eres tan obstinado como ella, por eso ambos están en medio de este primoroso lío. ¡Vete y pierde la única oportunidad que tienes de recuperarla!.

Ella se estaba jugando la última carta. Sí él no reaccionaba, entonces todo se habría perdido para Fátima y sin duda ella tendría que presenciar como su joven Fátima se marchitaba encerrada y sometida a una vida desdichada y gris.

Pero, él reaccionó. Se detuvo más no se volvió. Meditó las palabras de ella, y si esa mujer representaba esa

oportunidad para recobrar a su Fátima, entonces le daría todas las explicaciones que ella le solicitara. Él se volvió y la miró con el rostro insondable y frío.

—Señora... —Ella lo interrumpió en el mismo tono frio con que él le había hablado.

—Índigo, mi nombre es Índigo, Oliver y soy la nana, dama de compañía, madre, padre y cómplice de la mujer que está enamorada de ti y a la que a punto estuviste de comprometer de la peor manera anoche.

¿Enamorada de él?.

Eso había dicho Índigo. ¡Fátima estaba enamorada de él, se lo confirmó la persona más cercana a ella!. Él se pasó la mano por el cabello y luego se acarició la quijada un par de veces antes de responderle. Después de unos segundos, vislumbro que podía existir una pequeña salida para este condenado embrollo.

—Índigo no estoy de humor para escuchar más regaños. Háblame de esa oportunidad para recuperar a Fátima.

—Capitán Drake, ella está confundida, molesta y lo peor de todo es que le rompiste el corazón. Dale tiempo para que ponga cada uno de sus sentimientos en el lugar que corresponden y entonces ella misma va a entender cuál es el que prevalece sobre todos los demás.

—Índigo zarparé dentro de un par de semanas rumbo a Inglaterra, debo resolver un problema personal. Estaré lejos varios meses y no deseo irme sin haber solucionado el conflicto con Fátima. ¿Sabes todo lo que puede suceder en un solo minuto? Yo voy a estar lejos durante meses. Cuando yo regrese, no quiero encontrarla atada a un compromiso con alguien que no sea yo.

¿Qué tanto podría suceder en un par de meses?. ¿Qué florecieran rosas nuevas?. ¿Qué hubiera una tormenta inesperada?. ¿Qué Fátima permaneciera enclaustrada como hasta ahora?. ¿Qué novedad ocurriría en una casa en donde no pasaba nada nuevo nunca?, pensó Índigo.

—Escucha. Regresa aquí por la mañana del día en que zarpes. Todas las mañanas doña Amelia está fuera de la casa y vuelve para la hora del almuerzo. Yo me aseguraré de que tengas oportunidad de hablar con Fátima a solas y entonces podrás decirle lo que ella necesita escuchar para regresarle el ritmo a su corazón. Tú sabes a qué me refiero.

El sonrió aliviado, al descubrir que Índigo había expuesto lo que él sentía por su Fátima sin recriminarlo o censurarlo.

Si, él estaba enamorado de Fátima y en este momento, ya no le importaba que Índigo pudiera verle los sentimientos a flote. Le ofrecería matrimonio a Fátima y no se marcharía sin haber recibido la aceptación de ella.

—Así será entonces, Índigo.

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