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—FÁTIMA, el Capitán está en su camarote.

Eugene le habló desde el castillo del galeón, y ella inclinando la cabeza le agradeció la información, luego se dirigió a la cabina del Capitán y llamó a la puerta.

—Adelante. —Oliver estaba de pie frente a una mesa estudiando varias cartas navales— ¿Cómo sigue?. —Le preguntó impasible sin levantar la mirada.

—Ella está mejor, algunas heridas están abiertas aún y sangran un poco. Tomará algún tiempo para que se recupere completamente. —Ella se acercó a la mesa y colocó su delicada mano sobre la de él que estaba apoyada en un mapa— Gracias por protegerla.

Él se enderezó, sostuvo la mano de ella un segundo en la suya y con un leve jalón la atrajo hacia él y enlazó su cintura con sus brazos.

Ahora estaban fuera de la vista inquisidora de la tripulación, y él ya no podía ocultar por más tiempo su necesidad de ella. Él le sonreía con ese hermoso resplandor que se le escapaba cada vez que trazaba una sonrisa en su varonil rostro. Pero casi de inmediato se tornó frío y su sonrisa se transformó en una línea horizontal.

—Fue una atrocidad lo que Amelia le hizo. Ese día recién había desembarcado en Port Royal, y fui directamente a tú casa, obviamente no te encontré y luego me fui a ver a Henry, y él me explicó todo lo que había sucedido durante mi ausencia, también me habló de la suerte que había corrido Índigo y del plan que tenía para sacarla de Jamaica sin provocar sospechas. De inmediato me hice cargo del asunto, me fui al mercado de esclavos y esperé a que la pusieran en venta. Ella estaba muy mal......

Fátima colocó su mano sobre los labios de él deteniendo el discurso.

—Ella me lo ha contado.

Se encontraba en una situación extraña, ella agradecía la intervención de él en el rescate de su nana, sin embargo no era la gratitud lo que la impulsó a persuadir a sus labios, de nuevo, a encadenarse al hechizo de los de él. Ella no resistió más la tentación de besarlo. Sin embargo, él no permitió que la magia de sus besos surtiera su efecto por más de un par de minutos, luego se separó de ella y la sujetó por los hombros.

Oliver tuvo que despertar toda la caballerosidad que había mantenido aletargada durante tantos años, para no arrancarle la ropa y hacerle el amor ahí mismo, desafortunadamente para él, había un asunto más importante que la involucraba y que debía resolver en ese momento, y era esa necesidad de solucionar el problema lo que le devolvió su metódica cordura.

—Eugene me informó que en Tortuga, tuviste un encuentro brusco con una mujer.

Él la miró a los ojos sondeando cualquier clase de lóbrego sentimiento o resentimiento que ella pudiera esconderle en lo profundo de su ser, derivado del enfrentamiento con aquella furcia.

—Debo reconocer que toparme con esa parte de tu pasado me perturbó. —”Mentirosa”, una vocecita se lo gritó. “Te enfureció”. “Te decepcionó”. “Casi te mueres de celos”. Y la maldita voz no paraba de recriminarle— Llegué a pensar que tus amantes vendrían en hordas buscándote. Pero lo peor fue enfrentarme a una posibilidad que ni siquiera había considerado hasta ese momento, me vi como la amante en turno.

Ella concluyó manteniendo su voz firme y sin inflexiones. Él le hablo abiertamente, y ella le respondió de la misma manera. Aunque por dentro su estómago se retorcía provocándole toda clase de molestias. El simple recuerdo de esa mujer y Dios sabe cuántas otras, le atizaban los celos.

Él logró percibir esa chispa en lo profundo de sus ojos y en el sonido de su voz. Ella estaba celosa. Se lo repitió con fanfarrias.

¡Su mujercita estaba celosa!

Por alguna malévola razón ese descubrimiento lo complació.

Él no se movió ni medio milímetro, sus ojos estaban clavados en los de ella, y su rostro estaba tan serio que logró inquietarla.

—Fátima, yo no pretendo hacerte mi amante y tampoco me hubiera aventurado a sugerírtelo. Yo quiero una esposa excepcional. —Le habló efusivo. Hizo una pausa y la miró como si hubiera encontrado la respuesta escrita en los ojos avellana— Fátima, cásate conmigo ahora mismo. Eugene también es capitán, él puede celebrar la ceremonia a bordo del Cerulean, y cuando nos hayamos instalado en Charles Towne, tendremos una boda adecuada, con la bendición de un sacerdote en una iglesia y una gran fiesta para celebrarlo.

Sus iris más verdes que nunca, brillaban evidenciando un anhelo genuino.

—No estoy segura de que este sea el momento adecuado para una boda. Un duque enloquecido y una tía siniestra me persiguen.

Ella respondió burlona, más para ella misma que para él. Fátima pensaba en las posibilidades de un enfrentamiento y casada con él, ella era la carnada perfecta. El peligro no tendría límite si se casaban. Pero tampoco podía imaginarse reprimiendo esa pasión abrasadora que afloraba en ella cada vez que Oliver estaba cerca, apenas si podía resistir la necesidad de sentir de nuevo el roce de sus labios o del contacto de sus manos en su cuerpo.

—Es el momento perfecto para una boda.

Él se acercó a ella y le obsequió en diminuto beso, luego acarició su rostro con sus manos y sus brazos se apoderaron de su cintura y la estrecharon íntimamente contra su cuerpo.

Oliver acopló sus labios a los de ella y en un segundo la sumergió en un caudal de éxtasis. Él liberó sus labios del tenaz ataque y ella apenas susurrando le habló.

—Llama a Eugene, tiene que celebrar una boda.

—Como usted ordene, milady.

Oliver besó su frente y la liberó de su abrazo, se encaminó hacia la puerta de su cabina, la abrió y llamó a gritos a Eugene.

—¡Eugene!.

—Aquí señor —Respondió Eugene desde el puente.

—Prepárate. Vas a celebrar una boda. Avisa a la tripulación.

—Aye Capitán.

Oliver regresó al interior de la cabina y dejó la puerta abierta. Luego se dirigió hacia su escritorio, abrió la gaveta superior y extrajo un pequeño cofre de madera, levantó la tapa y hurgó en el interior, cuando encontró lo que buscaba, lo introdujo en la bolsa de su pantalón.

—Capitán, cuándo tú lo ordenes.

Eugene apareció en la puerta del camarote, en su rostro lucía una descomunal sonrisa y en el tono de su voz estaba marcada la impaciencia.

—Iremos enseguida.

Respondió Oliver. Él avanzó hacia Fátima y le ofreció su brazo, ella lo sujetó y juntos caminaron hacia la puerta de la cabina.

La tripulación del Cerulean estaba reunida en cubierta. Paul en el puente se hacía cargo del timón; Georgie y Eugene aguardaban a la pareja en la proa del galeón.

Fátima caminó del brazo de Oliver hasta que se detuvieron frente a Eugene y Georgie.

—¿Capitán Drake?. —Eugene, esperaba una indicación precisa.

—Capitán Eugene Armitage te cedo el mando del Cerulean. —Respondió Oliver con voz fuerte para que toda la tripulación del barco lo escuchara.

El cocinero de a bordo abriéndose paso entre los marinos, se acercó a la novia.

—Milady, no tenemos flores a bordo, pero una novia debe de llevar un ramo el día de su boda. Conseguí algo que las sustituya.

El hombre le entregó un ramo hecho con fruta cortada burdamente dándole forma de pétalos, las flores frutales estaban encajadas en tenedores de metal y estos atados con un trozo de cordón dorado. A Fátima le pareció que era el ramo más hermoso que hubiera visto en toda su vida. Y Oliver sonreía en silencio complacido con la recepción que sus hombres le habían dado a la presencia de una mujer y una boda a bordo del Cerulean.

—Gracias Dominik.

Oliver estiró el brazo ofreciéndole la mano a su cocinero. El hombre robusto y con rostro de niño sujetó fuertemente la mano del capitán, hizo una reverencia y se dispuso a marcharse, pero Fátima sujetó el ancho brazo del hombre y lo retuvo.

—Mi nana no está en condiciones de ser mi dama de honor. Dominik, ¿serías tan gentil de tomar su lugar?.

—Será un honor milady.

El hombre se limpió las manos en el delantal, se quitó el sombrero sucio de un manotazo y luchó con el moño que le sujetaba el delantal a la espalda. Finalmente se deshizo de la prenda y acomodándose la camisa y sacudiéndose los pantalones, tomó su lugar algunos pasos detrás de la novia.

—Procedamos. —Continuó Eugene— Nos hemos reunido aquí para celebrar la unión en matrimonio de Fátima de Castella y Oliver Julien Drake...

Eugene dirigió la ceremonia, en lo que resultaba ser la más perfecta ocasión para celebrarla, el cielo estaba despejado, la brisa canturreaba alguna melodía dulce, Oliver se veía extraordinariamente atractivo con su sencilla camisa blanca, los pantalones oscuros y las botas altas, él no necesitaba de un traje bordado con oro y plata para lucir embriagadoramente varonil.

La ceremonia fue sencilla y llena de emotividad. Era la primera vez que había una boda en el galeón, y está en particular era la del capitán.

Al ser declarados marido y mujer, Oliver tomó a Fátima entre sus brazos y le obsequió un delicado y diminuto beso en los labios. Al concluir la ceremonia, los miembros de la tripulación, lanzaron gritos y aplausos, sus rostros bronceados se iluminaban con sendas sonrisas.

Fátima tuvo la impresión de que aquellos hombres, francamente se alegraban del temple de su capitán al tomar esposa a bordo del navío. Todos se agolparon alrededor de los recién casados y mientras abrazaban toscamente a Oliver, a ella no sabían bien a bien como felicitarla, algunos se inclinaban haciendo exageradas caravanas, otros sujetaban y sacudían su mano y los más audaces como Georgie besaban sus dedos.

Eugene fue el último en presentarle sus albricias. Fátima se arrojó a sus brazos y él la estrechó con firmeza y ternura. Ella estaba segura de que había encontrado en aquel hombre a un dulce y sabio amigo, cómplice y protector.

Él se separó de ella y sujetando el rostro femenino en sus grandes manos, depositó un beso en su frente.

—Lo logramos mujercita.

Fátima sonrió. Esa confesión a punto estuvo de hacerla reventar de alegría. Supo de inmediato que él y todos los demás hombres que la habían resguardado, esperaban ese desenlace, tanto como ella. Y sin más colocó el ramo de flores frutales entre las manos de Eugene.

De pronto se vio rodeada de una gran cantidad de hermanos y tíos postizos. Y cada uno de ellos más protector que el anterior.

—Capitán Armitage, sigues al mando.

Oliver dio un par de golpecitos en la espalda de Eugene, ambos estrecharon sus manos y luego se fundieron en un abrazo fraternal.

—Aye Sir.

Los miembros de la tripulación regresaron paulatinamente a sus posiciones y sus labores.

Oliver sujetó la mano de Fátima y la condujo a su cabina. Él cerró la puerta con llave y le sonrió con su mejor y más sensual sonrisa.

Ella reconoció que sus ojos verdes poseían un extraño embrujo que siempre conseguían hechizarla cuando él la miraba de esa manera tan cristalina y cargada de deseo. En ese momento ella imaginó a Oliver como un ídolo caribeño, perfecto en proporciones y con dos sublimes esmeraldas adornando sus ojos.

—Fátima Drake, suena magnífico. —Le dijo con la voz enronquecida mientras acortaba la distancia entre ellos— Solo tú podrías llevar mi apellido y no perder tu esplendor.

Él la deseaba con tal potencia que si no la tomaba en ese momento y la reclamaba como suya una vez más, iba a perder la razón. Pero también estaba consciente de que era su boda y por lo tanto, un momento único para ella, y él se prometió que le concedería el placer romántico que la ocasión exigía. Aunque eso lo llevara al límite de su propia salud mental.

Con sus labios cubrió los de ella, dibujando mil sensaciones en la mujer. Los besos de Oliver eran algunas veces tan profundos y envolventes que le arrebataban el aliento, y al minuto siguiente; tan delicados que detonaban los sentidos de Fátima como si en el centro de su cuerpo estuviera almacenada una montaña de pólvora y con cada beso de Oliver se originaba un chispazo. Ella ya no estaba segura en qué momento ella misma haría explosión.

Los chispazos continuaron hasta que se encendió la mecha, él la sujetó con firmeza por la cintura rompiendo el embrujo. La miró a los ojos y regresó sus labios a los de ella en donde todo prosiguió en el punto que se había detenido.

Oliver apenas podía creer que ella era ahora su esposa y deseaba que ella disfrutara de este momento especial, a pesar de que su miembro erecto estaba sufriendo las consecuencias de su obligada espera. Él era preso del dolor de su inflamado deseo y estaba aplicando toda su pericia y experiencia para contenerse lo suficiente para que ella navegara en el cielo del éxtasis antes de que él lograra liberar el suyo.

Ella estaba tan absorta en el ataque de los labios y las manos de él, que ni siquiera notó cuando los dedos masculinos se enredaron en las cintas del corpiño y lo aflojaron. La falda, las enaguas y la ropa interior no fueron un obstáculo que le tomara más de un par de segundos eliminar.

Esta vez él no condujo las manos de ella a su camisa, simplemente se la sacó de un tirón, luego liberó la correa de piel de la hebilla que sostenía el cinturón donde pendía la espada y la arrojó sobre la mesa donde descansaban los mapas navales. Se desabrochó el pantalón y con la punta de su bota aflojo la otra y las abandonó en el piso. Y todo sin despegar sus labios de los de ella.

Fátima advirtió como la última pieza del atuendo masculino se precipitaba hacia abajo. Entonces palpó con sus manos la precisión de las líneas y curvas de la espalda ancha de Oliver. Los músculos de su abdomen plano se contraían. Ella tocó el vientre masculino, justo donde llevaba la marca de la batalla que había conocido a través de Alastair. Mientras ella estaba absorta en el reconocimiento de sus cicatrices, él enroscó su dedo en el listón del cuello de la camisola y desbarató el moño, la aflojó y la pasó por encima de los hombros estrechos de ella. Ella estaba finalmente desnuda, frente a él y entre sus brazos. Él la estrechó hasta que su piel y la de ella se fundieron en una sola.

La levantó en vilo y la llevó a su cama. Él se colocó sobre ella. Con sus piernas separó las de ella e instaló su abrasador miembro masculino en el vértice de los muslos femeninos. Tomó en su boca el pezón prodigándole intesas caricias con su lengua y sorprendiéndola, la penetró moviéndose en un rítmico vaivén.

Ella imaginó que sería de la misma manera si el mar pudiera poseer a una mujer. Separó sus labios tan solo un segundo y jadeo en éxtasis, mientras su ir y venir se volvía más profundo e intenso.

Era casi imposible para ella contener los gemidos en su garganta, cuando los labios de Oliver alcanzaban las crestas rígidas de sus pechos redondos y firmes y se cerraban en una delicada succión. El cuerpo de Fátima se arqueaba respondiendo a cada movimiento de Oliver. Difícilmente ella podía tolerar no percibir el cuerpo masculino presionando, invadiendo y envolviendo el suyo.

Los latidos de su corazón se le agolpaban en los oídos, ella estaba aturdida y sentía como una marea de tensión se apoderaba de todo su cuerpo aumentando hasta arrebatarle el aire, entonces alcanzó la explosión liberadora que le devolvió la respiración. Él se aferró a sus labios penetrándola también con su lengua y con un espasmo poderoso la envolvió entre sus brazos hundiéndose hasta el fondo del pasaje femenino, y lanzó un sofocado gemido.

Oliver permaneció dentro de ella, tumbado sobre su cuerpo esbelto, con su mejilla rosando la de ella, permitiendo que su respiración retomara su ritmo normal. Cuando se recuperó, él salió de ella y rodó tendiéndose a su lado. Ella acurrucó su cabeza sobre el pecho de él y acopló su cuerpo a su costado, él la rodeó con sus brazos y la besó en la frente.

Las últimas gotas de luz del sol se colaban por el vitral de colores que se alzaba por encima de la cama, pintaban la piel de Oliver de diversos tonos, marcando sus pectorales, su abdomen, las cicatrices de sus batallas pasadas y dándole un extraño tono de verde a sus ojos. Fátima había visto ojos verdes en otras personas, pero ninguna de ellas poseía el color intenso que se exhibía en los de Oliver. Eran de un matiz vibrante, sin alcanzar tonalidades oscuras. Eran tan extraordinariamente verdes, mucho más intensos y brillantes que un par de esmeraldas recién pulidas.

Él se volvió y se recostó de lado para mirarla a los ojos, mientras dibujaba con su mano la silueta de ella.

—He pasado meses enteros deseándote, soñándote así, a mi lado, en mi cama... Fátima, no tengo la intención de desperdiciar un solo minuto durmiendo en mi noche de boda.

Su voz estaba tan ronca y presa de una pasión descomunal que a ella la golpeó de nuevo la necesidad de ser poseída.

Ella besó los labios de Oliver y deslizó la mano sobre el pecho firme de él, dirigiéndola hacia abajo hasta que tocó el miembro erecto y febril de Oliver. Ella retiró la mano como si la hubiera quemado y lo miró sin saber cómo continuar. Él se rió de la momentánea y cándida audacia de su mujer, y sujetó su mano y la incitó a cerrarla alrededor de él. Él gimió, y ella instintivamente lo acarició temerosa, pero esos mimos inexpertos hicieron mella en el hombre, le apartó la mano, pasó la pierna de ella por encima de su cadera y la penetró con un movimiento tan limpio, que a Fátima le pareció que hubiera sido un lance certero de esgrima.

Sus labios se aferraban a uno de los pechos de ella, mientras con un desenfrenado ataque de embestidas y retiradas, él la condujo hasta la cima del paroxismo haciéndola estallar en un despliegue encantador de espasmos y gemidos que lo llevaron a enfundarse profundamente en ella y disfrutar de su propia descarga fulminante.

Ambos se entregaron al indiscutible hechizo de la oceánica pasión durante todo el trayecto de la luna hasta que perdió su brillo y la noche se derritió con el calor del amanecer.

El astro solar los sorprendió fundidos en un abrazo y presas del sueño causado por el agotador y persistente acto de amor que se prolongó hasta poco antes del despliegue del amanecer.

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