Azul

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SU destino final fue Charles Towne, en Carolina. Al norte del nuevo continente. Oliver había comprado una plantación de arroz y añil hacía un par de años y había ordenado la construcción de una residencia.

La mansión de estilo griego renacentista, contaba con treinta columnas de mármol que la rodeaban, una romántica terraza se extendía por todo el segundo piso de la casa. Las columnas y el piso eran de mármol azul viridian y solo el color negro brillante de la herrería alrededor de la terraza, contrastaba con las paredes claras. Estaba decorada con pisos y paneles tallados en madera de caoba. La casa poseía un descomunal jardín con rosales de diferentes especies y colores. Oliver lo había mandado plantar para Fátima.

—Bienvenida a Viridian.

Oliver la levantó en sus brazos y cruzaron juntos la puerta de la mansión.

A tan solo dos semanas de su llegada a Viridian, Índigo completamente recuperada ya pasaba la mayor parte del tiempo correteando a la servidumbre y revisando que hicieran las cosas a su manera.

Casi todos los tripulantes del Cerulean se habían quedado trabajando en Viridian. Oliver asociado con Eugene y Georgie fundaron una naviera, compraron tres fragatas y dos galeones más. Los barcos, incluido el Cerulean, transportaban toda clase de mercancía a cualquier parte del mundo conocido. En las plantaciones, otros tantos marinos se afanaban en la producción de arroz y añil. Otros cuántos hombres habían optado por comprarse parcelas y sembrarlas con diferentes granos, y solo unos pocos decidieron regresar a sus lugares de origen y recuperar sus pasados.

Eugene había sido nombrado capataz de las plantaciones y Georgie el jefe de la naviera. Y Oliver y Fátima, dirigían juntos el rumbo de su nuevo reino.

Varios meses después, los invitados abarrotaban la pequeña iglesia de la ciudad. Del brazo de Sir Henry, Fátima caminaba por el corredor del templo.

A través del velo que cubría el rostro de Fátima, ella podía distinguir claramente como Oliver se apretaba las manos, era la primera vez que los nervios se le amotinaban. El vestido de seda turquesa susurraba con cada uno de los pasos que Fátima completaba, y ese sonido le recordaba el suspiro discreto de las olas cuando se abrazan finalmente a la arena que las espera paciente en la playa.

Ella distinguió entre los asistentes a Alastair y a su esposa Claudia; Tim y Robbie y a toda la tripulación del Black Clover. Algunos de ellos luciendo sus mejores galas y algunos otros haciendo su mejor esfuerzo por vestir adecuadamente. Varios inclinaban la cabeza, otros tantos la saludaban agitando sus manos, todos ellos le sonreían, y unos cuantos se limpiaban una que otra lágrima. Sin duda, Fátima estaba conmovida al ver el comportamiento de aquellos piratas reformados.

La marcha concluyó frente al Capitán Drake. Sir Henry sujetó la mano de la joven y la colocó sobre la de Oliver, el Capitán Drake temblaba cuando la asió. Sir Henry depositó un suave beso en la mejilla de ella y tomó su lugar en la banca de la primera fila.

La ceremonia fue hermosa, especialmente el momento maravilloso en que los “

Acepto” de Oliver y Fátima estallaron como truenos en aquel recinto. Otra vez el pacto quedó sellado con un discreto beso frente al altar.

Las felicitaciones y la fiesta se prolongaron hasta el amanecer. Un amanecer que poseía el mismo sol que una vez se había tornado amenazante, ahora desplegaba uno a uno sus delicados rayos iluminando el principio de una vida nueva para Fátima y su Oliver.

Oliver desanudó el moño de su cuello, se quitó la casaca y el chaleco, desabotonó su camisa mientras se acercaba al balcón. Soltó las cortinas para evitar que el travieso sol recién nacido curioseara en el interior de la alcoba y se volvió a su Fátima que lo esperaba sentada en la cama, él le sonrió con

ese hermoso resplandor que se le escapaba cada vez que trazaba una sonrisa en su varonil rostro. Pensó ella que todas las sonrisas que Oliver le obsequiaba tenían la particularidad de iluminarlo todo a su alrededor. Y para él, ella era la luz.

Con pasos muy lentos, se acercó a Fátima. Con la mano, Oliver tocó su mejilla y acercó sus labios a los de ella, solo un breve roce, indicándole que justo en ese momento era él quien se entregaba a ella y la besó profundamente, penetrándola con su lengua, saboreándola, reclamándola una vez más como suya. Fátima experimentó como él empezaba a filtrarse en su piel. Cada una de sus células se encendieron con la calidez del cuerpo masculino tan cerca del suyo. Ella llevó sus manos al rostro de Oliver y lo besó entregándose ella a él, lo envolvió con sus labios, reconociéndolo como suyo.

Él deslizó las manos hasta su camisa, y se la quitó arrojándola al piso. Luego las instaló sobre la cadera de ella, sus dedos conocían el camino hacía los cordones que ataban el corpiño de seda turquesa y con gran pericia deshicieron el nudo que los mantenía firmes y de inmediato el corpiño se aflojó. Oliver no despegaba sus labios de los de ella, y a pesar de eso, sus manos se movían con agilidad. Él conocía la anatomía de ella con toda precisión.

Ella escuchó que el cinturón de donde pendía la espada de él, cayó al piso. Su respiración se descompuso conforme él se liberaba de su vestimenta y la despojaba de la de ella. La falda y enaguas se desplomaron, haciéndole compañía al pantalón.

Oliver de un solo jalón a los listones, desbarató el moño y abrió el cuello de la camisola de Fátima y esta se deslizó hasta sus pies, la piel tostada de Oliver ardía contagiando a la de ella de un febril deseo.

Oliver, no detuvo su ataque de besos hasta que la condujo a la cama, mientras se aferraba a la cintura de ella con uno de sus brazos, con el que tenía libre, retiró el edredón bordado. Deslizó su mano sobre la espalda femenina y se inclinó con ella en brazos hasta que los dos estuvieron recostados en el lecho. Con ambos brazos la estrechó con tal furor que su esencia se tatuó en el cuerpo delicado. Fátima experimentó como sus pectorales presionaban sus pechos y sus piernas se empalmaban entre las de ella.

Él deslizó sus labios sobre su mejilla, y luego rodaron sobre su cuello, desplazándose hasta sus pechos, explorando las rígidas cúspides de los pezones y recorrieron cada centímetro de su piel tersa.

Sus manos transitaron por el cuerpo de la mujer, que le respondía quemándole con la descarga de éxtasis que su simple toque ocasionaba en ella. Él estaba conteniéndose con total valentía, su mujercita tenía la capacidad de llevarlo al borde de la locura montado en una pasión abrasadora con la simple entrega total con que se le ofrecía cada vez que hacían el amor.

Él se colocó sobre ella y con una mortífera lentitud, él la penetró y ella a punto estuvo de ahogarse al sentirlo tan dentro, llenándola y fundiéndose con ella en aquel balanceo cadencioso y profundo que le arrancaba gemidos, que él devoraba en un interminable beso insondable y hambriento. Sus embestidas aumentaron de intensidad y ella le respondió levantando la cadera para encontrarlo con cada embate. En el centro de su cuerpo se enroscó una deliciosa tensión que crispaba todos sus nervios, su respiración se agolpó en los pulmones y ella estalló en mil pedazos. Él se enfundó en ella con una última embestida profunda e hizo erupción dentro de ella dejando escapar un gemido ronco mientras se desplomaba sobre el cuerpo menudo, aún sacudido por las ondas de éxtasis que le había producido haber tocado el cielo una vez más.

Y el cielo es “azul”. Pensó ella en algún momento, cuando recobró la capacidad de pensar.

Una vez que él recuperó el ritmo de su respiración, se rodó quedándose acostado de espaldas y con su brazo la estrechó acurrucándola a su costado.

Le acariciaba con tal delicadeza, que hizo que Fátima recordara que aquel hombre atroz que la había sorprendido en el Jardín de los Altamira y el implacable Capitán que blandía su espada para asaltar navíos y tomar prisioneros o cortar cuellos; era el mismo hombre que la había embrujado con su sonrisa y su voz, el hombre que con su indomable ternura le había inyectado la determinación que ella desconocía, hasta que se cruzó en su camino por primera vez. Su rostro que en ocasiones vio tornarse en ciclón, también se transformaba en una placentera quietud incierta de líneas rectas y curvas suaves, de trazos seductoramente varoniles.

Su piel era tan suave, contrastaba con la aspereza de sus manos, que a pesar de ello, se vestían de seda al tocarla. Reconfirmó también, que las cicatrices de enfrentamientos pasados en su abdomen, su hombro y su mejilla, en lugar de disminuir su atractivo, lo volvían mucho más varonil y peligrosamente adictivo.

En el rostro de Oliver se había esculpido una expresión de intensa paz, sus ojos verdes llevaban incrustado el resplandor intenso de la esmeralda y en su piel se albergaba el calor tropical de la ternura mientras la abrigaba entre sus brazos.

—Cumplí mi promesa de una boda religiosa. —Su voz sonaba tan ronca que aún era evidente que no estaba del todo satisfecho.

—No del todo. En la iglesia el sacerdote dijo que hasta que la muerte nos separara, y yo no tengo intención de morir y tampoco te permito que mueras en los próximos cien años.

—Entonces mujercita, exijo amarte hasta que olvide como respirar.

Y el amor volvió a ser moldeado, encendido y hecho. Reinventado y consumado hasta que los venció el sueño.

Del otro lado de puerta de aquel aposento navegaban decenas de personas, mundos e historias diferentes, pero en el interior de este refugio, un universo apasionado estallaba en un vaivén de posesiones y entregas absolutas, amparados bajo la seducción indomable del amor y el irresistible hechizo del deseo...

Tal vez también de color azul.

Veracruz. 1676

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