Azul

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—¿Y qué hay que hacer?. —Preguntó el sujeto—

—Deben capturar a un hombre y traerlo con vida de vuelta a Veracruz. Eso es todo lo que deben saber por ahora. Cuando llegue el momento yo les diré dónde encontrarlo. —Coloqué tres pequeñas bolsas de monedas de oro sobre la mesa— Cuando estemos de regreso y hayamos entregado a ese hombre a las autoridades, les daré otra compensación igual a esta.

El hombre levantó su brazo y haciendo una señal con los dedos, llamó a varios sujetos que esperaban sentados en una mesa cercana a la nuestra.

—Somos cuatro, uno más o menos, no creo que sea “dañoso

”, ¿cierto?.

—De acuerdo. Nos veremos en dos días al anochecer en el atracadero número 5. Solo quiero pedirles que sean cuidadosos y eviten durante la travesía hablar conmigo a menos que sea extremadamente necesario, sería arriesgado para todos si alguien se percata de nuestra relación.

—Como usté

diga patrón.

—Hay algo más. Antes de abordar el barco deben recoger una caja especial en la funeraria.

—¿Un ataúd?. ¿El trato es pa’que

nos escabechemos al sujeto?.

—No, no. Pero he pensado que un ataúd es la mejor opción para transportarlo de vuelta. Ese hombre es peligroso y mientras menos oportunidades tenga de estar en libertad, será mejor para concretar con éxito la misión. Lo necesitamos con vida, eso ténganlo muy en cuenta. Deben capturarlo con vida, ¿entendido?.

—Si patrón, como usté

diga.

—Bien. Iré a la funeraria y dejaré los arreglos hechos para que ustedes recojan el féretro y la caja y al anochecer los lleven al muelle. Allá los estaré esperando.

—Allá nos vemos patrón.

Salí de la taberna y me dirigí a la funeraria, tuve que enfrentarme a toda clase de preguntas. No resultaba normal comprar el ataúd antes de llorar al difunto. A pesar de que la mayoría de las personas en el puerto me conocían, nadie sabía en detalle la historia de mi vida o de mi familia, nadie sabía a ciencia cierta, si estaba solo o si alguien esperaba por mí en alguna parte. Después de evadir las preguntas curiosas e inquisidoras, dejé resuelto el asunto del féretro.

Regresé a mi casa a prepararme para el viaje. Los días pasaron muy rápido. Empaqué solamente lo necesario, no había necesidad de llamar la atención con ropa elegante o fina, así que opté por atuendos más discretos, finalmente una bolsa pequeña era lo mejor en este caso. La tarde antes de zarpar no pude merendar nada, me sentía preocupado, había mucho en juego.

Sin embargo, fue desastroso darme cuenta que lo que me inquietaba no era el concretar exitosamente el plan que había ideado, sino que, yo estaba entusiasmado con la idea de volver a ver a la mujer que me había colocado en esta encrucijada.

El solo hecho de tener la posibilidad de contemplarla hacía que me hormigueara el cuerpo entero, me producía una alegría profunda, que por alguna razón me obligaba a sonreír, como si fuera el hombre más feliz del universo. Varias veces noté como la gente que se cruzaba en mi camino me regresaba la sonrisa. Y por sorprendente que pudiera parecer, ni siquiera me sentí estúpido.

¡Maldición!. Esa mujer hacía que mis sentimientos se trastocaran.

Los hombres que contraté recogieron en la funeraria la caja de madera con el ataúd en su interior y lo llevaron hasta el muelle y abordaron el barco.

Esa noche, zarpamos rumbo a Charles Towne. Si mis cálculos eran correctos, llegaríamos allá un día antes de que Oliver y Ella se embarcaran. Durante todo el viaje me sentí inquieto, temía que por alguna razón Oliver y Ella se hubieran marchado antes y ya no la encontraría hasta Dios sabe cuándo. No pude conciliar el sueño, mil cosas se incrustaron en mi cabeza. Oliver era un hombre inteligente y poderoso, él estaría preparado para cualquier eventualidad que se pudiera presentar pero tenía una grave debilidad, sin duda él pondría primero su vida en juego para proteger la de Ella. Y yo debía aprovechar eso.

Santiago guardó silencio por un minuto. Fátima volvió el rostro y observó cómo él contemplaba sus manos vendadas.

¡Demonios!. Si la perdía, que era lo más posible, al final de ese complot, él tendría un puño, no, dos puños de cicatrices para recordarla durante toda la vida, si es que tenía la maldita suerte de permanecer con vida.

¡Maldición!. Qué condenada vida iba a ser esa sin Ella.

¡Sin Ella!.

Esos pensamientos, lo arrastraron lejos de la confensión que estaba haciendo.

—¿Y?. ¿En qué momento decidiste mi futuro?. —Le preguntó ella mordaz.

—Dijiste que querías escuchar mi relato. Permíteme continuar, por favor.

¿Permitirle continuar?.

Cada vez que ella permitía algo siempre terminaba siendo un desastre. Y ahora se veía en la necesidad de volver a permitir.

Ella volvió la mirada al jardín y guardó silencio. Él prosiguió.

Durante el viaje repasé mil veces el plan que había concebido desde el día en que me encontré con Ella. Solamente había un problema grave que solucionar antes de poner en marcha mi plan. Debíamos encontrar un cuerpo que tomara el lugar de Oliver.

Finalmente después de una travesía angustiosa, Charles Towne estaba a pocas horas de distancia. Me reuní con el cabecilla del grupo de hombres que había contratado en Veracruz, tomé toda clase de precauciones para que no me vieran entrar en su camarote.

—Estamos a punto de atracar en Charles Towne, ustedes deben bajar la caja y aguarden por mí al final de muelle, yo me reuniré con ustedes más tarde para llevarlos a otro sitio en donde recibirán más instrucciones. Primero debo asegurarme que nuestro hombre aún se encuentra aquí. Mientras tanto, encárguense de conseguir combustible, el suficiente para iniciar un incendio y lo más importante, necesitamos un cuerpo que sea más o menos de mi estatura y de complexión similar a la mía. Debemos reemplazar a nuestro hombre con ese cadáver. Aquí tienen dinero para que compren el combustible y al cuerpo si es necesario.

—No se preocupe patrón, que tendremos todo listo.

—De acuerdo. Nos veremos en un par de horas al final del muelle.

Salí del camarote y me dirigí a cubierta, ahí esperé hasta que el barco atracó en el muelle, regresé al camarote, recogí la bolsa y me apresuré a desembarcar. Tantas veces antes había estado en Charles Towne, pero esta era la primera que me dirigía hacia el barrio peligroso de la ciudad. Yo no podía hospedarme en ninguno de los hoteles y posadas que frecuentaba, no me arriesgaría a que alguien conocido me viera, especialmente Eugene, Alastair, Armand o el mismo Oliver.

Busqué una posada lo más alejada posible de los lugares que yo acostumbraba visitar. Después de un largo rato de vagar por las calles, encontré un hostal terrible, era sucio y repleto de personajes con aspecto de maleantes. Golpeé el tablón que servía como barra y esperé a que apareciera el encargado. Pedí la habitación para mí. El hombre de la posada me entregó la llave de la alcoba y me indicó en que parte del edificio se encontraba ubicada.

—¿Se le ofrece otra cosa?. —Me preguntó aquel hombre regordete y ebrio que aún luchaba por terminar de beber el contenido de la botella que llevaba abrazada.

—Necesito un lugar seguro donde colocar una caja grande.

—Podría dejarla en la bodega en la parte de atrás, a un costado de la cocina. Sígame, es por aquí.

El hombre salió del mostrador y con pasos vacilantes caminó hacia la puerta principal.

Él me guió por la calle hacia la esquina y luego dio vuelta en un angosto callejón que nos condujo hasta la parte trasera del edificio en donde se encontraba un granero.

—Es ahí en el portón de la derecha.

—Gracias.

De inmediato regresé a la posada, subí la escalera y me dirigí a uno de los cuartos, entre y cerré la puerta con llave. Me cambié la ropa, me vestí con un pantalón viejo y una camisa percudida, y me puse un chaleco ya muy desgastado. Salí de inmediato de aquel sitio y me dirigí hacia el muelle en donde me esperaban aquellos hombres, pero solamente encontré a dos de ellos.

—Patrón, Clemente y Juan se fueron a conseguir al muerto. Vendremos por ellos al rato.

—De acuerdo. Acompáñenme, iremos al lugar en donde guardaremos la caja, ahí les explicaré lo que haremos.

—Como diga patrón.

Yo caminaba unos pasos delante de ellos, mientras nos dirigíamos al granero, ellos cargaron la caja hasta que llegamos frente al edificio. Me apresuré a abrir el portón y ellos introdujeron la caja y la colocaron sobre el piso, al lado de una pila de pacas de paja. No podía creer mi buena suerte, este sitio era perfecto para ejecutar la última parte de mi plan.

—Patrón, debemos regresar al muelle, seguramente para estas horas Juan y Clemente ya habrán arreglado el asunto del muerto y Pedro y yo debemos ir por el combustible.

—Cierto. Asegúrense de conseguir una carreta, lo suficientemente espaciosa para cargar la caja. Vendré por ustedes al anochecer.

—Como usted diga patrón.

Ellos se marcharon primero y yo esperé algunos minutos más y luego salí. Caminé durante largos minutos hasta que finalmente me había alejado de aquella parte de la ciudad, y llamé un carruaje.

—Por favor lléveme a mansión Viridian.

—Sí señor.

La marcha acompasada de los caballos aumentó mi nerviosismo. Había llegado el momento de concretar el plan, y conforme nos acercábamos a Viridian, me angustiaba cualquiera que fuera el resultado de mi intervención pero no por las posibles complicaciones que pudiera tener para mí, sino las que acarrearía para Ella.

Sin embargo, me convencí de no pensar más en las posibilidades y enfocarme solamente en concretar el plan con éxito. Había llegado demasiado lejos como para echarlo todo a perder por un efímero ataque de ternura que me había asaltado cada vez que dejaba mis pensamientos vagar hacía Ella.

Ella.

Ella se interponía en mis planes. Sin duda.

Ella aparecía en mis pensamientos y me distraía. Ya lo hacía.

Ella y su mirada, sus movimientos, su voz. Deja de pensar estupideces.

Ella y sus delicadas manos, su esbelta figura y su pelo castaño. Me moría por tocarla.

Ella podría ser mi ruina. Ya lo era.

Estuve pendiente del trayecto hacia la mansión y cuando finalmente percibí a la distancia la majestuosa avenida de robles, le di nuevas instrucciones al conductor.

—Cochero, siga de largo y yo le diré en donde debe detenerse.

—Sí señor.

Conforme avanzábamos noté que había infinidad de carruajes estacionados uno detrás de otro a los costados de la avenida de robles.

El coche siguió avanzando y cruzamos frente al inmenso jardín de rosas. Había mucha gente conversando. Varios metros adelante, llegamos a un paraje lo suficientemente poblado de árboles y arbustos que cubrían a la perfección la presencia del carruaje.

—Cochero, deténgase aquí.

—Como ordene, el señor. —El coche se detuvo y descendí.

—Esperé aquí hasta que yo vuelva.

—Si señor.

Caminé despacio de regreso a Viridian hasta que localicé un lugar en donde podría ocultarme. Había una larga pared de arbustos y logré internarme entre las ramas y esperé. Me petrifiqué cuando vi a Alastair bebiendo una copa de vino mientras conversaba con Eugene, ellos vestían trajes muy elegantes de brocado bordado en plata y oro. Comprobé que esa celebración era la fiesta de la que Alastair había hablado con Armand Ladmirault.

Infinidad de personas desconocidas, así como personajes con quienes yo había hecho negocios en algún momento, se paseaban plácidamente por el jardín.

Pasó mucho tiempo, no sé cuánto, pero ya empezaba a sentir los efectos de la posición incómoda en la que me encontraba, mis piernas y mis brazos se inundaban de cosquilleos, como si un ejército de hormigas avanzara encima de ellos.

Entonces, Ella apareció.

El aplauso conjunto de todos los asistentes fue el preludio de la gran entrada. Esa mujer llevaba puesto un majestuoso vestido rosa pálido. Llegó al jardín del brazo de su pirata, en ese momento, habría jurado que aquel hombre era un noble, su porte, su elegancia, sus movimientos tan refinados. Por un segundo puse en duda todo lo que Alfonso me había contado sobre él.

Y luego, vino un espectáculo que me aniquiló. No logré escuchar lo que Oliver decía a sus invitados, pero fui testigo de cómo él besó a “mi” mujer maravillosa frente a todos ellos. Deseaba saltar de entre aquellos matorrales y asestarle un puñetazo y alejarlo de Ella. Pero, fue la reacción de Ella lo que me desarmó, casi podía sentir yo mismo, la dulzura con la que sus manos sujetaban el rostro de Oliver.

¡Fue suficiente!.

No quise ver más escenas como esa, Ella y él estaban ahí y podría describirlos a detalle para que mis hombres no los confundieran con algún otro de los asistentes. Salí de entre los arbustos y caminé de regreso al sitio en donde esperaba mi carruaje, profiriendo toda clase de maldiciones.

—Lléveme al muelle, por favor.

—Si señor.

Subí al coche y me recargué sobre el respaldo y bajé las cortinas de las ventanillas, mis ojos solamente veían la imagen de aquel beso terrible. No percibí el paso del tiempo, ni siquiera noté cuando el carruaje se detuvo. Esa visión se apoderó de mi mente y me arrebató la conciencia. Fue hasta que el cochero abrió la portezuela que la maldición del beso se rompió.

—Hemos llegado señor.

—Gracias. —Saqué de la bolsa de mi chaleco un saquito con monedas y se lo entregué al cochero— Creo que con esto se cubrirá placenteramente el costo de sus servicios. —El hombre abrió la bolsita.

—Muchas gracias señor.

El cochero se alejó y yo caminé hacia el sitio en donde debía reunirme con los hombres. Ahí estaban ellos esperándome, habían conseguido la carreta, el combustible y también el cadáver, algo envuelto en mantas sucias yacía en la caja de la carreta.

—Es hora. —Les dije intentando que mi voz sonara autoritaria— Imagino que ese envoltorio es...

—Así es patrón —Me interrumpió el cabecilla— Clemente y Juan tuvieron que hacer un arreglito de última hora, pensaron que era mejor uno fresco que uno tieso. Sabe usté, también tuvimos un problemita, el muerto no quería cooperar.

—¿Asesinaron a alguien?.

Esa revelación estalló mis nervios, sujeté al hombre por el cuello de su camisa y lo zarandeé.

—¡Cálmese patrón!. —Me habló el sujeto al que llamaban Clemente— El difuntito era un pordiosero, lo encontramos ahogado de borracho en un callejón. No sufrió nadita de nada. Además patrón, aquí nadie habla cristiano, fue una bulla poder conseguir las cosas, al final nos entendimos a señas y con dibujitos, yo digo que tanto trabajo representa una propinita extra, ¿qué no?.

—Desde luego. —Sentí que un escalofrío me inundaba de pies a cabeza. A pesar de que yo no había ordenado la muerte de nadie, esos hombres me habían hecho cómplice de su crimen, una vez más alguien perdía la vida por mi causa— Pongámonos en marcha, ya ha oscurecido y no debemos perder más tiempo. Subí al pescante de la carreta y el jefe del grupo se encaramó a mi lado, mientras que los otros tres, se sentaron en la parte trasera.— Nuestro hombre viste muy elegante esta noche, su casaca es de color teal con bordados en plata.

—¿T—e—a—l?. ¿Qué es eso?. —Preguntó el hombre al que llamaban Juan.

—Es un tono de azul muy particular. Una combinación entre azul y verde. Es el único que viste en ese color. —Mis propias palabras resonaron como truenos en mis oídos, nuevamente otra variación de azul marítimo— Su casaca es color teal con bordados en plata, lo van a reconocer porque en su mejilla derecha tiene una cicatriz, usa barba de candado y sus ojos son de un intenso verde. Es posible que una mujer esté siempre al lado de ese hombre, deben asegurarse de no hacerle daño a ella. Esta noche “Ella” luce un hermoso vestido rosa pálido, con aplicaciones de flores en la falda y en las mangas.

—¿A ella también la traemos con nosotros?. —Preguntó Clemente.

—No. Solo deben tener cuidado de no lastimarla en caso de que cuando llegue el momento, ella esté cerca de nuestro hombre. En el sitio al que iremos se está celebrando una fiesta. Dos de ustedes deben rodear la mansión y rociar el combustible en la parte trasera de la casa. Asegúrense de que la esquina derecha de la mansión tenga el suficiente para que arda con fuerza. Mientras ellos dos se encargan de rociar el combustible, ustedes metan el cuerpo por la puerta posterior de la casa, báñenlo con el combustible y cuando les dé la señal, prendan fuego a la esquina de la casa y aguarden lo más cerca posible de la salida posterior. Y esperen. En medio de la confusión y la sorpresa, nuestro hombre tratará de verificar la magnitud de la catástrofe, y aprovecharemos para atraparlo. Cuando lo tengan doblegado, llévenlo de inmediato a la carreta y lo trasladaremos a la bodega en donde dejamos la caja, lo aprisionaremos ahí. Luego nos iremos al muelle y abordaremos el navío que zarpa al amanecer. ¿Tienen dudas?

—No patrón, todo está bien clarito. —Respondió el cabecilla.

Nos desviamos del rumbo varios metros antes de llegar a la mansión, dejamos la carreta oculta entre los arbustos y la oscuridad y nos dirigimos a pie hacia el objetivo. No tuvimos problemas al llegar a Viridian, todo mundo estaba tan enfrascado en la celebración que nadie reparó en nuestra presencia, seguramente la gente que por casualidad vio a aquellos hombres rociando combustible pensaron que serían trabajadores de la plantación o algo similar.

Mientras esperábamos que los dos hombres nos indicaran que su misión estaba completa, yo coloqué la sortija en el dedo anular izquierdo del cadáver. Tuve problemas para deslizar el anillo en su dedo, la argolla había resultado ser pequeña para los dedos gruesos de ese hombre, tuve que usar un poco del aceite de la lámpara en su dedo y le introduje la alianza. Los otros dos hombres, lo bañaron con un par de botellones de combustible, lo cargaron hasta la parte trasera de la casa y esperaron mi señal.

A buena distancia yo observaba, a través de un catalejo, los movimientos de la gente que deambulaba por el jardín y las acciones de mis hombres. Sin embargo no logré ubicar a la mujer del vestido rosa pálido. Oliver bebía una copa de vino mientras conversaba con Alastair, Eugene y varios hombres más que yo no conocía.

Durante varios minutos busqué a esa mujer por todo el jardín, pero no pude encontrarla, seguramente Ella estaba dentro de la casa, era justamente la excusa que yo necesitaba para llevar a Oliver al interior de la mansión. No podíamos esperar más tiempo y les di la señal. Encendí la lámpara de aceite, la sostuve con mi mano izquierda y la levanté lo más alto que mi brazo pudo extenderse. Un segundo más tarde, la esquina posterior de la mansión ardía en llamas.

Oliver tiró la copa que sujetaba en la mano y corrió hacia la mansión. Su reacción me confirmó que Ella estaba en el interior de la casa. El fuego se extendió rápidamente, mientras los varones se apresuraban a llevar a sus mujeres fuera del jardín.

Los que supuse serían los esclavos, intentaron desesperadamente acarrear agua del río Ashley en cubetas pero, después de varios minutos, tuvieron que replegarse y contemplar las lenguas de fuego que devoraban la mansión y el jardín.

Vi a Oliver sacar arrastrando a aquella mujer negra que había conocido en mi primera visita a Viridian. Ella le decía algo, mientras hacía toda clase de señales con las manos. Él entró nuevamente a la casa. Algún tiempo después, los cuatro hombres regresaron cargando a Oliver, él sangraba de la cabeza y estaba inconsciente, tenía una herida en el hombro derecho y su labio inferior se había reventado. Mientras ellos ataban y amordazaban a Oliver y lo cubrían con las mantas, yo observaba con el catalejo lo que sucedía en Viridian.

Y esperé...

Esperé.

No sé durante cuánto tiempo esperé para cerciorarme que aquella mujer estuviera a salvo. Sentía yo mismo unas feroces ganas de entrar corriendo a la mansión en llamas y sacarla de ahí. Y finalmente vi a Eugene salir de la casa con Ella en brazos. Imagino que notarían que Oliver no había salido aún, pero ya no pudieron regresar al interior de la mansión, las llamas la devoraban con tal furia que ellos tuvieron que retroceder y sin más opción atestiguaron como el fuego voraz destruía la casa, el jardín y el pabellón.

Nos alejamos de aquel lugar. Tuvimos que avanzar lentamente para no llamar la atención, varios carruajes nos pasaron a toda velocidad, supongo que algunos de los invitados querían ponerse a salvo o iban en busca de ayuda.

Sin más problemas llegamos al granero de la posada. Oliver aún estaba desmayado, él estaba con vida, pero la herida que tenía en el hombro estaba sangrando demasiado.

—¿Qué fue lo que ocurrió?. ¡Les dije que debían traerlo con vida!. —Les recriminé.

—Este hombre es una fiera patrón. Apenitas pudimos descontarlo y vea los resultados, si Juan no lo apuñala, se hubiera quedado en el camino. Cuando Juan le enterró su cuchillo, pudimos partirle la cabeza, y corrimos con suerte porque él no estaba armado, sino olvídese que hubiéramos salido bien librados de este demonio.

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