Azar

Azar


Nota del autor

Página 3 de 33

Nota del autor

Azar es una de las novelas que a poco tiempo de empezadas hube de abandonar durante varios meses. Tras arrancar con el ímpetu de un remero de vehemente temperamento, pleno de confianza en sus fuerzas, que emprende la navegación muy de mañana, pronto llegué a una bifurcación del río en donde se me impuso la necesidad de hacer un alto y reflexionar seria y pausadamente sobre la dirección que iba a emprender. Una y otra me fascinaban por igual, cuando menos en la superficie, y debido a esta razón mis dudas se prolongaron por espacio de muchos días. Me dejé flotar sobre las encalmadas aguas de la plácida especulación, entre las corrientes divergentes de impulsos contradictorios, con la placentera aunque perfectamente irracional convicción de que ninguna de las dos corrientes terminaría por arrastrarme a la destrucción. Comoquiera que mis simpatías estaban divididas a partes iguales, y que una y otra fuerzas eran de igual magnitud, es perfectamente obvio que nada sino el azar influyera a la postre en mi decisión. Es una poderosa fuerza la del azar, sin más aditivos, absolutamente irresistible por más que se manifieste a veces en formas tan delicadas como, por ejemplo, el encanto, ya sea cierto o ilusorio, de un ser humano. Es muy difícil poner el dedo en la llaga de lo imponderable, pero me aventuro a decir que es Flora de Barral la auténtica responsable de esta novela que refiere, de hecho, la historia de su vida.

En el momento crucial de mi indecisión, Flora de Barral pasó ante mí, aunque tan rauda que al principio ni siquiera acerté a abordarla. Aunque me fastidiara darla por perdida, no vi con una mínima claridad de qué modo podría iniciar su persecución, y a punto estaba de reconocerme derrotado por el desánimo cuando mi natural simpatía por el capitán Anthony acudió en mi ayuda. Me dije que si aquel hombre estaba tan resuelto a abrazar «un jirón de neblina», nada mejor que unirme a él en una aventura tan eminentemente pragmática y digna de todo elogio. Me limité, así pues, a seguir los pasos del capitán Anthony. Cada uno de los dos estaba empeñado en capturar su propio sueño. Del lector depende juzgar los logros de cada cual.

La resolución del capitán Anthony le llevó a recorrer un largo y tortuoso camino, y ahí hay que buscar la razón de que sea éste un libro largo. Que dicho camino fuese fruto de mi propia elección es algo que no pienso desmentir. Cierto crítico ha subrayado que, caso de haber optado yo por otro método de composición, y caso de no haberme tomado tantas molestias, el relato podría haberse referido en doscientas páginas más o menos. He de confesar que no logro percibir con exactitud en qué se fundamenta dicha crítica, ni alcanzo tampoco a comprender qué provecho pueda obtenerse de tal comentario. Sin duda, seleccionando un determinado método y tomándose infinitas molestias, el relato entero podría haberse escrito en un papel de liar. A ese respecto, la historia misma de la humanidad podría haberse escrito de igual manera sólo con aproximarse a ella con el debido distanciamiento. La historia de los hombres en este planeta, desde el comienzo de los tiempos, podría resumirse en una sola frase de infinita mordacidad: nacieron, sufrieron, murieron… ¡Y sigue siendo un gran relato! Sin embargo, en lo que atañe a esas historias por demás infinitamente detalladas, cuyos héroes son los hombres y las mujeres de a pie, en lo que atañe a esas historias que me ha tocado narrar en esta vida, no soy capaz de semejante distanciamiento.

Lo que ha hecho de éste un libro para mí memorable, dejando al margen el sentimiento natural que uno tiene para con sus propias obras, es la respuesta que provocó. El público en general respondió con generosidad, quizá con mayor generosidad que ante cualquier otro de mis libros, y de la única forma en que puede responder el público en general, es decir, adquiriendo un determinado número de ejemplares. Ello me proporcionó un placer considerable, pues lo que siempre me ha causado más temor es desplazarme insensiblemente hacia la posición del escritor que escribe para un círculo reducido, posición que por cierto me habría resultado tan odiosa como arrojar la piedra de la duda a las profundidades insondables de mi firme creencia en la solidaridad de la humanidad toda, en lo que a las ideas simples y a las emociones sinceras se refiere. Contemplada como manifestación del espíritu crítico, pues sería un desafuero indecente negarle al público en general la posesión de una mentalidad crítica en efecto, la recepción fue muy satisfactoria por el interés que pudo suscitar. Pude constatar que había logrado complacer a cierto número de personas muy ocupadas en resolver sus propios y muy reales asuntos. Es agradable pensar que uno es capaz de complacer. Desde el punto de vista de las personas cuyos asuntos estriban precisamente en criticar tales esfuerzos por complacer, este libro dio pie a abundantes discusiones y a un análisis en profundidad, que en mi caso no sólo satisficieron esa vanidad personal que al fin y al cabo comparto con el resto de la humanidad, sino que también alcanzaron de lleno mis sentimientos más hondos y despertaron mi agradecido interés. La indudable simpatía que dio forma a las muy variadas apreciaciones del libro me agrada pensar que fue un reconocimiento de mi buena fe en la dedicación al cultivo de mi arte, ese arte del novelista que, según queja de un distinguido escritor francés expresada ya al término de una brillante trayectoria, era trop difficile! Y es ciertamente demasiado arduo, en lo que respecta a un esfuerzo que invariablemente ha de ser muchísimo mayor que el éxito que con suerte pueda propiciar. En esta tarea, de cualquiera de las formas condenada por adelantado, y por su propia naturaleza extremadamente solitaria, la simpatía es un preciado bien. Puede servir para aceptar de buen grado las críticas más severas. Saber que de uno se esperaban logros mucho mejores puede incluso ser un consuelo, a la vista de los logros mejores que uno había esperado de sí mismo en su trato con este arte, que en estos tiempos, sea como fuere o donde fuere, ya no se justifica como razón de ser de un propósito didáctico.

Nada más lejos de mi intención que sugerir siquiera que alguien haya llegado a hacerme el daño (no digo insulto: digo daño) de acusarme por haber lastrado una sola de mis páginas con un propósito didáctico. Ahora bien, en las regiones del intelecto y de la emoción todos los temas han de tener una moralidad propia si son tratados con sinceridad; hasta el escritor que artísticamente posea mayor habilidad se delatará, junto con su moralidad, a cada tres frases. Los matices de diversa significación moral que se han descubierto en mis escritos son muy numerosos. Ninguno de ellos, sin embargo, ha provocado una muestra de hostilidad. Puede haberse dado el caso, qué duda cabe, de que de ciento en viento haya pecado yo contra el buen gusto, pero aparentemente nunca he llegado a pecar contra los sentimientos básicos y las convicciones elementales que hacen que la vida sea posible para la mayoría de los hombres y las mujeres, que al establecer un criterio de enjuiciamiento permiten a su idealismo buscar con entera libertad formas más simples de hacer las cosas, sentimientos más elevados, propósitos más profundos.

No puedo decir que en esta novela haya introducido ninguna tendencia moral en concreto; no creo que nadie haya detectado en ella una perversa intención. Y sólo de sus intenciones son responsables los hombres. Los efectos últimos de todo cuando hagan escapan por completo a su control. Al escribir este libro mi intención era interesar a los lectores por mi visión de las cosas, indisolublemente ligada al estilo en que se expresa. Dicho con otras palabras, deseaba escribir en prosa cierto número de páginas, en lo cual, hablando en plata, consiste mi oficio. A ello me he aplicado con plena conciencia, con la esperanza de resultar entretenido o, cuando menos, no insufriblemente aburrido a mis lectores. Nunca insistiré lo suficiente en la verdad de que cuando me siento a escribir mis intenciones siempre estarán libres de toda culpa, por deplorable que pueda ser el resultado último de ese acto.

J. C.

1920

Ir a la siguiente página

Report Page