Ava

Ava


Capítulo 34

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Capítulo 34

Dientes en el suelo

Un manto de exigua oscuridad la ofuscó en aquel húmedo desván mientras sentía la presión de las cuerdas dañando sus delicadas muñecas. Una fría gotera le caía sobre la cabeza lentamente, amarrada contra dos gruesos barrotes de hierro, Ava murmuraba con pena luego de todo lo acaecido.

Ya llevaba dos días en aquel barco capitaneado por el infortunio y pensaba constantemente en el destino de los tripulantes del naufragio, la señorita se preguntaba si aún estarían con vida. Sin embargo, lo que más la inquietaba en ese momento era el hecho de que estaba prisionera en la embarcación dirigida por un capitán amigo de Trinidad.

La soledad le daba tiempo y serenidad para meditar. Se conectaba con sus propios pensamientos y entendiendo lo que su espíritu le decía, Ava anhelaba salir de allí, escapar al océano y ahogarse en él, donde ya nada malo le sucedería. Una terrible seguidilla de infortunios impregnaba su vida y, sin nada por hacer al respecto, solo le quedaba tratar de dormir.

Cada tanto llegaba a ella la canción de las aguas que seguramente golpeaba el casco con delicadeza y hasta el suave eco de la voz de los marineros cuando gritaban, jugaban y peleaban en la improvisada taberna con sus palos, jarras de licor, barricas vacías y hasta con las sillas. Ahora solo existía silencio y, viendo por delante la sombra de un pequeño ratón, Ava se estremeció, cerró sus párpados y pensó en otra cosa. De repente la puerta se abrió. El grácil resplandor de una vela de cera dio en su rostro y por detrás presenció la imagen de Trinidad.

—Yo le advertí a la tonta de mi hija que no debía acompañarte… Yo se lo dije —comentó la vil mujer—. Pero ella muy inocente decidió venir a tu lado, ¿y cómo resultó? —preguntó alzando las manos—. Sencilla respuesta… ¡Todos se ahogaron en el mar! Incluyendo al asno de tu marido.

—¿Por qué haces esto Trinidad? Ya destruiste mi vida, acabaste con todo lo que amaba. ¿¡Por qué lo sigues haciendo!? —gritó enfadada—. ¿Cuál fue el daño que te hice?

—¿Y aún me lo preguntas? —la mujer se arrimó y vertió la cera derretida en las piernas de la dama.

—No. ¡No, basta! —clamó con dolor.

—Es simplemente un trueque. Tú acabaste con mi familia y mi reputación… ¡Y yo te destruyo! —anunció—. ¿Creíste que no tendría contactos para venir a buscarte en pleno mar? Adrián es el mejor capitán de los mares, un íntimo amigo de la infancia. Cuando descubrí que navegarían de regreso a África, fue con una sonrisa que le agradecí a Dios. ¡Ya sabía que estaban acabados! Solo era cuestión de tiempo.

—¿Acaso no lo ves? —le preguntó—. Nada te interesa, tu marido… tus hijos… tu casa y toda la vida que tenías allá en Cartagena dejó de existir, pero ni ha de importarte. ¡Solo hay odio en tu corazón!

—Solo hago justicia, Ava —afirmó con seriedad—. Jamás debiste haber nacido, pero no te preocupes. ¡Mis hombres se encargarán de que pagues ese error! Este será el viaje de tus sueños… —murmuró dando media vuelta y caminando hacia la puerta—. Quizás pronto regreses con tu madre, todavía recuerdo sus carnes trituradas… Pero observa lo que tengo aquí —le contó haciendo entrar un hosco perro de caza con una correa—. ¿No es bonito? —inquirió con una sonrisa.

—Ya vete, Trinidad, déjame en paz.

—¡Te pregunté si no es bonito! —clamó con todas sus fuerzas mientras el perro le ladraba.

—No, no lo es.

—Que curiosidad… Pues… Es un Presa Canaria, la gente del monte y de las islas dicen que son perfectos para buscar esclavos y que, una vez que los muerden, ¡nada los puede separar! Ellos se encargan de triturar y despedazar el cuerpo de quien sea. —Trinidad se inclinó, acarició al gran animal y observando los ojos asustados de Ava continuó—. No come hace días… Tiene mucha hambre y solo con oler un poco de sangre podría alimentarse de cualquier cosa. ¿¡Qué dices, Ava!? ¿Quieres darle de comer?

—¡Vete Trinidad! ¡Ya vete! O si tanto quieres verme morir suelta el maldito perro ya. ¡Así moriré de una vez!

—Tranquila… —le susurró sujetando la correa del presa canaria—. Todo llegará a su debido tiempo. —La mujer dio un giro y yendo finalmente a la puerta se despidió—. Adiós, querida Ava, pronto sabrás en carne propia lo que sufrió tu madre. ¡Quizás hasta grites igual que ella!

La portezuela se cerró, el perro ladró mientras se retiraba y, apreciando nuevamente el silencio, la dama se contuvo para no llorar, respiró con profundidad durante varios minutos y en el rincón de aquel oscuro compartimiento, deslizó las muñequillas atadas sobre el barrote y se raspó accidentalmente. Perdiendo las esperanzas se recostó en el suelo mojado y comenzó a recordar los buenos momentos de su infancia.

Sin la mínima posibilidad de moverse, Ava estaba entumecida, temblaba por el frío a medida que su mente se concentraba en otros asuntos. La joven se esforzaba por llevar su imaginación al límite y olvidarse de las afligidas circunstancias que estaba atravesando. Incluso el peludo ratón caminaba cerca de ella. La puerta volvió a abrirse de par en par y uno de los hombres que allí servía se le arrimó y le habló.

—Hola, bonita —la despertó con cuidado—. ¿Cómo estás? —¿Quién eres? —preguntó Ava confundida.

—Eso no importa… Pero Trinidad dijo que podía venir a divertirme contigo. —Sonrió acariciándole el cabello.

—No, por favor. —Suspiró débilmente—. Vete, no me hagas nada.

—Todo estará bien… —le susurró al oído, pero, a continuación, le empujó la cabeza, retrocedió, se desabrochó la camisa, se bajó el pantalón y se desnudó frente a ella—. Solo nos divertiremos un rato.

—¡No! ¡No! —vociferó la joven mientras él se arrimaba y en contra de su voluntad le besaba los labios.

Sintiendo el calor de su boca, Ava se colmó de bravura y le mordió la lengua. En un hondo malestar, el marinero se echó hacia atrás, cayó al suelo y percibió como la lengua le sangraba.

—¡Maldita ramera! —se enfureció, se puso de pie y le dio una patada entre los senos—. Aprenderás, ¡oh, que lo harás! —La sujetó del cabello y, besándole el cuello trató de doblegarla hasta que por un milagro del destino, otro hombre apareció por detrás, tomó al marinero del cuello y le dio un puñetazo tal que le arrancó un par de dientes que aterrizaron en el suelo.

—¡Aléjate de ella, maldito violador! —lo amenazó parándose por delante.

—Trinidad me dio la autorización —le dijo mientras se ponía de pie y trataba de darle un golpe.

Con agilidad, el hombre se inclinó, esquivó el puñetazo y correspondiendo con otro golpe en la cara, le arrancó los dientes restantes.

—Vete de aquí ahora o terminarás en el mar —lo intimidó al tiempo que él se inclinaba con la boca sangrante, recogía alguno de los dientes y salía de allí corriendo.

—Gracias… —suspiró Ava mirando a aquel caballero—. Gracias de verdad.

—No fue nada. —El marinero se arrodilló a su lado y le dio una palmada en el hombro—. Siento no poder hacer nada, yo simplemente trabajo para el capitán Adrián. Estuve en desacuerdo cuando vi el ataque a tu barco, los hombres ya me habían contado tu historia, pero en lo que de mi dependa, trataré de ayudarte en lo que queda del viaje.

—Gracias… Mi nombre es Ava, ¿tú cómo te llamas?

—Soy Fernando Carrizo… Un honor conocerte Ava.

—¡Oh, por Dios! —exclamó ella recordando sus aventuras en Fez—. ¿Tú eres Fernando Carrizo? ¿¡Tú fuiste novio de Mercedes!?

—¿¡Mercedes!? —prorrumpió con emoción—. Ella fue el amor de mi vida, pero la secuestraron. Me dijeron que murió.

—No —le confesó maravillada de haberlo encontrado—. Yo la conocí en Marruecos. Es una gran mujer. Ella me pidió, cuando descubrió que vendría a Cartagena, que si me cruzaba con un tal Fernando Carrizo, le contara que está aún con vida y prisionera en Fez. ¡La obligaron a contraer matrimonio!

—Oh, santo Cristo… Mi amada Mercedes. —El joven se cubrió la boca con ambas manos y se sentó desconcertado en el suelo—. No puedo creer que esté viva.

—Sí —afirmó ella—. Está viva y aguardando por ti.

—Entonces debemos irnos de aquí —expresó parándose con decisión—. Dime, Ava… ¿Te atreverías a escapar?

—Claro que sí —respondió mirándolo a los ojos.

—No hay tiempo que perder, pero déjame decirte que si lo hacemos… habrá pocas probabilidades de huir con vida.

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