Ava

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Capítulo 37

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Capítulo 37

Caravana viajera

Históricamente las agrupaciones de caravanas eran el medio para desplazarse de los pueblos nómadas, la manera más segura de realizar negocios a larga distancia. Las caravanas eran destacadas ya en tiempo de los fenicios cuando también se designaba a la reunión de mercaderes y peregrinos para viajar juntos a fin de cruzar con seguridad ciertas regiones de Asia y África.

Cada una de estas formaciones tenía su propio jefe declarado. En detalle, el animal más valorado era el camello, debido a su proverbial adaptación a la travesía del desierto y su ilustre capacidad para transportar cargas pesadas. Así pues, las caravanas estaban sometidas a una rígida organización que incluía etapas fijas en los oasis donde se reponía el agua y se creaban establecimientos señalados para concretar diversos quehaceres. Los productos intercambiados eran ilimitados y podía verse en cualquier grupo muchas variedades de seda, importantes especias, oro, plata, marfil, ámbar, estaño, joyas valiosas, aceite perfumado, inciensos, alfombras, barricas preciadas, sal, madera, caballos, cabras, espadas, pequeñas dagas, tejidos matizados, cuero, cerámica, grilletes, pergaminos secretos, libros religiosos e incluso, esclavos cristianos.

Ava abrió sus cansados párpados y distinguió la silueta de dos mujeres practicantes del Islam ofreciéndole pequeños sorbos de agua. Sus labios por fin se remojaron y, aliviada con aquel inesperado rescate, alzó su semblante, además de ver a las dos mujeres cubiertas con ropaje oscuro (burkas), descubrió con asombro que una caravana viajera acababa de socorrerla de una muerte casi asegurada.

Tras su primera llegada a Marruecos, su esposo Ássad le había enseñado el dialecto que, generalmente, utilizaban en la región de Fez, sin embargo, las oía hablar y no podía siquiera captar una sola palabra. La joven estaba tendida en un armazón de mimbre, cuando miró alrededor y vio a los camellos avanzando, una pequeña carreta cubierta de mantas oscuras y a varios hombres y mujeres caminando, intentó sentarse sobre la improvisada camilla, pero una de las mujeres la detuvo, le habló en un idioma inentendible y le ofreció otro sorbo de agua tibia.

—Shukran jazeelan… — atinó a responder mientras otra mujer se arrimaba con un paño húmedo y le lavaba la cara y los brazos.

Los minutos seguían avanzando y ella aún no comprendía la situación con exactitud. Al parecer luego de naufragar a la deriva del océano había llegado al litoral africano, se había desplomado por el agotamiento y despertaba, ahora, en el interior de una humilde caravana que la llevaba a algún sitio desconocido.

Poco a poco los camellos iban avanzando bajo los fuertes resplandores del sol, el silencio del desierto envolvía los oídos de Ava. Con más incertidumbre debido a la incomunicación que sufría, se sentó en el mimbre, apartó a una de las mujeres y, al deslizar el cortinaje oscuro descubrió, al fijar su vista en la lejanía, que allí, detrás de las colinas arenosas empezaba a emerger la imagen de un prominente caravasar.

Los caravasares eran un antiguo tipo de edificación nacido a lo largo de los principales caminos donde las multitudes, que hacían largos viajes de muchas jornadas, podían hospedarse, descansar, refugiarse de las tormentas de arena, abastecerse con provisiones e incluso, cambiar de camellos. Estas maravillosas estructuras estaban diseñadas para albergar a los viajeros y a sus respectivos animales y hasta servían para vender mercancías traídas de lugares distantes o que habían sido recolectadas a mitad de trayecto.

Generalmente, se ilustraba la formación del edificio en una distribución rectangular con un patio vallado y un pórtico único, lo suficientemente ancho como para permitir la travesía de bestias grandes o bastante cargadas. El patio interior era casi siempre abierto y cerrado por altos muros, y, alrededor, había establos, nichos y cámaras para los mercaderes, sus sirvientes y sus bienes. En detalle, estos grandes albergues africanos, los caravasares, proporcionaban agua para el consumo de la gente y los animales, así como para el aseo y las purificaciones en rituales.

De esta peculiar manera y tras el discurrir del tiempo como si de un reloj de arena se tratase, Ava y la caravana que la trasportaba llegó finalmente al interior del patio donde el gentío caminaba de un lado a otro. La joven sonrió, volvió a agradecer a las mujeres que la habían cuidado y poniéndose de pie, bajó de un salto y fue en dirección a uno de los arcos con la esperanza de hallar algún residente de Fez que entendiera su lenguaje. Los hombres que la habían traído la cogieron por detrás, le ataron las muñequillas y en menos de un minuto la llevaron a la fuerza a una habitación oscura, cerraron la puerta y la dejaron allí cautiva.

La dama se tomó del cabello, miró a su alrededor y, desconcertada por lo que acababa de ocurrir, gritó, golpeó la madera de la portezuela y pensó que esa gente la había rescatado con el único fin de venderla como esclava. Su espíritu se volvió a doblegar por el dolor y, sentándose en el piso con la desazón que aquello le provocaba, se esforzó por respirar calmadamente cuando una mujer que estaba detrás de unas cajas se apareció por el lateral, se tiró a sus pies y le dio un abrazo.

—¡Ava! ¡Ava! Estás viva —clamó Sofía con emoción al verla—. Oh, hermana…

—Sofía… Oh, por Dios. —Ava correspondió aquel abrazo y viéndole el rostro suspiró con alegría—. Pensé que habías muerto en el mar. ¿¡Que te sucedió, hermana!?

—Luego de que caí, logré aferrarme a una de las maderas y llegué flotando hasta la costa —le contó—. Luego me crucé con unos mercaderes de esclavos que me trajeron aquí. ¡Van a vendernos! —prorrumpió angustiada—. Pero antes dime —añadió apretujándole la mano— ¿a ti que te sucedió? ¿Sabes algo de Abbas o Idrís? —inquirió en el interior de aquella sala oscura repleta de artefactos en desuso.

—Iba a preguntarte lo mismo, no sé nada de ellos. Yo fui secuestrada por el capitán del otro barco y… y… —murmuró pensativa—. Y luego explotaron unas barricas de pólvora y aproveché la oportunidad para escapar. Y aquí estoy.

—Oh, hermana. —Volvió a abrazarla—. Temí tanto por ti.

—Yo también, te quiero mucho en verdad… Gracias, Sofía. —Ava se puso de pie, caminó hasta una de las ventanas bloqueadas y, mirando el patio del caravasar por un pequeño hoyo, siguió dialogando—. Como dijiste recién, nos venderán como esclavas. ¡Pero no lo permitiré! —exclamó con decisión—. Debemos hacer algo cuanto antes.

Estuvieron allí durante una o dos horas más, el calor las sofocaba y la sed no dejaba de distraerlas hasta que, finalmente, encontraron entre todos aquellos bártulos una cubeta de agua vieja que no dudaron en beber. Las temperaturas del desierto eran terribles para cualquier osado aventurero y más aún para ellas que no estaban acostumbradas a resistir tales ardores.

Ambas hermanas estaban cansadas, se concentraban para idear algún plan que les concediera la oportunidad de fugarse sin imaginar que a los pocos segundos la portezuela se abriría, los hombres entrarían al estrecho compartimiento y las sujetarían con brusquedad de los brazos para llevarlas a una estable plataforma de roca a los costados del patio mercantil.

En la cultura de aquellas tierras, a la mujer se la trataba con respeto y amor; esas eran las enseñanzas de Alá. Pero como en esta ocasión ellos creían que estaban frente a dos extranjeras europeas, lo primero que tenían pensado hacer era venderlas y ganar mucho oro a cambio. Así, Ava y Sofía subieron lentamente a la plataforma de piedrezuelas y, quedando ante la vista de varios presentes, se miraron a los ojos, temblaron por dentro al advertir que les sería imposible huir de aquel caravasar, aguardaron a que los hombres comenzaran a dialogar con palabras inentendibles y se pasmaron luego al contemplar como el acceso del albergue de viajeros se reventaba y los guerreros de una tribu enemiga ingresaban a dar batalla sin previo aviso.

Los hombres que estaban alrededor de ellas perdieron la noción de la realidad y corrieron a buscar sus espadas y corvas. La hostilidad se acrecentó y así se desató la guerra entre bandos. Los camellos corrían de un lado a otro, las mujeres gritaban, los hombres peleaban, los toldos de campaña se reventaban y las barricas rodaban por el suelo mientras que allí, sobre la plataforma, Ava despertaba de aquello que la hipnotizaba y, empujando a su hermana no dudó en bajar de allí.

—¡Corre! ¡Corre! —clamó dando un salto mientras los hombres se esgrimían entre sí—. Es nuestro momento, Sofía. ¡Salgamos de aquí!

Las dos señoritas estaban totalmente extraviadas en aquel recinto, pero, sabiendo que esta sería una oportunidad única para escapar, se tomaron de la mano y avanzaron lo más rápido posible entre las astillas que volaban, los cacharros rotos e incluso la sangre de los guerreros heridos.

—Un camello… —suspiró Ava montando a dicho animal por primera vez—. Vamos, Sofía, ¡sube!

—De acuerdo —respondió extendiendo la mano para que la ayudase a montar—. ¿Pero sabes controlar un camello? —preguntó mientras la veía coger las riendas.

—¡Será como cabalgar a Araél! —ultimó ya obligando a aquel animal jorobado a avanzar fuera del caravasar, en tanto allí, los dos bandos se quedaban peleando unos con otros.

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