Ava

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Capítulo 18

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Capítulo 18

Dulce frambuesa

Muchos alimentos estaban prohibidos en la cultura del Islam, como el cerdo y todos sus derivados, incluyendo embutidos, manteca o paté. Así pues, también se denegaba la sangre y toda comida que pudiera estar elaborada con ella. Animales de tierra que no poseían oídos: gusanos, reptiles, serpientes e insectos. Además de aves rapaces y animales carnívoros o carroñeros, animales que murieron antes de ser sacrificados y criaturas maltratadas o que fueran alimentadas con comidas no permitidas.

La variedad era amplia y, sin la mínima oportunidad de ver aquello en el largo trayecto de la medina, Idrís, Ava y el gentío de la familia caminaban por aquellas callejuelas laberínticas mientras la brisa les soplaba en una triste despedida. Los meses ya habían avanzado, catorce para ser más precisos. Yendo en dirección norte, la familia Ássad estaba lista para llegar a los límites de Fez y coger el trasporte que los guiaría a las costas norteñas.

Era verdad que Idrís había decidido ir al sur de España y enfrentar el mal que hacía que su adorada esposa sufriera. Ella lo había incentivado a tomar tal decisión porque en Cartagena, con el incalculable poder económico que caracterizaba a la familia y el fuerte poderío de los hermanos Ássad, estaban dispuestos a pisar el mal que allí regía desde el pasado. Era intolerable para ellos que personas tan descorazonadas continuaran residiendo allí tras haber causado semejante vicisitud en la afligida vida de Ava. En poco tiempo estarían anclando al margen de aquel continente, solo les bastaba aguardar y develar poco a poco el resultado de este gran arbitraje.

Todavía Fez, ellos avanzaban por los coloridos pasajes del lugar, el lugar era maravilloso y, a medida que deambulaban en sus andurriales, Ava iba sellando las imágenes en su memoria. Los paisajes de aquella ciudad eran en realidad una gracia divina, no podía siquiera voltear la mirada por la belleza que había en cada toldo del camino, pero algo dentro de sí despertaba en nostalgia.

A pesar de haber dejado su pasado en España, la dama ya llevaba tiempo considerable acostumbrándose a aquellas magias reinantes. Así pues el momento de partir por fin había llegado y, al salir del lugar, ella y las otras mujeres dieron un último vistazo a las tiendas de la medina.

De improviso, sus ojos observaron un canasto repleto de frutas, entre los cuales distinguió varias frambuesas maduras. De inmediato solicitó a su esposo que se las comprara y él concedió un par de aquel exquisito fruto. Con la puntilla de sus dedos, Ava tembló al recordar los bellos momentos en los que, junto a su madre, Natalia, las cocinaban para hacer mermelada y, en un profundo déjà vu en los rincones de su espíritu, rememoró el aroma y el sabor de la frambuesa tras el primer mordisco.

—Tres años… Y aún recordaba el mismo sabor… —murmuró acongojada.

—Pronto podrás comerlas todos los días, habibi. Bismillah.

La caminata se hacía extensa, aún debían cruzar varios andurriales del distrito y pasaron, así, por diversos escenarios y contemplaron: los estrechos callejones, las bajas casillas, las edificaciones religiosas y la ornamenta que daba fulgor al lugar. La vida allí en Marruecos era agradable para sus residentes y también para quienes solían viajar con la intención de vivir o aprender las costumbres por un tiempo.

La cultura era totalmente distinta a la que Ava conocía, la verdadera ilustración de aquellas tradiciones se habían sellado en su mente con el paso del tiempo, la joven había aprendido a vivir y a entender los motivos que llevaba a los musulmanes a actuar de determinada manera. Deambulando con aquel conocimiento en lo vasto de sus tierras seguía caminando ante las directivas del destino, pronto su vida sería marcada por lo increíble. Al percibir la magia que la rodeaba, se detuvo a echar un último vistazo a los toldos, al oro, a las columnas talladas, a las paredes curvas, a las antiguas mayólicas, a los vendedores de camellos, a la danza de los inciensos de colores y al deambular de la gente hasta que, de sorpresa, la imagen de la señorita Mercedes llegó a sus ojos.

Idrís, Abbas y algunas de las servidoras iban marchando por delante, así que se detuvo unos segundillos a un costado y se arrimó a la pared cubierta de velos colgantes donde estaba aquella mujer que había visto como rehén en uno de los chamizos.

—Mercedes… —susurró con sigilo—. ¿Eres tú, verdad? —inquirió viéndola ya con ropaje marroquí.

—Sí, soy yo —respondió mirando para los costados—. ¿Tú eres la joven que nos encontró allí detrás del barral, verdad?

—Sí, no alcanzamos a conversar mucho porque un hombre entró y te llevó. ¿Qué te sucedió, Mercedes? ¿Te encuentras bien?

—Estoy bien y mal al mismo tiempo… —confesó hablando en voz baja—. Me vendieron a una familia aquí de Fez. ¡Pero ahora estoy comprometida con un hombre! Pronto me harán contraer matrimonio y no me quedará mayor alternativa que aprender el Islam. ¡El me tratará como una reina, pero no es lo que yo quiero!

—Lo siento, lo siento en verdad, pero no hay nada que pueda hacer —respondió afligida.

—¿Y tú dónde estás yendo?

—Mi esposo Idrís viajará a España. ¡Lo acompañaré y vengaré mi pasado!

—¿¡Regresarás a Cartagena!?

—Sí, Mercedes, allí iré. ¿Necesitas que haga algo por ti?

—Por favor —le suplicó cogiendo sus manos—. Allá estaba comprometida, el amor de mi vida, si tan solo osara la vida a cruzarte con él, ¿podrías darle un mensaje y decirle que estoy bien?

—Claro que sí, ¿cómo se llama él?

—Fernando —mencionó con nostalgia—, Fernando Carrizo, dile que estoy bien y que lo amo. ¿Puede ser?

—Lo haré —asintió apretujando sus manos y mirándola a los ojos—. Prometo que si lo veo, le diré la verdad. Ahora si me disculpas —añadió dando media vuelta—. Ya debería irme, te deseo toda la paz que pueda existir…y… y que Alá se apiade de ti.

—Aguarda —prorrumpió viendo cómo se marchaba—. También te deseo lo mejor. ¡Que tengas una gran aventura! Eres grande, Ava…

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