Ava

Ava


Capítulo 39

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Capítulo 39

Bruma anaranjada

La vida se detenía ante un adalid de cuestiones que viraban y viraban, el destino era una marca que cada persona llevaba desde el día de su nacimiento en la mente de Alá, afrontando el peso de sus increíbles historias con cada nuevo esbozo que parecía aflorar en lo mágico de la vida. Y era allí, en las lejanías del desierto, donde una rebosante ciudad colmada de aventuras e intrigas, albergaba en un nimio rincón de sus esbeltas infraestructuras, a una joven cuyo pasado había sido hurtado por la desdicha. Sin embargo, Ava comprendía que las personas eran el resultado de las travesías que experimentaban. Desde un elevado balcón, la dama vislumbraba con orgullo el paisaje crepuscular del prominente dominio marroquí.

La gran estrella que servía de lumbrera alba tras alba ahora se teñía de rojizo tras el manto de la bruma en los lejanos límites de la planicie desértica. Al advertir la silueta de las ruinas ante la refulgencia escarlata del ocaso, una lágrima se derramó por su mejilla al pensar en todo lo que había vivido hasta ese momento. Su historia… su camino… su viaje había sido en verdad increíble y, como entendía que aún tendría mucho por transitar, y, a pesar de los dolores que cargaba en su alma forjó una mueca en sus mejillas, sonrió en soledad y, recibiendo la suave caricia de la brisa vespertina, comenzó a cantar con lentitud.

La voz de Ava resonaba entre diversos ecos y, viendo el descenso del sol, acarició el collar de madera que su madre le había regalado (que de manera milagrosa había aguantado en su cuello a pesar del naufragio), soltó al aire todas las malas energías que pudo, cantó con más fuerzas aún a medida que las sombras del anochecer le besaban el rostro.

Finalmente, la luz se apagó, sus iris verdes se hundieron en la despedida del ocaso y, aguardando allí un par de minutos más, concluyó con el canto cuando Mercedes se le acercó por detrás, le dio una palmada en el hombro izquierdo e irrumpió en el diálogo.

—¿Tienes mucho en qué pensar, verdad? —inquirió asentando también sus manos al borde de la glorieta.

—Sí… Pero la ciudad es hermosa, quiero verla… Quiero desnudarla con la mirada y llevarla siempre conmigo. ¿Quién sabe lo que puede depararme?

—Gran verdad… —suspiró la mujer—. Rabah está por llegar, pronto vendrá con tu cuñado. Seguramente algo va a suceder.

—Ya nada importa Mercedes… —murmuró perdiendo su mirada en el horizonte—. En este viaje, he aprendido quien soy… Descubrí finalmente lo que soy, pero antes de que todo cambie, tengo una pregunta que hacerte.

—Sí. Dime.

—¿Amas a Rabah? ¿De verdad lo amas?

—Ava… Qué pregunta —dijo Mercedes meditabunda—. Pues… pues lo quiero mucho, ¿qué sucede?

—¿Y si pudieras escoger entre Rabah y Fernando?

—¡Oh, cielos! —suspiró sintiendo temblor en sus piernas—. Amo a Rabah, aprendí a quererlo. Pero Fernando siempre será mi gran amor.

—Pues entonces te lo diré —anunció mirándola a los ojos—. Durante el trayecto me crucé con él y pude contarle tu verdad. Ya ni siquiera sé que es de su vida, pero me pidió que te cuente que tarde o temprano, vendrá a rescatarte.

—¿¡Fernando!? Por el profeta —clamó aturdida—. ¿De verdad?

—Sí… No sé cuándo. Ni siquiera él lo sabía pero vendrá — confesó mientras las sombras del crepúsculo las cubría por completo allí en el balcón.

Los fanales de las callejuelas urbanas y las lámparas de las otras casas se encendieron. La imagen era estupenda, se divisaban incontables cantidad de luces dispersas a lo largo de Fez. Como si se tratase de luciérnagas, aquellos puntos ambarinos resplandecían entre las estructuras arqueadas de la mágica ciudadela. En la glorieta, las dos mujeres seguían conversando cuando Sofía ingresó pasmada a la habitación.

—¡Ava! ¡Ava! —gritó la muchacha desconcertada.

—¿¡Sofía, que sucede!? —preguntó asustada—. ¿Todo está bien? —inquirió acercándose a su lado.

—Sí… Pasa que recién estuve hablando con una de las sirvientas de acá, y una de ellas me leyó una taza con borra de café. ¡Ya sé que suena ridículo! Pero dijo que estoy embarazada.

—¿¡Embarazada!?

—Sí… De Abbas, seguramente —le contó ya esbozando una sonrisa—. ¿Puedes creerlo? Seré madre, Ava. ¡Seré madre!

—Oh, que hermosa bendición… —suspiró Mercedes.

—¡Y yo seré tía! —gritó dando un salto—. ¡Qué alegría! Que bella noticia.

Sofía estaba encinta luego de mantener relaciones íntimas con Abbas durante las noches en aquel inolvidable navío, comprendiendo lo que aquello significaba, no dudaron en brincar de felicidad, girar, cantar e incluso, reír. Por fin una buena noticia arribaba a sus vidas, y Mercedes les aseguró que la lectura de la borra de café jamás fallaba.

Con gozo Sofía acarició su vientre, bajaron a la sala principal de la residencia y tomaron otro sabroso té de hierbabuena, trataron de imaginar si aquel regalo de Alá sería niño o niña hasta que la puerta se abrió y sus rostros se pintaron con placidez al ver entrar a Rabah, a Abbas y a Leylak.

Con la gracia de Dios, Leylak había sobrevivido al naufragio y se había encontrado con Abbas. Por ello, los dos acudieron al llamado de Rabah al decirles que dos de sus conocidas estaban refugiadas en su casa.

Fue cuestión de minutos para que Leylak y Ava saltaran felices al reencontrarse y para que Sofía le revelara a Abbas que aguardaba un hijo de él. Según las costumbres, eso no era lo más conveniente, pero ambos se regocijaron, se dieron un abrazo e incluso, se besaron tras el cortinaje mientras todos platicaban en la sala principal.

Un vertedero de alegría se había creado en aquella vivienda, y, de esa manera, se reencontraron con gozo, cenaron, oyeron las enseñanzas que les trasmitió Rabah y hasta las mujeres bailaron en una auténtica demostración del bienestar que se vivía en la casa. Alá les acababa de conceder una noche de paz y, luego de hacer una de sus oraciones nocturnas mientras las ayudantes limpiaban el lugar tras la comida, Abbas llamó a Ava a una de las salas colindantes, se aseguraron de tener privacidad y, comenzando a hablar, tomaron asiento en el suave alfombrado.

—Me alegro, Ava, de que hayas escapado con Sofía del caravasar… Masha’Allah. Ustedes son dos mujeres excepcionales.

—Afwan. Y yo también me alegro de que hayas llegado con vida e incluso, de que hayas rescatado a Leylak en pleno mar —comentó ella—. Pero dime, Abbas, ¿por qué me has llamado aquí en la soledad de este cuarto?

—Sucede que no quise cortar la alegría que se vivía aquí cuando llegué. Además, estaba feliz con la hermosa noticia que me dio Sofía del embarazo. ¡Oh, gracias Alá! —exclamó alzando sus manos—. Pero lamentablemente, y creo que tú ya lo sabías… es que me llegó la noticia de que al parecer Idrís y las mujeres no sobrevivieron. Probablemente se hayan ahogado en el mar.

—Comprendo… —suspiró inclinando su semblante—. ¿Qué quieres que te diga? —preguntó frunciendo los gestos de su rostro para no llorar—. Algo dentro de mí ya lo sabía.

—De todos modos no es seguro… Simplemente es una teoría. Pero yo lo daría por sentado, fueron varios los hombres que me lo dijeron. Inna lillahi wa inna ilaihi rajiun.

—Comprendo. ¿Y ahora qué sucederá?

—Pues… pues la cuestión, Ava, es que ahora tú eres apoderada del incalculable fortín que tenía Idrís. Eres la heredera de todo su poder. Alhamdulilah… Aunque aún hay un problema, algo grave que debes saber… Mushkila… —suspiró Abbas con tristeza—. Algo que podría cambiar tu vida para siempre…

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