Ava

Ava


Capítulo 32

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Capítulo 32

Borrasca

Con rumbo al más allá, los días se hacían eternos en aquel navío impregnado de esbeltas historias por contar. Las noches eran frías o cálidas, oscuras si el cielo estaba nublado o luminosas por la presencia del éter, apaciguadas cuando el mar estaba calmo o poderosas cuando el oleaje era estridente. Y así en un oscilante movimiento, los tripulantes de aquella embarcación se iban acostumbrando poco a poco a la vida que allí se podía experimentar. De todos modos, quedaba poco tiempo para llegar a las riberas africanas y al corazón de Marruecos.

Incluso Araél, por pedido de Ava, viajaba en las partes bajas de la nave. Algunos hombres se encargaban de trabajar en los distintos sectores, revisando continuamente las lombardas de guerra, los trinquetes, la toldilla, la bodega de reservorios, el estado del tajamar, el listón de las velas e incluso, las reparaciones del alcázar entre tantas otras labores. En la bodega Haala y Nasila solían encargarse de las comidas y hasta de limpiar ciertos artefactos.

En el camarote principal, entre los movimientos oscilantes sobre el extenso océano, tendido en la cama nupcial, Idrís presenciaba como al borde de los mantos, Ava danzaba con sensualidad en un auténtico baile de velos carmesí. El caballero estaba totalmente desnudo, viendo como Ava bailaba con esbozos eróticos bajo la tenue refulgencia de la luz de las velas y el halo luminoso de la luna que ingresaba a través de la escotilla de pared. Ella movió los velos de un lado a otro, giró, sacudió sus cabellos, elevó una de sus piernas, lo acarició y, moviendo sus senos, continuó avivando la pasión de su esposo.

Era costumbre que las mujeres hicieran una danza erótica de velos para tentar la bravura sexual de sus maridos. Al terminar con aquel baile, Ava se retiró alguno de los atavíos, vio el rostro impresionado de Idrís y, sentándose ya sobre su miembro, le acarició el pecho, se inclinó con lentitud, le mordió el mentón y sintió como él le cubría la cintura con ambas manos. Abriendo sus piernas de par en par, Ava comenzó a tambalearse sobre él. La dama subía y bajaba con pequeños saltos mientras Idrís erguía su espalda, le rozaba los senos y ante aquel choque de pieles, echaba su cabeza hacia atrás.

Hacía bastante tiempo que no mantenían relaciones pero esa noche, se entregaron al placer que Alá les había concedido. Estaba bien visto que los musulmanes gozaran del regalo sexual, por eso con pasión como dándole la bienvenida a aquella noche, Ava e Idrís siguieron amándose encima de aquella cama en tanto las piernas de la dama temblaban, su respiración se agotaba con cada gemido y sus pezones se erizaban.

Idrís se levantó, secó su entrepierna con un paño, vio a Ava recostada en medio de la cama y, con una mueca de satisfacción, salió del camarote para buscar a su hermano y continuar platicando. Ya en soledad, la dama rodó, quedó boca abajo pensando en lo que acababa de hacer y sabiendo que no podía ligarse al pasado por siempre y que ya no era una niña temerosa, se levantó, se cubrió el cuerpo con un suave ropaje de seda y se aproximó a la escotilla. Estaba mirando el paisaje exterior nocturno cuando Sofía ingresó sin previo aviso.

—Ava… —suspiró al verla—. ¿Todo está bien por aquí? —Sí, Sofía, ¿y tú?

—Bien… —respondió mientras las dos tomaban asiento en un pequeño sillón repleto de cojines—. Allá abajo las chicas están un poco mareadas, sobre todo Leylak. Pero Sahira y Haala le están preparando un rico té. ¡Me llevo muy bien con ellas, son grandes amigas! Muy sabias en verdad. Pero he venido por otro asunto hermana, necesito hablar contigo.

—Sí, dime, ¿qué te sucede? Sabes que puedes confiar en mí. —Es… Es que es un tema complicado, pues…pues… —murmuró con temor—, pues estoy enamorada… Siento cariño por Abbas. Y sé, Ava… Comprendo todo lo que sucedió, ¿pero cómo comprender lo que dicta mi corazón? A veces hay razones que desconocemos. Y comprendo también que detrás de todo lo que ocurrió, nada fue intencional. ¡Por favor, no me juzgues! Pero siento algo especial por él, me atribuyo amor por Abbas.

—Oh, cielos… —clamó—. Está bien, hermana, no te juzgaré —dijo apretándole la mano con sentimiento—. Como recién dijiste, el corazón tiene razones que la mente desconoce. Y dime… ¿Él lo sabe?

—Es que ya hemos hablado… Incluso… Incluso nos besamos ayer durante el amanecer. Lo quiero de verdad —le confesó—. Abbas es un hombre muy amoroso, y pienso que detrás de esa dura corteza que intenta mostrar siempre, existe alguien muy cariñoso. ¡Como Idrís! —agregó comparando—. Y yo lo estoy descubriendo.

—Si es así, Sofía… —comentó mirándola a los ojos—. Si es así como me lo dices… entonces también te deseo lo mejor. Y a pesar de que me duela por todo lo que ocurrió, sé muy en el fondo de mi ser, que Abbas es buena persona. Simplemente que nuestra cultura es diferente, y en muchas ocasiones no comprendemos su manera de pensar.

—Gracias… Gracias por entenderme, hermana. ¡Te quiero mucho!

—¡Sofía, Ava! —apareció Abbas al abrir la puerta de un golpe—. Tengan cuidado, protéjanse —las alarmó—. Se acerca un chubasco. ¡Mushkila! ¡Mushkila! ¡Una de las tormentas más poderosas que he visto en este último tiempo! Quédense aquí, con Idrís y los hombres nos encargaremos de proteger la nave —les volvió a indicar mientras el barco se sacudía y ambas jóvenes caían al suelo.

Todo indicaba que una poderosa borrasca se avecinaba desde lo alto del cielo y, oyendo el crujir general de la estructura, las dos mujeres se pusieron de pie, Abbas se marchó y cerró la puerta; con temor de las palabras que acababan de oír, se miraron y pensaron en lo peor.

Cimbrón tras cimbrón fueron oyendo el fuerte estruendo de las centellas y los rápidos vendavales que doblegaban las velas de los mástiles. Se sujetaron de la mano y cogieron los bordes de un mueble de madera para ser testigos de cómo una fuerte ola sacudía el navío por uno de los laterales. Así, ellas volvían a caer al suelo y veían como entraba agua por la escotilla.

Ava corrió hasta la pared, mojó su vestido accidentalmente, cerró la pequeña ventana circular e, imaginando la tempestad, le tomó del brazo a Sofía y decidiendo que lo mejor sería ir con las mujeres a las partes bajas de la infraestructura, abrieron la puerta y salieron de allí.

En la superficie del barco, se pasmaron al divisar la incontable cantidad de rayos que pintarrajeaban el cielo, los gruesos nubarrones que pendían sobre ellos y el imponente oleaje que se estrellaba a ambos lados del barco. Viéndolas desde la glorieta de la popa, Idrís les gritó.

—¡Entren ya! Vayan adentro que esta tormenta es poderosa — les ordenó mientras las ráfagas del viento arrancaban las velas de su respectiva ubicación y los trabajadores se arrastraban al tratar de sostenerlas—. ¡Corran! En el nombre de Alá.

Presenciando estas terribles escenas, las damas avanzaron con cautela a la escotilla que daba acceso a la bodega inferior y, bajando de un salto mientras sus vestidos se volaban y mojaban, lograron llegar a la parte baja, cayeron al suelo tras un golpe de las olas, se levantaron, vieron varios elementos rodar de un lado a otro y esquivaron un mueble que se desplomaba encima de ellas. Siguieron corriendo hasta la cocina a medida que el agua ingresaba por las ventanillas circulares.

La tempestad no las favorecía en dicho trayecto, pero cuando arribaron a la cocina, abrieron la puerta y se toparon con Haala y las mujeres. Leylak vomitaba en una cubeta amarronada mientras una de ellas le sostenía los rizos oscuros con la mano. Presenciando como las verduras, los utensilios y las barricas de condimento se tambaleaban de un lado a otro, las hermanas se aproximaron, tomaron asiento junto a las demás mujeres y rogaron que pronto pasara aquella revuelta.

—Audhu-billah, Audhu-billah… Oh, Alá sálvanos. ¡Ayúdanos! —gritó Haala—. Extiende tu mano de la misericordia y calma la tormenta.

—Oh, Alá, sálvanos —correspondió otra de las mujeres mientras Ava y Sofía se tomaban de las manos.

—¡Audhu-billah! —clamó también Leylak—. Y ustedes… —le habló a las hermanas—. ¿Qué han visto allá arriba?

—Es una borrasca —le contestó Sofía—. Está rompiendo las velas, pero los hombres se encargan de arreglar todo.

—¡Oh, mi señor! —exclamó Haala—. Que nada le suceda a nuestro querida maestro —la cocinera se arrimó y las abrazó—. La hawla wala quwata illah billah…

—Mezian —respondió Ava mirando los ojos oscuros de la honesta cocinera—. ¡Insha’Allah! ¡Insha’Allah! Será lo que deba ser… Maktub.

Allí, en la cocina, las mujeres se sentaron, se tomaron de las manos y oraron con todo fervor aguardando a que la tormenta se calmara. De todos modos, los minutos seguían avanzando y, allí, en la parte baja de la embarcación, ellas oían el crujir de las paredes y se caían al suelo tras el golpe de las altas olas contra las paredes y la superficie del endeble barco de madera.

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